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Edicion 8 de Septiembre 2021

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Diario Co Latino

Logramos que se vistiera de clergyman algunas veces. Y no le

digustó.

-No está mal, me siento más liviano.

-¡Pues ahora siéntase más joven y póngase una camisa de éstas!

-No, muchachos -a veces nos llamaba así-, eso sí no puedo. Tal

vez sea el color. ¿Cómo voy a ponerme una camisa roja como ésa?

No puedo. ¿Y yo con botas como Sánchez? No sabría andar. ¿Es que

voy a tener que cambiar hasta en el caminado?

“ABAJO LA TIRA, VIVA LA REVOLUCIÓN”, “Con tanques

y metrallas el pueblo no se calla”, “Venceremos”. Y aquella

otra que apareció un día: “VEN, SEÑOR, QUE EL SOCIALISMO

NO BASTA”.

Diario veíamos el poco de pintas en los muros de San Salvador,

las calles cundidas del letrerío. A Monseñor Romero no le gustaba

aquella pintadera de consignas y lo censuraba seguido.

Fue Polín el que le hizo cambiar el pensamiento:

-Explicame, pues, Apolinario -le pidió Monseñor- cómo entendés

vos este desorden, a ver si me lo hacés comprender a mí.

-Mire, Monseñor, nosotros no tenemos periódico. ¿En qué edificio

o en qué esquina tenemos chance para que nos dejen colocar

un rótulo? En la radio, ¿cuánto cree que cobran por un anuncio? Y

aunque tuvierámos el pisto, ¿nos pasarían nuestro anuncio? Entonces,

¿cómo lo resolvemos? Un par de compas agarra unos garrotillos

y un corvo y se pone cuidando en la calle y otro par va y escribe

el mensaje en un muro. Sólo si los cuilios nos miran, ¡tenemos

que salir en carrera, pues! ¡Las pintas son comunicación, nos sirven

para comunicarnos con nuestro pueblo! ¡Los muros son el periódico

de los pobres! ¿Ya la va agarrando...?

La fue agarrando. Y así otras cosas. LLegó a empatar tanto con

Polín que a veces le decía:

-Mira, Apolinario, en lugar de oración, hoy voy a platicar con

vos.

Y pasaba su hora de oración hablando con Polín. La hora entera.

-MONSEÑOR, LO VAN A MATAR -le dijimos algunos-.

Está bien, no acepte la seguridad que el gobierno le ofrece, pero al

menos cuídese algo y tome las medidas de seguridad con las que caminan

todos los dirigentes populares.

-¿Y cuáles serían esas medidas? -nos dijo poniendo curiosidad.

-Pues, por ejemplo, no haga nunca nada a las mismas horas fijas,

varíe sus horarios, celebre sus misas a diferentes horas de las habituales,

sólo en las iglesias grandes entre públicamente y nunca lo

haga así en la capilla del hospitalito, que aquello es muy abierto y

muy aislado, no maneje usted mismo su carro...

Le advertíamos. Pero luego venían otros curas a decirle otras

cosas.

-Monseñor, no tenga cuidado, ellos nunca lo van a matar a usted,

no tienen valor para hacer eso.

Le hablaban en nombre de “ellos”. Realmente, Monseñor Romero

jamás tomó ninguna medida de seguridad, ni de las más elementales.

2. Carta de P. Tilo a Mons. Arturo Rivera Damas

Tomado de Carta a las Iglesias, Centro Pastoral de la UCA,

Numero 22, 16 – 30 junio 1982

El Padre Rutilio Sánchez se ha ido al monte a trabajar como sacerdote

en las zonas controladas por el FMLN. Con tal motivo ha

escrito diversas cartas a sus “amigos cristianos y hombres de buena

voluntad,” a la Conferencia Episcopal, al equipo externo de CO-

NIP y a Monseñor Rivera. A esta redacción han llegado fotocopias

de algunas de ellas. La que dirigió a Monseñor Rivera, la publicamos

íntegramente.

Esta carta puede ser polémica; puede entusiasmar a unos y escandalizar

a otros. La publicamos porque así lo desea P. Rutilio Sánchez

y difícilmente encontrará cabida en otros medios de información.

Pero la publicamos sobre todo para llamar la atención al inmenso

y urgente problema que plantea la pastoral en las zonas liberadas.

