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Cesc Gay
“Escuchar un tema de Dylan o de Cohen es casi
siempre mejor que la mejor de las películas”.
A veces encuentra uno en la vida, o en el arte como es el caso que nos ocupa, pequeños elementos diferenciadores que te hacen proclive a
disfrutar de algo que hasta entonces te pasa desapercibido. En el caso que nos ocupa, mi interés por el trabajo de Cesc Gay viene en cierto
modo por una especie de identificación personal e intransferible con lo que desprenden las obras que escribe y/o dirige. Autor teatral,
guionista o director, Gay es un cineasta total. Un creador que impulsa sus trabajos desde una génesis a veces casual, haciéndoles crecer
con una brillante construcción que va desde los personajes a los escenarios, pasando por la inclusión de elementos que se repiten en sus
películas como pequeños toques personales, dando una coherencia y continuidad lógica a su filmografía. Estos elementos pueden ser un
personaje secundario femenino que da foco al protagonista, o el uso de determinadas músicas, los exteriores que de vez en cuando se
convierten en un punto de inflexión (una montaña, una Barcelona lluviosa, un balcón al que salir a fumar, incluso lugares como Ámsterdam…).
Todo empuja para que sus películas adquieran una dimensión que te llega a conmover. Sé que es algo que a otros les pasará con diferentes
cineastas. Pero mi crush cinematográfico más reciente tiene todo que ver con la obra de este tipo mundano y genial al mismo tiempo.
El cine de Cesc Gay se entiende como un
personal ejercicio de actualización de los
diferentes roles vitales que, a lo largo de
las dos últimas décadas del siglo XX, la
cinematografía española había en cierto modo
abandonado a favor de cierto amaneramiento
moral que colocaba al individuo en un plano
argumental alejado de la realidad. Tal vez
el cine español de aquellos años echase
en falta un mayor elenco de personajes
normales. Esto se ve especialmente ampliado
en el tratamiento de la figura masculina,
estereotipada en roles bastante maniqueos en
un cine que, salvo honrosas excepciones, ha
abusado a veces de heroínas, haciendo del
hombre un mero comparsa insustancial, en el
mejor de los casos. Leí hace tiempo en un foro
de internet que Cesc Gay venía a colocar al
hombre de nuevo en el centro del escenario,
como una némesis de lo que Almodóvar
hace respecto a la mujer. Y es cierto, que,
en buena medida, todos sus trabajos giran
en torno a hombres en diferentes entornos o
circunstancias: respecto a su propia sexualidad
(“Krampack”, “Sentimental”), respecto a sus
sentimientos (“Ficción”, “En la ciudad”), o
respecto a la amistad incondicional (“Truman”).
En sus películas, Gay apuesta por un hombre
honesto y sin demasiadas aristas, dotando de
transparencia y realismo a los personajes que,
en la pantalla, desfilan en su más desnuda
cotidianeidad sin más vestimenta que su propia
normalidad. Es fácil, por tanto, identificarse
con ellos, lo que permite que las historias no
tengan que estar condicionadas por un arco
argumental determinado. En las pelis de Gay
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Rock Bottom Magazine