Demasiado tiempo para amarte - Bárabara Remedios
«Se habían convertido en dos atractivas mujeres, en cambio, ellas, no parecían estar interesadas en gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas…». DEMASIADO TIEMPO PARA AMARTE, atraviesa el papel atrapando de inmediato. Te sorprenderás cuando, junto a las protagonistas, te enteres de que han sido elegidas al azar para vivir ciento cincuenta años sin envejecer. Desde entonces sucede un sinfín de situaciones ante el desasosiego que significa enfrentarse a mil interrogantes. Es una emotiva y loca historia de imposibles alrededor del amor. Y no es ficción.
«Se habían convertido en dos atractivas mujeres, en cambio, ellas, no parecían estar interesadas en gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas…». DEMASIADO TIEMPO PARA AMARTE, atraviesa el papel atrapando de inmediato. Te sorprenderás cuando, junto a las protagonistas, te enteres de que han sido elegidas al azar para vivir ciento cincuenta años sin envejecer. Desde entonces sucede un sinfín de situaciones ante el desasosiego que significa enfrentarse a mil interrogantes. Es una emotiva y loca historia de imposibles alrededor del amor. Y no es ficción.
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BÁRBARA REMEDIOS
DEMASIADO TIEMPO
PARA AMARTE
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© Demasiado tiempo para amarte
© BÁRBARA REMEDIOS 2022
ISBN: 9798363107795
Sello: Independiently published
Impreso por Amazon [bajo demanda]
Inscripción declarativa de derechos. Identificador: 2209131992095
Todos los derechos reservados.
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción.
Distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización
de los titulares de esta propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados
puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Del
Código Penal).
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Al gran amor de mi vida.
Ella dice estar muy orgullosa de mí
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AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias a mi amiga María Teresa. Ella es
una gran lectora, y cuando le comenté mis deseos de revisar
el manuscrito sin dudarlo aceptó. No me sorprendió su
estupendo trabajo. Con excelente mirada crítica ha ayudado
a mejorar la narración.
A Cande, profesora de español de primaria, quien desde
la distancia continúa dedicando algo de su tiempo,
regalándome comentarios objetivos y sinceros. Ella
contribuye, con sus felicitaciones, a estimular mi pasión por
continuar en esta laboriosa actividad de la que estoy
enamorada.
A José Damián Hernández Estévez, escritor isleño, autor
de numerosos libros, vicepresidente de ACTE Canarias y
director de la Colección Teide, siempre dispuesto a
asesorarme y yo valoro especialmente su opinión.
Y por supuesto, gracias infinitas a mi hija, que hasta
confiesa sus lágrimas emotivas cuando me lee.
Bárbara Remedios
La autora
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Capítulo 1
Se habían convertido en dos chicas que provocaban
deseos en los jóvenes, y esa reacción que incitaban no era
porque fueran bellas. Tampoco parecían estar interesadas en
gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas.
Bea, por rabiosa, creía no ser entendida en su familia.
Toñi, por su parte, algunas veces sentía demasiado dolor…
Por sus respectivos motivos, ambas preferían andar por sus
hogares como seres invisibles. Pasar inadvertidas en casa era
ideal para no dar explicaciones. Consideraban que sus
familias no entendían que tuvieran pensamientos distantes
de la cotidianidad. A veces se preguntaban si se estaban
inventando otra dimensión.
Habían dejado el coche aparcado en el pueblo y se
dirigieron andando a la playa. Les gustaba tanto estar juntas
como separadas. Hablaban algunas veces acerca de sus
aspiraciones. Y aunque aún la idea exacta en cada una sobre
el «querer ser», no estaba lo bastante definida, sí sabían no
desear ser como las otras personas, si bien esa imagen,
tampoco era muy clara para ninguna. Pero ellas lo veían
sencillo. Se proponían ser diferentes, destacar por algo
valioso que mereciera la atención de todos. Con sus
particularidades, que a la vez las diferenciaban, aspiraban a
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su propio reconocimiento, a su logro personal. Se esmeraban
en que sus conversaciones fueran intensas. Parecían
esforzarse en intentar razonar sobre esto o lo otro,
escudriñando en la esencia de las cosas. Le agregaban al gato
la quinta pata para luego quitársela, suponiendo,
filosofando… creían estar «arreglando el mundo».
Fue raro encontrar la playa casi desierta. Faltaba poco
para semana santa y aunque se notaba ya la primavera con la
aparición de unos tímidos días soleados, el agua estaba fría.
Vieron a un grupo de chicos del barrio jugando al fútbol en
la orilla.
Ellas venían por el sol y la tranquilidad. El invierno había
resultado largo e insistente, con bastante nieve en las alturas
y más frío de lo habitual en la isla, y las jóvenes sentían la
necesidad de la sensación del calor del sol penetrar por la
piel hasta llegar a los huesos. Les apetecía que el astro rey
tomara sus cuerpos y los hiciera suyos. Así eran ellas de
intensas.
Extendieron una enorme toalla de playa en la arena, se
descalzaron y se tendieron cada una en su espacio y en su
propio mundo. Puede que durmieran o que estuvieran por
ahí, en su danza particular con el universo, cuando, de
pronto, Toñi se movió.
—Bea, se está metiendo la brisa, empiezo a sentir frío.
—Pues ponte la sudadera no vayas a resfriarte. ¿Cuánto
tiempo llevamos aquí? ¿Qué hora es? —justo pasaba una
señora con ropa deportiva caminando muy rápido, Toñi se
puso en pie y le preguntó.
—Las seis menos cuarto —respondió manteniendo el
ritmo de su paso.
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—Ay, mi madre —dijo Bea, poniéndose en pie de un salto
y vistiéndose apresurada—. Vamos, pronto. Que no se den
cuenta en casa que faltamos que yo por lo menos no tengo
ganas de broncas.
Comenzaron a andar arrastrando la inmensa toalla, al
tiempo que entre las dos intentaban agarrar las puntas.
Pararon un instante a sacudirla, la doblaron con habilidad y
se apresuraron en el camino de regreso.
Entonces percibieron que tras ellas venían corriendo tres
de los chicos que vieron antes en la orilla jugando, avisando
que les esperaran.
—Apúrate Toñi, por favor, que no nos alcancen esos
tontos ahora. No me apetecen charlas aburridas ni es
momento para ridículos piropos.
A pesar de ir lo más rápido que podían, dos de los chicos
llegaron a alcanzarlas, y como gracia, les salpicaron agua de
los pelos que traían mojados recién salidos del mar.
—Pero, ¡qué pesado eres Ramón! ¡No me toques que
estás helado! Quita, quita, no me roces con esa toalla
mojada. ¡Hay que ver qué plomazos sois…!
—Por favor, Bea, ¡que no es para tanto, chica! Solo
pretendemos subir a casa junto a ustedes e ir charlando.
—¿Estás tonto? ¿De qué voy a conversar contigo que solo
hablas de fútbol y de enrollarte con las tías?
La impertinencia les sentó mal a los jóvenes que se fueron
quedando atrás. Ellas continuaron adelante, apresuradas por
llegar al coche.
—Bea, ¿no te parece que te has pasado? No se han
portado mal y Ramón no te ha hecho nada.
—Ay, Toñi, por favor, ¡déjame en paz! ¿No sabes que es
un pazguato y que quiere enamorarme? No me gusta y punto.
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—Lo de querer enamorarte no lo sé, y si te gusta o no tú
lo sabrás, pero tonto no es. Ramón está en el tercer año de
Medicina y te puedo asegurar que esa no es una carrera que
elijan y aprueben las personas bobas como le crees.
Bea consiguió aparcar justo donde la cabina telefónica
que intentaba sobrevivir y muy pocos seguían usando. Dio
por hecho que su hermana se encargaría de buscar el coche
cuando hubiera un sitio más cercano a la vivienda. Allí se
despidieron con un simple chao, chao. Un par de calles más
adelante, andando cada una en solitario en el sentido
contrario, las jóvenes ya estaban en sus casas algo pasadas
las seis de la tarde.
Cuando desde la habitación Bea escuchó la voz de su
hermano mayor y su cuñada, ya se encontraba duchada y
lista para la cena. Estaban advertidos de que pasarían un rato
en familia alrededor de un picoteo y unos vinos. Todavía,
hasta este momento, permaneció en su cuarto sin hacer nada
hasta que tuvo que dirigirse al comedor tras la llamada de su
padre. Se mostraban contentos. En particular los futuros
padres y abuelos del bebé por llegar. Ese era el motivo de
aquella reunión familiar, ya que el joven matrimonio, tras
dejar pasar un tiempo para estar seguros del feliz embarazo,
hacía solo un par de días lo habían comunicado a la familia.
Entre bromas, planes, suposiciones sobre el tema de que
también podrían ser gemelos… todos se revelaban
encantados. El ambiente era festivo.
Bea apenas sonreía simulando prestar atención. La verdad
era que se encontraba en algún recoveco de su conflictivo
mundo. No pretendía mostrar desinterés aunque se notaba
parecer flotar por encima de las cabezas de su familia.
Comenzó a sentir inquietud porque ninguno se percatara de
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sus enormes ganas por largarse de la mesa. Conspiraba,
comprendiendo de pronto su extrema necesidad por
conseguir a toda costa su independencia, cuando justo ahí,
con ese runrún machacando su cabeza, llegó la pregunta de
su madre.
—Bea, ¿a ti no te parece que podrían ser gemelos?
—Sí, ¡claro que puede volver a ocurrir! Y estaría bien.
¿Por qué no?
Se notó el alivio generalizado por la respuesta, aunque no
dio tiempo a mucho más, pues de pronto, sin que viniera a
cuento y sin control, Bea se arrancó en un discurso que nadie
en la familia esperaba:
—Aprovecho el buen rollo y que estamos haciendo
planes por lo del bebé, para enterarles de los míos, que llevo
un tiempo madurando, y pretendo sean razonablemente
inmediatos.
»Como en su día no me dieron la beca para la universidad,
siendo cierto que con el tiempo me he desanimado al
respecto, he decidido matricular un curso de asistencia de
dirección, con lo cual espero en un año, o dos como máximo,
ser una auxiliar ejecutiva brillante. Deseo convertirme en la
más rápida con el teclado sin ni mirar la pantalla. Pretendo
ser una fiera tomando notas sin que se me escape ni una
palabra. Me propongo ser la mejor y más eficiente gestora,
con el claro objetivo de conseguir un trabajo y de una puta
vez independizarme. ¡Quiero vivir sola! —miró a su
hermana diciendo con frialdad—. Isabel, me gustaría que
desaparezcas de mi habitación, pero como no puede ser, te
prometo que me esforzaré por ser yo la que lo haga con tal
de perderte de vista.
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Continuó dirigiéndose a la familia que la escuchaban sin
dar crédito.
—Ya tengo la solicitud complementada. Iniciaré el curso
el próximo mes de septiembre y, para entonces, espero que
comprendan, que el único ordenador que hay en esta casa, lo
quiero libre a mi disposición siempre que yo lo necesite
porque mis prácticas y estudios serán prioridad. Por eso
mamá, papá, —puntualizó dirigiendo la mirada a ellos dos—
quizás podrían valorar, teniendo en cuenta lo anterior, la
posibilidad de plantearse comprar otro para el uso de todos
ustedes, y por supuesto, en ese caso, como espero que así
sea, el PC nuevo y mejor será el mío.
Se puso en pie tirando un par de besos al aire dirigidos a
su hermano y cuñada, un simple buenas noches y abandonó
la mesa. Habían parado de comer, manteniendo un absoluto
silencio mientras ella hablaba, y cuando salió del comedor,
la imagen familiar era la de unas personas que parecían estar
congeladas. Nadie sabía qué decir. Rompió el silencio
Joaquín.
—Pero bueno, ¿esto qué ha sido? ¿Esta niña cambiará
alguna vez en la vida? Es una mujer de veinte años y no
abandona esa mala leche permanente que la hace parecer la
peor persona del mundo. Y además, papá, por otra parte,
habla y se dirige a ustedes como si ella fuera la que dispone
y organiza la vida de todos.
—Nos habla, Joaquín, nos habla. Te recuerdo que tú
también estás sentado a la mesa con tu mujer.
—Bueno, sí, papá, tienes razón. Nos habla. Lo que pasa
es que estoy convencido de tener la suerte de no vivir aquí,
y pienso, viendo cómo se las gasta la niña, que conmigo ella
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comparte esa suerte, porque esos encontronazos, estando los
dos el mismo techo no ocurrirían. No con esas maneras.
—Por cierto, Isabel, pobre de ti. ¿Cómo lo llevas?
—Lo sobrellevo. Lo soporto en silencio y supongo que, a
diferencia de ustedes, me alegro en que ponga todo el
empeño del mundo en cumplir su palabra. Es hora de que se
anime a volver a estudiar, además de que sería un alivio que
se fuera pronto de esta casa.
Isabel era la gemela que había luchado hasta la saciedad
por conseguir ser la mitad de Bea, su cómplice, su mejor
amiga, su confidente. A cambio recibía constantes
manotazos, ofensas, burlas… todo tipo de maltratos. A pesar
de esa cruel conducta persistente de su hermana, Isabel
insistía, cuando le parecía un momento adecuado, en dedicar
a su gemela cualquier gesto de cariño.
En el apogeo de la adolescencia, todos en la familia
sabían que Bea era una niña desalmada con Isabel, la cual,
por su parte, poco a poco lo empezaba a comprender. Desde
entonces, ella misma, optaba por la retirada y hacía todo lo
posible por no estar cerca de su hermana, pues cada día era
más conocedora del sentimiento de rechazo que le
provocaba.
La madre vivía con desconcierto en una constante
preocupación por sus hijas. Recurría a Bea con cualquier
disculpa buscando inducir un momento de complicidad,
intentando hallar el porqué del rechazo de Bea hacia su
gemela. No lo entendía.
En cambio, en esas conversaciones privadas, Bea se
mostraba como una niña racional y a pesar, la madre
entendía que su hija, era un ser bastante ajeno y distante a
los sentimientos amorosos. Desde que comenzó a explicarse
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con cierta consideración, la niña hablaba del amor en tono
de burla. Opinaba que entorpecía a las personas.
—Les vuelve tontos. ¿No lo ves mamá? Ese rollazo de
emoción al que te refieres con tanta ilusión, no les deja
pensar ni desenvolverse según las cualidades de cada uno.
A la madre, esta concepción del mundo de su hija le
ocasionaba aprensión e insistía explicando a Bea, acerca de
que el cariño por otros, en especial, la familia, era
fundamental. Suplicaba:
—Al contrario, Bea, el amor es lo que mueve a las
personas, nos hace sentir pasiones, y con esa fuerza, se lucha
por conseguir objetivos.
—No mamá, estás equivocada. Lo que mueve al mundo
es «el querer», quiero decir, el empeñarse en hacer cosas y
ese será mi motor. A mí me parece que esa cantaleta de
ustedes, te vuelve torpe a ti, a papá, y a todos. Los veo
marionetas de un sentimiento que proclaman sentir. Con
tanto rollo hasta hacen daño. Ustedes se vuelven bobos y
siento que solo yo me doy cuenta de lo que ocurre.
La madre llegó a hablar con su marido acerca de
considerar llevar a Bea a terapia. Entendía que necesitaba
apoyo, alguna orientación que la ayudara a comprender
ciertas cosas. El padre estuvo de acuerdo, sin embargo,
cuando se lo comunicaron, la chica respondió riendo a
carcajadas. Parecía que se burlaba de ellos. Les dijo que no,
que ella estaba bien, que aceptaran de una puta vez que era
una persona muy cuerda. El padre, se revolvía cada vez que
escuchaba por boca de su hija, esa palabrota que Bea soltaba
con énfasis para descalificar lo que le apetecía. Ella, a pesar
de ser conocedora, ni se inmutaba por el efecto que sabía
causaba en su progenitor. Continuó dejando claro, que no le
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dieran más vueltas al asunto que, para ella no amar, por
ejemplo a su hermana, no significaba que no sintiera
emociones de alegría o de dolor por las cosas que le sucedían
y concluyó, a modo de ejemplo:
—Ahora mismo estoy orgullosa de Isabel. Hoy por fin ha
conseguido ganarme una partida de ajedrez. Y por favor,
insisto, no se preocupen. Queden tranquilos. A ustedes y a
todos los quiero mucho.
Se burlaba, y ellos lo sabían. Se disculpó para irse pronto
por algún asunto pendiente, siendo esta su manera de dar por
zanjado lo de la visita al psicólogo, tema del cual no se pudo
hablar nunca más.
Bea, esa noche de la reunión por el anuncio de la llegada
del bebé, al salir del comedor, tras su discurso inesperado,
fue consciente del jaleo provocado y de haber dejado a toda
la familia descolocada y plantados ante la mesa con la boca
abierta. Sabía que comentarían mil tonterías sobre ella y su
arenga. Se dirigió a su habitación tan libre de mala
conciencia como si fuera un ángel. Antes de dormir, se
encontraba leyendo en su cama cuando sintió el aviso del
móvil que indicaba la llegada de un wasap. Se incorporó,
abrió el cajón de la mesita. Mensaje de Toñi: «Buenas
noches, querida».
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Capítulo 2
Era el día de la comunión de su hermana. Coincidía que
al día siguiente Lizi cumpliría ocho años, por lo que Toñi y
su padre habían organizado una gran celebración ese
domingo. A la salida de la Iglesia hubo un sinfín de
fotografías. Él deseaba un lindo álbum que sirviera a su hija
menor para recordar, siempre que quisiera, el día de su
encuentro con Dios. Por eso había contratado a un fotógrafo
profesional especializado y muy famoso en lograr unos
álbumes que la gente llamaba «de diseño».
La verdad era que él no sabía bien qué significaba aquello
del diseño, pero le sonaba moderno y adelantado. Suponía
que eran virguerías del fotógrafo consiguiendo hacer
fotogénico a quién no lo fuera o algo parecido, y lo cierto era
que le daba igual. Sus dos hijas eran lo más importante en su
vida y no contaba el dinero para gastar con ellas.
La madre de las niñas solo pudo estar con Lizi sus
primeros cuatro años. Un cáncer de pulmón la sorprendió,
habiéndolo achacado ella misma por un tiempo a un molesto
dolor de espaldas. Era una bella y activa mujer dedicada a
trabajar como diseñadora, cuidar a sus hijas, a las que hacía
saber cada día que eran su tesoro, y a amar a su esposo.
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Cuando lo que ella suponía ser un dolor de espalda se
convirtió en un malestar permanente, que no aliviaba con
paracetamol ni antiinflamatorios, finalmente fue al médico
que diagnosticó el cáncer ya avanzado.
Elizabeth se centró en curarse. Como era de luchadora no
abandonó nunca. Su esposo y Toñi estaban al cien por cien
con ella. Él dejó el mando de la compañía de música que
presidía al socio minoritario, y se dedicó, en exclusiva, al
cuidado y la complacencia de su mujer.
Toñi alternaba los días de asistencia al Instituto en uno sí
y otro no, para poder pasar jornadas enteras junto a su madre.
Fueron unos diez meses de toda la familia muy unida, donde
por su parte, la pequeña Lizi, que no se enteraba de lo que
estaba sucediendo, vivía como si de una permanente fiesta
se tratara. La dejaban con la canguro cuando iban a los
tratamientos de quimio y las correspondientes visitas al
médico.
El resto del tiempo lo pasaban como si estuvieran
viviendo unas permanentes vacaciones. Viajes, quedadas
con los amigos y la familia, fiestas por cualquier
acontecimiento, comidas en restaurantes, paseos al campo y
la playa, mucho cine y teatro… Nada se perdían. Parecían
estar apurando lo que se vive en años, convirtiendo los
disfrutes y placeres de la vida en todas las experiencias
gustosas para ofrecer a la enferma en poco tiempo. Hasta un
día.
Fue el día en que Elizabeth comenzó a quejarse de estar
algo cansada, y con extrema sutileza se dispuso a la dolorosa
tarea de prepararlos para su final.
Pasó un mes y medio de la cama al sillón y vuelta a la
cama, y no le apeteció salir más de casa. Decía que allí tenía
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todo lo que necesitaba. Así se fue, feliz y muy tranquila, con
su hija mayor y su marido acostados a cada lado de su
cuerpo, recordando historias familiares.
El padre de Toñi quedó desolado. Amaba profundamente
a su mujer y desde entonces se convirtió en el guardián
amoroso de sus dos niñas.
Ese día de la comunión de Lizi era especial, al tiempo que
doloroso para Toñi y su padre, motivo por el que se habían
propuesto que la celebración fuera bella y que también, de
alguna manera, Elizabeth estuviera allí.
Por eso, tras las muchas fotos a la salida de la Iglesia, los
invitados se dirigieron, algunos en taxi y la mayoría andando
rumbo al casino. Los animadores contratados llevaron a los
niños a los jardines y alrededores, que por bellos eran
también perfectos para lograr fotos espléndidas.
Los adultos fueron al salón de reuniones donde les
esperaban unos aperitivos. En el momento adecuado, el
padre de Toñi, quien estaba muy emocionado, solicitó dirigir
la atención a su hija mayor. Antes se disculpó explicando
que él se sentía demasiado conmovido por la alegría y la
tristeza que al mismo tiempo guardaba en su corazón, por lo
que prefería ceder la palabra a su hija.
