Edicion 01 de octubre 2021
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Diario Co Latino
Opinión Viernes
1 de octubre de 2021 9
El sesgo de la confirmación
Luis Armando González
En la Revista Letras Libres No. 209
(febrero de 2019) aparece el interesante
artículo del psicólogo
Christian Jarrett, titulado “Diez malas noticias
sobre la naturaleza humana”. Jarrett
inicia su ensayo con las preguntas del millón:
“Es una cuestión que ha reverberado durante
años: ¿son los seres humanos, pese a sus imperfecciones,
criaturas esencialmente amables, sensibles y buenas?
¿O estamos, en el fondo, programados para ser
malvados, llenos de prejuicios, y somos vagos, vanidosos,
vengativos y egoístas?” (Ibíd.).
Y añade:
“No hay respuestas fáciles, y existe claramente
una amplia variación entre individuos, pero aquí
arrojamos luz con datos sobre el tema a partir de
diez descubrimientos desalentadores que revelan los
aspectos más oscuros y menos sorprendentes de la
naturaleza humana” (Ibíd.).
Estos son los diez rasgos de la naturaleza humana
mostrados por este científico que constituyen unas
tremendas malas noticias: 1) Deshumanizamos a las
minorías y a los más vulnerables; 2) Experimentamos
Schadenfreude (el placer que nos produce el sufrimiento
de otra persona) a partir de los cuatro años;
3) Creemos en el karma: pensamos que los más desfavorecidos
del mundo se merecen su situación; 4) Tenemos
prejuicios y somos dogmáticos; 5) Preferimos
electrocutarnos a pasar tiempo con nuestros pensamientos;
6) Somos vanidosos y arrogantes; 7) Somos
moralmente hipócritas; 8) Somos troles potenciales;
9) Preferimos líderes inútiles con rasgos psicopáticos;
y 10) Nos sentimos sexualmente atraídos por gente
con rasgos oscuros de personalidad (Ibíd.).
En su ensayo, Jarrett desarrolla cada uno de esos
aspectos con ejemplos y algunos datos; cualquier interesado
puede consultar su escrito y tomar postura
ante el mismo. Como quiera que sea, esas diez características
humanas son ciertamente preocupantes. Es
difícil decidirse por cual lo sea más y, como no son
excluyentes, al juntarse en una persona no puede significar
si no una enorme mala noticia para quienes
estén cerca de ella. Una pregunta que podemos hacernos
es con cuál de esos rasgos estamos más familiarizados
o está más presente en nuestro entorno. En mi
caso, me es muy familiar el número 4: “Tenemos prejuicios
y somos dogmáticos”.
Me es familiar, principalmente, porque desde
hace algún tiempo –leyendo literatura especializada
sobre temas de epistemología, neuropsicología y neurociencia—he
llegado a la conclusión de que los seres
humanos (concretamente, los humanos de nuestra
especie, la Homo sapiens) somos animales de “hipótesis”,
es decir, animales que elaboramos permanentemente
“hipótesis” en nuestro trato con la realidad
que nos rodea. Esto es una manera elegante de decir
que somos unos animales prejuiciosos, que siempre
estamos usando nociones, ideas y conceptos previos
a nuestras experiencias concretas.
Somos unos animales apriorísticos. Y eso tiene
enormes ventajas evolutivas, porque además
de permitirnos anticiparnos a las situaciones
(preparándonos para abordarlas),
abre posibilidades para la formación de
esquemas cognitivos elaborados lógicamente
que luego podemos contrastar sistemáticamente
con hechos de la realidad;
en eso consiste, precisamente, la vitalidad de
la ciencia. De este modo, la ciencia es una especialización,
un refinamiento, de esa capacidad natural
que consiste en estar dotados de esquemas apriorísticos
(que se nutren de prejuicios, ideas y nociones)
que nos convierten en animales de “hipótesis”.
No nos convierten en científicos, porque las hipótesis
científicas, además de tener un refinamiento que
no se da en las hipótesis espontáneas, hacen parte
de una estructura de contrastación-falsación empírica
ausente en el proceder prejuicioso de todos días.
¿Qué es lo que hacemos normalmente con nuestros
esquemas de prejuicios? Tratamos de confirmarlos
(de hacerlos válidos) tomando de la realidad sólo
aquello que conduzca a esa confirmación o incluso
apelando a supuestos no fácticos (o sea, a situaciones
pasadas o futuras probables) para salvar nuestro
prejuicio y sentirnos cómodos con lo que creemos
que es verdad o que es lo correcto. Descartamos, minusvaloramos
o sencillamente no tomamos en cuenta
los datos, hechos o evidencia en contra (e incluso,
esos datos, hechos o evidencia pueden ser usados
para respaldar el propio prejuicio). Al respecto, Jarrett
dice lo siguiente:
“Si la gente fuera racional y abierta de mente, entonces
la manera más directa de corregir las creencias
falsas de alguien sería presentarle datos relevantes.
