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Murakami-Haruki-De-Que-Hablo-Cuando-Hablo-de-Correr

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quería oír la respuesta <strong>de</strong> labios <strong>de</strong> Seko. Aunque entre ambos<br />

mediara una diferencia abismal en lo que respecta a fuerza muscular,<br />

nivel <strong>de</strong> entrenamiento y motivación, yo quería saber si, al levantarse<br />

por la mañana temprano y atarse los cordones <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>portivas,<br />

había sentido alguna vez lo mismo que yo. Su respuesta me alivió<br />

profundamente. «Lo sabía. A todos nos pasa lo mismo», pensé.<br />

Si me permiten que les cuente algo personal, les diré que, cuando<br />

pienso: «Uf, hoy no me apetece nada correr», me digo a mí mismo:<br />

«Llevas una vida <strong>de</strong> novelista, así que pue<strong>de</strong>s trabajar en tu casa y<br />

cuando te apetece, y, día tras día, no tienes que ir al trabajo<br />

zaran<strong>de</strong>ado en medio <strong>de</strong> un tren abarrotado <strong>de</strong> gente, y tampoco has<br />

<strong>de</strong> asistir a aburridas reuniones. ¿No te parece que tienes mucha<br />

suerte? ¿No crees que, comparado con eso, correr una horita por el<br />

vecindario no es nada?». <strong>Cuando</strong> acu<strong>de</strong>n a mi mente las imágenes <strong>de</strong><br />

los trenes abarrotados y las reuniones <strong>de</strong> empresa, se aviva <strong>de</strong> nuevo<br />

la llama <strong>de</strong> mi entusiasmo, me ato otra vez los cordones <strong>de</strong> las<br />

<strong>de</strong>portivas y puedo volver a correr con relativa facilidad. Pienso: «Es<br />

verdad. Si ni siquiera hago esto, me caerá un castigo <strong>de</strong>l cielo». Por<br />

supuesto, les cuento esto aunque soy plenamente consciente <strong>de</strong> que<br />

muchas personas preferirán subir a un tren abarrotado <strong>de</strong> gente y<br />

asistir a una reunión <strong>de</strong> empresa, antes que correr una hora <strong>de</strong> media<br />

al día.<br />

En cualquier caso, fue así como comencé a correr. Treinta y tres años.<br />

Esa edad tenía entonces. Todavía era bastante joven, pero ya no<br />

podía <strong>de</strong>cirse que fuera «un joven». Es la edad a la que murió<br />

Jesucristo. Más o menos a esa edad había comenzado el <strong>de</strong>clive <strong>de</strong><br />

Scott Fitzgerald. Tal vez sea una <strong>de</strong> las encrucijadas <strong>de</strong> la vida. A esa<br />

edad comencé mi vida como corredor y, poco <strong>de</strong>spués, me situé en el<br />

verda<strong>de</strong>ro punto <strong>de</strong> partida como novelista.

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