Toñi, se refirió al hecho de que la comunión es, por
supuesto, un acto bello de celebración y feliz para los niños
y su familia; sin embargo, apuntó, que en este caso ellos, y
en ese momento se agarró a su padre, no podían dejar pasar
la celebración sin recordar a su madre que se había ido hacía
ya unos cuatro años. Refirió que Elizabeth sigue siempre en
casa con ellos, que les protege, les cuida y que ese día, ella,
por ser su hija, era conocedora de que su mamá, sin lugar a
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duda, estaba allí también con todos celebrando la comunión
de su pequeña.
Entonces, entre lágrimas, el padre alzó su copa brindando
por la luz y la presencia de Elizabeth. Los allí presentes
levantaron sus copas. Había ojos llorosos y lágrimas rodando
por las mejillas… Se iluminó una pantalla enorme,
proyectando una película con imágenes de Elizabeth en
diversos momentos destacados de su vida, algunos otros
acontecimientos íntimos y familiares, pero todos muy
entrañables. Fueron diez minutos de emociones, risas,
recordatorios, más lágrimas y muchos abrazos.
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Capítulo 3
Bea aprovechaba los domingos para dormir la mañana, o
más bien era lo que intentaba hacer aferrándose a no
levantarse y obligándose a seguir durmiendo, cuando sin
querer, se incomodó por un imperceptible ruido. Achacaba
la culpa de la molestia a su hermana gemela y eso era lo que
le molestaba. Isabel se esforzaba por tener el mayor cuidado
en conseguir abandonar la habitación intentando no
despertarla.
Daba igual. El hecho era que su hermana, toda ella la
irritaba. Bea odiaba tener que compartir habitación. La
culpaba de no haber seguido en su día a por los estudios en
la Universidad, porque jamás reconocería que fue ella misma
quien no se esforzó lo suficiente por conseguir la beca. No.
La culpa la dispensaba a su hermana. Isabel era la
responsable de robarle el espacio para un escritorio más
cómodo, también era quien hacía ruidos e interrumpía sus
estudios. Isabel resultaba ser la culpable de todo.
Aquel domingo en particular, Bea se aferraba a la cama
insistiendo en dormir. Trataba de encontrar la justificación
por no asistir a la comunión de Lizi. Pensaba en que la
disculpa podría ser: «Estaba frita y no me desperté».
Fuera como fuese tenía claro que no iría. También sabía
que no iba a dar explicaciones. Sin embargo, en el fondo, se
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preguntaba el motivo por el cual había decidido hacer
semejante desaire a su única amiga. ¿O era daño?
La realidad era que no tenía ningún plan. La celebración
en el casino iba a ser por todo lo alto. Por supuesto que no
había nada mejor que hacer para cualquier invitado. Se
cuestionaba si en realidad era tan mala persona como solía
mostrarse.
Pasadas las diez y media de la mañana, suponía que ya
estaría terminando la misa. Claro que Toñi era conocedora
de que su amiga no iría a la Iglesia. Cuando le preguntaba
acerca de su alejamiento respecto a la figura de Dios, Bea no
se aclaraba… lo más que llegaba a decir era que no lo
necesitaba.
—Ya se verá si algún día me pasa algo malo y no me
queda otro remedio que pedirle a él, pero de momento, sigo
sin tener claro eso de la madre virgen de Jesús, y tampoco
me apetece levantarme cada domingo para ir a misa.
Toñi la observaba en silencio cuando expresaba de estas
maneras sus dudas acerca de los orígenes del señor. Esto no
era lo único al respecto. Bea también se burlaba de algunos
amigos de la pandilla que visitaban la parroquia. En sus
momentos audaces, cuando pillaba a cualquier niño
conocido que asistía al catecismo, trataba de influir
convenciendo al chiquillo con lo que ella decía ser: «la
tontería de la comunión». ¡Hasta en una ocasión había
intentado desanimar a Lizi! Esa vez, Toñi reaccionó
dirigiéndose a ella muy enfadada. Le hizo saber con
rotundidad que no siguiera por ahí, porque se lo tomaría
como una gran falta de respeto hacia su madre fallecida y no
se lo perdonaría en la vida. Fue la única vez que Bea
reconoció el error ante su amiga pidiendo perdón.
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Descartada por Toñi la idea de que Bea iría a la ceremonia
religiosa, lo que no imaginaba era que no asistiría a la fiesta
del casino. Unos días atrás, a razón de los ruegos de Bea,
habían ido juntas a comprar un regalo a Lizi. Por eso, sabía
que estaba entusiasmada con la expresión de la cara de la
pequeña cuando viera que le obsequiaba la televisión de
color rosa para su habitación. Toñi no encontraba la
explicación del por qué, su más querida amiga, no estaba en
el casino.
Bea se sentó en la cama acomodándose con las almohadas
y echó un vistazo a la caja del televisor con un enorme lazo
rosa que permanecía sobre el escritorio. Abrió el libro que
estaba leyendo por la última página vista y que solía marcar
doblando la punta de la hoja. Intentó leer. No se concentraba.
La madre entreabrió a medias la puerta, y al verla
acomodada en la cama leyendo, se sorprendió.
—Hija, se te hace tarde para la comunión. Ya deberías
estar camino al casino.
—No voy a ir mamá.
—¿Cómo que no vas? Toñi no te lo perdonará ¿Lo sabes?
—Me da igual. A ver si compruebo alguna vez que a mi
amiga le corre sangre por las venas.
—Bea, por favor, no digas tonterías ¿Y la televisión?
Tanta ilusión con darle la tele a la niña delante de todos para
verla feliz y ahora…
—Ay, mamá, eso sí es una tontería, se la puedo dar
mañana que es el cumpleaños. ¡Déjame leer!
La madre bajó la mirada mientras cerraba la puerta
diciendo:
—Qué decepción Bea, qué decepción.
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Pasada una media hora sintió el pitido del aviso del móvil.
Abrió el cajón y leyó «¿Dónde te has metido Bea? ¡Apúrate!,
te estamos esperando».
Devolvió el teléfono a su sitio y siguió con la lectura, si
bien se dio por vencida al darse cuenta de que no se había
quedado ni con una palabra de lo leído. Regresó atrás
buscando el último marcador, volvió a doblar la página y
cerró el libro.
«¿Quién es esta persona que está aquí? ¿Estoy yo entera
o está solo mi yo? A veces imagino que nos desdoblamos…
Ahora mismo, no sé qué me pasa». Las lágrimas asomaban
mientras continuaba la batalla con su interior.
«Puede que quien está aquí sentada sea el yo de algún
alma que me poseyó al nacer y desde entonces me ha
abrazado quedándose conmigo». Más lágrimas.
«Es que a veces no quiero actuar así porque no me gusta
por momentos reconocerme de esta manera. Pero es que eso
que siento por dentro… «Esa cosa» se me adelanta y me
empuja. Comienzo a tener miedo a que un día me haga hacer
lo que no quiero».
Acompañada de esos lúgubres pensamientos sintió pasos
por el pasillo. Se apresuró a limpiar la cara con las sábanas.
Se puso en pie disimulando estar haciendo la cama,
quedando de espaldas a su hermana que abrió la puerta con
mucho cuidado para no molestar, aunque una vez visto que
Bea estaba en pie, saludó como cada mañana sin mostrar
rencor por lo ocurrido la noche anterior.
—Buenos días, cariño —le respondió.
Sentadas a la mesa de la cocina mientras tomaba el
desayuno, Bea se dirigió a Isabel.
—¿Qué haces hoy, tienes plan?
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—No. ¿Por qué?
—Me pregunto si no te apetece que nos echemos una
buena caminata. Se me ocurre cogernos el coche para subir
y tú que te enrollas con lo del senderismo decides qué patear.
Me hace falta desperezarme con un poco de ejercicios.
—Pues sí. Me gusta la idea, hoy hace un día apropiado
para andar.
—La verdad es que hoy tenías el compromiso con Toñi y
Lizi —intervino la madre lamentándose—, pero a un paseo
con tu hermana en un día tan bonito no le voy a poner pegas.
¡Tú sabrás cómo disculparte! Llevad algo de abrigo. No
confíen en el sol y la primavera que para arriba por el monte
puede estar más frío.
—Sí, claro, Bea —advirtió Isabel—. Cazadora y buenos
tenis o botas que no te hagan daño. Mamá, estaría genial que
nos prepares unos bocadillos o cualquier cosa de lo que
sobró de anoche y comeremos en algún descanso antes de la
vuelta.
—Muy bien. Mientras se visten preparo algo y les pongo
agua y un par de refrescos en una bolsa.
—Gracias, mamá.
Antes de subir al coche cargaron sus mochilas repartiendo
el peso para no dificultar la caminata. Mientras tanto, la
madre las observaba.
¡Eran tan iguales! Durante el embarazo le informaron de
que sus niñas serían idénticas porque las había fertilizado un
solo espermatozoide en un único óvulo. Por eso, ella les
contaba desde muy pequeñas, que después en su vientre, se
habían separado en la búsqueda de su propia identidad.
Insistía con frecuencia en decir a sus hijas que eran gemelas
y que, por tanto, siempre compartirían poderes telepáticos.
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Ellas, que no comprendía lo de «esos poderes», en su
inocencia infantil, esa información les motivó para pensar
creerse magas, lo cual era razón de bromas y risas en la
familia. Al mismo tiempo, en el colegio no lo era tanto, pues
allí jugaban a ponerse de acuerdo para vigilar a los amigos.
Entonces la otra simulaba adivinar los secretos del niño
espiado. Con el tiempo, y ellas encantadas por el efecto,
habían conseguido que las llamaran las brujas, apelativo por
el cual eran muy respetadas.
Comprobaban con frecuencia que su madre tenía razón
cuando ante el espejo se empeñaban en encontrar diferencias
que apenas existían. No se explicaban cómo sus padres y su
hermano sí las distinguían y hasta hubo un tiempo en que
ellas suponían que en casa, todos eran brujos.
Pero ahora ya habían quedado atrás los años de inocencia
y aunque físicamente seguían siendo iguales, al menos se
distinguían claras diferencias en la personalidad porque los
comportamientos eran muy desiguales. Bea, además, se
había encargado de destacar un evidente contraste con su
hermana, siendo esta marca una de sus primeras muestras de
rebeldía, cuando con los recién cumplidos catorce años,
apareció un día en casa con unos mechones muy azules en
su largo pelo moreno. Pretendía dejar bien claro su sello
definitivo de identidad.
La hermana por su parte, mostró desde muy temprana
edad su afinidad por el deporte. Había desarrollado un
cuerpo atlético, fuerte y bien definido. Solo los domingos
saltaba la dieta y sus rutinas de actividad física diaria.
—Isabel, conduces tú que sabes hacia donde vamos. ¿Te
parece bien?
28
Al mismo tiempo que se ajustaban los cinturones Isabel
comentaba.
—He pensado patearnos un sendero que es circular. Así
empezamos y finalizamos en el sitio donde dejamos el
coche. Claro que serán unas cuatro horas, pero te aseguro
que es fácil. Podemos descansar un par de veces o las que
quieras. Podrás hacerlo muy bien.
La madre, que había salido tras ellas para despedirlas les
advirtió, que, por favor, regresaran temprano de vuelta al
aparcamiento y que desde allí le llamaran solo para su
tranquilidad, e insistió:
— Que no les pille la oscuridad en el monte.
—Mamá, el pateo es corto. Aunque andemos despacio y
un par de descansos, además de comer, no gastaremos seis
horas. Fíjate, aún no es mediodía.
—Queda tranquila —dijo Bea desde el asiento del
copiloto.
No hablaron ni una palabra en todo el trayecto. Ni
siquiera encendieron la radio. Llegaron a una zona donde los
visitantes suelen dejar los vehículos. Antes de entrar al
sendero del parque forestal, se dirigieron hacia el único bar
que está en el sitio donde despedir y recibir a los que hacen
el camino. Tomaron un cortado e iniciaron la marcha.
Una hora después continuaban en silencio cuando al fin
Bea habló a su hermana.
—Tenías razón. Si el resto del camino es similar, es fácil
de hacer… y agradable. ¿Cuántas veces lo has hecho?
—Esta es la cuarta —respondió Isabel.
—¿Y no te aburre ver lo mismo?
29
—Suelo hacer cosas en silencio y me he acostumbrado.
Las últimas dos veces ha sido una elección para andar en
solitario.
—¿Sola? ¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre semejante
burrada con tantas chicas violadas y desaparecidas? ¡Dios
mío, si mamá lo supiera…!
—No se enterará porque yo no se lo digo y tú tampoco lo
harás. Además, esto es un sendero donde siempre encuentras
gente—. Isabel llamó la atención de su hermana enseñando
el silbato colgado por una cinta del cuello.
—¡Ni silbato ni leches en vinagre Isabel! Aquí te
arrastran fuera del camino arriba o abajo y nadie se entera.
¿No lo ves?
—Cariño, ¿sabes que ese vocabulario tuyo desespera a
papá? —le dijo pasando un dedo sobre sus labios indicando
una cremallera y continuó—. Lo que sí veo hoy hermanita,
es tu preocupación por mí. Me sorprende si bien me alegra y
me hace sentir satisfacción.
—Que sea de cualquier manera no significa que no te
quiera.
—Y entonces, ¿por qué eres así?
—¿Así cómo?
—Pues tan peleona, tan creída; a veces lo trastocas todo.
Casi siempre te comportas en exceso huraña conmigo.
¡Somos gemelas Bea! Por mucho que he investigado
intentando informarme sobre el tema no lo comprendo.
Deberíamos ser dos cuerpos armoniosos, pero… es evidente
que de eso nada. Por eso cuando me siento dañada, me vengo
aquí buscando alivio, porque debo confesarte que, a estas
alturas, viendo cómo es nuestra relación, ni siquiera busco
explicación. Practicando deportes y otras actividades
30
similares en silencio, me alivio. Por cierto, ¿no te parece
sentir que en este lugar el tiempo se contrae…? De aquí salgo
nueva. Reiniciada.
—¿Como un ordenador?
—Pues sí, como un ordenador—. Sonrieron por el símil.
Volvieron al silencio. Era evidente que Bea había
regresado a sus pensamientos. Requería digerir lo
escuchado. Otra vez a ensimismarse en un camino, rumbo
¡sabe Dios adónde!, que no tenía que ver con sus pasos en el
sendero.
Isabel por su parte, se detenía ante especies que le parecía
ver por primera vez. Las fotografiaba buscando información
en la aplicación que tenía en el móvil. Comentaba a la
hermana lo indagado, leyendo los consejos del cuidado de la
planta en cuestión y valorando si llevar un esqueje a la madre
que tanto le entretenía la atención de su jardín de la terraza.
Bea sabía a su hermana hablando, en cambio, no parecía
estar escuchando.
Hubo un momento en que Isabel se estremeció al sentir la
desolación de su hermana. Se le ocurrió abrirse en carreras
de fondo calculando unos doscientos metros, con la
intención de conseguir apartar de la cabeza de Bea lo que
fuera que fuese y que ella percibía que la alejaba del
momento y la atormentaba. Cuando Isabel se enfrentaba a
estas intensas sensaciones que suponía compartir con su
hermana, le parecía sentir la cabeza con ruidos y recordaba
lo de los poderes telepáticos de los que hablaba la madre
cuando eran niñas. Sin embargo, no se atrevía a comentarlo
a Bea porque daba por seguro que saldría con un desaire
típico o alguna hiriente burla.
31
En la tercera carrera cuando Bea alcanzó a su hermana, le
dijo que ya eran pasadas las tres y que era hora de buscar un
sitio donde acomodarse a comer. Les gustó encontrar en los
respectivos tápers de sus mochilas, ensaladilla con un huevo
duro y algunas croquetas.
—La verdad es que mamá es la mejor.
—Sí —admitió Bea—. Suponía que nos habría puesto un
par de bocadillos y punto.
—Pues mira. Revisa y busca porque también nos ha
metido, envuelto en papel de aluminio, unas porciones de
chocolate negro. ¿Qué tal llevas la caminata, te sientes bien?
—Perfectamente. Por cierto, ¿qué es lo que lees sobre mí?
—preguntó Bea.
A Isabel le sorprendió la pregunta:
—¿De qué hablas?
—Hace un rato, cuando referiste que yo era una peleona
contigo, me pareció entender que no lo encuentras lógico
porque somos gemelas y que habías leído o te habías
informado…
—Ah sí. Claro. Pero no me refería a que hubiera leído
específicamente de ti. Quise decir que he investigado acerca
de los rasgos comunes y diferencias entre las personas con
la condición de gemelas.
—¿Y?
—Vamos a ver Bea, si hemos llegado al momento de la
aclaración de dudas, tú no respondiste mi pregunta al porqué
eres tan impertinente conmigo. A mí también me gustaría
saber cosas y no estar un día tras otro desorientada al acecho
de una de las tuyas. Es bueno que sepas, que todo ese mal
carácter que recibo de tu parte no es lo que más me lastima.
Lo que de verdad lamento con dolor es que no seas mi amiga.
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Nos educaron en el convencimiento de que seríamos
inseparables. Ahí es donde radica mi verdadero sufrimiento
respecto a que no estemos unidas, a que no seamos
confidentes, y en su día, hasta me resultó humillante al tener
que admitir que solo quieres a Toñi como tu única amiga
verdadera.
«Antes sentía que yo no era suficiente para ti y me llegué
a creer con alguna deficiencia genética, o yo qué sé… Por
eso investigué leyendo todo lo que encontré al respecto. No
obstante, con el tiempo lo admití y bueno. Ya somos
mayores. Es pasado y lo tengo más que superado.
»Sobre lo que he leído acerca de nuestra condición de
gemelas, supongo que será lo mismo que sabrás tú, si es que
alguna vez te ha interesado el asunto. He buscado respuestas
acerca de las diferencias tan profundas que existen entre
nosotras. Estuve inclusive yendo a terapia, pero no conseguí
aclararme mucho. Así fue como llegué a la conclusión de
que toda regla tiene su excepción.
—¿Qué has ido al psicólogo? —preguntó la hermana con
evidente alarma.
—Sí Bea. No sé por qué te sorprende. La gente va a
terapia. Por favor, cero de decir nada a mamá que se
preocuparía por algo pasado y ya no es relevante.
—O sea, consideras que no tiene importancia. ¿Sigues
yendo?
—No. Asistí a tres sesiones. El llegar a comprender que
no conseguiría sacar nada en limpio, que la respuesta solo es
que somos diferentes al resto de la mayoría de los gemelos
que existen, me dio que pensar. Lo acepté y lo dejé. Te toca.
¿Por qué eres así conmigo?
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—La verdad es que desconozco qué es lo que notas con
exactitud como para cuestionarte «por qué soy así contigo»
o «por qué tengo este carácter». De hecho, soy igual con
todos. En aras de tu tranquilidad debes saber que también me
comporto de similar manera con Toñi. Y la respuesta exacta
como tú demandas, no la sé. No creas que no me lo haya
preguntado… —silencio—. Sin embargo, no encuentro
argumentos para mí misma. Muchas veces, tras alguno de
esos arranques, me quedo como paralizada buscando algo
que no encuentro. Supongo que intento conseguir algún tipo
de paz interior, pero solo alcanzo a atormentarme más. Hoy
mismo estoy desolada por esa repentina decisión al despertar
en que me dije que no iría a la comunión de Lizi.
»¡Claro que ahora, después de pasadas unas horas lo veo
muy incorrecto! Pero en ese momento, es como un pronto
que siento que me derriba y a esos arrestos no puedo
ofrecerles resistencia. A veces me desespero y entonces paso
períodos de tiempo confundida, intentando arreglar el
estropicio cuando sé que ya está hecho. Hago el daño, y al
contrario de lo que puedas pensar, sobre todo si va dirigido
a ti, esa erupción interior me desvitaliza. Mi mente nunca se
está quieta y supongo que por eso no consigo paz. Por
momentos me siento poseída por el conflicto. Algunas veces
intento mejorar la versión de mí misma, si bien me doy
cuenta de que me alejo más del amor y solo tengo atención
para el querer esto o aquello. En cambio, la cuestión es que
desconozco lo que de verdad quiero. Percibo ese caos en una
confusión que me pasa con todos. En especial contigo.
«Debes saber que lamento comportarme así. Soy
consciente de que mola tener una hermana gemela. Y no
creas que no me esfuerzo. En cambio, no lo consigo, y sé que
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no es bastante, que con mis actuaciones después del daño no
resuelvo nada. No son suficientes para que se olvide el mal
pasado. Fíjate, ahora estoy agobiada con lo que he hecho a
Toñi y Lizi. Sin embargo, mi reacción ha sido enmendar
contigo todo lo que te machaco, lo que dije de hiriente
anoche… y si no fuera porque ha surgido esta confesión tú
no lo sabrías. Me cuesta verbalizar lo que siento. Así que ni
Toñi ni Lizi saben cómo estoy, ni cuánto lamento mi
comportamiento de hoy con ellas. Estoy permanentemente
debiendo disculpas a todos los que me quieren y me soportan
y no soy capaz…
Desde medias del discurso había roto a llorar, se la notaba
con dolor y la hermana le acompañaba en el llanto. Se
lanzaron en un abrazo muy apretado no dejando circular
entre ellas ni la brisa de la tarde. Pero ambas sabían en el
fondo de sus corazones que aquel instante reconfortante se
disiparía pronto en Bea.
