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Murakami-Haruki-De-Que-Hablo-Cuando-Hablo-de-Correr

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entonces «no lo han conseguido». Pero, aun suponiendo que no<br />

logren correr en el tiempo que se han fijado, si al acabar sienten la<br />

satisfacción <strong>de</strong> haber hecho todo lo posible, si experimentan una<br />

reacción positiva que les vincule con la siguiente carrera, la sensación<br />

<strong>de</strong> haber <strong>de</strong>scubierto algo gran<strong>de</strong>, tal vez ello suponga ya, en sí<br />

mismo, un logro. En otras palabras, el orgullo (o algo parecido) <strong>de</strong><br />

haber conseguido terminar la carrera es el criterio verda<strong>de</strong>ramente<br />

relevante para los corredores <strong>de</strong> fondo.<br />

Lo mismo cabe <strong>de</strong>cir respecto <strong>de</strong>l trabajo. En la profesión <strong>de</strong> novelista<br />

(al menos para mí) no hay victorias ni <strong>de</strong>rrotas. Tal vez el número <strong>de</strong><br />

ejemplares vendidos, los premios literarios, o lo buenas o malas que<br />

sean las críticas constituyan una referencia <strong>de</strong> los logros obtenidos,<br />

pero no los consi<strong>de</strong>ro una cuestión esencial. Lo más importante es si<br />

lo escrito alcanza o no los parámetros que uno mismo se ha fijado, y<br />

frente a eso no hay excusas. Ante otras personas, tal vez, uno pueda<br />

explicarse en cierta medida. Pero es imposible engañarse a uno<br />

mismo. En este sentido, escribir novelas se parece a correr un<br />

maratón. Por explicarlo <strong>de</strong> un modo básico, para un creador la<br />

motivación se halla, silenciosa, en su interior, <strong>de</strong> modo que no precisa<br />

buscar en el exterior ni formas ni criterios.<br />

Para mí, correr, al tiempo que un ejercicio provechoso, ha sido<br />

también una metáfora útil. A la par que corría día a día, o a la vez que<br />

iba participando en carreras, iba subiendo el listón <strong>de</strong> los logros y, a<br />

base <strong>de</strong> irlo superando, el que subía era yo. O, al menos, aspirando a<br />

superarme, me iba esforzando día a día para conseguirlo. Ni que <strong>de</strong>cir<br />

tiene que no soy un gran corredor. Mi nivel es extremadamente<br />

corriente (por no <strong>de</strong>cir mediocre, un término quizá más a<strong>de</strong>cuado).<br />

Pero eso no es en absoluto importante. Lo importante es ir<br />

superándose, aunque sólo sea un poco, con respecto al día anterior.<br />

Porque si hay un contrincante al que <strong>de</strong>bes vencer en una carrera <strong>de</strong><br />

larga distancia, ése no es otro que el tú <strong>de</strong> ayer.<br />

Sin embargo, mediada la cuarentena, ese sistema <strong>de</strong> autoevaluación<br />

empezó a sufrir algunos cambios. Por <strong>de</strong>cirlo con sencillez, empecé a<br />

no po<strong>de</strong>r aumentar el tiempo que permanecía corriendo. En cierta<br />

medida, sobre todo si uno piensa en la edad, eso es inevitable. En<br />

algún momento <strong>de</strong> su vida, todo el mundo alcanza la cota más alta <strong>de</strong><br />

su capacidad física, y <strong>de</strong>spués viene el <strong>de</strong>clive. Por supuesto, ese<br />

momento varía según los casos, pero, por lo general, los nadadores<br />

en la primera mitad <strong>de</strong> la veintena, los boxeadores en la segunda, y<br />

los jugadores <strong>de</strong> béisbol en la primera mitad <strong>de</strong> la treintena, tienen<br />

que pasar por encima <strong>de</strong> esa invisible cordillera que divi<strong>de</strong> las aguas.<br />

Y esa cordillera no se pue<strong>de</strong> bor<strong>de</strong>ar. Una vez le pregunté a un<br />

oftalmólogo si en este mundo había alguien que se librara <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer<br />

presbicia, y él, muy divertido ante la pregunta, me contestó entre<br />

risas que él, al menos, aún no había conocido a nadie. Suele ser así<br />

en todos los ámbitos (sin embargo, por fortuna, los artistas<br />

constituyen un caso aparte. Por ejemplo, Dostoievski escribió sus dos<br />

novelas largas más significativas, Los <strong>de</strong>monios y Los hermanos<br />

Karamázov, en los últimos años <strong>de</strong> los sesenta que vivió. Domenico<br />

Scarlatti compuso a lo largo <strong>de</strong> su vida quinientas cincuenta y cinco

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