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Rock Bottom Magazine Nº 22

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Cesc Gay

“Escuchar un tema de Dylan o de Cohen es casi

siempre mejor que la mejor de las películas”.

A veces encuentra uno en la vida, o en el arte como es el caso que nos ocupa, pequeños elementos diferenciadores que te hacen proclive a

disfrutar de algo que hasta entonces te pasa desapercibido. En el caso que nos ocupa, mi interés por el trabajo de Cesc Gay viene en cierto

modo por una especie de identificación personal e intransferible con lo que desprenden las obras que escribe y/o dirige. Autor teatral,

guionista o director, Gay es un cineasta total. Un creador que impulsa sus trabajos desde una génesis a veces casual, haciéndoles crecer

con una brillante construcción que va desde los personajes a los escenarios, pasando por la inclusión de elementos que se repiten en sus

películas como pequeños toques personales, dando una coherencia y continuidad lógica a su filmografía. Estos elementos pueden ser un

personaje secundario femenino que da foco al protagonista, o el uso de determinadas músicas, los exteriores que de vez en cuando se

convierten en un punto de inflexión (una montaña, una Barcelona lluviosa, un balcón al que salir a fumar, incluso lugares como Ámsterdam…).

Todo empuja para que sus películas adquieran una dimensión que te llega a conmover. Sé que es algo que a otros les pasará con diferentes

cineastas. Pero mi crush cinematográfico más reciente tiene todo que ver con la obra de este tipo mundano y genial al mismo tiempo.

El cine de Cesc Gay se entiende como un

personal ejercicio de actualización de los

diferentes roles vitales que, a lo largo de

las dos últimas décadas del siglo XX, la

cinematografía española había en cierto modo

abandonado a favor de cierto amaneramiento

moral que colocaba al individuo en un plano

argumental alejado de la realidad. Tal vez

el cine español de aquellos años echase

en falta un mayor elenco de personajes

normales. Esto se ve especialmente ampliado

en el tratamiento de la figura masculina,

estereotipada en roles bastante maniqueos en

un cine que, salvo honrosas excepciones, ha

abusado a veces de heroínas, haciendo del

hombre un mero comparsa insustancial, en el

mejor de los casos. Leí hace tiempo en un foro

de internet que Cesc Gay venía a colocar al

hombre de nuevo en el centro del escenario,

como una némesis de lo que Almodóvar

hace respecto a la mujer. Y es cierto, que,

en buena medida, todos sus trabajos giran

en torno a hombres en diferentes entornos o

circunstancias: respecto a su propia sexualidad

(“Krampack”, “Sentimental”), respecto a sus

sentimientos (“Ficción”, “En la ciudad”), o

respecto a la amistad incondicional (“Truman”).

En sus películas, Gay apuesta por un hombre

honesto y sin demasiadas aristas, dotando de

transparencia y realismo a los personajes que,

en la pantalla, desfilan en su más desnuda

cotidianeidad sin más vestimenta que su propia

normalidad. Es fácil, por tanto, identificarse

con ellos, lo que permite que las historias no

tengan que estar condicionadas por un arco

argumental determinado. En las pelis de Gay

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