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<strong>Azotea</strong><br />
desde luego, las más apropiadas: por aquella época<br />
aún no existía en Coria un colegio como tal. Estas<br />
dificultades y su compromiso educativo le llevaron<br />
a presidir la Asociación Provincial de Magisterio.<br />
Y es que para conseguir mejoras siempre hubo que<br />
estar en los sitios en los que se toman las decisiones,<br />
algo que Manuel Asián supo comprender desde<br />
muy pronto, tal y como acredita el autor de su<br />
biografía. Sin duda, su paso por la enseñanza dejó<br />
una huella indeleble en Coria, pero tampoco es<br />
menos cierto que algunos corianos también se<br />
la dejaron marcada a él, aunque de otra manera.<br />
Cuando llegaron los tiempos de la infamia hubo<br />
quien le acusó de haber faltado a sus deberes<br />
docentes, intentando empañar así lo que había sido<br />
una vida dedicada al progreso de su pueblo. No<br />
fueron capaces de ahorrarle ese disgusto.<br />
Sin embargo, sus enemigos no consiguieron<br />
extinguir la llama educativa que había encendido.<br />
Su dedicación sirvió de ejemplo a José Luis Asián<br />
Peña, su hijo, el cual fue capaz de superar a su<br />
padre, tal vez el mayor orgullo que le pueda caber<br />
a una persona de bien. Maestro con dieciocho<br />
años, estudiante por libre de Historia, Premio<br />
Extraordinario fin de carrera con veintidós años;<br />
José Luis, como su padre, también se tuvo que<br />
enfrentar a unos tiempos en los que el ejercicio<br />
de la enseñanza fue cualquier cosa menos una<br />
tarea sencilla: no había edificios para las escuelas,<br />
los sueldos eran miserables, un absentismo<br />
escolar difícil de atajar toda vez que en aquella<br />
época cualquier brazo, en tiempos de cosecha,<br />
era fundamental para las familias. Aún así nunca<br />
se desanimó: no sólo consiguió una plaza como<br />
profesor sino que, además, se convirtió en el<br />
primer catedrático de instituto de Coria del Río.<br />
Su padre seguramente lo vivió como el mayor éxito<br />
de su vida. No obstante, a José Luis, como a su<br />
padre, también le llegaron los tiempos difíciles: fue<br />
depurado por haber pertenecido durante escasas<br />
semanas a una logia masónica y no fue hasta<br />
1946 cuando dejaron sin efecto aquella medida<br />
arbitraria. Mientras tanto siguió en contacto con la<br />
enseñanza escribiendo multitud de libros escolares.<br />
Tuvo la suerte de tener varios hijos y ver cómo dos<br />
de sus niñas acabaron convirtiéndose en maestras.<br />
A pesar de todo, la saga continuaba.<br />
Hipólito Lobato fue el tercer maestro. No había<br />
nacido en Coria, pero a Coria llegó atraído, según<br />
nos cuenta el autor de su biografía, por el prestigio<br />
del director de la escuela local: Manuel Asián.<br />
Escuela, por llamarla de alguna manera, pues el<br />
aula compartía edificio con el pósito municipal, la<br />
cárcel local y la casa del carcelero: compañías poco<br />
apropiadas, como se comprenderá, para educar a las<br />
nuevas generaciones. Leyendo las historias de estos<br />
tres maestros nos daremos cuenta perfectamente de<br />
las condiciones en las que tuvieron que desarrollar<br />
sus labores educativas. Las cuales, a la postre, no<br />
impidieron que Lobato fuera también otro pionero:<br />
llevó al colegio de Coria la instrucción militar,<br />
no porque fuera un militarista, sino porque supo<br />
otear el horizonte de posibilidades que aquellos<br />
conocimientos podrían abrirle a unos niños casi<br />
condenados a desempeñar las mismas ocupaciones<br />
de sus abuelos y sus padres. Con la formación<br />
militar, trajo consigo también la práctica de los<br />
deportes y, muy especialmente, el futbolístico,<br />
dando muestras al mismo tiempo de una capacidad<br />
enorme para integrarse en la vida local de Coria. Sin<br />
embargo, la guerra también le afectó tal y como los<br />
lectores podrán ver en cuanto encaren la lectura de<br />
su biografía. Murió en 1952 si bien tuvo tiempo de<br />
ver inaugurada el primer edificio destinado, como<br />
tal, a escuela. Que fue un buen maestro y una mejor<br />
persona lo acredita el gentío que se congregó a las<br />
puertas de la Iglesia el día de su entierro.<br />
No hay pueblo sin maestros y, por supuesto,<br />
sin su médico: aún recuerdo, siendo yo niño en<br />
Sanlúcar de Barrameda, al doctor de toda la vida<br />
acudiendo a la casa de mis abuelos y viendo cómo<br />
lo recibían con el mayor respeto. Pues en Coria,<br />
como nos cuenta su hijo en este número, pasaba lo<br />
mismo con don Ángel Pineda de la Carrera. Inició<br />
la carrera de medicina en 1911 y qué duda cabe que<br />
el hecho de que lograra acabarla y decidiera ejercer<br />
la medicina en Coria fue una bendición para un<br />
pueblo por entonces con una muy pobre dotación<br />
sanitaria. Tener a un médico, en aquellos tiempos,