Hay allí muchos miles de cristianos con los mismos derechos

– y mayores si se considera la penuria de sacerdotes – de ser atendidos

cristianamente; hay allí también cristianos que han tomado

una determinada opción política y a los que la Iglesia debe atender

según la pastoral de acompañamiento de Monseñor Romero. Más

allá de su opción política, lo que rezuma la carta es una conciencia

sacerdotal que ha visto la exigencia y necesidad de trabajar con

y por esos miles de cristianos.

Muy estimado y querido Monseñor Arturo Rivera Damas

ESPECIAL

Monseñor: Es primera vez que le escribe. Casi siempre mis problemas

y peticiones se les he presentado personalmente, pero ahora

las circunstancias me lo impiden y lo hago por medio de esta carta.

Después de nuestro último encuentro, volando de Madrid a Lisboa,

en que hablamos tan bonito y tan fraternalmente, he reflexionado

mucho sobre los temas que tocamos.

Uno de los temas fue la situación espiritual del pueblo salvadoreño.

Llegamos a comparar el sufrimiento de los pobres campesinos y

obreros a los sufrimientos de los israelitas en Egipto, frente a Faraón.

Le decía que los salvadoreños en ese sentido tenían menos esperanzas,

porque los israelitas soñaban con volver a su Tierra, y que los salvadoreños

no tienen tierra o Patria más que la que les sirve de tumba y en

la que no pueden vivir, y cuando salen a buscar refugio son tan mal

tratados que su situación se vuelve doblemente trágica.

También recuerdo que hablamos de los esfuerzos de nuestro pueblo

para liberarse de la opresión en que ha vivido desde la Colonia y

que igual que las plagas de Egipto, nuestros Faraones se han reído, que

han reprimido a sangre y fuego adornado esas muerte con promesas

vanas que nunca se cumplieron; que fue tan grande la ingratitud del

Faraón que Yahvé – Dios de los Ejércitos – se vio obligado a tomar

El, por su propia mano, la ejecución de la Justicia, cuando mandó el

Ángel Exterminador a cobrarla en los primogénitos de todo Egipto;

que no podemos ser indiferentes hoy cuando el pueblo salvadoreño,

que vive su Biblia – de Pasión y Muerte y Resurrección – y viendo esa

ejemplar postura divina, ha decidido ejercer al Sagrado derecho de defenderse,

y defender las futuras generaciones, de proteger a los ancianos

impotentes y a los indefensos niños, incorporando el use de las

armas, después de haber hecho todos los esfuerzos pacíficos posibles

y de haber sufrido en carne propia más de siete plagas por cupla de

los explotadores y gobernantes crueles, egoístas e irresponsables que

hemos tenido en El Salvador.

Desde antes de ser sacerdote, toda mi juventud, la he dedicado al

servicio de mis hermanos. Como campesino hijo de campesinos siento

que el sacerdocio del cual Dios me honró sin merecerlo, no lo podría

realizar sin el acompañamiento que hasta ahora he realizado. Los

atentados – más de ocho contra mi vida – de los que me salvó la Comunidad

y Feligreses, hacen que mi vida ya no me pertenezca, sino

que le pertenezca a ese pueblo sufrido, pacífico, fraterno y trabajador.

Usted sabe como en los primeros meses de año 80, y especialmente

después del asesinato del profeta salvadoreño Monseñor Oscar A.

Romero, mi vida normal se volvió imposible, mis últimas cinco años

de persecución se volvieron más terribles y culminaron con dos invasiones

de los fatídicos “Boinas Negras” del Batallón de la Aviación,

a la Casa Cural de San Martín. En esas invasiones se robaron todas

mis pertenencias personales, golpearon, desaparecieron y asesinaron a

mis hermanos catequistas y posteriormente mataron a 12 miembros

del Consejo Parroquial.

Todo eso me llevó a hablar con Usted el 12 de mayo para pedirle

protección. La única alternativa que me ofreció fue salir del país. Así

Miércoles 8 de septiembre de 2021 11

fue como dejé mi patria un tiempo.

Recuerdo que, en esa ocasión, al pedir su bendición, le expuse

que mi sacerdocio siempre lo dedicaría a la búsqueda de la liberación

de mi pueblo; que no podía ser sacerdote sin sentir la obligación

de entregarme, en el lugar donde viviera, al servicio de la paz y

la libertad de los salvadoreños. Nunca olvidaré el gesto paternal que

hizo al entregarme una carta de recomendación para que fuera aceptado

como sacerdote en cualquier diócesis.

En México, me uní al Frente Democrático Revolucionario (FDR)

de El Salvador. Nunca abandoné mi sacerdocio, y Dios me concedía

la oportunidad de denunciar ante las naciones el genocidio, la

injusticia, la represión contra los pobres trabajadores de mi pueblo.