Llegaron a casa al atardecer. La cena transcurrió en
silencio a pesar de las preguntas de la madre, quien no podía
disimular su empeño por enterarse de lo acontecido más allá
de lo supuesto en una caminata. Isabel se encargó de dar
respuestas insignificantes refiriéndose al paseo. Con toda
intención no dudó en significar la importancia de los
esquejes traídos, explicando a su madre cómo ejecutar el
cuidado de las dos plantas. Le refirió que eran muy similares
en cuanto al mantenimiento que requerían, recalcando en
que ya verían cuando crecieran, lo de bonitas que eran cada
una por lo diferentes que eran al mismo tiempo.
A la sazón se escuchó por lo bajo un comentario del padre
que sonó algo triste al decir:
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—Como ustedes dos. Criadas y educadas por igual y
ahora tan bellas y diferentes—. Dio las buenas noches
alejándose hacia su habitación con un semblante que
demostraba su disgusto por lo ocurrido el día anterior,
cuando Bea se había encargado de cargarse la velada con su
apabullante intervención.
Las tres mujeres guardaron silencio en un intento de
borrar lo escuchado. Bea levantó la vista del plato dirigiendo
la mirada no se sabía hacia dónde, ni lo que veía.
Isabel simuló el no haber ocurrido nada. Comenzó a
recoger la mesa con ayuda de la madre. Siguió con la
cháchara de las plantas y sus cuidados. Se fueron a la cocina.
Apareció Bea con dos vasos que habían quedado y el mantel
doblado. Lo guardó en el cajón. Se sorprendieron al verla
acercarse a cada una y sintieron el beso en la mejilla con un
susurro de buenas noches.
Isabel, había recibido su gran dosis de sorpresa ese día
con la conversación acontecida en el sendero que no podría
olvidar jamás. La madre, sin embargo, quedó sin palabras,
sorprendida y con la confusa sensación de no entender nada.
Una vez más se desesperaba y se preguntaba acerca de
aquella hija suya tan especial. Viendo Isabel cómo había
quedado su madre la abrazó con cariño.
—Tranquila mamá, todo irá bien.
El resto del extraño día, después de las sinceras palabras
que a modo de confesión habían cruzado las gemelas, los
abrazos y lágrimas dedicados, lo demás hablado fueron
comentarios sin importancia.
Cuando Isabel llegó a la habitación, Bea había apagado la
luz de su lamparilla y estaba resguardada bajo la manta. Aun
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así, mientras ella también se metía en su cama se atrevió a
preguntar.
—¿Has mirado el móvil a enterarte cómo está Toñi?
—No. Prefiero no saberlo hasta mañana cuando le lleve
el regalo a Lizi.
Ese era otro punto de Bea que ninguno podía explicar. Las
frecuentes peleas porque llevara el teléfono consigo por
cualquier urgencia. Se negaba. No es que tuviera alguna
fobia a causa del móvil. No era el caso. Tenía uno como
todos. En cambio, su relación con el dispositivo era singular.
Tampoco era que fuera sentir algún miedo irracional por el
cacharro. Así le llamaba.
Reconocía la importancia del teléfono si bien lo apreciaba
como una herramienta indispensable en algunos momentos
especiales, como hacer una compra, operaciones del banco,
buscar información de interés. Poco más. Era raro que lo
usara para hablar. Manifestaba con arrogancia, que el tono
de una voz sin ver la expresión del rostro no era certeza de
nada. Por lo menos escribir un wasap le parecía con más
sentido gracias a los emoticonos, aunque lo aprovechaba lo
imprescindible porque creía que lo que quedaba escrito
podría utilizarse en su contra. Por esos diversos motivos, su
teléfono permanecía guardado en el primer cajón de su mesa
de noche y no solía llevarlo al salir.
Si alguien se refería en su presencia a esa rareza suya,
respondía de inmediato con desagradable aire de
superioridad, que nada de eso. Ella no llevaba el dispositivo
porque se decía ser una persona digna de atención.
Sin pelos en la lengua catalogaba de gente ignorante, a
todos los que no levantaban la vista del móvil, por no ser
aptos para prestar atención a la calidad de una conversación
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que podría ser relevante en sus vidas. Y sentenciaba, que eso
de ignorarse entre todos, por estar concentrados con un
cacharro, estaba afectando seriamente a la sociedad y
además son unos maleducados. Decía: ⸻El ningufoneo, que
es la denominación de tal actuación, es un menosprecio a
quien nos acompaña, por lo que lo creo crucial para ser
persona descartada. Delante de mí no lo permito. Lo suelo
advertir una primera vez y si alguno insiste con el aparatito
de las narices, fácil me lo pone. Simplemente me voy y ahí
se queda. Es esa persona quien se priva de mi presencia».
Con discursos y actuaciones semejantes la gente que la
escuchaban se mostraba de muchas maneras. Reaccionaban
según quien fuera. En este particular de su hermana, Isabel,
reconocía que se equivocaba en las formas, aunque en lo
concerniente al contenido estaba de acuerdo. Ella también se
manifestaba en contra del phubbing cada vez más extendido
al cual consideraba una falta de respeto.
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Capítulo 4
Era el día del cumpleaños de Lizi. Por ser lunes había
clases. Bea pidió a su gemela que la llevara en coche donde
su amiga sobre las seis de la tarde, suponiendo que sería la
hora en qué estarían en casa. Y es que, aunque la distancia
era solo de unas pocas calles, en el barrio era difícil
conseguir aparcamiento y tampoco era plan ir ese trayecto
andando con la televisión a cuestas. Para Isabel, no sería
inconveniente alcanzar hasta allí a su hermana. Seguiría
camino a un entrenamiento en la piscina municipal con el
cual se había comprometido desde hacía varios días asistir.
Al estar ante la casa, por tener los brazos ocupados con la
carga, Bea, como pudo con el codo, tocó el timbre. Sintió
que era Lizi quién se acercaba corriendo a abrir la puerta. La
niña estaba cumpliendo nueve años. La expresión de
sorpresa con toda la boca abierta al ver el enorme lazo rosa
brillante atado en una caja bastante grande, y muy bien
envuelta en papel de regalo, era la imagen digna de una
buena instantánea.
—¡Feliz cumpleaños Lizi! —chilló Bea con la intención
de ser oída, dirigiéndose hacia la mesa baja del salón donde
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soltó el regalo. Entonces se arrodilló en el suelo y abrazó
muy fuerte a la niña mientras le cantaba el cumpleaños feliz.
Unos pasos tras ellas, Nicolás, que así se llamaba el padre,
y la propia Toñi, observaban la escena sin decir palabra. Se
veían dada la ocasión, apreciar la alegría de Lizi, si bien al
mismo tiempo estaba muy serios, detalle del cual Bea se
percató.
Lizi dio un par de saltitos pidiéndole a Bea que lo abriera.
—No cariño mío, es tu regalo. Debes abrirlo tú. Rompe
el papel y yo te ayudo si te hace falta.
Pero la niña no quería romper la cinta, por lo que pidió
ayuda a su hermana que se acercó sentándose en el sofá al
mismo tiempo que pedía a la chiquilla que tuviera calma. En
la medida en que entre las tres fueron rompiendo el papel,
percatándose Lizi por el dibujo de la caja de que era una
televisión, más contenta aún se mostraba y se lanzó a los
brazos de Bea preguntando:
—¿Es para mi cuarto? ¿Cómo sabías que quiero una tele?
—Recuerda que soy medio brujita y mis poderes mágicos
me lo soplaron en secreto. Aunque aún te falta ver lo que
estoy segura te gustará más. Pero ahora sí te vamos a ayudar
todos.
Al abrir la caja, se acercó el padre quien con habilidad
terminó de extraer la televisión depositando el regalo
definitivo sobre la mesa.
Lizi no daba crédito. Saltaba de alegría y chillaba al
mismo tiempo «rosa, rosa, rosa».
—Bea, eres la mejor del mundo. ¿Has encontrado una tele
rosa? —chillaba la niña mientras todos la abrazaban y
repetían el canto del cumpleaños feliz.
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—Papá, por favor, ¿podrías conectarla ahora en mi
habitación? ¿Puedo llevarla Bea?
—Claro mi niña. Es tu tele rosa. Solo tuya.
—Vamos papá, rápido, rápido, por favor ⸻seguía
saltando Lizi mientras se oyó decir a Toñi:
⸻¿Necesitas ayuda papá?
Nicolás alzó la tele.
—No hija, no hace falta.
Bea vio volver a colocarse una expresión de tristeza en el
hombre.
—Prefiero dejarlas solas. Creo que tienen algo importante
que hablar y quizás, si no ando equivocado, mucho por
aclarar. En cualquier caso, Bea, debes saber que ayer yo
también te eché de menos. En cuanto a tu regalo de hoy,
gracias. Muchas gracias por hacer feliz a mi pequeña.
Quedaron las jóvenes frente a frente con la mesa del
centro entre ambas. Bea permanecía sentada en el suelo y
Toñi desde el sillón miraba directamente a los ojos de su
amiga. Se encargó rotunda de romper el hielo:
—¿Y bien Bea?
—¿Qué quieres de mí Toñi? ¿Una disculpa por no ir al
casino? Me conoces y me sorprendes. Sabes que no doy
explicaciones por nada de lo que hago a nadie. Aunque a mi
favor te diré que viendo el lindo día que se levantaba,
aproveché e invité a mi hermana. Nos fuimos de senderismo.
Por cierto, podríamos ir juntas la próxima vez.
—No habrá ninguna próxima vez Bea porque esta es la
última. Estoy cansada de ti. Mi madre me reconocía como
una virtud el hecho de que te soportara. Decía que era una
cualidad mía, que solo yo podía contigo y que ni Isabel
alcanzaba a conseguirlo aun siendo gemelas. Lo justificaba
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a razón de mi forma de ser más calmada. Por la capacidad de
racionalizarlo todo hasta conseguir hallar la justificación
conveniente para disculparte. Alababa mi extrema paciencia.
Pero Bea, se acabó. Ayer sobrepasaste los límites de lo
racionalmente explicativo.
»Hablé con tu madre y supe que te habías ido de
senderismo. Me alegró mucho por las dos. Ya sabes todo lo
que he insistido y te he animado a que mejores la relación
con tu hermana. En cambio, de caminata se puede ir
cualquier domingo, y la comunión de Lizi, y en particular, el
especial y discreto reencuentro con mi madre, del cual
estabas enterada, solo iba a ocurrir ayer y sabías lo
importante que era para mi padre y para mí. Te necesité a mi
otro lado. Él también estuvo pendiente de tu tardanza. No
podíamos imaginar que no vendrías. Parece ser que en
exclusiva tú eres la única que no te das por enterada de la
importancia de tu existir y estar para nosotros. Así que ayer
dejaste caer en mi copa la última gota, la de la decepción.
Copa derramada, copa volcada y rota. Entiende que se ha
hecho añicos. ¡Métetelo en tu cabeza! ¡Voy a empezar de
cero de un tirón!
»Estoy harta de tus malos modos y hasta de tus
impertinencias con todos. Ya no me explico el por qué voy
siempre detrás de ti, justificando, intentando componer algo
que no tiene arreglo y que eres tú misma. Estamos en una
edad en la que, al menos yo, no necesito más carga que la
mía personal. Ayer recurrí a mi entendimiento lo suficiente
viendo con claridad que tu presencia me resulta molesta,
pesada y sobre todo tóxica. No me corresponde y no la
necesito. Así que Bea, desde ahora mismo, entre nosotras, la
imprescindible cordialidad. Saludos y buenas maneras si nos
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vemos por ahí y punto. Ni visitas, ni compromisos, ni paseos,
ni charlas, ni amistad, ni nada. ¡Te quiero fuera de mi vida,
ya! Se acabó. Te ruego que te marches ahora y aunque sé que
no te preocupa, yo me encargo de despedirte de Lizi y papá.
Bea se sorprendió días después preguntándose cómo
había regresado a su casa. Nunca supo si llegó volando,
flotando o andando. Solo pensaba de manera compulsiva,
que su actuación le había confirmado que Toñi sí que tenía
sangre en las venas. En cambio, lo que sí vio caminando por
el pasillo, en el primer cuarto destinado desde siempre a la
plancha y la costura, fue la cama de su hermana y su mesa
de noche. Cuando entró en su habitación, comprobó que no
quedaba nada de las ropas ni ninguna pertenencia de Isabel.
Sobre el escritorio, encontró un ordenador portátil en su caja
de fábrica. Cerró la puerta y lloró.
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CINCO AÑOS DESPUÉS
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Capítulo 5
Toñi alternaba su trabajo como cirujana maxilofacial
entre su consulta particular y unas horas de colaboración, dos
días a la semana, en una clínica dental de una prestigiosa
compañía. Había terminado la licenciatura en odontología y
especializado en la cirugía. Destacaba como una profesional
brillante. Era muy querida por sus compañeros y también por
los pacientes. Su preocupación mientras trabajaba, se
manifestaba en un seguimiento constante por el estado de la
persona intervenida.
Desde aquel día en que rompió la amistad con Bea, su
carácter se había dulcificado. En una ocasión su padre llegó
a decir, que a veces pensaba en que Bea podría estar
endemoniada porque antes su hija parecía apagada, y desde
la ruptura de la amistad nunca estaba nerviosa ni inquieta.
También fue resultando evidente, tras el alejamiento de
Bea, que la belleza de Toñi comenzó a ser cada vez más
serena. Su mirada se volvió limpia, linda. Tenía veinticinco
años y según el criterio de Nicolás, su hija mayor era una
preciosidad de mujer tal como lo fue su madre.
Continuaban viviendo los tres en la casa familiar. Toñi
sabía que necesitaba su independencia. El padre también era
consciente. Habían hablado de la compra de un piso, si bien,
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cada vez que la joven se animaba con la idea, de pronto
cambiaba de criterio objetando que ya habría tiempo más
adelante.
No se veía con fuerzas para alejarse de Lizi. La niña era
apenas una jovencita de catorce años y Toñi era consciente,
de que faltando su madre, Lizi necesitaba cerca la figura de
una mujer adulta que complementara esa carencia. Nicolás
se lo agradecía. Él refería no querer ni pensar en el momento
en que se viera solo en casa sin sus hijas. Hubiera preferido
que sus niñas no cumplieran años. Recordaba a su esposa en
silencio cada día y se decía eternamente enamorado de
Elizabeth.
A Toñi le hubiera gustado que su padre se diera una
segunda oportunidad. Pero al contrario, observaba que no
parecía que fuera a ocurrir nunca.
Este fue un día de esos muy ajetreados en la clínica. Hacía
unos minutos había terminado una cirugía de elevación de
seno maxilar para la colocación posterior de dos implantes
dentales. Se fue al office por un respiro, mientras repasaba
en la mente lo aparatosa de esta técnica odontológica que
había ejecutado. Sabía que la controlaba a la perfección.
Opinaba en lo incómoda de esa intervención para el paciente,
tanto tiempo… la boca abierta… sin embargo, la señora
había sido muy disciplinada aguantando como una
campeona la larga operación. Ahora le quedaba una
extracción y se iría a casa. Supuso, apurando terminar la
infusión que tomaba, que el auxiliar ya tendría la consulta
preparada y al empujar la puerta resuelta a… reconoció a
Isabel.
Pasaban unos cinco años tras finiquitada la amistad con
su hermana a la que no había vuelto a ver. A Isabel sí la
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encontraba alguna vez por el barrio y en el supermercado.
También se habían cruzado cuando corrían en el estadio
municipal. Se saludaban con afecto y poco más. Pero tenerla
de frente en la consulta era otra cosa.
En esta ocasión se dieron dos besos. El auxiliar invitó a
Isabel a acomodarse en el sillón. Toñi le comentó, mientras
ponía la anestesia y echaba un vistazo, que la pieza por
extraer sería muy fácil.
—Ni te enterarás.
—Genial porque como sabes lo del dentista no es
agradable.
Toñi le dio unos toques en la mejilla dónde había
pinchado mientras sonreían por el comentario.
—Esperemos un momento para que te pille la anestesia.
Si no te importa ¿me dices algo de Bea?, me refiero solo a
qué hace y a cómo está.
—Claro. Bea se encuentra como ha elegido estar. Vive en
un piso pequeño que considera suficiente para ella. Como ya
te conté aquella vez que charlamos un poquito, después de
terminar aquel curso se metió a fondo con las oposiciones.
—Ahí me quedé con su historia —apuntó Toñi.
—Entonces te cuento que las aprobó a la primera y
enseguida la llamaron para otorgarle plaza. Trabaja de
asistente ejecutiva de no sé qué director de servicio. Existe
para estar allí.
—Estupendo, me alegro mucho por ella. Está bien y es lo
importante. Abre la boca Isabel.
—Espera, te diré algo. Al final nos sorprendió porque,
aunque conocíamos su inteligencia, ninguno imaginamos en
la familia que se metería tan en serio con los estudios.
Vivimos ese tiempo observándola, todos con la boca abierta
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y los dedos cruzados. La vimos en silencio conseguir lo que
tiene. Pero Bea está muy sola.
—Isabel, vamos a ver. Tú misma lo has dicho. Bea vive
como ella eligió y ha querido estar. Abre la boca y salgamos
de esta pieza.
Fue un abrir y cerrar.
—¿Qué harás, seguimos con el implante?
—Sí, sí, claro.
—Muy bien. Yo los recomiendo. En tu caso porque
además eres joven, y aunque es una pieza de las que no está
a la vista la necesitas para la masticación. Por otra parte,
dejar ese espacio libre, con el tiempo, permitiría el
desplazamiento del resto de los molares y ya sabes… Tienes
una dentadura perfecta y una linda sonrisa y sería una pena.
Así que si quieres continuar conmigo como tu cirujana pide
cita. Dentro de un par de semanas te hacemos la radiografía
para empezar evaluando qué necesitamos. La inspectora de
la clínica es la encargada de hacerte el presupuesto detallado.
Las jóvenes se abrazaron a modo de despedida y abriendo
la puerta…
—Isabel, por favor, a Bea nada de que me has visto. Me
alegro de corazón que esté bien, pero solo hasta ahí.
Isabel sonrió con la señal de sus labios sellados.
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Capítulo 6
Tal y como Isabel había contado a Toñi en la consulta,
Bea estaba sola, y aunque aseguraba en las comidas
familiares de los domingos sentirse muy bien, para ella su
hermana era una constante preocupación. Había conseguido
que siguieran yendo de senderismo con cierta frecuencia.
También asistían al cine con algún estreno atractivo. A
pesar, sentía que no era suficiente.
Isabel convivía con el novio desde hacía un par de años.
Invitaba a su hermana a que viniera a casa con ellos y solo
una vez Bea había aceptado. Fue en una ocasión en que se
reunieron un grupo de amigos de la pareja. Llegó animada
con una bandeja de saladitos para el picoteo y una botella de
vino. No se le notaron intenciones de compartir con nadie y
al par de horas se fue. Justificó la retirada con que tenía
trabajo en casa. Isabel sabía que era una excusa, pues Bea
era secretaria en el Ayuntamiento. No era normal que tuviera
que llevar temas de la oficina para el fin de semana.
Isabel vivía con una extraña sensación punzante que la
mantenía inquieta y alerta respecto a su gemela. Se
reprochaba el no poder ayudarla. Pero es que Bea, hasta con
ella se mostraba infranqueable.
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Se conformaba con su soledad. La buscaba y decía que le
reconfortaba. Se acomodaba disfrutando de sus horas
tranquilas sola con ella misma, y había llegado al punto en
creerse merecedora de su retiro. Su forma de ser y sus
actuaciones con Toñi, la familia y los amigos en general, la
habían llevado a ese punto.
Bea se reconocía ser la responsable de lo conseguido y lo
que tenía. Ahora era cuando comprendía que su carácter
huraño, sus malos modos, sus hablares sin decir nada, sus
actuaciones inconexas… todo lo que hizo por tener a Toñi
consigo, fue el cúmulo de ese caos, tan mal hecho, lo que la
dirigió a conseguir el efecto contrario. Toñi la había aislado
para siempre de su lado y ella era la única responsable de la
rotunda decisión de su amiga. Aquel día no lo podía olvidar,
cuando le dijo: «¡Te quiero fuera de mi vida, ya! Se acabó.»
Bea se preguntaba cómo fue tan torpe. Comprendía que
su tan profundo amor por Toñi fue el culpable de su terrible
comportamiento, y era ahora, tras haber pasado tanto tiempo,
cuando lo veía todo con claridad.
Los días siguientes a la ruptura, y durante bastante tiempo
después la había espiado. La siguió con frecuencia a todas
partes sin que Toñi lo supiera, y vio cómo ella cada día
resplandecía más. Parecía despejada de algo… y más bella.
Se iba convenciendo de tener merecido lo pasado sabiendo
que sus errores no iban a ser perdonados.
Por eso se abrazó a los estudios. Los cursos y después las
oposiciones, fueron el calmante y la esperanza dónde
conseguir enmendarse, para quizás, algún día, intentar
acercarse a Toñi y decirle «He cambiado».
52
Mientras tanto, en su aislamiento, ella se aliviaba
custodiando sus fotografías. Eran cuatro imágenes en las que
se recreaba, y en su compañía se fortalecía y soñaba.
