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Edicion 19 de febrero de 2022

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EL FONDO DE TODAS LAS HORAS

Poemas de Wislawa Szymborska

Wisława Szymborska (nacida el

2 de julio de 1923 en Bnin [ahora

parte de Kórnik], Polonia; murió

el 1 de febrero de 2012 en Cracovia),

poeta polaca cuyas exploraciones

inteligentes y empáticas

de cuestiones filosóficas, morales

y éticas la hicieron acreedor

del Premio Nobel de Literatura

en 1996.En la década de 1980

escribió para la prensa clandestina

bajo el seudónimo de Stanczykówna

y también escribió para

una revista en París. Marcó un

cambio claro hacia un estilo de

poesía más personal y expresó su

insatisfacción con el comunismo

(el estalinismo en particular).

Volúmenes posteriores, como

Sól (1962; “Salt”), Sto pociech

(1967; “No End of Fun”) y Wszelki

wypadek (1972; “Could Have”),

contienen poemas que destacan

por su lenguaje preciso, concreto

e irónico. desapego. Sus poemas

se tradujeron al inglés y se

publicaron en colecciones como

Sounds, Feelings, Thoughts: Seventy

Poems (1981), People on a

Bridge: Poems (1990),Vista con

un grano de arena (1995), Monólogo

de un perro (2005) y Aquí

(2010) entre otros.

NADA DOS VECES

NADA SUCEDE DOS VECES ni va a

suceder, por eso

sin experiencia nacemos,

sin rutina moriremos.

En esta escuela del mundo

ni siendo malos alumnos repetiremos un

año,

un invierno, un verano.

No es el mismo ningún día,

no hay dos noches parecidas,

igual mirada en los ojos,

dos besos que se repitan.

Ayer mientras que tu nombre en voz alta

pronunciaban

sentí como si una rosa cayera por la

ventana.

Ahora que estamos juntos,

vuelvo la cara hacia el muro.

¿Rosa?

¿Cómo es la rosa?

¿Como una flor o una piedra?

Dime por qué,

mala hora,

con miedo inútil te mezclas.

Eres y por eso pasas.

Pasas, por eso eres bella.

Medio abrazados,

sonrientes,

buscaremos la cordura,

aun siendo tan diferentes

cual dos gotas de agua pura.

MINUTO DE SILENCIO POR LUD-

WIKA WAWRZYNSKA

Y TÚ A DÓNDE,

ahí ya hay sólo fuego y humo.

—¡Hay cuatro niños ajenos,

voy por ellos!

¿Pero es acaso posible

de pronto desacostumbrarse

a sí mismo,

al orden del día y de la noche,

a la nieve del próximo año,

al rubor de las manzanas,

a las penas de amor,

del que nunca hay suficiente?

Sin despedirse, sin ser despedida

corre a salvar a los niños,

miren, los trae en los brazos,

se hunde en el fuego hasta las rodillas,

y tiene un cierto brillo en los alocados

cabellos.

Y quería comprar un boleto,

irse unos días,

escribir una carta,

abrir la ventana después de la tormenta,

recorrer un sendero en el bosque,

no cansarse de admirar a las hormigas,

ver cómo el lago

se entorna por el viento.

Un minuto de silencio por los muertos

dura a veces hasta entrada la noche.

Soy un testigo ocular del vuelo de las

nubes y los pájaros,

oigo cómo crece la hierba

y sé darle nombre,

he leído millones

de signos impresos,

y con el telescopio he pasado

por excéntricas estrellas,

pero nadie hasta el momento

me ha llamado en su ayuda,

¿y si me pesa

la hoja, el vestido, el poema?...

Nos conocemos a nosotros mismos

en la medida en que nos ponen a prueba.

Se lo digo a ustedes

desde mi ignorado corazón.

LAS CUATRO DE LA MADRUGADA

HORA DE LA NOCHE AL DÍA.

Hora de un costado al otro.

Hora para treintañeros.

Hora acicalada para el canto del gallo.

Hora en que la tierra niega nuestros

nombres.

Hora en que el viento sopla desde los

astros extintos.

Hora y-si-tras-de-nosotros-no-quedaranada.

Hora vacía.

Sorda, estéril.

Fondo de todas las horas.

Nadie se siente bien a las cuatro de la

madrugada.

Si las hormigas se sienten bien a las

cuatro de la madrugada, habrá que

felicitarlas.

Y que lleguen las cinco,

si es que tenemos que seguir viviendo.

VIETNAM

MUJER, ¿CÓMO TE LLAMAS? —NO

SÉ.

¿Cuándo naciste, de dónde eres? —No

sé.

¿Por qué cavaste esta madriguera? —No

sé.

¿Desde cuándo te escondes? —No sé.

¿Por qué me mordiste el dedo cordial?

—No sé.

¿Sabes que no te vamos a hacer nada?

—No sé.

¿A favor de quién estás? —No sé.

Estamos en guerra, tienes que elegir. —

No sé.

¿Existe todavía tu aldea? —No sé.

¿Estos son tus hijos? —Sí.

LA HABITACIÓN DEL SUICIDA

SEGURAMENTE CREERÁN QUE EL

CUARTO ESTABA VACIO. Pues no.

Había tres sillas bien firmes.

Una lámpara buena contra la oscuridad.

Un escritorio, en el escritorio una cartera,

periódicos.

Un buda despreocupado, un cristo

pensativo.

Siete elefantes para la buena suerte y en

el cajón una agenda.

¿Creen que no estaban ahí nuestras

direcciones?

Seguramente creerán que no había libros,

cuadros ni discos. Pues sí.

Había una alegre trompeta en unas manos

negras. Saskia con una flor cordial.

Alegría, divina chispa.

Odiseo sobre el estante durmiendo un

vivificante sueño

tras las fatigas del canto quinto.

Moralistas,

apellidos estampados con sílabas doradas

sobre lomos bellamente curtidos.

Los políticos justo al lado se mantenían

erguidos.

No parecía que de este cuarto no hubiera

salida,

al menos por la puerta,

o que no tuviera alguna perspectiva, al

menos desde la ventana.

Los lentes para ver a lo lejos estaban en

el alféizar.

Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

Seguramente creerán que cuando menos

la carta algo aclaraba.

Y si les dijera que no había ninguna carta.

Tantos de nosotros, amigos, y todos

cupimos

en un sobre vacío apoyado en un vaso.

Edición Extra| 19 de Febrero de 2022 | 03

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