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Mapas de sentidos jordan peterson

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Prefacio

Descensus ad inferos

Algo que no vemos nos protege de algo que no entendemos. Lo que no vemos es la cultura, en su manifestación intrapsíquica

o interna. Lo que no entendemos es el caos que dio origen a la cultura. Si la estructura de la cultura se altera

inadvertidamente, el caos regresa. Y hacemos cualquier cosa, lo que sea, para defendernos de ese regreso.

El hecho mismo de que un problema general haya atrapado y asimilado a una persona en su totalidad es garantía de que el

hablante lo ha experimentado realmente, y de que tal vez haya obtenido algo a partir de su sufrimiento. En ese caso nos

reflejará el problema en su vida personal y, por tanto, nos mostrará una verdad. 1

A mí me educaron, por así decirlo, bajo los auspicios protectores de la Iglesia cristiana. No es

que mi familia fuera explícitamente religiosa. Asistía a servicios protestantes conservadores

durante mi infancia con mi madre, pero ella no era una creyente dogmática ni autoritaria, y

en casa nunca se hablaba de temas religiosos. Mi padre se mostraba esencialmente agnóstico,

al menos en el sentido tradicional de la palabra. Se negaba incluso a poner un pie en la iglesia,

salvo en las bodas y los funerales. A pesar de ello, los remanentes históricos de la moral

cristiana impregnaban nuestro hogar, condicionaban nuestras expectativas y nuestras

reacciones interpersonales de la manera más íntima. De hecho, durante mi infancia, la

mayoría de la gente todavía iba a la iglesia; es más, todas las reglas y las expectativas que

componían la sociedad de clase media eran de naturaleza judeocristiana. Incluso el número

cada vez mayor de personas que no toleraban los rituales y las creencias formales, aceptaba

implícitamente (cumplía con) las reglas que conformaban el juego cristiano.

Cuando tenía unos doce años, mi madre me apuntó a la catequesis de confirmación, que

servía como introducción a la pertenencia adulta a la Iglesia. A mí no me gustaba asistir a

aquellas clases. No me gustaba la actitud exageradamente religiosa de mis compañeros (que

eran pocos), y no quería para mí su falta de prestigio social. No me gustaba el ambiente

escolar de aquel curso de confirmación. Pero sobre todo no soportaba lo que se enseñaba

allí. En un momento determinado le pregunté al pastor cómo conciliaba la historia del

Génesis con las teorías de la creación de la ciencia moderna. Él no había llevado a cabo

aquella conciliación: es más, en el fondo parecía más convencido de la perspectiva evolutiva.

Yo, de todos modos, ya buscaba una excusa para dejarlo, y aquella fue la gota que colmó el

vaso. La religión era para los ignorantes, los débiles, los supersticiosos. Dejé de ir a la iglesia

y me sumé al mundo moderno.

Aunque me había criado en un entorno cristiano (y tuve una infancia feliz y bien llevada como

consecuencia de este, al menos en parte), estaba más que dispuesto a dejar de lado la

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