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Edicion 12 de agosto 2020

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Diario Co Latino

Opinión

Miércoles

12 de agosto de 2020 13

René Martínez Pineda

Sociólogo, UES

Y

entonces, domado por la angustia y la

desesperación escatológica, empiezas

a ver fantasmas caminando por

las calles que frecuentas para sentirte

menos solo y menos triste. Tenía ya

varios meses de no verlo ni saber

de él, pero por aquellas alegres casualidades

del virus nos juntamos

en la entrada de la cafetería Bella

Nápoles a la que regularmente íbamos,

en tiempos normales, a beber café

negro y a revivir la vejada utopía social en los

horneadas, cuyo sabor fuera de este mundo se

debía a que eran hechas con la receta seductora

de la abuela desalmada de la Cándida Eréndira.

Sonreímos al mismo tiempo debajo de

lo que realmente somos: “homo larva”, y no

el pretensioso “homo deus” del que habló el

patético Harari. Mientras encendía un Delta,

puse a un lado la novela “Ensayo sobre la ceguera”

que, con fervor profético, volví a leer

desde el inicio de la cuarentena, y dije, en voz

baja: este encierro es como revivir el exilio

los escuadrones de la muerte amenazaron con

ir a traerme del pelo para curarme, con torturas

y dicterios ideológicos, del letal virus de

la subversión roja. ¡Puta, hermano! cuántos

recuerdos se atropellan sin hacer diferencias

de tiempo-espacio –le dije, dándole un trago

al café para llevar que pedimos-, cada uno de

ellos queriendo ser el primero en aparecer

en los pasillos del laberinto de la soledad de

nuestro imaginario y gritarnos que debemos

emigrar antes de que sea demasiado tarde

para nosotros dos, que ahora somos parte del

ejército de desempleados por falta de computadora

o por no tener una conectividad

idónea; antes de que la lejana catástrofe de la

dictadura militar o el cataclismo de la necia

y reciente pandemia nos coma poro a poro,

castigándonos por haber tomado las armas en

aquellos buenos tiempos, o aprovechándose

re

la pobreza sin pedirle disculpas a nadie,

esa dolorida vulnerabilidad que los sociólogos

marxistas llamamos ser social, y que nos

obliga a luchar en la calle, codo a codo, con

el pueblo, dije, mientras hacía cadenas con el

humo del cigarro y recordaba a Benedetti.

Y es que, como bien sabemos los pobres,

como tú y como yo, las catástrofes –no importa

si son naturales, sociales, económicas,

culturales, futbolísticas o, incluso, imagi-

me

injusticia social de la que habla

Marx y que convierte en realismo

mágico el querido García Márquez;

siempre premian la puta desigualdad

social con nuevas exclusiones

que nos empujan al suicidio anómico

o a la emigración forzosa, le dije,

sin percatarme del silencio de mi colega de libros

y utopías. Aunque una hecatombe sanitaria,

como la causada por la COVID-19, ataca

a todas las clases sociales, dispongan de más

o menos dinero –o de ninguno- en una crisis

de esta envergadura, que se pone mucho más

dura con cada contagio, la desigualdad social

se hace aún más visible y temible… y entonces

no queda más opción que irse a la mierda

del país, y sin volver la vista atrás para no darle

oportunidad al arrepentimiento y regresarnos

a este polo de exclusión; no queda más

opción que meter en una mochila vieja un par

de mudadas, un suéter negro que huele como

la abuela, diez yodoclorinas, veinte aspirinas

bayer, ocho bolsas de churritos, tres calzoncillos

fétidos y rotos, la foto de la mujer abrazada

con los tres cipotes que amamos hasta lo

indecible… y meter junto a esas cosas, claro

estar

que, aferrándonos a un escapulario y a la

ramos

no se nos rompan en el camino o queden

triturados por “la bestia”, el tren que lleva

al otro lado. Ese es nuestro equipaje de viaje,

hermano, sólo ese, le dije, encendiendo otro

Delta y pidiendo otro café para llevar; un equipaje

que vamos a hacer, una y otra vez, si somos

deportados, porque nadie nos va a frenar

en este freudiano deseo sexual de huir del lugar

donde la madre enterró nuestro ombligo

que,

según el inapelable dictamen de los venéreos

magistrados de la sala de lo constitucio-

bre.

Hoy nos detiene el cierre de las fronteras,

pero ya llegará el día en que esta pandemia se

canse de jodernos y podamos irnos de nuevo

chos

es la pesadilla centroamericana, hermano,

le dije, en un tono más alto e indignado para ver

si él rompía el silencio. Sin embargo, siguió callado

y bebiendo en diminutos tragos su café y,

por un momento, tuve la sensación de que estaba

hablando solo.

cael,

-vaya, ahora sabemos su nombre-talvez así

puedo escuchar tus propuestas de cómo salir

de este hoyo en el que estamos metidos. Fíjate

bien, hermano, el impacto de esta pandemia

global tiende en la práctica a ser muy asimétrico,

muy antidemocrático, pues los medios de

los que disponen los distintos países e individuos

para afrontarla no son los mismos en calidad

y en cantidad. El supuesto carácter “democrático”

del virus es tan sólo aparente, es

una falacia para apendejarnos hasta el punto de

que creamos que los empresarios más ricos son

unas almas de dios que nos cuidan y que sólo

piensan en nuestro bienestar. Pero la vida es ca-

no todos somos iguales ante los ojos del dios

que toma Coca Cola y vende conectividad. Y

entonces, para terminar de joder -como le gus-

pobreza: la cuarentena dentro del capitalismo

nos salva y nos condena al mismo tiempo, porque

nos obliga a elegir entre morir a manos del

virus o morir a manos del desempleo.

las condiciones de vida se acrecientan, se envalentonan,

multiplican su garbo, y esas diferencias

pueden resultar decisivas para poder mantener

la salud física y mental, y hasta la salud

sexual, hermano, porque eso de tener público

realmente incomoda y mengua el poder. Quizá

por eso mi mujer me alienta con ahínco para

el peste pulsus, le dije, a mi silencioso amigo, y

las personas que pasaban frente a nosotros se

me quedaban viendo con miedo, con asco, con

odio a lo raro; las personas hacían un brusco

desvío como si, de repente, se dieran cuenta de

que iban a pasar junto a un peligroso loco tira

palabras. ¡Cien veces pendejos!!! no saben que

la nueva normalidad de la que tanto se habla es

tan solo la vieja normalidad que nos obliga a

migrar, pero ahora digitalizada con nuevas exclusiones

sociales.

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