La pasada noche se había ido al sofá con un libro y su foto
más querida. Esta vez al verse, imprimió en su imagen la
magia de su actual pensamiento, el de los reconocimientos
de errores y los mil perdones. Se veía como una mujer que
no puede desprenderse de la otra porque la atrae y la
martiriza por igual. Imprime movimiento a la imagen y se
acerca a olerla, a saberlo todo, a arañar su vida y hasta sus
entrañas. Ahí está Toñi con la permanente barrera
establecida cuando mira al otro lado. Pero a la Bea de la
instantánea le da igual porque cree tenerla atrapada desde
niñas y para siempre.
Ahora Bea ha tenido una lección para conocerse, saber
algo más sobre ella misma. De momento continúa en la
batalla por conseguir fortalecer el sosiego de su espíritu. Su
única herramienta es el trabajo y la ecuanimidad para tener
la cabeza en calma. Se animaba: «Un día tras otro».
Cuando sonó la alarma de aviso al trabajo se dio cuenta
haber dormido esa noche en el sofá.
Fue un día que transcurrió, como todos, al máximo la
adrenalina y los nervios por los cielos. A Bea, desde el
principio, ese trabajo la había seducido. Exigía mucha
atención. Estar en modo alerta constante; era un «búscate la
vida» en el lograr tramitar varias cosas a la vez, con las prisas
de que todo era para ayer y además, tenía que salir bien. Esas
exigencias que la llevaban al límite eran las que ella
demandaba para pasar las horas enajenada apagando fuegos.
Estando de esta manera a tope, el nivel de estrés la extraía de
su estado interno del que se olvidaba mientras funcionaba
53
así. ¡Y encima ganaba dinero! Un buen salario solo para ella
que de sobra satisfacía sus necesidades.
Al respecto recapacitaba que al menos los estudios y los
grandes esfuerzos que la habían llevado a ocupar ese puesto
de trabajo fueron, en su día, la tabla de salvación a la que se
había agarrado en su peor momento. Le salió bien porque el
fruto conseguido la mantenía a flote, al menos protegida de
su frustración personal. Había logrado su añorada y
anunciada independencia, aunque ya no estaba tan segura de
haberla querido tan de verdad.
El jefe la animó otra vez este día para que se fuera a casa
al finalizar la jornada. Ella, como siempre, le respondió, «me
quedo jefe por si me necesita». Siempre la requería. La tenía
en alta estima y la reconocía en público como su mejor y más
eficiente colaboradora.
En la entrada del portal del edificio se descalzó. Era su
única pega. Desde el principio llevaba mal la exigencia del
calzado con algún mínimo de tacón. Nada de vaqueros ni
zapatillas. Era su queja sufrida en silencio. Por rutina abrió
el buzón; una publicidad de la inauguración de una nueva
peluquería en el barrio. Un sobre que la citaba el próximo
miércoles a las seis de la tarde, a causa de una investigación
sobre la fisiología de la sangre universal porque su última
analítica había reflejado compatibilidades de interés para el
estudio en marcha, y solicitaban su colaboración.
La carta de invitación la estaba leyendo por segunda vez
con calma, acomodada en el sillón, mientras se tomaba una
limonada bien fría. Revisó que venía correctamente dirigida
a ella con su nombre y dirección, por lo que supuso que
quizás era algo importante y se dijo que por supuesto iría. En
definitiva, ya habría tiempo después de enterada del tema en
54
cuestión, de rechazar la colaboración si no era de su interés.
En principio no parecía un timo ni nada sospechoso, pues el
escrito venía identificado con un sello de colaboración con
el Hospital Central donde se celebraría el encuentro.
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56
Capítulo 7
El miércoles Bea llegó justo a la hora de la cita, preguntó
en la entrada y la dirigieron a la puerta veintidós dónde le
informaron que la esperaban. Dio un toque y abrió. Era Toñi.
Escribía en el móvil. Levantó la vista y las dos se miraron
con sorpresa. Al momento les llegó el desconcierto a ambas.
Al mismo tiempo comenzaron a intercambiar preguntas para
las cuales las respuestas eran de igual desconocimiento:
—¿Tú? ¿Estás citada?
—Parece que sí. He recibido esta carta hace tres días.
—Yo también.
Se mostraron los escritos.
—¿Y no hay nadie más?
—Ya ves que no.
—Esto es muy raro. Las cartas tienen nuestros nombres…
—Este es igual al tuyo.
—Sigue siendo raro.
—Sí que lo es. ¿Llevas mucho rato?
—No. He llegado un poco antes que tú —dijo Toñi.
—¿Y nadie más? Bueno, esperemos a ver si empiezan a
llegar nuestros amigos de la infancia.
Sonrieron y… esta vez cruzaron la mirada de verdad.
—¡Cuánto tiempo! —dijo Toñi.
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—Sí, mucho. Estás muy guapa.
—Tú también. ¿Cómo te va Bea? ¿Eres feliz?
—Me va bien. Tengo un buen trabajo y «he cambiado»
—al instante pensó: «¡Al fin dios mío! Acabo de tener mi
oportunidad de decirle a Toñi que he cambiado»—. Hace no
mucho necesité ir al dentista y estuve tentada a pedir cita
contigo, pero no sabía…
—Te hubiera indicado el especialista adecuado para el
caso, porque yo soy cirujana, vamos que lo mío va de quitar
dientes y sustituirlos por los de mentira.
Volvieron a sonreír.
—Por lo menos hubiera tenido una disculpa para verte.
¿Tú, cómo estás? ¿Y Nicolás, y Lizi? ¿Eres feliz?
—Papá va bien y la pequeña ya no lo es tanto. Ahora está
en la adolescencia, aunque por suerte la lleva sin crearnos
grandes conflictos. Y yo satisfecha con mi trabajo y con mi
vida.
Toñi se puso en pie colgando el bolso al hombro.
—Bueno Bea, al respecto de esta citación creo que no voy
a esperar más. Es algo extraña, nos hemos saludado y me
voy. Me alegro…
Fue interrumpida por una puerta que se abrió en ese
instante. Un hombre atractivo con bata blanca y unos
estupendos llevados cuarenta años las invitó a pasar a la sala
contigua. La habitación era sencilla con una mesa central
ovalada, típica de reuniones, donde esperaban otro hombre y
una mujer.
Se mantuvo un silencio que resultó amenazador en
especial para Toñi. En cambio, fue Bea la que se arrancó
preguntando.
—¿De qué se trata?
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El señor que parecía ser el jefe se presentó:
—Mi nombre es Rafael Medina y ellos son mis
colaboradores en esta aventura. Se llaman Carmen y
Francisco. También son mis hijos.
—¿Aventura? —soltó Bea sorprendida por la palabra
comenzando a mostrarse nerviosa.
—¿Podría decirnos de una vez de qué se trata esto?
—Comprendo que la situación les puede resultar extraña,
pero ahora les explicaré los detalles y podrán preguntar lo
que quieran. Antes debo informarles que formamos un grupo
de investigación independiente entre comillas, que estamos
integrados al equipo internacional de investigadores del
Centro Nacional de Biotecnología. Decía lo de
independiente entrecomillado, porque el equipo trabajamos
en un estudio algo particular. Dentro del todo, nosotros tres
y algunos otros compañeros, formamos una rama anexa. En
España las «vigilamos» como investigadores, y ustedes son
como nuestras ahijadas, por llamarlo de alguna manera,
desde vuestro nacimiento.
—¡Oh dios mío! ¿Nuestro nacimiento? —interrumpió
Toñi con preocupación.
—Sí, eso he dicho. Pero tranquilas. Me explico. Fueron
elegidos estos dos bebés en las islas, más otros dos similares,
aunque del sexo masculino, en la península.
—¿Sexo masculino? Usted habla como si nos hubieran
sacado de una probeta.
—No Beatriz, para nada. Continúo. Lo entenderán. Antes
debo decirles que nosotros tres las conocemos y, por el
contrario, a lo que puedan creer, sabemos de vuestras vidas
solo lo que nos interesa. La investigación está centrada en la
línea biológica y algunos aspectos puntuales del marco
59
psicológico referidos al carácter de cada una, prioridades,
necesidades importantes. Rasgos generales de la
personalidad. Lo que resultó que con posterioridad, ustedes
coincidieran en la vida hasta llegar a ser amigas, por
supuesto que no estaba previsto y fue una sorpresa para el
equipo. Se los aclaro como un punto en que estén seguras de
que esas incidencias no interesan en el estudio en cuestión.
»No incumbe nada de vuestra intimidad. No espiamos
qué hacen a cada momento ni tienen cámaras ni
micrófonos… ¡No se asusten! Estoy viendo las expresiones
de vuestros rostros. Insisto en precisar que tengan esto claro,
porque lo que no nos interesa queda desechado como
información valiosa. Quiero recalcar en que no las vigilamos
y que al respecto pueden vivir tranquilas porque sus vidas
son vuestras y no interferimos.
»Ahora bien, sí conocemos que son mujeres de mentes
abiertas a lo novedoso y carentes de prejuicios. Manifiestan
inquietudes por saber más. Se interesan en plantearse, o al
menos, mostrarse a la expectativa sobre cosas que para otros
individuos pueden ser temas imposibles ni de cuestionarse.
Mientras ustedes investigan, leen, se hacen preguntas… y
desde esa perspectiva que por suerte, es un rasgo común en
las dos, es que os pido que presten atención.
Las dos mujeres comenzaban a mostrar signos de
verdadera inquietud. Toñi se revolvía en la silla y repetía el
movimiento de recolocarse. Bea movía una pierna con el tic
conocido de quien parece estar nervioso.
—De todos es sabido —continuó hablando el doctor—,
que en el camino de la investigación hay infinitos asuntos de
interés para la ciencia y se trabaja en todas las ramas
derivadas del saber. No obstante, podríamos afirmar casi con
60
rotundidad, que la preocupación por excelencia del hombre
es, además de conocer con exactitud de dónde venimos, el
asunto del querer prolongar la vida humana. Estamos
hablando de vivir más tiempo y sobre todo, que los años
vividos, sean los que sean, puedan vivirse con calidad.
»Y aquí es donde entran ustedes. Les doy mi palabra de
honor, como hombre de ciencia, y todo lo que quieran
exigirme de que ambas fueron elegidas al azar. Se buscaban
dos bebés del sexo femenino nacidas en las islas. Interesaba
lo que puede interferir este clima por las condiciones
insulares en el ser humano. Sí era una prioridad para tener
en cuenta, que fueran niñas engendradas por padres sanos y
jóvenes.
»Justo en el momento de la elección de pronto resultó una
novedad que Bea tuviera una gemela. Eso fue un punto que
entonces nos pareció interesante para tener en cuenta, pero
igual que te elegimos a ti pudo haber sido tu hermana Isabel
—comentó esto último dirigiendo su mirada a Bea.
Continuó.
»Insisto en que el hecho de que después ustedes fueran
amigas fue algo que sucedió ajeno a nosotros, quiero decir,
que ese detalle nunca ha jugado ni a favor ni en contra.
Ocurrió y le hemos dado cero importancias. Resultó ser
casual y deben de entenderlo como algo ajeno a nuestra
voluntad e intereses.
»Lo concreto y significativo para ustedes es que tienen
que saber, porque así lo consideramos los miembros de todos
los equipos, de que son poseedoras de un implante que se les
introdujo al nacer por la nariz, sin ocasionar daño alguno —
Bea abrió la boca y Toñi los ojos al tiempo que se llevó las
manos a la cabeza—. Con los años, ese ínfimo chip, se ha
61
ido recolocando en el interior de la hipófisis. Posee la
particularidad, a diferencia de otros implantes, que no es
detectable ni por radiografías ni resonancias.
»Es un proyecto perteneciente a la biología, por supuesto
en estrecho vínculo con la medicina, en tanto nos ofrece
información constante de vuestra evolución. Se trata de la
puesta en práctica de alternativas con vistas a llegar al futuro
trans humano del hombre, pero entiéndase ese futuro en un
ser mejorado en un 300 %. Lo injertado en cada una de
ustedes es como una máquina invisible, auto replicante,
compuesta de sensores blandos compatibles con la biología
humana —abrió un texto que tenía a su mano y lo desmarcó
indicando una imagen, mientras continuaba hablando—.
Esperamos sea capaz de con mínima ayuda, por envío de
actualizaciones, reproducir copias de ustedes mismas, y se
cuenta con la incidencia del medioambiente, que también
debe influir en esa reforma permanente. Para que me
entiendan, es como si vuestra biología siempre estuviera
renovándose, por lo que se espera que lleguen a un punto en
que no envejecerán más, físicamente hablando.
—¿Qué me explica sobre el microchip? —preguntó Toñi
inquieta.
—Claro. Ya les he dicho que es blando y por supuesto no
invasivo. De cualquier prueba o analíticas a las que ustedes
se someten, él monitoriza y absorbe la información.
—¿Incide en nuestra salud de alguna manera?
—No, insisto. Vuestra biología es independiente. Sigue
su curso. En cambio, pensamos que si bien no son inmunes,
puede ser bastante probable que ustedes no pasen por
enfermedades graves o complicadas. Si así fuera contarían
con la ventaja de que, al estar controladas o vigiladas, o
62
como quieran llamarlo, al enterarnos recibirían los mejores
tratamientos. En primer lugar, por ustedes mismas, claro
está, pero a la vez porque estamos pendientes y velamos por
salvaguardar el éxito de este proyecto.
»El implante tiene marcadores genéticos propios que
respetan el genoma contenido en vuestro ADN. A la vez a
través de sensores con un componente electrónico, el
microchip puede admitir una peculiar programación para
evitar el envejecimiento excesivo y conseguir que vivan
unos ciento cincuenta años aproximadamente con calidad.
—¿Me está diciendo que viviré ciento cincuenta años? —
se sorprendió Bea—. Dios mío, ¿qué voy a hacer con tanto
tiempo? —mostrando su nerviosismo, se llevó las manos a
la cabeza.
—Sí Bea. Es lo que se espera y eso que has preguntado,
es el motivo estrella por el cual le trasladamos el tema en
cuestión. Esa es la razón fundamental por el que la dirección
de la Universidad de Boston, creadora del proyecto, ha
considerado prioritario dar la información a las personas
afectadas.
»Me explico. Con independencia del logro científico que
se alcanzaría por conseguir alargar la vida, no se pierde la
perspectiva de que nuestros portadores son y seguirán siendo
seres humanos y, por tanto, como todos, son poseedores de
emociones y sentimientos. Así que está claro que cada uno
debe saber lo que le va a ocurrir con vistas a si lo desea,
prepararse para sus dos vidas por venir.
—¿A qué se refiere con dos vidas por venir? —intervino
Toñi.
—Veamos. Podríamos no darle la información y ustedes
no se enterarían de nada, porque como les he explicado este
63
proceso ni suma ni resta, biológicamente hablando.
Sobrepasados ciertos años, a los implantados les parecería
raro, se preocuparían por determinadas señales de su
biología, y en ese punto es cuando tendríamos que intervenir.
Pero no sería justo. Ahora tienen veinticinco años y
continuarán sin ningún impedimento el proceso de
envejecimiento propio como todos. Esto ocurrirá hasta
cumplir los cincuenta más o menos. Esa será la edad que
marcará el punto en que el envejecimiento celular se
detendrá.
»Llegados ahí, ustedes vivirán unos cien años más con la
apariencia física que tengan al cumplir los primeros
cincuenta. ¿Por qué les hablo de dos vidas más? En la
colaboración con psicólogos y otros especialistas, ellos
consideran que como seres humanos, los implicados tienen
el derecho a planificar, por decirlo de alguna manera, cómo
desean organizar los años que vivirán.
Concluimos que cien años en buen estado físico, dan para
planificar dos vidas más. Además, deberán tener en cuenta a
las personas cercanas a quienes sorprenderá verlas con tan
buena apariencia, en cambio, ustedes tendrán que asumir que
ellos sí morirán.
Las expresiones de desconcierto en las mujeres eran
absolutas. Bea se mostraba en exceso inquieta. Toñi pareció
sentirse mareada. Rafael consideró necesario un descanso.
Después de beber agua, asomarse a la ventana y respirar,
Toñi regresó a la silla y pidió continuar.
—Pues bien —retomó el doctor Rafael—, opino que
desde el punto de vista emocional este es el punto más
complicado de asumir. En cualquier caso, siempre contarán
con apoyo profesional con vistas a orientarlas o lo que sea
64
necesario. El motivo de un porvenir de tantos años es lógico
que yo no lo voy a celebrar con ustedes. Por eso junto a mí,
en este caso están mis hijos y ellos, a su vez más adelante,
tendrán que recurrir a otros dos o tres científicos que durante
el proceso vital las acompañen.
»Les hablo con toda franqueza. Me pongo en vuestra piel
y si fuera yo quién supiera que voy a vivir tanto tiempo,
saltaría de alegría y seguramente sin lugar a duda, de alguna
manera me plantearía cierta planificación o programación de
cómo querría gastar todo ese tiempo. Por ejemplo, ahora soy
investigador científico, pero me dejé en el tintero querer ser
periodista y también me hubiera gustado pilotar aviones.
Contando con la información ustedes tienen en sus manos
esta posibilidad y eso es maravilloso. ¡Podrán valorar sus
intereses futuros! ¿Qué es lo que no quieren perderse vivir y
que ahora se abre la certeza de disfrutar? Se sobreentiende
que en la vida no todo es planificable, porque en general, los
sucesos ocurren como un caos y a veces no podemos
controlar, pero en este caso muy particular, se puede objetar
que hay mucho tiempo por delante.
»Cuestionarse, por ejemplo, si se va a ser capaz de amar
a una sola persona, o si, como tengo tanto tiempo, quiero
probar disfrutar varias relaciones amorosas. Hacer cuatro
carreras, vivir en la montaña o el mar. Decidir si voy a
preferir los últimos diez años instalarme al lado de un
monumento histórico. Estudiar idiomas, planificar viajes
para visitar todo el mundo… en fin… no lo sé. Y perdonen
que me entusiasme tanto la idea, pero les puedo confesar, y
aquí están mis hijos para corroborarlo, que me he ofrecido
en varias ocasiones a que me sea implantado el microchip.
No lo he conseguido y es una frustración que me llevo.
65
En este punto las tenciones se relajaron y las chicas
sonrieron con las expresiones sinceras de don Rafael.
Entonces intervino la doctora Carmen para decir que
consideraba adecuado finalizar la reunión. Habían recibido
una información impactante y era imprescindible un tiempo
para digerirla. Sugería volver a quedar justo en un plazo de
un par de semanas a la misma hora. De momento contaban
con una amplia información. Pasados unos días, surgirían
preguntas que ellos estaban encantados en responder sin
lugar a duda.
Rafael insistió en que mantuvieran sus mentes abiertas y
la actitud en positivo. No era una tragedia lo que les habían
comunicado, ni un fallecimiento, ni para nada una mala
noticia. Por el contrario, tenían un porvenir por convertir en
algo brillante. Tocaba reflexionar, comprender y pensar
sobre lo mucho por complacerse.
Francisco solicitó discreción. Explicó que, en este caso,
ellas tenían la suerte de ser amigas, así que podrían hablar
sobre el tema. Sin embargo, les ofreció la sugerencia, de que
al menos de momento, no deberían comentarlo con terceros.
Podrían comprometer la investigación, y también, porque
resultaría evidente que las tacharían de locas lo cual sería un
inconveniente desagradable.
Al salir, Bea quería aprovechar el desconcierto de Toñi
como justificación para retenerla a su lado. Ella también
estaba confusa. A Toñi, por su parte, le pareció que ambas
se necesitarían. Era lógico que hablaran del tema del que
habían sido informadas. Pero estaba segura de precisar antes
un tiempo para cuestionarse si esta nueva situación era un
reclamo que justificara retomar la amistad. En ese instante
eran demasiadas cosas por digerir.
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Así que, al llegar a la calle, cuando Bea de inmediato dijo
de tomar un café, rechazó la invitación explicándose, al
mismo tiempo que dirigió su andar hacia el aparcamiento.
—No Bea, ahora no. Necesitamos pensar. Tenemos que
enfrentarnos a esta nueva vida tan especial que nos acaban
de anunciar. Esto no ha sido una proposición. No es un
ofrecimiento. Es algo que lo cambia todo. Nos lo dan hecho.
Es lo que nos va a ocurrir. Y aún no sé si debemos saltar de
alegría como ha dicho ese señor o… no lo sé. También me
doy cuenta de que tendremos que vernos porque es probable
que nos necesitemos para confrontar ideas y hacernos
preguntas… Por eso creo que será bueno en unos días quedar
para saber acerca de nuestros pensamientos. Pero ahora no.
Ya es tarde, quiero estar sola, reflexionar, y tú deberías hacer
lo mismo. Toma mi tarjeta, haces una llamada perdida y
podré quedarme con tu número. Supongo que para el
próximo domingo tendremos mucho tema de qué hablar.
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68
Capítulo 8
Si bien es cierto que Toñi reconoció desde el primer
momento de recibir la noticia, la posibilidad de necesitar de
Bea para intercambiar ideas, lo que ocurrió en realidad fue
que no dedicó tiempo alguno a pensar en ella ni en la
recuperación de la amistad. Cuando despertó al día siguiente
de enterarse de la nueva situación, el desconcierto que aún
le dominaba no le permitía imaginarse cómo iniciarse en el
siguiente paso. Dudaba en lo que debía hacer. Sentía un
hueco en el centro del estómago que le indicaba un nivel de
nerviosismo no habitual.
