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Edicion 29 de octubre de 2022

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EL POETA

QUE REGRESÓ DE LA MUERTE

Hace 32 años un treinta de octubre de 1990,

la legendaria e ineludible Átropos cesó del

mundo físico, en el volcán de San Salvador,

al joven poeta salvadoreño Amílcar Colocho, quien

había nacido tan sólo veinticinco años atrás. Sin embargo,

era ya un hombre de gran intensidad interior,

dotado de una clara inteligencia y de una inequívoca

propensión poética.

Amílcar cursó estudios iniciales en Agronomía y

luego en Filosofía, pero su preocupación social, su

humanismo acendrado, lo volcó, como a muchos de

nuestra generación, a sentirse comprometido con la

causa popular hasta las últimas consecuencias. Coherente

con esto, Amílcar abrazó la lucha armada revolucionaria

y entregó su sangre en el altar más noble

de la Patria, la Patria soñada, la Patria tantas veces

vejada.

Conocí a Amílcar en las reuniones literarias, auspiciadas

por la Asociación de Estudiantes de Letras

(AEL) de la Universidad de El Salvador, justo a mediados

de los años ochenta del siglo pasado. Estos encuentros

entre jóvenes con inquietudes por la poesía

y por la narrativa, pronto derivaron en la creación del

Taller Literario Xibalbá, que congregó a una veintena

de muchachos con evidentes inquietudes literarias y

políticas.

La primera impresión que tuve de Amílcar era la de

un compañero muy observador y reservado. Rara vez

participó, como muchos de nosotros en las opiniones,

críticas y encarnizadas discusiones sobre la valía o

el demérito de algún texto. Siempre se mantenía en

silencio, salvo cuando compartía sus escritos. Tenía

mucha presencia, se advertía en él una fuerte carga

vital. Definitivamente, aunque no se expresará con

sonoras palabras, su actitud, su semblante, y, sobre

todo, su mirada, pesaba. Físicamente, era delgado, de

condición atlética, y de una especial naturaleza muy

varonil, sensual. Su liso cabello, era de una tonalidad

muy oscura, brillante, casi azulada. Y tenía una peculiar

sonrisa que se insinuaba a un lado de su rostro,

pícara, burlona. Un muchacho moreno, pletórico de

vida, así lo recuerdo y recordaré siempre.

Tras su muerte, algunos de sus amigos y compañeros,

nos dimos a la tarea de editar un tomo que recogiera

sus versos. Partimos de su poemario inédito “Varios”,

y de él tomamos como guía para una segunda

parte, un epígrafe del poeta español Miguel Hernández,

que Amílcar había escogido como preámbulo de

“Varios”. Los versos son estos: “vida, muerte, amor:

Ahí quedan/ escritos sobre tus labios”. De esta manera,

la segunda parta, la titulamos: “Escritos sobre

tus labios”, y la seccionamos en tres partes: “Vida”,

“Amor” y “Muerte”, seleccionando críticamente los

poemas que se pudieran agrupar en cada una de estas

tres temáticas.

El libro, titulado “Varios” (1993), fue ilustrado por

el artista plástico Óscar Vásquez y prologado por David

Morales. Vio la luz de la imprenta, bajo el sello

“Cábala”, un notable esfuerzo editorial del poeta Ernesto

Flores Sandoval, siendo presentado en octubre

de ese mismo año, en el recordado Centro Sociocultural

Sur.

En 1997, el poeta Otoniel Guevara, uno de sus grandes

amigos y compañeros, publicó una selección de

sus poemas que nominó: “La canción del poeta” (Ediciones

Mazatli), con dibujos de Camilo Fonseca y un

comentario al dorso de Wilfredo Peña.

Amílcar murió cuando aún se encontraba en ese natural

proceso de construir su palabra poética. Gustaba

de trabajar la síntesis conceptual en sus textos. En su

poesía es fácil advertir las influencias de los grandes

poetas suramericanos, muy determinantes aún, por

esos años.

La poesía de Amílcar Colocho es una poesía del dolor

personal y social; de la utopía revolucionaria; de la

devoción a la madre y a la amada, y de la presencia de

la muerte. La muerte es una constante en sus versos.

Su poesía intuye la muerte. Pero la intuye y la acepta

con la convicción de que es la necesaria y única condición

que posibilitará la vida futura. Esa congruencia

de su ideario se manifiesta con absoluta claridad en su

creación literaria.

La palabra de Amílcar continúa y continuará, desde

su juvenil voz, dolida y valiente, urgiéndonos por la

construcción de un mundo nuevo, a pesar de todos los

obstáculos del presente.

Sean sus versos testimonio de esa época luminosa y

cruel que le correspondió vivir, él, el poeta que regresó

de la muerte: “Hoy que regreso de la muerte/ penetro

de nuevo en tus heridas/ en el canto que te alumbra

la vida a la hora de la ausencia/ yo el hambriento/ el

que bebió tu sangre con la noche/ y se marchó luego/

sólo con el recuerdo”. (Poema trashumante I).

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Edición Extra Sábado 29 de Octubre de 2022

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