Sin embargo, un estudio clásico de 1979 demostró
la futilidad de esta estrategia; los participantes que
estaban firmemente a favor o en contra de la pena
de muerte ignoraban completamente los hechos que
cuestionaban su postura, e incluso estos les reafirmaban
en ella. Esto parece que ocurre en parte porque
consideramos que los hechos que van contra nuestras
ideas están cuestionando nuestra sensación de
identidad. No ayuda que muchos confiemos demasiado
en nosotros mismos y en nuestra comprensión
de las cosas; creer que nuestras opiniones son superiores
a las de los demás nos impide buscar más conocimiento
relevante” (Ibíd.).
¿Qué es un prejuicio? Un juicio previo a una experiencia
o vivencia concreta. Se puede decir también
que es una noción o una idea (previa) con la que los
seres humanos nos preparamos para encarar una determinada
situación antes que la misma se dé. O sea,
una conjetura que se hace de forma espontánea. Tiene
sus ventajas, siempre y cuando seamos conscientes
de la misma y estemos dispuestos no sólo a someterla
a la criba de unos datos (evidencia) amplios,
sino a renunciar a ella si los datos en contra son firmes
(para lo cual tenemos que abrirnos a esos datos
en contra).
Pues bien, es a estos último a lo que nos resistimos
con uñas y dientes. No sólo seleccionamos la evidencia
(datos, hechos) que confirma lo que ya creíamos,
y declaramos irrelevante la que lo refuta, sino que
absolutizamos el valor de la evidencia que favorece
nuestro prejuicio e incluso podemos argüir a nuestro
favor situaciones posibles. Es el caso de quienes
argumentan a partir del “supongamos que” o “imaginemos
si” para respaldar la validez de la idea previa
(prejuicio) que quieren defender a capa y espada.
A eso se le llama sesgo de la confirmación que
consiste, como se anota en una definición simple
tomada de Internet, “es la tendencia de la mente de
las personas a buscar información que respalde los
puntos de vista que ya tienen. También lleva a las
personas a interpretar evidencia de manera que apoye
sus creencias, expectativas o hipótesis preexistentes”
1 .
El problema no consiste en tener prejuicios; estos
son un arsenal de enormes posibilidades cognitivas.
El problema consiste en no ser conscientes de
ellos y no formularlos de manera expresa; también
en no asegurarnos de validar su consistencia a partir
de un conjunto de hechos no sólo favorables, sino
contrarios. Y no basta con ello: se tiene que dar el
peso debido a los hechos contrarios a lo que creemos
(a nuestras conjeturas o hipótesis) –es decir, no
se los debe minimizar— y estar dispuestos a renunciar
a la (pre) concepción que tenemos por otra mejor,
más apegada a los hechos. No proceder de este
modo es quedarse atrapado en el sesgo de la confirmación,
a partir de lo cual no sólo pueden derivarse
visiones equivocadas de la realidad, sino decisiones
perniciosas para terceros.
No hay, pues, que tomarse a la ligera ni los prejuicios
ni el sesgo de la confirmación. Como enseñan
los más reputados lógicos y filósofos de la ciencia
(Russel, Popper, Kuhn, Lakatos y los de esta estirpe)
ningún cúmulo de pruebas a favor asegura
la verdad de nuestras conjeturas, pero basta una en
contra para atisbar (si no es que para estar seguros)
de su falsedad. Esta falsedad es mucho más probable
si las pruebas que alegamos en nuestro favor
están sesgadas o se refieren a hechos no sucedidos
efectivamente, es decir, a hechos posibles. Fijarnos
en los hechos que refutan nuestras presunciones es
un buen antídoto para combatir los desaciertos que
pueda haber en ellas.
Debemos estar dispuestos, también, a renunciar a
las mismas si las pruebas en contra son firmes (o si
las pruebas a favor no tienen la fuerza que nosotros
supusimos que tenían), con la convicción de que ni
nuestra integridad ni nuestra integridad (y honorabilidad
y prestigio) están en juego. Un honor y un
prestigio mal entendidos pueden llevarnos a empecinarnos
en la defensa de lo indefendible y a lo mejor
nos salimos con la nuestra, imponiendo nuestra
visión de las cosas. Eso no quiere decir que esa visión
sea correcta. Sólo quiere decir que nos salimos
con la nuestra.
1. https://ethicsunwrapped.utexas.edu/
glossary/sesgo-de-confirmacion?lang=es