Entendía bien la solicitud del doctor Francisco en lo
referente de no comentar el tema a nadie, pero a la vez
sopesaba los deseos de contar lo ocurrido a Ramón. Desde
hacía unos meses habían comenzado una relación
sentimental que iba por buen camino y hasta ya hablaban de
buscar piso para irse a vivir juntos, sin descartar la idea de
casarse pronto. No obstante, cuando lo repasó bien
comprendió que debía mantener silencio.
A lo que sí se dedicó los siguientes días fue a navegar por
internet. Buscaba respuestas a las muchas interrogantes que
le iban surgiendo y conseguía despejar algunas dudas. Abrió
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un nuevo cuaderno dedicado a tomar notas y escribía las
preguntas que le rondaban con vistas a la próxima reunión.
A la vez se fue dando cuenta, que cuando pasaban los días,
ella por sí sola encontraba algunas respuestas adecuadas a
sus inquietudes. Comenzó a comprender que la vida misma
le iría dando las herramientas para conseguir avanzar sin
dificultades y, de pronto, por momentos, le parecía que
tendría la capacidad de convertir su futuro en algo muy
interesante y que sería un privilegio.
Por su parte, Bea estuvo un par de días atolondrada. Al
principio se bloqueó y sus pensamientos giraban alrededor
de la misma situación. Miraba todos esos años por venir sin
trasladarse del momento actual. Volvía a preguntarse qué
haría con tanto tiempo. Hasta que pasados un par de días,
cuando se cuestionó sobre quién o qué la retendría para no
plantearse un cambio desde que le apeteciera, reconoció y
vio las señales que le aclararon la oportunidad que iba a
suponer vivir todos esos años de ahí en adelante. La visión
significó un cambio de talante inmediato, que le abrió los
ojos y dispuso su pensamiento en un modo permeable al
abanico de posibilidades por el cual se podría dirigir.
Entonces también se dio a la tarea de investigar. Se
sorprendió a sí misma cuando se descubrió recurriendo a
auxiliarse a revisar algunos episodios bíblicos, que de pronto
recordó, y que en su día le habían parecido carentes de
interés.
Al segundo domingo tras aquella reunión fue Toñi la que
llamó a Bea. Se organizaron para un desayuno tardío y Toñi
se encontraba dispuesta en la mesa cuando Bea llegó y le dio
dos besos que no esperaba.
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Sin preámbulos la conversación arrancó de inmediato.
Parecía que entre ellas y su forma de entenderse de pronto
no hubiera pasado el tiempo. Se reconocieron sin darse
cuenta, en ese toque que las distinguía en el intercambio de
ideas con fluidez, sin rebuscar palabras y sin timidez.
Cuando hablaban de esta manera particular era como si
estuvieran pensando al unísono en voz alta, pues en ese
ejercicio se mostraban como una sola; eran insuperables,
coexistiendo en el momento estrella de aquella singular
amistad en la que no había diferencias.
Pidieron el desayuno y tras comentarios referidos a las
frutas, las dos ya tenían sobre la mesa sus anotaciones
dispuestas. Toñi se inició preguntando.
—¿Qué has deliberado? ¿Qué te ha parecido todo esto?
Bea confesó que al principio la cabeza no le había dado
para nada y estuvo distraída, pero que cuando reaccionó lo
primero que hizo fue auxiliarse de la Biblia. Su amiga abrió
los ojos de forma exagerada.
—Sí Toñi, la Biblia, no te burles de mí —fue ignorada la
protesta porque de pronto las dos reían.
—He estado investigando un montón de cosas que la
verdad, me han hecho entender esta singular situación
nuestra con más naturalidad, y es que al final no debería
resultarnos tan extraño el vivir tantos años. Se atreven
algunos a teorizar sobre el tema de que antes del diluvio
universal, las condiciones de vida fueron tales que
favorecían la longevidad, y fue solo después del diluvio
cuando la gente comenzó a morir en esa franja de edades en
las que morimos en la actualidad. He leído que todos
aquellos que sobrevivieron al diluvio existieron más de cien
años. Fíjate: Noé, ciento cincuenta, Adán, novecientos
71
treinta, Set, novecientos doce, etc. Y te aclaro que los textos
en que se cuentan estas historias de vida no han sido
cuestionados porque sencillamente son palabra de Dios. O
sea que no cabe lugar a duda.
—Quizás también entonces el tiempo se medía de forma
diferente —intervino Toñi. A lo que Bea apuntó de
inmediato.
—Toñi, no cuestiones la palabra de Dios —a la vez que
lo dijo, Bea indicaba la advertencia con el dedo índice
levantado. Sonrieron y continuó.
—Vamos a ver, hablando en serio, no pretendamos ahora
nosotras formar parte del movimiento internacional
transhumanista, lo cual no quiere decir que por nuestra
estrenada condición se nos abre también en este sentido un
nuevo camino. Pero ahora mismo eso sería otro tema y
planteamiento por hacernos. Hoy en día solo digo, que si
arrancamos sobre la base de atiborrarnos de dudas, en ese
caso, creo que elegiríamos un camino que de momento no
nos interesa. Así pues, al menos yo, voy a dar por cierto lo
estudiado e investigado. Me propongo partir de la realidad
de que los primeros habitantes de la tierra vivían más de cien
años. Y si has mirado en internet, en la actualidad existen
personas que también superan esa edad. De hecho, hay una
señora francesa, espera, deja ver la nota que tengo por aquí…
ah sí. Murió en el año 1977 y tenía ciento veintidós años.
Quiero decir Toñi que en definitiva, lo que nos ocurre
tampoco es algo tan extraordinario. No es ciencia ficción.
—Totalmente de acuerdo Bea. Solo que en nuestro caso
comprenderás que hay un par de particularidades
importantes a tener en cuenta. La primera es que, por el
carácter caótico de la vida, los seres humanos desconocen
72
cuando pueden morir. Lo mismo te mueres a los quince por
un accidente de coche, que a los sesenta por un cáncer de
mama. Nosotras, por el contrario, a excepción de que
suframos una experiencia casual de este tipo, contamos
desde ya con el saber del tiempo aproximado que viviremos
lo cual me parece una ventaja. Y en segundo lugar, la
genialidad está en que, demos por hecho que los personajes
del antiguo testamento que has referido de verdad vivieron
esos años. Ahora bien: ¡También envejecieron! ¡Nosotras
pararemos de envejecer a los cincuenta! ¿No te parece un
privilegio?
—Y tanto. ¡Somos afortunadas!
—¿Crees con sinceridad que somos afortunadas?
La conversación hasta aquí había ocurrido casi sin pensar
mientras comían, en cambio, con la pregunta de Toñi por
primera vez Bea se sintió descolocada. No lo había
considerado. Por eso dejó los cubiertos sobre el plato, bebió
un sorbo de vino y se recostó en el asiento. Toñi siguió con
el desayuno sin dejar de observarla.
Entonces, en unos pocos minutos de estar en silencio, a
Bea le pareció que esta vez, su apabullante soledad le había
jugado una mala pasada a pesar de no golpearla durante esos
últimos días. Centrada en sus lecturas y andares por internet
no había sentido su aislamiento. Le pareció que la pregunta
de Toñi respecto a ser afortunadas o no, estaba dirigida no
solo a ellas mismas en su individualidad, sino que su amiga,
seguro dio vueltas a la cabeza por la razón del cómo sufrirían
sus seres queridos con esta situación. ¿Padecerían ellos de
alguna manera?
De pronto aterrizó en su realidad. Ella creía no agravar a
nadie porque tampoco interesaba. Optó por devolver la
73
pregunta a Toñi, no con la intención de salvar su respuesta,
sabía que tendría que explicarse, sino con el objetivo de
asegurarse de que la duda de Toñi fuera encaminada, como
ella sospechaba, por lo de las relaciones familiares.
—Considero que sí, que lo somos, y tiene su explicación.
Si bien antes de responderte, me gustaría conocer primero tu
opinión por esta oportunidad de vida.
—¡Por supuesto que me considero afortunada! A
sabiendas de que por la parte biológica no corremos riesgos
en la primera etapa, y dando por sentado que tengo algunas
dudas pendientes de aclarar respecto a la maternidad,
menopausia y lo que vaya surgiendo, pues sí. Con el paso de
los días lo he considerado un privilegio por el cual sentirse
dichosa. En cambio, por más que me pregunto, no encuentro
una respuesta satisfactoria al hecho de que llegado el
momento, cómo solventaré las situaciones familiares que se
vayan presentando. Ese es el tema que me tiene en ascuas.
No me parecen momentos normales los que nos tocarán vivir
con el seguimiento de nuestra gente más cercana
envejeciendo, enfermando y muriendo.
»Me preocupa cuando yo tenga noventa años y mi hija
con sesenta esté más deteriorada que yo… Esas cosas me
inquietan Bea. ¿No has pensado en ellas? ¿Podré hablarlo
con mis hijos? ¿Lo entenderán?
—La verdad Toñi que cuando has lanzado la pregunta,
bueno… he tenido que parar, porque en realidad, es lo que
me ha pasado. Me he quedado paralizada. Hasta ahora
hablando contigo no había tenido en cuenta mi situación. Y
es que Toñi, debo confesarte que estoy sola. Vivo en total
aislamiento. Impuesto por mí misma, de acuerdo, pero es así
como existo. Por tanto, acabo de comprender, que por esa
74
razón, no he precisado hacerme ciertas preguntas con las que
tú te has enfrentado.
»¿Te respondo ahora? ¡Claro que me siento afortunada!
Sin embargo, al caer en la cuenta en este instante en que la
emoción de satisfacción está apuntalada sobre la base de la
soledad elegida, entonces… No sé qué creer. Me siento mal.
—Pero, ¿por qué dices estar sola? ¿Y tus padres, tu
hermano, Isabel?
—Sí. Ellos existen y están ahí. Almuerzo con la familia
algún que otro domingo. Si los necesito sé que responderían,
al igual que todos saben poder contar conmigo, pero el
vínculo de… Yo me encargué en su día de estropearlo todo.
Aquellas razones mías que recordarás, de las que me
convertí en abanderada y que en su día me parecían
ingeniosas proclamando que el amor era una tontería las he
pagado con desolación, porque en el fondo no lo consideraba
así. Era una estupidez. Con esa chorrada me suponía una
brillante filósofa. ¡Vaya mierda de teoría!
Toñi respetó aquella confesión en silencio mientras
tomaba el café. Se preguntaba si Bea de verdad habría
cambiado tanto como para expresarse de esa forma tan
alejada de sus usuales maneras hirientes.
—¿Y tú por qué hablas de tu hija o de tus hijos tan
convencida? ¿Es un plan inmediato?
—No es una propuesta de ahora mismo —respondió Toñi
mientras dejaba la taza en su plato—. Ni para dentro de un
mes o dos, no lo sé. Lo que sí tengo claro es que, en un
periodo de tiempo razonable me apetecerá tener mi familia.
Bea fue directa al preguntar.
—¿Sales con alguien?
75
—Sí. Estoy saliendo con Ramón. Te acordarás de él.
Terminó su carrera de medicina y trabaja en el equipo de
neurocirugía del Hospital Universitario.
—¿Estás hablando del Ramón que me invitaba al cine y
me ponía zancadillas?
—Pues ese mismo, Bea. Ya sabía que desde que lo
supieras saldrías con una de las tuyas.
—Uy, disculpa Toñi, no te puedes enfadar por esa
tontería. ¡Por favor! No me lo tengas en cuenta —lo suplicó
uniendo las manos en señal de perdón.
Toñi ignoró la disculpa y continuó.
—Siempre te dije que era un buen chico. Se convirtió en
una excelente persona y es un gran profesional. Además, es
muy guapo y nos está yendo bien.
—¡Ala!, pues me alegro mucho por ti, bueno, por los dos.
Lo digo en serio.
—En fin Bea, retomando la historia que nos ocupa, el
caso es que me inquieta cómo llegaremos a manejar los
temas referidos a la familia, las personas cercanas, los
amigos, los compañeros de trabajo, la gente que nos rodea…
—Creo Toñi que no nos tenemos que preocupar de eso
ahora. Cuando necesitemos orientación, seguro que los
médicos de esos equipos tan supersónicos nos sabrán de
sobra encauzar bien. Ya escuchamos al doctor que nos
ofreció todo el apoyo que necesitemos. Por otra parte, ¡solo
tenemos veinticinco años! Cuántas veces no hemos oído
decir lo de «si yo tuviera tu edad con la experiencia que
tengo ahora». Pues esa experiencia la alcanzaremos de sobra
y será una ventaja en nuestro caso. Dentro de treinta años
nosotras contaremos con ella, y con la información que
tenemos ahora, seguro habremos planeado el futuro con todo
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lo que nos va a quedar por vivir. Para entonces será cuando
nuestra gente cercana comenzará en la depauperación física
que los llevará antes o después a morir. Estoy de acuerdo
contigo en que ese periodo será el tiempo más complicado,
sin embargo, igual pienso que no debemos adelantarnos. No
tenemos ni idea de dónde estará para entonces el grado de
desarrollo alcanzado por la ciencia.
—Quizás en esa época habrá muchas más personas
implantadas y será del conocimiento de la sociedad,
podremos hablarlo y todos lo entenderán —quiso animarse
Toñi.
—Exacto. Por mucho que pretendamos prepararnos ahora
para cuando llegue ese momento, no tenemos referencias de
cuál será la situación entonces, por lo que al respecto creo
que, ahora, no deberíamos insistir en ello ni preocuparnos en
exceso.
—Estoy de acuerdo. Tienes razón Bea. Dejarlo correr.
Tiempo al tiempo.
—Y a partir de superado ese instante —retomó Bea
hablando como para sus adentros— en el que convengo
contigo que será el más complicado por doloroso, se supone
que habremos arribado a esa segunda etapa por vivir de la
que sí podremos hacer planes desde bastante antes.
Habían terminado el café, les trajeron servido un licor y
Toñi pidió la cuenta que Bea insistió en pagar con su tarjeta.
Mientras la camarera fue en busca del datáfono, Bea habló
de volverse a ver.
—Bea, tenemos la reunión en tres días con el doctor
Rafael y sus hijos. Ya veremos de ahí qué más sale. No
olvides anotar todo lo que te parezca una duda. Yo como te
dije le preguntaré sobre la maternidad. Y ya veremos…
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78
Capítulo 9
La segunda reunión con los médicos fue diferente en el
sentido de que ellas se mostraron esta vez ecuánimes y algo
más seguras. El doctor Rafael entendió el estado de las dos
mujeres como buena señal suponiendo de que habrían
quedado para hablar. Valiéndose de esa intuición dio inicio
al encuentro preguntando.
—Y bien chicas. ¿Cómo han ido estos días? ¿Han
conversado entre ustedes? Cuéntennos.
—Sí claro. Por supuesto hablamos mucho.
Intercambiamos inquietudes. Normal. ¿No? Yo estuve
leyendo la Biblia y como es lógico navegando por internet.
—¿La Biblia? —interrumpió sorprendido el doctor
Francisco.
—Sí. Recordaba de los tiempos de catequesis los pasajes
que cuentan de todos aquellos hombres que vivieron
tantísimos años, el que más Matusalén con novecientos
sesenta y nueve. Así que me interesó repasar los evangelios
y los releí un poco.
—En cualquier caso, ustedes no vivirán tantos años —
dijo Rafael sonriendo—. De todas formas, tampoco
deberíamos sorprendernos en exceso por llegar a los ciento
cincuenta. Claro que a fecha de hoy más de cien años nos
79
parecen mucho, pero la realidad es que en la actualidad vive
un señor con ciento diecinueve. La esperanza de vida va
aumentando. Creo con firmeza que en algún tiempo lo de
cumplir cien años y algo más no será tan relevante. Sin que
se llegue a hablar mucho del tema podríamos decir que nos
encaminamos hacia una revolución de longevidad. Por andar
en ese camino, es el motivo por el que investigamos y
trabajamos en el desarrollo de la ingeniería genética y de la
medicina regenerativa. Vamos, que no debería de sonar tan
a chino como de entrada puede parecer.
—Si claro —dijo Bea—. Lo hemos hablado y estamos de
acuerdo, pero aquí lo novedoso es que no envejeceremos a
partir de los cincuenta. No llegaremos a ser mujeres viejas y
después ancianas, físicamente hablando, y eso es
inquietante… Cuesta imaginarlo. Pensad: «Viviré muuucho
tiempo, pero nunca veré en el espejo mi imagen de una mujer
con el rostro descolgado o una ancianita». Raro ¿verdad?
—En este proyecto por supuesto que lo novedoso es que,
a través de un implante portador de marcadores genéticos
programados, susceptibles de actualización, se consiguen
todos esos años de vida con calidad y no mostrarán signos
de envejecimiento. Además, como ya les dije, estaremos
pendientes de lo que pueda incidir en estas actualizaciones
el medioambiente.
—En este punto doctor nos gustaría que nos hable acerca
de la maternidad y la menopausia. ¿Cómo será ese proceso?
—Sabía que llegaría la pregunta estrella. No les comenté
del tema a propósito porque me pareció prudente que
primero tuvieran la información comprendida en un todo,
para ahora aclarar ese punto tan importante. Tal como les he
explicado, los primeros cincuenta años de vuestras vidas,
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qué son estos ya vividos más los próximos veinticinco que
tienen en adelante, son el periodo en que el proceso de
desarrollo de madurez física y también de envejecimiento
ocurrirá de manera natural. Así ha sido hasta ahora y
continuará sucediendo con absoluta normalidad. Ustedes en
estos momentos están en la plenitud de la edad fértil y podrán
tener sus hijos hasta que aborden la menopausia que es parte
natural del proceso. Saben que ese estado suele ocurrir en la
mujer de manera progresiva por los cambios hormonales, y
aparecen las señales entre los cuarenta avanzados y los
cincuenta y cinco más o menos. En el caso de ustedes lo
pasarán igual que todas las mujeres y llegados a este punto
es cuando dejarán ya de envejecer.
—O sea que tendré que sufrir lo de la gordura y los
calores como mi madre y las ganas constantes de hacer pis
—interrumpió Bea mientras todos reían por sus arranques—
. Caramba don Rafael, con tanta noticia divina que me había
dado y de pronto me dice esto. ¡Qué decepción!
—Bea, las formas… córtate un poco ¿vale? —le gruñó
Toñi.
—Pues sí Bea. Pero mira el lado bueno. A continuación
vivirás cien años más sin sangramientos mensuales, ni
dolores de ovarios, ni malestares derivados de ningún otro
cambio hormonal. Y antes que todo eso podrás tener hijos
como tu madre. Ahora bien, aquí quiero recalcar que tengan
este aspecto en cuenta bien claro, en el sentido de que será
esta la única oportunidad de tener hijos propios. Debo insistir
en que lo hayan entendido porque no pueden pensar que
como tienen tantos años: «dejo lo de la familia propia para
más adelante…» Con lo cual Toñi no pasa nada. Puedes
tener tus hijos ahora mismo o cuando lo decidas. Irá bien
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siempre que sea antes de la menopausia como todas las
mujeres. ¿Queda claro?
—Ok. Esa era la preocupación. Siempre he querido ser
madre y formar mi propia familia, aunque lo inquietante
ahora ante esta noticia y que estuvimos hablando nosotras
hace días, es que tendremos que vivir un periodo de tiempo,
en que supongamos que tengo una niña ahora. Llegará el
momento en que yo con noventa años, luciré una apariencia
más joven que mi hija con sesenta. Eso, doctor, me resulta
imposible de imaginar y no lo sabría gestionar. Por otra
parte, ¿de qué manera voy a conseguir seguir viviendo? Mis
hijos morirán antes que yo. Tendré además que sufrir la
pérdida de mi marido, de mi hermana… ¿Y yo congelada
desde los cincuenta? Este es el punto que más loca me tiene
la cabeza. Por más que lo pienso no sé cómo gestionaré en
lo adelante esa situación sabiendo que ocurrirá.
»Estoy tan desconcertada en ese sentido que he llegado a
creer que si va a ser así, quizás mejor no casarme y mucho
menos tener familia.
—Toñi todo eso que estás sintiendo y les tiene
confundidas como dices es normal —intentó aliviarla el
doctor—. ¡Claro que es muy confuso! Yo también me haría
esas preguntas. Ya he reflexionado en la situación tal cual
antes de hablar con ustedes. Daba por hecho que este sería el
razonamiento. Con todo, ahora mismo solo puedo animarte
y llevarte por el camino siguiente: A fecha de hoy no
sabemos con certeza científica, ni tampoco podemos
adivinar, cómo será la vida con miras hacia un futuro de
sesenta años. No sabemos los acontecimientos por venir
desde el punto de vista ingeniero científico. La tecnología
está evolucionando muy rápido. Ya hay vehículos que se
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conducen solos. En pocos años será normal ver coches sin
conductor rodando a nuestro lado. Yo vi el año pasado uno
de esos circulando y pasar a mi altura mientras iba dando un
paseo con mi hija por San Francisco. Claro. Me detuve a
mirarlo bien. Lo seguí con la vista cuando se paró en el
semáforo y después dobló hasta que lo perdí. Fue entonces
cuando me di cuenta de que para el resto de todos los
andantes era algo habitual. No se percataban porque hay
muchos. Es normal y por eso nadie se detuvo a mirarlo como
sí hice yo.
»Ahora mismo ya existen robots para todo. Casas
inteligentes equipadas con lo que podemos necesitar y hasta
con lo que ni imaginamos. La tecnología cada vez se
desplaza más en el espacio. Y como todo va tan rápido no se
sabe. Tampoco puedo predecir si en treinta o cuarenta años
habrá muchas más personas con el microchip como ustedes.
