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Edicion 04 de julio 2020

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...Viene de la pag 09

— Son sus ahorros— dice.

— Yo vengo de buscar chiriviscos, chamizas,

estopas de coco y cáscaras de naranja

para prender el fuego. De almorzar café

caliente a plena mediodía y de compartir un

huevo entre cuatro.

— Y vos, Pascualón, ¿De dónde venís?

— preguntó otro hombre en busca de botellas

plásticas.

— Yo vengo de comer hojas de jocote.

Sin tele ni internec. Esas mierdas que más

que lo tientan a uno con la publicidá. Mija

ve tele donde la vecina y después hay anda

pidiendo picsa, la caraja.

— No se haya qué comer. Mi mama lava

ajeno. A mi papa no lo conozco. — dice un

pequeño pepenador.

— Mija, andá buscar mangos, cualquier

cosa para comer. Cuando regrese, traigo la

cena.

— Comenta una pequeña mugrosita y

pizpireta.

No añadí mis palabras. Mi aporte fue el silencio.

Esa gente sencilla se rebusca.

Al volver mis pasos seguí pensando en la

realidad de los políticos, misma que olvidan,

ignoran o desconocen tras un escritorio. Misma

que poco importa al llegar a componerse

en sus cargos.

Quisiera creerle al demagogo que quiere un

país digno para nosotros, cuando todos sabemos

que la corrupción es el mal chiste que

por décadas hemos aceptado y permitido.

Quisiera creer que el médico no cambia su

gabacha blanca por una cuota de poder, pero

me es imposible. Quisiera creer en las tristes

palabras del oligarca, mientras el pobre no se

queja y se rebusca; y no me atrevo. Los po-

ya se cansaron, ya abrieron los ojos.

Quisiera creerle al incrédulo e insensato que

se contagió y todavía dice que para morir somos.

Cierto. Pero irrespetar y descuidar la

vida del otro no tiene precio. Quisiera creer

que la pandemia es mundial, pero no de El

Salvador. Que la inventaron otros, que somos

inmunes, que es más importante legislarla,

y técnicos, o como algunos prometen, erradicarla;

sin vacuna, sin consenso, a la altura de

los tanques de pensamiento. Disculpen, pero

el discurso del churrito y la democracia es

una falacia prostituida.

cuarentena voluntaria basta, permanecer en

salarial. Más lo cierto es lo apremiante de salir

a producir y que si te enfermas es tu problema,

para eso hay tantos desempleados que

pueden tomar tu lugar y no importas.

¿Seré yo la única persona que vive esta

pandemia irreal? ¿Es paranoia ver al vecino

de irresponsable cuando trabaja en primera

línea, luchando contra el virus COVID-19?

Llámese éste empleado de limpieza, proveedor,

vendedor, médico, enfermera, cirujano.

Etc.

Abro mi ventana del cuarto y afuera el

discurso gira en torno a lo mismo. Don Tato

comenta con su jardinero mientras éste corta

la grama.

— Si el problema aquí es que la pandemia

no está contemplada en la constitución.

Por eso es difícil tener una ley de emergencia

y un estado de excepción, como en otros

países.

— Verdá, jefecito. Miren en esos países,

multas, estados de sitio, toques de queda.

Sólo aquí priva el derecho de ir de un lado a

otro, sin importar los otros.

— Así es.

— La constitución es egoísta. Es tiempo

de cambiarla. No más mejoras ni discursos

bonitos. De esos hemos tenido ya muchos.

¡Qué de Harvard! ¡Qué de Burkard! ¡Qué

Flores! ¡qué Funes! ¡Qué Sol!

— No sé emocioné, patroncito. Le va a

hacer daño. Yo termino lueguito. Conteste

usté la llamada.

— Cuando terminés, toca la puerta, Martín.

Lavá el carro y sacá la basura. — dice el

hombre adentrándose a contestar el teléfono.

Quisiera creer que todo es una pesadilla, que

la pandemia es solo un cuento metido en mi

cabeza, desde Wuhan o quién sabe dónde.

Que los míos no morirán, que yo tampoco

moriré de eso. Mas lo cierto es que el virus

ya escala andamios, se cuela en nuestros techos

y nos asola, a la espera de un descuido.

De mí, de aquél, del otro.

¿Porque se enferman los médicos y enfermeras

y demás empleados de salud, los militares,

los policías, los huérfanos, los ancianos?

¿No que el virus afectaba a la tercera edad?

¡Qué egoísta! No verlo así es la pena capital

que algunos merecen por anteponer la economía

antes que la vida, lo suyo antes que el

bien común.

— Acostúmbrense a comer cuando

haiga— decía la abuela— porque va a ver

días en que teniendo dinero no van a poder

comprar.

— Como lo cual. Mira, la gasolina bajo

y uno no puede salir, el virus esta en todos

lados.

— Si los Súpers están llenos y los mercados,

vacíos.

-

de voces que comunican otra verdad innegable,

genuina e interesante de divulgar y por

eso la planteo.

— De hambre no nos hemos muerto. —

dice la niña Chela— al tiempo que cocina

una sopa de monte.

— Cierto. Lo que no mata, engorda.

Su hijo se bajó dos aguacatones chulos de

un palo, y casi le quiebran la rabadilla de un

leñazo.

— Por fortuna no fue un balazo. Si no,

lo habría tenido que enterrar en el patio—

añade el tata.

— Y dionde va comprar uno el cajón. —

agrega el sorbetero.

— Buenas tardes. Me aparta un dólar de

tortillas. Ya vengo.

La mujer se cruza la calle a comprar una

coca cola grande.

Yo compré mis tortillas perturbada por el

constante monólogo dando vueltas en mi

cabeza. Parece un desorden de ideas que se

entrelazan con mi yo pensante y la realidad

en perspectiva.

Quisiera creerle al demagogo que nos

merecemos lo mejor. — aunque me lo haya

demostrado ya con la biblioteca Cuscatlán,

pero no sé si le alcanzará el tiempo. Mire

a los otros. Se jubilan en el puesto y bien

compuestos, se les olvida el pueblo.

Continua pag 11...

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Edición Extra | 04 de Julio de 2020 |

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