Han pasado 18 meses, he peregrinado por Europa y América

cumpliendo con esa misión comprometida y sacerdotal de anunciar

la esperanza y la verdad de la revolución popular salvadoreña.

Ahora, querido Monseñor, creo que ha llegado el momento de

avanzar en mi vida de compromiso. He tenido regalos bellos de

Dios, y el mayor, servir a mi pueblo en medio de grandes sacrificios.

En honor de tantos mártires tengo que hacer cada día más concreto

ese amor a mis hermanos hombres y especialmente a los salvadoreños

más pobres.

Creo en el sacerdocio, como signo de servicio eficaz en la comunidad.

Creo en Jesús-Pueblo-Cristo, capaz de enseñarnos a transformar

la sociedad de cruel en humana y llevarnos a la plenitud y como

discípulo de Él, sin abandonar mi Sacramento y para hacerlo totalmente

profético he decidido, con total desinterés de gloria humana,

incardinarme nuevamente a las comunidades de El Salvador.

Yo sé que no podré tener una sede parroquial, pero sé que las necesidades

sacramentales son urgentes. Desde el consuelo a los huérfanos

y tristes, la comunión y confesión a los moribundos, el catecismo

a gran cantidad de niños huérfanos; (en fin; esos valles y esas

montañas llaman a compromiso y lucha de liberación …) así podré

estar acompañando a esas ovejas, hoy sin pastores. Sus corazones y

almas necesitan la fortaleza de la Cena del Señor, muchos niños han

nacido y están sin bautizo … quiero estar allí. Una guerra no se gana

sólo con tiros; es necesario el compromiso de todos los cristianos;

trataré de cumplir lo que Pablo Apóstol dice: (así lo puse en mi estampa

de ordenación) “El sacerdote es un hombre sacado de entre

los hombres para servir a los hombres.”

Alfabetizaré, asistiré y curaré enfermos, transportaré heridos; esos

ranchitos y esas cuevas serán los templos donde celebraremos la Eucaristía-Resurrección

del Carpintero de Nazareth, hijo de José y María.

Quiero pedirle, igual que cuando salí del país, su bendición de

pastor, padre responsable de esos hombres bautizados en nuestra Fe,

para estar allí acompañándolos. Ellos necesitan la presencia de la Eucaristía

y testimonio de fe.

La Iglesia de todos los tiempos ha creído que es un deber sacerdotal

y profético estar presente en los lugares y momentos más críticos

del pueblo y sólo se puede estar cristianamente cuando se vive

una presencia “en justicia y fidelidad.” Y estoy plenamente convencido

en conciencia que la justicia y la fidelidad está hoy con los combatientes

del FMLN. En esta lucha de liberación está también el lugar

del anuncio de la Buena Nueva … Por eso espero que esta decisión

no pueda ser condenada por la Iglesia, por el Papa o por Ud.

Voy buscando la oveja herida que se perdió en el monte.

Quiero pedirle que esta carta la lea en el Presbiterio de nuestra arquidiócesis,

del cual soy parte, y les ruego que comprendan mi decisión.

Es la decisión más serena y material que he hecho en mi vida;

no se trata de ningún extremismo. Además, lo he consultado con

mis hermanos y amigos, laicos y sacerdotes de nuestras comunidades

que siguen viviendo la fe en tierras extrañas y en refugios. Para

mí es un paso de nuevo compromiso dentro de la línea de mi vocación

sacerdotal con lo cual no pretendo criticar a nadie. Sería negativo

denigrar a la Iglesia de Cristo o renunciar a mi fe, mi sacerdocio

o a la Eucaristía alegando anti-testimonios recibidos de hermanos

sacerdotes u obispos.

Solamente pretendo tomar la cruz y seguir a Jesús en los barrancos,

las lomas, las trincheras donde se vive el espíritu y la letra de las

Bienaventuranzas creando las bases del Reino de Dios, un mundo

donde haya pan para todos, vestido para los harapientos y donde podamos

enterrar a nuestros muertos que no morirán ya antes de tiempo

de hambre o de violencia y donde haya consuelo para los tristes

y escuelas para el futuro.

Me despido como sacerdote, buscador de nuevas fidelidades

evangélicas y como hermano responsable de todos los hombres … y

diciéndoles con alegría “Hasta pronto.”

Que mi saludo y abrazo sean verdaderos.

José Rutilio Sánchez, Pbro.

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