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Demasiado tiempo para amarte - Bárabara Remedios

«Se habían convertido en dos atractivas mujeres, en cambio, ellas, no parecían estar interesadas en gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas…». DEMASIADO TIEMPO PARA AMARTE, atraviesa el papel atrapando de inmediato. Te sorprenderás cuando, junto a las protagonistas, te enteres de que han sido elegidas al azar para vivir ciento cincuenta años sin envejecer. Desde entonces sucede un sinfín de situaciones ante el desasosiego que significa enfrentarse a mil interrogantes. Es una emotiva y loca historia de imposibles alrededor del amor. Y no es ficción.

«Se habían convertido en dos atractivas mujeres, en cambio, ellas, no parecían estar interesadas en gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas…». DEMASIADO TIEMPO PARA AMARTE, atraviesa el papel atrapando de inmediato. Te sorprenderás cuando, junto a las protagonistas, te enteres de que han sido elegidas al azar para vivir ciento cincuenta años sin envejecer. Desde entonces sucede un sinfín de situaciones ante el desasosiego que significa enfrentarse a mil interrogantes. Es una emotiva y loca historia de imposibles alrededor del amor. Y no es ficción.

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Cuando lo que ella suponía ser un dolor de espalda se

convirtió en un malestar permanente, que no aliviaba con

paracetamol ni antiinflamatorios, finalmente fue al médico

que diagnosticó el cáncer ya avanzado.

Elizabeth se centró en curarse. Como era de luchadora no

abandonó nunca. Su esposo y Toñi estaban al cien por cien

con ella. Él dejó el mando de la compañía de música que

presidía al socio minoritario, y se dedicó, en exclusiva, al

cuidado y la complacencia de su mujer.

Toñi alternaba los días de asistencia al Instituto en uno sí

y otro no, para poder pasar jornadas enteras junto a su madre.

Fueron unos diez meses de toda la familia muy unida, donde

por su parte, la pequeña Lizi, que no se enteraba de lo que

estaba sucediendo, vivía como si de una permanente fiesta

se tratara. La dejaban con la canguro cuando iban a los

tratamientos de quimio y las correspondientes visitas al

médico.

El resto del tiempo lo pasaban como si estuvieran

viviendo unas permanentes vacaciones. Viajes, quedadas

con los amigos y la familia, fiestas por cualquier

acontecimiento, comidas en restaurantes, paseos al campo y

la playa, mucho cine y teatro… Nada se perdían. Parecían

estar apurando lo que se vive en años, convirtiendo los

disfrutes y placeres de la vida en todas las experiencias

gustosas para ofrecer a la enferma en poco tiempo. Hasta un

día.

Fue el día en que Elizabeth comenzó a quejarse de estar

algo cansada, y con extrema sutileza se dispuso a la dolorosa

tarea de prepararlos para su final.

Pasó un mes y medio de la cama al sillón y vuelta a la

cama, y no le apeteció salir más de casa. Decía que allí tenía

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