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Roberto González Echevarría - Maria Rosa Menocal

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segunda voz —como hace magistralmente<br />

en Tundra, libro que publica en Nueva York<br />

en 1963—, en los asombrosos y terribles<br />

detalles, en la omnipresente crueldad que<br />

siempre contamina nuestras pequeñas alegrías,<br />

nuestros ingenuos logros. Ella tiene la<br />

audacia de ver lo que otros muchos, que<br />

están atareados más abajo, ni siquiera sospechan.<br />

Ella tiene la audacia de proponer que<br />

mira desde arriba.<br />

Ese arriba puede ser citadino y cotidiano<br />

como cuando dice casi al principio de La<br />

marcha de los hurones:<br />

«Desde este orgulloso edificio que tiene<br />

[18 pisos 12 elevadores<br />

[y más de 500 oficinas<br />

donde se apilan los cuerpos con instinto<br />

[de hormiga<br />

podemos desplegar nuestros sentidos<br />

[frente a la hermosa<br />

[recopilación de casas<br />

[que son construidas,<br />

amontonadas y cuidadas por brazos<br />

[gigantescos,<br />

y disfrutamos de ellos, sólo bajando<br />

[nuestras pupilas<br />

apretándonos al cristal verde<br />

[de las ventanas».<br />

O puede ser agreste y mitológico, cuando<br />

la voz que canta se identifica con Prometeo,<br />

el semidiós griego, a quien los dioses<br />

han condenado por robarles el fuego y<br />

quien expía su atrevimiento encadenado en<br />

una cima donde un águila, eternamente, le<br />

devora las vísceras.<br />

«Fuimos condenados a reír de impaciencia/sobre<br />

un acantilado/mientras el ave<br />

desgarra nuestras entrañas», dice en el<br />

Canto VII de Tundra.<br />

El horizonte, desde luego, se tiende más<br />

allá y es meta y destino inapelable. Por<br />

momentos, se trata de una realidad estática<br />

que nos condena a un resignado quietismo:<br />

«estamos varados sobre el horizonte de los<br />

desiertos» («Las horas»/p. 207); otras parece<br />

que puede hacérsele retroceder con una<br />

nota de esperanza: «hacia ti crece el verde,<br />

horizonte». Este verso es del poema de Tundra<br />

que le da nombre al libro, donde la<br />

buena letra<br />

autora dialoga (como en otros momentos de<br />

este poemario) con un horizonte personificado<br />

que, en realidad, es su límite con la nada<br />

hacia el cual puede tender la criatura, tal vez<br />

en su constante búsqueda de un nuevo hábitat<br />

que la convierte en un indagador, un peregrino:<br />

«El hombre recogió su capa/cubrió su<br />

cabeza/y serpenteó/a través de los caminos/hacia<br />

el horizonte» (como dice la voz<br />

más contenida del Canto VIII de Tundra).<br />

Pero ese camino, como ha de explicarnos<br />

más adelante Isel en El banquete —el<br />

último de los libros recogidos en este volumen—,<br />

es polvoriento, y lejos de conducir a<br />

un huerto edénico perdido, se adentra<br />

luego «en las empalizadas de granito» (El<br />

banquete, segundo monólogo).<br />

La vida y, por consiguiente, la historia<br />

humana, mirada la obra de Isel en su totalidad,<br />

es un gigantesco friso de horrores al<br />

que, valiente y resignadamente, ella describe<br />

con una hermosa voz; un territorio sin<br />

escapatorias en el que campea, frente a<br />

nuestros sueños, nuestras artes, nuestros<br />

esfuerzos y nuestras religiones y dioses, la<br />

presencia de la muerte, la certeza de nuestra<br />

extinción, La muerte que puede «tomar<br />

la voz de un niño que persiste» (El banquete,<br />

«tercer monólogo, p. 162) y de cuya temible<br />

fealdad ella acusa a sus semejantes:<br />

«El hombre nunca supo hacer bella<br />

[la muerte…<br />

no supo hacerla diáfana<br />

tuvo que derramarla, destruirla<br />

despedazarla<br />

para entonces temerla»<br />

dice en el poema «Relato del horizonte»<br />

[cuya primacía ya mencionamos.<br />

En toda la obra poética de Isel Rivero<br />

está presente esta constancia de nuestra finitud,<br />

de la fútil crueldad de la historia viva<br />

en la que cambian los protagonistas y las<br />

ideologías, pero no nuestra esencial precariedad.<br />

Ella se propuso, desde el principio,<br />

si bien con un fervor creciente, dar detallada<br />

cuenta de esa peripecia a la que ha insistido<br />

en asomarse siempre como a un panorama<br />

infernal, en el que, sin embargo, no<br />

puede decirse que falta regocijo por la vida<br />

buena letra<br />

307<br />

encuentro

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