¡Quién lo sabe! Pregunto: ¿y si así fuera?
»Ese tema que nos preocupa acerca del cómo gestionar
las pérdidas en el futuro, solucionar determinadas preguntas
de evidencias… pues en este instante solo se me ocurre
responder que, a lo mejor, para entonces, puede que nos
manifestemos de una forma más avanzada y, por tanto,
viviremos con otro prisma. Quizás ya sean puntos
establecidos, bastante más cercanos y seguro que los
trataremos con la costumbre que corresponda a la época y
fluirán con normalidad.
»Si lo analizamos ahora del lado contrario, o sea,
ubicarnos en el peor de los casos: supongamos que la
sociedad se quedó estancada. Cero progresos. En la reunión
pasada les hablé de tener siempre a vuestra disposición los
servicios de un equipo experto, que serán personas
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preparadas para ofrecer las herramientas que consideren en
el enfrentamiento a esos acontecimientos.
»No soy yo quien debo decirles qué pensar o no. Lejos
estoy de pretender dirigir el rumbo de los pensamientos. De
cualquier manera, por experiencia y por edad, sí puedo
aconsejarles que de momento y por largo tiempo, no se
amarguen dando vueltas sobre ese futuro. Deducir acerca de
unos acontecimientos dolorosos puede exponernos al
sufrimiento, cuando es probable, que lo que intuimos ahora
no se parezca en nada a lo que ocurra llegados a aquella
futura realidad. Toñi, en especial tú quién eres la que observo
más alarmada al respecto, no adelantes acontecimientos,
porque lejos de disfrutar lo que puede ser tu gran vida, te
liarás y la pasarás sobrellevando un futuro desconocido. Eso
es un sin sentido.
—Es cierto don Rafael. Creo que usted tiene razón.
—Además, siempre nos quedará la mentira de que nos
hemos sometido a muchas cirugías —volvieron todos a reír
con la salida de Bea.
Entonces intervino Carmen.
—Me pongo en el lugar de ustedes. Desde el punto en que
estamos que se percibe que ya tienen la situación un poco
más clara, controlada y digerida, opino que deben continuar
cada una con su vida como si nada se les hubiera informado.
Sigan con vuestros planes. ¿Qué conseguirán viviendo
preocupadas en búsqueda de respuestas cuando aún no hay
certezas del futuro que nos espera? Chicas, tienen una
oportunidad que no tendrá mi padre, ni acá Francisco, ni yo.
Los seres humanos al vivir buscamos de forma intuitiva la
felicidad porque es una meta que nos encaprichamos por
alcanzar de una manera voraz. En cambio, ustedes ahora
84
poseen lo más importante: tiempo. ¡Y lo saben! ¡Es una
certeza! ¡Tienen tiempo con calidad de vida! ¡Aprendan a
desarrollar el arte de vivir! Les aseguro que ¡ya me gustaría!
Y de verdad eso no se los puedo enseñar yo ni nadie. Esa
senda pasa por cada una de ustedes en sí mismas. ¿Tienen
dudas? Normal. Nosotros como investigadores también las
tenemos. Pero demos la oportunidad al tiempo de que sea él
quien nos vaya ofreciendo respuestas. Por el contrario, no
elijan atormentarse con incertidumbres porque eso
desvitaliza la mente. Fórmense para buscar la quietud, el
sosiego, y eso comienza aquí —señaló su propia cabeza con
el índice—. Concentrarse en que ahora mismo lo que está
ante sus narices, es que son una mujer joven, guapa, con una
salud estupenda y una vida prometedora por delante que
andar con muchas garantías y con una biología insuperable.
—¿Y si después no resulta así? Aunque queramos
disfrazarlo y manifestarnos optimistas esto es un proyecto,
es algo en estudio. Demos por hecho que hasta los cincuenta
años o poco más es como si nada hubiera pasado, pero ¿y si
después no resulta ser lo previsto?
—Entonces Toñi el proyecto habría sido un fracaso —
intervino Francisco—. Todo el esfuerzo y el estudio
empleado, que no pueden ustedes ni nosotros tampoco
imaginar no habrá servido. El resultado para la ciencia sería
un auténtico fracaso y muchos pasos atrás. Seguramente en
ustedes y otras personas implantadas podrá ser el
desmoronamiento de proyectos y sueños planeados. En ese
caso, continuarían envejeciendo como ocurre a todos, con el
proceso biológico en desarrollo igual que cualquier
individuo. Con el tiempo te dirías «aquí no ha pasado nada»;
si bien, estamos seguros de que este no es el caso.
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Carmen les explicó que ya no abrían más reuniones.
—Volverán a recibir la carta de citación sobre los
cincuenta años para un nuevo encuentro.
En este punto los presentes miraron al doctor Rafael que
les dedicó una sonrisa y continuó:
—Como ya les hemos aconsejado, ahora lo que toca es
continuar con vuestra vida con total normalidad a sabiendas
de que, en caso de que alguna prueba médica diera un
resultado que pudiera ser alarmante lo sabríamos. De
inmediato nos pondríamos en contacto. Del resto solo queda
decirles que adelante, que vivan, disfruten y no dejen de
considerarse afortunadas. Al respecto de esta información,
solicitamos de ustedes firmar este contrato de
confidencialidad debido a lo conveniente de mantener el
tema en silencio por lo que ya hemos hablado. Aquí tienen
el comprobante identificativo del implante que poseen cada
una. También nuestras tarjetas por si nos necesitaran. Y nada
más. Por nuestra parte solo queda desearles suerte.
A la salida se despidieron en el aparcamiento con dos
besos y acordaron en llamarse para dentro de unas dos o tres
semanas.
86
Capítulo 10
Podrá parecer curioso, pero ocurrió que el día siguiente a
la reunión con los médicos, para cada una de estas mujeres
fue un día como otro cualquiera. Ambas retomaron su rutina
con absoluta normalidad.
Desde entonces, Toñi cada día al centro médico y Bea al
Ayuntamiento. Nada cambió. Solo con el paso de los días se
destacó un detalle en ellas que delataba lo que podía haber
incidido aquella información que marcaría un antes y un
después. Toñi comenzó a mostrar más interés por su relación
con Ramón, animándose ambos en la búsqueda de una casa.
Bea se sorprendió a ella misma, pues estuvo navegando en
internet mirando acerca de las opciones para ser madre
soltera, cuando hasta ese momento, nunca había
contemplado la maternidad.
De pronto, a su vez, dejó de pensar en Toñi, ni en la
amistad, ni en cómo recuperarla. Había comprobado en los
recientes encuentros, que Toñi estaba transformada en una
persona diferente a la que fue su amiga. Ahora era una
profesional valorada. Una mujer fuerte con las ideas claras
que quería tener su propia familia.
A Bea los años de soledad le habían conferido el don de
la paciencia. Se daba cuenta de no ser ya una chiquilla
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impertinente y caprichosa desesperada por lo que quería. Así
de inmediato tuvo claro, que por el momento, a Toñi no la
podía contemplar en sus planes ni siquiera como amiga.
A la entrada de su apartamento en el recibidor, lucían
algunas tablillas decorativas de estilo vintage con frases
motivadoras a las que era muy aficionada. Desde que se
alquiló el apartamento, Isabel le regalaba alguna nueva por
cada cumpleaños y hasta se encargaba de colocarla. La
primera fue: «La persona más importante de mi vida soy yo
misma». La siguiente decía: «Mientras encuentras lo que
buscas ¡sé feliz con lo que tienes!». Con esos obsequios, a
Bea, desde el primero, le pareció entender que la hermana la
dirigía a que leyera entre líneas. No le daba mayor
importancia y sí las gracias.
En el último aniversario mientras andaba por la cocina
preparando un café, Isabel se había ocupado de colgar una
nueva tablilla que Bea descubrió más tarde, cuando al cerrar
la puerta al despedirla y darse la vuelta, se enfrentó a la
siguiente frase: «Hay momentos en la vida que son
especiales por sí solos. Compartirlos con personas que
quieres los convierten en momentos inolvidables». Recibió
el mensaje como una indirecta bien directa… Le pareció
personal y muy sugerente.
En estas nuevas circunstancias, y sobre todo, tras haberse
convencido del no interés de Toñi por ella, Bea se planteaba
por primera vez muy seriamente dedicarse con esmero a sí
misma. En la última reunión, la doctora Carmen había
referido que entre sus manos tenía algo muy valioso que no
poseían otras personas: tiempo. Con esa referencia rondando
desde entonces, cada día al entrar en casa se detenía ante las
tablillas tomando conciencia en que no podía esperar la
88
llegada de cosas buenas solo por obra y gracia del espíritu
santo. Iba considerando que, en efecto, ese tiempo que le
había regalado el azar lo tenía que aprovechar.
Al siguiente domingo se dirigió al monte. Había
aprendido de su hermana que una larga caminata la ayudaba
a meditar y escapar cuando quería desahogarse. Desde aquel
día de la comunión de Lizi en que tomó la equivocada
decisión de dejar plantada a su amiga, y que fue el motivo
que provocó la ruptura de la amistad, Bea había vuelto por
aquel sendero algunas veces siempre sola. Ese día necesitaba
de un buen pateo hasta agotarse. Allí era libre para gritar de
rabia o placer, llorar, dar vueltas a la cabeza y tomar
decisiones.
Desde hacía una semana sus elucubraciones no paraban
de indicarle que tenía que poner punto final al absurdo
aislamiento que se había impuesto ella solita. Esta vez,
mientras andaba, se convenció de que por fin debía hacer
algo por integrarse a su familia. ¿Qué sentido tenía continuar
así? Pasados tres años en que se había ido de casa, apenas
almorzaba con ellos algún que otro domingo. Se comportaba
igual al Blas del refrán que desde que termina de comer se
va. Percibía darse cuenta de que, a excepción de algún
detalle puntual de lo que contaba Isabel, y a los que por
cierto, ni siquiera prestaba mucha atención, apenas sabía
nada de la vida de su hermano. Desconocía si le iba bien o
no en el matrimonio. Casi tiene que esforzarse para recordar
cómo le llamaban a su sobrino y se reprochó no haberle
acariciado apenas. Se cuestionó no estar enterada de saber
en qué trabaja su hermano y mucho menos su cuñada.
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¿Y sus padres? De ellos sabe que están bien. Punto.
Cuando los ve llega justo a tiempo de sentarse a la mesa y la
conversación la recuerda igual.
—¿Cómo estás, cariño? —pregunta con la que se inicia
su madre.
—Bien, ¿y ustedes?
—Ahí vamos.
—¿Y el trabajo?
—Igual que siempre.
—Ponte más ensalada —ella ignoraba la propuesta.
—¡Qué rica la paella mamá!
—Gracias, hija, pero come un poco más que estás muy
delgada.
—No, es suficiente.
A la llegada de los postres a la mesa se despide porque
siempre está a dieta. Dos besos a mamá y papá y para el resto
los lanza al aire. Ese es todo su contacto familiar. Pero ahora
llora. Se dice y se repite que se acabó, que no puede
continuar así.
Hace un rato, cuando se asomaron estos pensamientos se
había sentado sobre una piedra enorme. Ahí permanece. Con
las manos se tapa el rostro y no ha dejado de llorar. Es ese
llanto que brota resultado del empuje de un borbotón de
sentimientos… También ha gritado. No se ha dado cuenta de
que por el camino viene un perro adelantando a una pareja
con un niño. Al llegar a su altura, a la mujer le ha parecido
entender que esa joven está desamparada. Se acerca con
cuidado.
—Mira, ¿andas sola? ¿Necesitas ayuda? ¿Estás bien?
Bea levanta la cabeza y entre lágrimas pregunta.
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—¿Usted sabe si su madre está al día con las analíticas, o
si a su padre le dan calambre por las noches?
La mujer se sienta a su lado con la mirada entristecida.
Parece haber adivinado el motivo del sufrimiento de la chica.
—Bueno cariño, mamá falleció hace un par de años. A mi
padre sí lo acompañé justo la semana pasada al gran
pinchazo como él llama a los análisis. Fíjate, hay que tener
en cuenta que después debes esperar diez días para el
resultado. Pero a esa consulta, yo al menos suelo ir sola por
si acaso… ya sabes… Y sí. Igual que a todos los viejos le
dan calambres en las piernas. No obstante come plátanos y
eso le alivia o eso dice él. Sin embargo, por lo que veo tu
caso es mucho más sencillo.
Solo tienes que ir a verlos y preguntarles por lo de la
analítica. Y la próxima vez, aunque sea la primera, tú los
acompañas al gran pinchazo. ¡Verás qué pronto se
acostumbran a que los lleves! Se sienten seguros.
Bea miró a la mujer a los ojos y con el rostro mojado de
lágrimas sonrió diciendo —Eso haré. Seguro que lo haré. Se
lo prometo.
—Entonces, ¿ya estás bien? —preguntó la mujer con una
dulce sonrisa.
—Creo que sí. Gracias.
—Perfecto. Te dejamos sola con tus nuevos planes con la
familia y si me necesitas corre un poco que voy andando
delante de ti.
Siguieron caminando y el niño se giró un par de veces
para saludar.
Bea se fue tranquilizando y hasta sonreía mientras se
marcaba sus nuevos proyectos familiares.
91
Respecto a Isa, sabía que su hermana atravesaba
momentos complicados con su pareja. Tenía dificultades,
pero ella desconocía qué pasaba en realidad. Así que se dijo
acercarse a su hermana dispuesta a ayudarla en lo que fuera
necesario.
Respiró concluyendo, «ya esto es algo por dónde
empezar». Era su primer proyecto y se dijo: «Poco a poco
Bea, todo cambiará».
Regresó al apartamento satisfecha con el sentir de que el
día le había rendido de manera positiva. Eran muy especiales
esas caminatas y esta vez estaba reiniciada como decía su
hermana. Dedicó tiempo a organizar un plan que pareciera
natural y espontáneo para verse con Isabel hasta que triunfó
el sueño.
A la mañana siguiente, desde que tuvo un momento libre
en la oficina, la llamó para invitarla a comer a su
apartamento el viernes. Le insistió en que viniera sola y
conversar con tranquilidad sin «moros en la costa». Cuando
Isabel llegó Bea estaba en la ducha así que tuvo que esperar
sentada en la escalera.
—¡Ala! Con lo poco que vengo y te pillo duchándote.
—Sí, pobre. En cualquier caso no volverá a ocurrir
porque te daré una llave. Espera un momento que me ponga
un vaquero y estoy contigo.
Isabel quedó en el pequeño salón algo descolocada
cuando se encontró una mesa bien preparada que invitaba a
pasar un agradable rato, y de guinda, lo del ofrecimiento de
la llave. Al instante apareció Bea que muy amigable pidió a
su hermana que la ayudara a llevar cositas a la mesa.
—¿Qué cositas? —preguntó.
92
—Cariño, cositas ricas que he preparado para nosotras.
Pretendo pasar un rato agradable contigo. Charlar y bebernos
un buen vino. ¿Qué te parece este? Toma, llévalo tú con esto
para que se nos mantenga fresquito.
Se sentaron a la apetitosa mesa que invitaba al inmediato
picoteo a la vez que se preguntaban por el clásico qué tal
andas. Isabel estaba demasiado intrigada y preguntó:
—¿Qué te ha pasado para que se te ocurra preparar esto?
—Pues nada especial y al mismo tiempo muchas cosas
que ahora te contaré.
Entonces ocurrió que, entre pinchos de quesos, jamón,
unas croquetas, ensalada y algunas copas de excelente vino,
se fue «rompiendo el hielo» y creando un ambiente
estupendo, que las arrancó en la expresión de muchas
palabras y demasiadas cosas pendientes por decir. Así de
pronto, fluía una conversación relevante que hacía falta entre
las gemelas. Hablaron con el corazón y sonrieron con el
alma.
Con ese escenario llegó la oportunidad de Bea, la que ella
deseaba y para la que se sabía preparada. Se confesó con su
hermana acerca de sus sentimientos. Explicó reconocerse
una persona que vive en automático.
—Llevo un tiempo repasando el cómo he gastado la vida
y estoy asustada. Me reconozco un ser tóxico que he hecho
daño y ocasionado dolor a la familia, en especial a ti. Incluso
siento vergüenza porque en algunos momentos, de esos
complicados, cuando peor me mostraba, yo me daba cuenta
del daño que hacía. Llegué alguna vez a pensar que estaba
poseída por un espíritu tipo alíen que usaba mi cuerpo y mi
cerebro para hacer de las suyas… No sé si eso puede ser o
no, y tampoco sé con exactitud qué fue lo que me empujó a
93
tomar la decisión tan radical de aislarme como he hecho. Lo
que sé, es que de alguna manera, en el fondo estaba segura
de no querer seguir por aquel camino de vivir cortando
sentimientos con una navaja. Así que quizás por esa certeza
me aislé, supongo que por no saber gestionarlo de otra
forma. Han pasado unos años.
»Durante un tiempo me estuve viendo con un psicólogo,
y aunque no fue en principio en plan terapia porque nos
habíamos hecho amigos y nos gustaba estar juntos por las
tardes a charlar… el caso fue que terminó dándose cuenta de
que yo necesitaba ayuda. Estuvimos bastante tiempo
quedando a conversar con un café. Tengo que agradecerle
que me atendió de una manera tan inteligente y sutil, que
hasta muy adelante no me di cuenta de que estaba en sesiones
terapéuticas entre cafés y comidas por los bares. Así que sí,
fue terapia en toda regla aunque no fuera en consulta. Me
ayudó mucho.
»Un día, cuando me habló de la empatía, le dije que
escuchaba esa palabra por primera vez. ¡Qué vergüenza! Fue
él quien me explicó que era imprescindible que aprendiera a
colocarme en el lugar de las otras personas para que dejara
de ocasionar daño. Me llevó a entender que desde que fuera
capaz de hacerlo, cambiaría mi forma de relacionarme. Me
insistía en que yo también podría disfrutar del intercambio
con otras personas. Me trataba como si yo fuera una niña
chica. Te confieso que a la primera esos razonamientos me
sorprendían.
»Ahora mismo Isabel, ya no soy vulnerable a las
opiniones de otras personas. Siempre tuve el coraje de hacer
lo que me daba la gana, pero en el fondo, contigo, con mamá
y papá, me quedaba con cargos de conciencia. No sé si me
94
estoy explicando bien… La suma es que puedo distinguir el
comenzar a aprender, a dirigir la mirada a mi alrededor con
otra perspectiva. Me apetece descubrir y alcanzar más allá
de lo que tengo delante de los ojos.
»Estoy trabajando en desarrollar la habilidad de no actuar
al primer impulso, a dominar mi enfado, y no creas, me ha
costado un dedicado esfuerzo personal. En la oficina lo
notan. Hasta hay una chica de más confianza que me lo ha
comentado hace poco como un halago y un cambio positivo.
Ahora mismo estoy en condiciones, y en ese momento en
que quiero pedirte que estés a mi lado. Me apetece que
desarrollemos esos poderes telepáticos que seguro tenemos
dormidos —ambas rieron—. Que estemos unidas, que
podamos escucharnos, que pensemos juntas y seamos más
que amigas unas auténticas hermanas gemelas. Siempre te
he querido. Solo que era incapaz de verbalizarlo. Ahora, en
cambio, necesito dirigirme a ti para confesarte de corazón lo
mucho que te quiero.
—No sé qué decir —Isabel lloraba—. Me sorprendes
tanto que…
—No digas nada. Solo escucha. Espero que tú desees esto
tanto como yo. Tendremos que aprender cosillas la una de la
otra seguramente, porque lo que debió de ser natural entre
nosotras, por mi culpa, fue algo que ha quedado aparcado
desde que éramos unas niñas. Ahora opino que tenemos que
volver a crear hábitos. Me han dicho que todo comienza en
la mente y esta conciliación me hace tanta ilusión… Estoy
muy esperanzada en que si ambas queremos, consigamos la
relación que siempre tendríamos que haber disfrutado.
»Y no solo entre nosotras. Preciso de tu ayuda. Me
gustaría y te ruego por favor, que me apoyes también a
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acercarme a mamá, a papá y a toda la familia. Ya es hora de
que me entere qué se siente cuando se es querida y que
aprenda cómo trasladar mi amor a la gente cercana.
»Estoy harta de ser una persona desgarrada, tensa e
irritada. Se acabó Isabel. Llevo tiempo trabajando con mi
mente para que me ayude a ir por el lado agradable de la
vida, acercarme a las personas que quiero y poder
evolucionar hacia la serenidad.
»Desde ahora dependerá de nosotras hasta donde
queramos llegar. Por mi parte te aseguro que quiero ir todo
lo lejos que sea posible. Deseo que nuestra relación sea
nueva como si la estrenáramos. Una verdadera amistad entre
hermanas. Que podamos recibir y darnos todo el amor que
nos debemos. Sí, que no te suene extraño escucharme hablar
de amor porque me apetece al fin hacer caso a mamá y
entregarme a él como ella intentaba explicarme. Deseo más
que nunca sacudirme la nostalgia por todo lo que me he
perdido, por lo que nos hemos perdido las dos.
»No necesito ni quiero elegir amigos nuevos ni diferentes
porque te tengo a ti, y tú eres mi imprescindible. Estoy
segura de que hasta podremos descubrir cosas de nosotras
mismas que no hemos tenido la oportunidad de ver o sentir.
