Edicion 04 de julio 2020
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EL PAÍS
QUE VIENE
Por: Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
En un suplemento anterior hemos hablado de “el país que viene”, “poniendo
las ideas”. La fragilidad de nuestro país, no sólo cultural, social, econó-
nos obliga a dar un nuevo paso en el concepto de nuestro desarrollo, y en
función este de la vida y de la propia existencia de nuestros ciudadanos. Y
anticipaba el peligro, al precisamente poner las ideas, de que ahora sean
los planos estructurales del hombre, precisamente de los medios, esto es,
la economía y la política, los que hablen y se expresen tratando de reiniciar
esta llamada “nueva normalidad” sobre las mismas bases políticas y
económicas de la, digamos, “anterior normalidad”. Debemos prevenir esto,
debemos anticipar y hacer entender a todos que el momento del discurso
ahora es el de aquellos que representan los planos estructurales del hombre
-
queremos ser, la nueva cosmovisión que nos formemos en torno a nuestra
para todos, y una nueva forma de vernos y relacionarnos a nosotros mismos,
sólo entonces, la política y la economía tendrán las premisas sobre las
cuales fundamentar su nuevo rol. Esto de la “nueva normalidad” no debe
ser entonces un nuevo “sanbenito” más, una nueva y simpática muletilla.
psicólogos, y de los ambientalistas; luego, y sólo luego, después, y sólo después,
deberán hablar los políticos y los economistas. Invertir la dirección de
este vector será, no sólo nocivo sino peligroso para el provenir. Dejemos
ahora la palabra en boca de las academias, de los colegios profesionales, de
las iglesias. ¡Demos un nuevo paso!, decía el sábado anterior; ¡Prioricemos
al hombre sobre las cosas!
te,
que “estamos para un diálogo trascendental, y no para escarceos de mero
lujo”. No tenemos mucho tiempo para tomar decisiones; y menos aún para
-
cracia
plena, no de una “fachada democrática” como de la que nos hablaba
Ellacuría, no del espejismo democrático que señalaba José Ingenieros. Una
verdadera democracia, fundada en el poder soberano del pueblo, en la prioridad
de la vida sobre las cosas, en el hombre como centro del pensamiento
e hilo conductor de nuestras acciones, en una naturaleza sana y robusta,
respetada y deseada. No hagamos realidad aquello que decía Kierkegaard
de que “la democracia es un estado de idealismo colectivo que desaparece
cuando se lo lleva a la práctica”, que es precisamente la realidad nuestra. Es
tiempo ya de hablemos menos de ella y actuemos más en función de ella.
“¡Demos, pues, un nuevo paso!”: Prioricemos al hombre sobre las cosas.
¡Cuánta razón tenía Marx en “Los Manuscritos” cuando señalaba que “demasiadas
cosas útiles producen demasiados hombres inútiles”. La primera
diversos ideólogos nos inundan con cientos de propuestas de solución que
sólo enfocan alternativas económicas propias de otras realidades, el hombre
salvadoreño se ha perdido en un misterio absurdo que lo mantiene vegetando,
extrañado de su ser, en un ambiente en el que la cosa se sobrepone a él
mismo, alienándolo en ella. De sujeto, el hombre crea la cosa para después
alienarse en ella, volviéndose su simple predicado. Esto no es nuevo, pero
en este momento sí es agudo, punzante. Se está realizando sobre nosotros,
como habría dicho Rodó, “una suerte de conquista moral” que hace que
seamos bastardos, “no por ser indios ni por ser mestizos, no por la sangre
ni por la tierra, sino por la opresión”, como también decía Bolívar. La cosa,
pues, nos oprime, y nos ha quitado la palabra. En alguna ocasión, Sartre
disponen del ‘verbo’, mientras cientos de millones sólo lo tienen prestado”.
Es necesario, pues, retomar la palabra, recuperar el verbo, salir de esa opresión
originada en nuestra bastardía.
En primer lugar, entonces, combatir el cosismo. Yo parto de una idea en
extremo simple: La ciencia ha extremado la necesidad de hacer rentable
la investigación que la produce, a tal grado que, para ser rentable, ha sido
necesario ampliar la producción de bienes a un grado tal que se han ido
tizar
los costos de tal desarrollo, hay que producir más cosas; al producir
más cosas, hay que crear precisamente más necesidades de consumo; y ello
lleva necesariamente a la creación o al estímulo de una mayor formación
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Edición Especial | 04 de Julio de 2020 |
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