Aprovechemos la ventaja de estar conectadas y saber que
encajamos. Es posible que tenga a cada rato que reiterar mi
perdón por las mil putadas que te hice, por lo que sufriste por
mi culpa, y así será si es necesario. Aunque lo cierto es que
prefiero que aceptes mis infinitos perdones ahora mismo y
entre las dos, demos por zanjado todo lo desagradable
ocurrido. Me parece ideal para reiniciarnos y amarnos de la
manera correcta. Estaría genial que el tiempo que guarda la
extraña relación nuestra hasta ahora, no contara. Sería ideal
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que se congele, se derrita y desaparezca. Quedaría fantástico
porque me apetece que, desde ya, solo cuente entre nosotras
el amor. Y deseo convertir todo esto que siento extensivo
para nuestra familia. —Bea buscó la mirada de su hermana,
dirigiéndole una sonrisa y abrió los brazos—. Pero hija mía
dime algo. ¿Nada más sabes llorar? ¿Qué significa tanto
llanto?
Isabel se lanzó emocionada a los brazos de Bea que la
recibió en un abrazo espléndido. Se habían levantado y allí,
en pie, estaban entre risas y lágrimas de colores felices que
anunciaban el comienzo de una nueva etapa para ellas. Se
abrazaban, se miraban y reían, todo al mismo tiempo.
Estaban confundidas y eufóricas. Isabel, en un grito de
alegría dijo —¡Tenemos que brindar! —y se dispuso a llenar
las copas.
Volvieron a sentarse una frente a la otra, y mirándose a
los ojos acuosos de lágrimas brindaron por ellas.
—Pudiste haberme adelantado algo sobre esta sorpresa.
Doy gracias a Dios por nuestra juventud porque creo estar a
punto de que me dé un infarto. La verdad es que nunca había
pensado en que llegara un momento tan feliz. ¿Qué decirte?
Lo primero es que no tengo nada que perdonarte. Te he
querido siempre tanto, qué por grande que fuera tu trastada,
a los dos días yo la había olvidado. En los peores momentos
me iba al monte a terminar de curarme. Ya sabes que
desconozco el rencor. Con ese sentimiento me ocurre igual
que lo que te pasó a ti con lo de la empatía. Sé del
significado, claro, si bien es una emoción que me es ajena.
No lo he tenido jamás por nadie, así que mucho menos lo iba
a sentir por ti.
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»Por eso, como dices, estoy de acuerdo en que dejemos el
pasado donde esté. Es pasado. Que se diluya en el tiempo
porque no volveremos al tema nunca más. Así es como si no
hubiera existido. De esta forma acordado entre nosotras, aun
cuando discutiéramos, todo lo desagradable queda diluido y
no ha ocurrido nada.
»Sobre la familia, por supuesto que tendrás todo mi apoyo
para integrarte. Lo haremos poco a poco y no de un tirón
como has hecho conmigo. Se trata de conseguir de manera
discreta que ellos se den cuenta a raciones sobre tus
novedosos propósitos. Te ayudaré a que no perciban tu
acercamiento como algo planeado o sospechoso. No tienen
que notar que has pedido auxilio. Les hará felices verte
comportar con naturalidad entendiendo que sale de tu
corazón, porque, además, en definitiva, es que así ha sido.
De manera sosegada es como ellos lo deben de recibir. Ya
sabes que el más duro de pelar es Joaquín, pero con guiños
y cariñitos conseguirás camelártelo. Del niño nada te digo,
porque con unos mimos y un par de regalitos al momento te
estará llamando tía Bea.
»Me dices que de hace un tiempo acá has empezado a
reflexionar sobre todo esto, aunque supongo que debe de
haber estallado un detonante que te ha servido de
propulsor… Ahora que estaremos más cerca me irás
contando… te lo recordaré… En cualquier caso estoy feliz.
¡Tanto que deseé que fueras mi mejor amiga! Viví mucho
tiempo afectada por no conseguirlo. Con la madurez me
conformé, aunque ha sido mi permanente frustración.
—¡Pero nunca fue tu culpa! —le quiso aclarar Bea.
—No importaba. No lo lograba y eso era suficiente para
sentirme desolada. Por eso este paso me resulta tan
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significativo. Es al fin una gran puerta abierta en mi vida.
Por cierto, mientras hablabas, he notado que no has sido
capaz ni una vez de mencionar la palabra soledad. Quiero
que sepas que he sufrido por verte tan sola. Ese fue el motivo
por el que, en los cumpleaños, te he regalado las tablillas de
la entrada. Me parecías abandonada y conforme con tu
situación. Me entristecía ver tu mundo reducido al trabajo y
tu estancia en el apartamento. Colocar ante tus ojos la frase
de que lo fundamental de tu vida eres tú misma, que
compartir cosas convierte a los momentos en inolvidables,
lo hice con la intención de que comprendieras que, para
ayudarte a ti misma necesitas de los demás. Eso era lo que
quería que vieras. Y fíjate que no estoy en contra del hecho
en sí de estar solos. A todos nos gusta tener ese espacio que
tiene su valor y conseguimos apreciar con la madurez. Nos
resulta hasta necesario. Pero ese tiempo cuando es
excesivo… supongo que una ha de hartarse de tanto estar
sola. Ahora que te has decidido a dejar un poco ese
aislamiento impuesto, te sorprenderá la mejor capacidad
adquirida a tu favor, para con facilidad apreciar quién o
quiénes son buena compañía y podrás distinguir el estar a
gusto. Sentirás satisfacción por encontrarte bien con los
demás porque los has elegido.
»Las contadas veces que disfrutamos del senderismo, es
cierto que hemos hablado, aunque fuera poco. Andando
juntas esos ratos, yo me ilusionaba con que las cosas iban a
cambiar, pero con los días, tú lo has vuelto a colocar todo en
su sitio. Ahí tienes una tras otras mis frustraciones.
»Cuando se vive tan apartado de la familia como has
elegido estar tú, la mayoría de las veces ocurre que, a la
llegada de un problema por enfrentar, entonces nos da
99
vergüenza pedir ayuda. Esa idea me horrorizaba porque
temía que te ocurriera algo y no fueras capaz de solicitarme
que te echara un cable.
»Por otra parte, sin ti me siento muy perdida. Ya sabes
que por mi forma de ser siempre me ha costado hacer buenas
amistades. Supongo que ha estado justificado en mi
necesidad o capricho en que tenías que ser solo tú. El caso
es que así es como ha sido. El resultado es que tengo un
montón de conocidos y aceptable relación con algunas
personas, pero al final, lo que se dice una buena amiga o un
buen amigo no lo tengo. Eso me ha costado. Lo he ido
sobrellevando. Claro que, lo debes saber, en el mundo que
vivimos a todos nos cuesta tirar hacia delante. La gran
mayoría de la gente estamos perdidos. El que ahora nosotras
nos tengamos una a la otra es algo tan valioso en estos
tiempos como tener un diamante, porque hermanita, aunque
veas a un montón de gente en una terraza tomando cervezas,
o irse juntos de fiesta, también ocurre que cada vez todo es
más complicado. Y no sé por qué. Pero es como si
estuviéramos existiendo en un lado de la vida que no tiene
color, y parece ser normal, pues cada uno va pendiente de su
particular rollo. El resultado es que sumamos un montón de
gente perdida entre las que no hay vínculo, y donde la única
y certera conexión que existe es la que está en las redes
sociales. ¡Es tan absurdo!
»¿Sabes Bea? Tú ni tienes redes. Yo tampoco ahora. Pero
las he tenido. Cuando estás metida en ese mundillo te das
cuenta de que por ahí van por igual. Se ve mucha gente
despistada y desconocida, y que, de pronto, al mismo
tiempo, a un solo clip, dicen conocerse y ser amigos.
Entonces comprendes que se vive en un caos en el que con
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un teléfono o un ordenador parece que nadie está solo. Es
muy confuso.
—Pues eso se va a acabar, querida —interrumpió Bea—.
Basta ya de que la vida nos pase por delante. Ahora seremos
nosotras las que danzaremos en ella y todo nos va a parecer
real, y lo tenemos que sentir, y si no es así, cuando lleguemos
a casa, tiramos del teléfono para hablarlo, o te vienes para
acá y nos tomamos unos vinos o yo voy a tu encuentro. Sea
como sea, lo que quiero decir es que no nos abandonaremos
a ese caos social que ya conocemos y del que hablas. Al
menos tú y yo, y nuestra gente, vamos a sobrevivir porque
tenemos que ayudarnos estando unidos. Nosotras nos
interesaremos por lo que nos importa y lo hablaremos.
Estaremos en desacuerdo o no, y con seguridad discutiremos
alguna vez, pero siempre desde la perspectiva de apoyarnos
consiguiendo una salida.
—¡Madre mía! ¡Me has llamado «querida»! Solo con
Toñi, entre ustedes se tratan de queridas. Ojalá todo esto que
estamos planeando no sea una fantasía.
—No lo será Isabel porque no vamos a permitir que lo
sea. Nos esforzaremos. Te prometo que lo haré. Entre las dos
iremos creando nuestras propias normas de interacción y
verás que nos va a resultar fácil. ¿Estás contenta?
—Más que contenta, ¡estoy feliz!
Volvieron a alzar las copas y brindar.
—Pues ya que estamos te toca.
—Pero Bea, es tarde y te gusta dormir temprano para…
—Isabel, mañana es sábado. No trabajamos y si se hace
muy tarde da igual. Pasas un wasap a tu novio y le dices que
te quedas aquí y ya está. Es nuestra noche. Te escuché decir
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el último domingo que comí en casa que no andabas muy
animada… ¿Qué pasa? Cuéntame. ¿Es algo con tu chico?
—Pues sí y no al mismo tiempo… aunque siento que por
ahí van los tiros. Estoy medio perdida. No lo sé con
precisión.
—Cuéntame. Inténtalo. Quizás entre las dos podamos
aclararlo, recuerda que dos cabezas piensan más que una.
—Sí, lo sé… Es que es un rollo mío de algo que me ocurre
dentro, no sé dónde, pero me confunde. Tampoco sé si tiene
que ver con sentimientos o es otra cosa que desconozco. Por
más que lo intento, aprecio no sentirme a gusto a su lado, no
estoy satisfecha y no me veo deslumbrada. En general no
estoy bien. Y solo me pasa con él. De verdad Bea, no son
malcriadeces. No sé por dónde tirar y de cualquier manera
me aprecio muy despistada.
—¿Pero, le has dejado de querer?
—No se trata del cariño. ¡Claro que le quiero y mucho!
Es un gran tipo. Funcionamos bien como colegas. En
cambio, fuera de eso, existe algo dentro de mí que me parece
marcar otro destino, quizás sea un camino que aún no he
descubierto.
—Y… ¿Qué tal cuando estáis juntos? Me refiero al rollo
sexo. ¿Te diviertes, quedas satisfecha?
—No. Ni me gusta ni me siento bien. Tampoco quedo
compensada por mucho que él lo intenta. Ni siquiera me da
asco. No me horripila, aunque me las invento para evitarlo
porque no me atrae acostarme con él.
—¡Uy! Isabel. Creo que este tema me parece digno de
hablarlo con alguien capaz de orientarte. Como sabes, al
respecto yo apenas he tenido unas pocas experiencias de
relaciones con un par de tíos y punto. Excepto lo que veo a
102
diario en el trabajo, en la tele, las series, lo que leo… Algún
polvo de esos que quizás repito y la mayoría de las veces no.
Quiero decir, que vivir en carne propia relaciones íntimas y
sobre todo de carácter estable, ese no es mi fuerte. Así que
no soy la persona ideal para ayudarte ni opinar, sin embargo,
esta vez sí me refiero a pedir ayuda. He dejado de ser una
negada a la terapia. Ahora distingo cuándo es pertinente
acudir a algún experto buscando orientación, porque
sospecho que lo que tienes debe de ser un cacao mental… Y
es que escúchate: «Es un gran tipo, funcionamos bien como
colegas». Pareces hablar de tu amigo perfecto, pero resulta
que es tu novio, con el que convives desde hace casi tres años
aunque no te apetece el contacto físico. Lo primero que yo
diría es que no pareces estar enamorada. Por otro lado,
déjame opinar que al menos yo sería incapaz de poder
convivir con una persona en plan pareja si no estoy
enganchada de ella. ¡Fuerte tortura! Al mismo tiempo dices
creerte confundida, si bien, en la práctica no te gusta el
contacto físico y hasta lo evitas. Ahí no tienes duda. Por
tanto, como una ecuación. Para mí, blanco y en botella. Si
pretendes hacer las cosas bien sin equivocarte, y no provocar
daño, solicitar ayuda es lo adecuado.
»Mira, si te parece bien haremos una cosa, porque lo que
está claro es que no es bueno para ti ni para nadie continuar
viviendo en una espiral de la que no te mueves por salir. Eso
es un mareo que hace daño. Hablaré con mi amigo. El
psicólogo que te mencioné hace un rato, que me hizo terapia
sutil plan cafés y restaurantes. Aunque para él no seas tú el
mismo caso, y resulte que tengas que ir a consulta, iremos.
Te acompañaré si quieres. Verás que te ayuda a esclarecer
las ideas. Sus reuniones no son caras y a lo mejor ni nos
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cobra. Si tienes problemas con el dinero yo me encargo. Lo
importante es que recobres tu cordura de mente y libertad de
espíritu. Él te guiará. Y ya después tú sabrás qué hacer. ¿Qué
te parece mi propuesta? ¿Te sientes con ganas de aclararte
con ayuda de la buena? Piensa que es como una elección:
continuar viviendo así o «alumbrarte» para estar bien.
—¡Claro! Tu proposición me parece la adecuada y te lo
agradezco no sabes cuánto. No me apetece seguir así, pero
tampoco soy valiente para decirle que nos alejemos porque
no quiero hacernos daño y desconozco si es eso lo que
necesito. La verdad es que no lo había tenido en cuenta, pero
una ayuda profesional no me vendría nada mal.
—Solucionado de momento. Estamos en finde. El lunes
o el martes le paso un wasap y a ver qué me dice.
—Gracias, Bea. Ahora sí que me voy.
—No señorita. Usted no va a ninguna parte. Con la
confesión de que no estás tan a gusto conviviendo con tu
chico, sumando a esto lo tarde que es, encima de que nos
hemos pegado botella y media de vino… ¡olvídalo! Así no
vas a conducir. Te quedas esta noche aquí. En la habitación
que tengo de estudio hay un cómodo sofá cama pendiente
por estrenar donde dormirás de lujo. Por cierto, y antes de
que se me olvide —Bea extrajo algo de un cajón cercano—,
aquí tienes una copia de la llave de este apartamento. Desde
ya puedes entrar y salir sin ni siquiera avisar ni esperarme
sentada en la escalera.
—Voy a tomarte la palabra. Me quedo porque me
apetece, y además sé que no debo de conducir con estas
cantidades industriales de vino que tengo encima. Por cierto,
en la vida imaginé tener unas llaves de tu casa.
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Sonreían felices de estar juntas. Se abrazaron una vez más
e Isabel comenzó a recoger la mesa cuando Bea dijo:
—Querida, sí, querida —recalcó Bea con intención—, lo
dejamos todo ahí tal cual que mañana será otro día. Voy a
buscar sábanas y una almohada para que te prepares el sofá
cama.
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VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS
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Capítulo 11
Se reunía el familión, como ellos se llamaban, en un
especial día de celebración a causa del cumplimiento de los
cincuenta años de las gemelas. Estaban recién sentados a la
mesa cuando llamaron a la puerta. Fue Isabel quien recibió a
Toñi, que venía acompañada de su hermana y sobrina de
unos cinco años.
Los presentes se alegraron mucho de verlas. No
esperaban a Lizi, para la que se dispuso sobre la marcha un
sitio en la mesa.
Bea, desde la entrada de la visita, se había arrodillado y
abrazado Elizabeth, que así se llamaba la hija del Lizi. Le
decía que estaba muy contenta porque hubiera venido a su
fiesta de cumpleaños. Le presentó a su niña, Antonieta. Las
animó para que se hicieran amigas disponiendo una mesita
infantil de colores con sillitas rosa, y al tiempo que la
invitaba a sentarse, le contaba que ese era el color preferido
de su mamá cuando era una niña tan linda como lo era ella
ahora. Las chiquillas aceptaron. Al principio Elizabeth
mostraba timidez, pero ya acomodadas, desde que le
pusieron platos pequeños de postre servidos con la comida
para ellas, ambas se fueron animando, comenzando muy
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pronto a intercambiar risas y juegos bajo la atenta mirada de
sus madres.
Con las copas de vino servidas, el padre de las
cumpleañeras se puso en pie dando la bienvenida a las recién
llegadas. A continuación, dio gracias a Dios que le permitía
disfrutar de esta reunión con toda su familia unida. También
agradeció el poder gozar de sus nietos y brindó por los
cincuenta años de sus hijas y la salud de todos. La respuesta
de los presentes fue unirse. «¡Por el familión!», mientras
chocaban copas entre muestras de cariño.
Toñi quedó ubicada a la mesa enfrente a Bea. Pasaron el
almuerzo interviniendo en la conversación como todos, pero
ellas, en su particular discreción, cruzaron miradas que
parecían buscar respuestas más allá de lo evidente.
Después de recoger bandejas, platos y restos, llegó la
tarta. Las niñas, que ya eran inseparables fueron las
protagonistas aplaudidas por todos. Luego el café y una
agradable sobremesa. El padre de las gemelas echaba sus
cabezaditas hasta que Joaquín le animó y acompañó a su
habitación a dormir su acostumbrada siesta.
Sobre las seis de la tarde, Lizi avisó a su hermana de que
ya era hora de irse. Se despidieron. En el umbral de la puerta,
Toñi se dirigió a las homenajeadas agradeciendo la
invitación.
—Lo he pasado muy bien. Echaba de menos… ¡Hacía
tantos años que no nos veíamos! Con todo me ha sabido a
poco —dijo mirando a Bea a los ojos—. Tenemos muchas
preguntas y si no te parece precipitado, mañana es domingo.
Podrías venir a mi casa a la tarde a tomarnos un café y hablar.
—Por supuesto que iré. Te adelanto, porque debes
saberlo, qué desde hace tiempo Isabel es conocedora de
110
nuestro secreto. La verdad es que no sé si es correcto
llamarle así. El caso es que me gustaría que ella también nos
acompañara.
—Me parece estupendo. ¡Tengo tantas cosas por saber de
las dos!… Así que perfecto. Y no creas que eres la única que
no pudo aguantarse. Lizi también está enterada.
Las cuatro se abrazaron hablando todas a la vez y se
despidieron hasta el día siguiente.
Al entrar en la casa, encontraron la mesa de centro
dispuesta con la merienda servida. Parecía no haber nadie
más. Se extrañaron e Isabel preguntó:
—¿Estás sola?
—Sí. Vivo sola. No quise comentarles nada ayer para no
entristecer el buen ambiente. Ramón murió hace tres años.
Fue tremendo. Un tiempo antes comenzó a padecer de
piedras en la vesícula. A la primera escapó sin problemas. Se
sintió un día bastante mal, lo que le obligó a ir al médico y
consiguió expulsarla a través de la orina. Fue evidente que
siguió el proceso de los cálculos, pero él no sentía molestias
y bueno… Era tremendo de malcriado para ir a consulta, así
que no quería continuar las revisiones. Decía estar bien.
Hasta que, pasado un tiempo, comenzó a tener dolores en el
abdomen, pero encaprichado en que eran de estómago se
negaba ir al médico. No pueden imaginar las peleas. Más
adelante comenzaron los vómitos. Cuando conseguí
arrastrarlo al especialista ya tenía una pancreatitis bastante
avanzada. A pesar del urgente tratamiento, pronto pasó a
manifestarse como una insuficiencia renal aguda, y tras
eso… Todo lo que puedan imaginar. Año y medio
complicado, doloroso y muy triste. Me tocó ver cómo se iba
111
depauperando y también sufrir porque él no tenía ganas de
morir. Ocurrió hace tres años. Desde entonces estoy sola.
»Ahora estoy en la batalla campal de traerme a papá
conmigo. Se maneja bien, pero tiene los mil achaques de un
señor de ochenta años: corazón, tensión, todo le duele a
causa del reuma lo que va afectando su movilidad. Está
negado a abandonar su casa con los recuerdos de mamá. Lizi
colabora ayudando a ver si entre las dos ganamos la guerra.
Creemos estar a punto de conseguir traerlo aquí.
»Fíjate, Bea, qué razonamientos tan acertados aquel día
cuando estuvimos atormentadas con lo de vivir la despedida
de nuestra gente sin nosotras envejecer. Ya ves, Ramón se
ha ido pronto. Lizi lo sabe porque ha sido mi gran apoyo y
no pude, en su día, evitar contarle la historia. Solo queda mi
hijo que ya tiene veintidós años, vida propia e independiente.
Está terminando medicina así que nada de esto le
sorprendería de saberlo, sumando el cómo van de avanzadas
las cosas en el mundo científico. Vamos, que poco queda
para que nuestro «no envejecimiento» sea algo común.
Esperen un momento. Traigo café y me cuentan ustedes.
Al regreso de la cocina, Bea comentó a Toñi sobre la
historia de Ramón, que se habían quedado en shock.
—No puedo imaginar lo que has sufrido ¿Y tu hijo?
—Se llama Ramón José y como supondrán estuvo muy
mal. Pasaba todo su tiempo junto a nosotros. No se perdió ni
una consulta. Íbamos los dos con Ramón, y también a los
tratamientos. El chico intentó que su padre no sufriera. Hubo
un tiempo que no levantaba cabeza hasta que, aparentando
yo ser la supermujer, fui consiguiendo que retomara los
estudios, pues perdió tres semestres sin ir a clases. Se fue
recomponiendo y le costó lo suyo, pero continuó. Cuando se
112
es joven, la propia juventud se encarga de ir colocando todo
en su sitio curando antes las heridas. A veces le noto
recaídas. Estas experiencias con los padres, siendo uno tan
joven, se cargan para siempre. Yo sigo arrastrando la pérdida
de mamá. No obstante, creo que lo va aceptando o ¡yo qué
sé! Chicas se ha acabado esta tétrica conversación.
Finiquitada. Quiero saber de ustedes. ¡Ponedme al día!
Bea comenzó contando acerca de lo que le había afectado
aquella información de los famosos tantos años de vida. Le
confesó a Toñi, que, por demás, había ocurrido en un marco
en que no estaba curada de la ruptura de la amistad entre
ellas. Que, al principio, ni siquiera prestó la atención que
requería el asunto porque su único interés estaba centrado en
recuperarla. Le contó cómo en aquellos encuentros, y, sobre
todo, tras los consejos de la Dra. Carmen, fue cuando
comprendió que Toñi estaba centrada en sus objetivos, que
la vio con las ideas claras y que entonces, se debatió un
tiempo en su batallita particular consigo misma, repitiéndose
que tenía que hacer algo ¡ya! Que se dio cuenta de estar
relegada en la vida, sin planes de futuro ni sin sueños. Sobre
todo, que no se veía viviendo tanto y tanto tiempo en esa
absoluta soledad en la que se había instalado.
—Así que comprendí que yo también necesitaba aire.
Entendí llegada la hora de dejar aparcado lo que al fin
confirmé ser un castigo impuesto por mí misma. Vi claro ser
una impertinente con mi gente querida. Tenía que trabajarme
lo de estar apartada y triste. Ratifiqué que, en definitiva, esa
decisión no me había llevado a ninguna parte, concluyendo
que sola, ni siquiera sabía manejarme en momentos
complicados. Necesitaba pedir ayuda. Aquel me pareció el
instante perfecto y lo entendí como mi posible única
113
oportunidad, para por lo menos intentar que me perdonaran,
acercarme a Isabel, a mamá, a papá, a todos.
»Reclamar el amor de mi hermana me resultó un acto de
fidelidad bello y hasta fácil, porque no fue más que
reconocer lo mucho que de verdad la quería. Del resto, ni te
cuento cómo ocurrió. Cuando volvimos a conectar, ella se
convirtió en mi guía, encargándose de conseguir la apertura
de todas las puertas a mi favor en la relación con nuestros
padres y con Joaquín. Lo fui logrando como viste ayer. Hace
años estamos todos muy unidos.
—¡Cuánto me agrada oír esta historia! Es de las buenas
de verdad. Pero, ¿cómo es esa parte que me he perdido en
que viven juntas? ¿No te has casado, no has tenido pareja?
¿Y Laura? ¿Quién es el padre de la niña? Cuéntenme todos
los detalles que estoy ansiosa —reclamó Toñi.
—Ay Toñi. Es que te has perdido mucho. Dejar pasar
tantos años sin contactar entre ustedes y conformarse con un
wasap en los cumples… nunca lo he entendido, pero lo he
considerado vuestro problema. Todo por lo que preguntas es
una historia que estoy segura te gustará escuchar. Es fácil.
Aunque no creas, que al mismo tiempo, hubo momentos
complicados —dijo Isabel. Y continuó—. A raíz de que
volvimos a conectar nosotras, ya Bea se había dado cuenta
de que no me iba muy bien con el novio que tenía. Yo estaba
muy confundida. Nada, que Bea se encargó de ponerme en
contacto con un amigo de ella de profesión psicólogo. Un tío
muy buena gente y un profesional de primera. Después de
un par de sesiones de terapia, consiguió orientarme a que yo
sola me fuera dando cuenta, que mi contrariedad con el
novio podría estar en que no me gustan los hombres.
114
—¡Hija, pero eso no es un problema desde hace muchos
años!
—Sí, claro que no lo es y no lo era entonces tampoco.
Pero a veces es complicado aceptarlo Toñi, y el rollo era que
yo ni siquiera lo quería reconocer. Con ayuda de Fernando,
el terapeuta que te he dicho, y muy poco a poco, fui
encajando detalles, cosas, y comprendiendo que, en
definitiva, lo que sentía, mis emociones, se habían
encargado, hacía tiempo, de enviarme señales que me
negaba tener en cuenta. En medio de toda aquella confusión,
Bea me ofreció irme a vivir con ella y desde el principio fue
medicina para las dos.
—En medio del proceso de ambas, iniciamos proyectos
—interrumpió Bea—. Lo primero fue dejar mi apartamento.
Cambiar para un piso grande. Éramos dos, con manías, e
Isabel con unas inclinaciones bien definidas respecto a ser
mamá. Yo no le hacía ascos al tema y comenzaba a sentir
una cosita por el estómago cuando lo hablábamos. Nos
compramos el piso que tenemos ahora que es enorme.
Vendrás a visitarnos cuando quieras. Y allí nos trasladamos.
—Después apareció en mi vida Laura que ayer la
conociste —retomó Isabel—. Es una tía estupenda. La
verdad que es muy machorra, lo cual al principio me
asustaba. A pesar, no sé de qué manera se las arregló y
terminamos enamoradas. Bea quedó encantada cuando la fue
conociendo hasta que se vino a vivir con nosotras.
—Lo de la niña, tardó un poquillo, aunque me lo trabajé
con paciencia porque tenía ganas —cortó Bea—. Pasaron
unos años y algunas otras cosas, cuando llegó el momento
en que las tres solas en aquella casa comenzábamos a estar,
sin darnos cuenta, siempre hablando de chiquillos. Del hijo
115
de fulanita, la hija de menganita, nos traíamos a la niña de la
vecina y le rogábamos por hacer de canguros gratis con tal
que la chiquilla no se fuera. Hasta que conseguí hacerles ver
necesitar un bebé con nosotras. Yo me escabullí por no parir,
ya me conoces, y a Isabel le daba un montón de miedo. La
más fuerte, inclusive físicamente y además valiente, era
Laura. Ni se lo pensó. Con rotundidad anunció que la paría
ella que ni le iba a doler —estallaron las risas de las tres
mujeres.
—Nos iniciamos en un camino largo y costoso. Dado que
en definitiva teníamos el dinero, por suerte, los deseos tan
grandes, más el delirio con el que apostamos por el
nacimiento de aquel bebé, ya te digo… Fue ponernos manos
a la obra.
—¡Ala! ¡Qué ilusión! ¿Cómo lo hicieron?
—Bea y yo nos sometimos a la aspiración folicular.
Fernando, el amigo psicólogo, desde que lo supo se ofreció
a ser el padre, prometiéndonos que jamás nos daría el
coñazo, que a él le ilusionaba también tener un hijo.
Fernando es gay, así que para él era una oportunidad de lujo.
Solo nos pidió que la niña lo reconociera como su papi o su
tío. Estábamos los cuatro de acuerdo. Cuando el
espermatozoide fecundó a un óvulo y quedó fijó nos
avisaron de la existencia de un embrión de buena calidad
obtenido. Allá fuimos las tres corriendo y también Fernando,
que se apuntó para la trasferencia al útero de Laura. Si nos
llegas a ver esperando afuera en la consulta. ¡Vaya trío y la
que armamos!
»Esta que te cuento fue la travesía segunda porque la
primera vez resultó fallida. No había manera que nos
116
desalentáramos, lo teníamos claro y seguimos en el otro
intento a por todas. La segunda vez fue eureka.
—Qué maravillosa es la ciencia, ¿verdad? Y bueno, sin
querer ser imprudente, ¿quién resultó ser la mamá genética?
—Las tres —respondieron las hermanas al mismo tiempo
muy rotundas y sonrientes.
Bea explicó que ese fue el primer acuerdo tomado antes
de iniciar el proceso.
—Las tres, junto a Fernando, hemos estado ahí sin
perdernos nada. Pusimos el mismo empeño, la misma
esperanza y mucho amor. No importa a quién corresponde el
óvulo fecundado. No es relevante. Isabel y yo nos sentimos
por igual madres de Antonieta. Laura igual, que fue quien la
llevó en su vientre. Los nueve meses estuvimos pendientes
cuidando de ella y la barriga para que nada fallara. Después
de todo lo pasado no puedes tener idea de lo emocionante
que resultó ser el proceso. La situación era de circo. Cuando
le contamos anécdotas a Antonieta de su gestación y todos
nosotros alrededor de la barriga de Laura, no imaginas lo que
se ríe la chiquilla. Con todo, lo pasamos bien. El resultado es
que es una niña feliz que tiene tres mamás y un papá. Ahora
ya comienza a hacer preguntas más detalladas y se las vamos
solucionando lo mejor que podemos. Nos ayudamos con
imágenes de internet y nos parece que lo tiene bien encajado.
Fijo que con más edad se hará una configuración más
científica del tema, pero sea como sea, nosotros no hacemos
ninguna distinción y ella tampoco.
A Toñi, estas experiencias por las que habían pasado sus
amigas le parecían la gran historia para una película. Mostró
su satisfacción por el cambio de Bea y las felicitó por la
familia tan bella y unida que tenían ahora. No paraban de
117
charlar sobre otros variados temas hasta que surgió la
pregunta por parte de Bea:
—¿No has recibido la carta del equipo de investigación?
Lo pregunto porque como has cumplido los cincuenta
antes…
—No. Nada. En cualquier caso, no creo que sea tan
inmediato. Además, ellos no nos señalaron con exactitud que
fuera el día después de cumplir los cincuenta. Más bien me
pareció entender que sería aproximadamente durante ese
tiempo. Esa fue mi impresión. Podrá ser en esta semana o
puede ser dentro de tres meses. Aunque la verdad es, que a
estas alturas y viendo lo que estamos viviendo, ya no me
preocupa tanto como me inquietó en su día la famosa noticia
que nos dejó boquiabiertas.
—Eso mismo dije a Bea hace unos días. Creo que la
experiencia de ustedes ocurrió veinte y pico años atrás. Con
toda seguridad pudo haber sido chocante. En cambio, ahora
con el tiempo pasado, otra perspectiva, y los logros en la
investigación genética como van. Opino que aquel proyecto
ha perdido el estrellato.
—No creas Isabel. Recuerda que se supone que no
envejeceremos a partir de ahora. Ese detalle es el más
relevante. Es el que queda por comprobarse desde este
instante. Por cierto, Bea, debes hacerte una buena fotografía,
yo también la haré para que nos sirva de punto de referencia.
Isabel apuntó que lo de la foto era una gran idea y muy
razonable. Le parecía ahora el momento adecuado para
hacerla a las dos juntas. Ella se encargó. Toñi continuó.
—De cualquier manera, aquellas otras afirmaciones de
hace años que se difundieron apuntando que el
envejecimiento ocurría desde la misma juventud, porque las
118
defensas del organismo se encargaban de destruir a las
células dañadas responsables del deterioro y de muchas
enfermedades; esos estudios continuaron y ofrecieron
respuestas. Tuvieron alguna repercusión y no han sido
abandonados. Lo he seguido. Lo llevaban, y continúan en
ello, un grupo de científicos de un laboratorio de Nueva
York…
—Ay, sí, me acuerdo —apuntó Isabel—, creo que
participaba una científica española, ¿no era así?
—Así mismo —continuó Toñi—. Lo que pasa es que se
trata de modificar unos linfocitos, no me acuerdo muy bien,
para alargar con eficacia la acción del sistema inmunológico.
Se ha llegado a la modificación de esos linfocitos en
laboratorio que es lo ideal, pero como todo en la ciencia va
despacio… Y tiene además una pega: es un tratamiento
demasiado costoso. La noticia es que se ha llevado a cabo,
aunque solo a contados pacientes con enfermedades graves.
No obstante, se ha seguido por ese camino y algunos otros,
y se ha avanzado a una esperanza de vida que por entonces
era de unos ochenta y cinco años, a los noventa y picos largos
que contamos en la actualidad. Y es verdad que se está
llegando mejor, aunque, se sigue envejeciendo.
—Y justo eso de ponerse vieja sin una buena calidad de
vida no es lo que interesa —indicó Isabel—. No me gustaría
vivir cien años echa un desastre sin que me pueda valer.
—Pues ahí es donde se seguirá investigando hasta la
eternidad. Esa será la inquietud infinita del hombre. Justo ahí
me he metido a tope, alcanzando la formación que me
permite poder ejercer la medicina estética. He completado
los estudios del máster reglamentado y me va muy bien.
119
En ese instante se presentó Lizi con la niña preguntando.
«¿Qué me he perdido?» Le explicaron que se había perdido
mucho y todo. Bea señaló que era hora de irse. Laura estaba
sola con Antonieta. Entonces, Toñi informó a Bea tener
planes para un futuro próximo y quería consultarlo con ella.
—Además, se han quedado algunas preguntas en el
tintero. Te llamaré en estos días. ¿Te parece?
120
Capítulo 12
Por una cosa u otra, como suele ocurrir, las amigas fueron
posponiendo aquel encuentro supuestamente inmediato del
que habían hablado. Se auto justificaban cada una inmersa
en las complicaciones de la rutina habitual. Habían pasado
cuatro años cuando Bea tiró del cacharro, cómo seguía
identificando a su móvil para llamar a Toñi, anunciando que
acababa de recibir la esperada carta avisadora del encuentro
con los médicos. La citación refería las mismas condiciones
de la última vez hacía tantos años.
—Yo también la he recibido. Justo te iba a llamar.
—Entonces nos veremos el próximo miércoles a las seis
y a ver qué nos dicen esta vez.
El día acordado allí estaban a la hora puntual. No las
hicieron esperar. Después de tantos años la situación era
diferente. Comprobaron de inmediato que en lo esencial el
objetivo seguía siendo el mismo.
Carmen era ahora una mujer que aparentaba una
excelente presencia. Más adelante, durante la conversación
les confesó tener cincuenta y ocho años. El hermano igual
lucía una cuidada apariencia, y fue él quien les presentó a la
121
nueva doctora incorporada en el equipo. Les contó que su
padre había fallecido hacía un año a los noventa. Que se fue
por un infarto fulminante, satisfecho con lo vivido y que
siempre se mantuvo siguiendo el proceso de ellas.
La doctora Carmen se disculpó en nombre del equipo,
porque no tuvieran antes noticias del proyecto. Explicó que
se había constatado, que en el trascurso de todos esos
primeros años pasados tras el implante, el proceso tanto
físico como psicológico de los casos estudiados era casi
rutinario. Por esa razón, acordaron saltar un período
prudente, a que las personas del estudio hubieran pasado
algo más de los cincuenta, con vistas a constatar,
comparando el resultado de las analíticas, si el proceso de
envejecimiento estaba más o menos paralizado.
—¿Y cuál ha sido el resultado? En mi caso suelo hacerme
una analítica al año. Las he confrontado cada vez, y la última
está igual a la anterior y también exacta a la que me hice con
cuarenta y nueve —indicó Toñi.
—Si. Efectivamente —retomó Francisco—. Los análisis
de ustedes en todos los parámetros se mantienen constantes.
Indican que vamos por buen camino. Se están cumpliendo
las expectativas.
Comprobaron los médicos que Bea seguía igual de
ocurrente, cuando le escucharon decir que no se veía ni una
nueva arruga ni un desprendimiento de piel más allá que
como estaba en la foto que se habían hecho con los famosos
cincuenta, lo cual provocó la risa de los reunidos.
—Eso es lo que se pretende. Es el objetivo. Ya ven
cuándo estuvimos hablando hace más de veinte años, que era
una posibilidad que, tanto tiempo después, no nos
sorprendiera que las personas vivieran bastante más, como
122
está ocurriendo en realidad. No obstante de ser evidente la
gran mejoría de la calidad de vida alcanzada, aun así,
observamos en los implantados de los varios países en que
se inició este proyecto, que los resultados son positivos. El
injerto ha incorporado mejoras nada despreciables. Solo
perdimos un caso en la India por un accidente.
—Por cierto, Francisco, ¿cuántos individuos en este
seguimiento somos en total? Si se puede saber.
—A estas alturas ¡claro que lo pueden saber! Con
exactitud el número ahora mismo no lo tengo, tendría que
mirarlo. Aunque de memoria y redondeando te puedo decir
Toñi que son unas mil trescientas personas, de las cuales solo
quinientas fueron las primeras donde se cuentan a ustedes.
—O sea, ¿que en estos años se ha continuado injertando
el microchip? —se sorprendió Bea.
—Sí, claro. Aunque no todos los médicos estuvieron de
acuerdo en arriesgar, se continuaron los implantes a un ritmo
muy insignificante, quiero decir, con prudencia. Si bien,
desde hace un par de años, el estudio se ha acelerado algo de
manera significativa debido a los hechos constatados, al
poder comprobar los excelentes resultados de los primeros
quinientos.
—Lo cual quiere decir que entonces esto va viento en
popa.
Otra vez las salidas de Bea relajaban el ambiente. La
doctora incorporada intervino aclarando que aún no se podía
referir que todo fuera viento en popa de manera rotunda. No
obstante, estaba previsto dado que los resultados eran
buenos, que los implantes continuarían más o menos al ritmo
actual. Se encontrarían aún atentos hasta que se completara
un período de unos diez a quince años adelante, en el
123
seguimiento a las personas iniciadas en el primer grupo
donde se les incluía a ellas. Aclaró que, para entonces, será
cuando se puedan confirmar certeros resultados con mayor
seguridad.
Carmen explicó que, por esa razón, en un tiempo
adelante, no muy lejano a la fecha, de continuar confirmando
los resultados previstos, se comenzarían a publicar algunas
notas referentes al proyecto.
—Al principio supongo que no serán informaciones muy
explícitas, pero tal y como exigen ciertos requerimientos, es
justo que la noticia vaya saliendo a la luz. El universo
científico merece el reconocimiento de la humanidad,
exponiendo los logros que se están obteniendo y las teorías
que se enuncien a raíz de los resultados tan positivos acerca
del alargamiento de la vida humana.
—¿Qué nos quieren decir con esta noticia? ¿Cómo se
supone que deberíamos actuar nosotras? —preguntó Toñi.
—Responder esa interrogante es complicado en nuestra
defensa del reconocimiento de la individualidad. Creemos
que es algo de cada uno y de exclusivo manejo personal.
Nuestra intención de alertarlas ahora respecto a que en el
futuro puedan toparse con publicaciones, es solo porque
estén informadas y no les sorprenda ver un artículo en una
revista. No incidimos en nada, para que cada persona
involucrada decida cómo afrontar la repercusión que la
divulgación pueda tener en su vida.
Estuvieron unos minutos más conversando sobre aspectos
generales hasta cercano al cierre del encuentro, cuando
Francisco insistió, en que el objetivo de la reunión era
alertarles, que el período de los próximos cincuenta años por
venir son los de máxima importancia. La ratificación del
124
éxito y la confirmación del proyecto se observaría a partir de
ahora, según tal como ocurriera el comportamiento de los
organismos de las personas implicadas.
Carmen, en su estilo, insistió en que esperaba que
hubieran aprovechado el tiempo «regalado» y las animaba a
seguir haciendo cosas.
—Chicas, como les dije entonces, insisto en que no
olviden lo afortunadas que son. Continúen en ese fortunio
que el azar les ha ofrecido y coronen con éxito todas las
decisiones y esperanzas. La vida se encuentra y nos analiza.
Ella es quien nos posee, le debemos sumisión y obediencia.
Apliquen la lucidez máxima de la cual sean capaces y elijan,
porque son encargadas de encaminarla hacia donde deseen.
En la despedida, Toñi y Bea, mostraron en el abrazo
dispensado a esta mujer el agradecimiento por las muestras
de empatía que la doctora no podía evitar para con ellas, a
pesar de su profesionalidad.
Al salir de la reunión las amigas se mostraron interesadas
en quedar lo antes posible, sobre todo porque ya conocían
que lo del «nos llamamos», significaba el dejar pasar el
tiempo sin reunirse.
—Ay Toñi, es que me sigue costando lo del móvil y lo de
enviar mensajes no me ha atrapado nunca. Así que a ver…
¿Cuándo quedamos?
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126
Capítulo 13
Observar, y sobre todo escuchar la conversación de estas
dos mujeres desde alguna distancia, un mínimo afuera de
ellas mismas resultaba más que interesante. Como testigo las
notaba haber llegado a ese momento de la vida donde la
experiencia es firme. En ese punto se es capaz de asumir
reencuentros que algún tiempo atrás hubieran sido
impensable.
Aquella tarde de sábado, la madurez ineludible,
aprehendida con el implacable paso del tiempo, les
consentía, sin dolores ni rencores, complacerse en una
velada, mientras tomando una copa, trataban cualquier tema
apenas sin pensar y con absoluta fluidez. La experiencia las
había dotado de la habilidad de no recaer en pensamientos
antiguos a estas alturas, como para tener que valorar si eran
amigas o no.
El trato fluía con el conocimiento de ambas de que, entre
ellas, existía y permanecía algo profundo que ejerce de nexo,
que no proclamaba estar necesitada del ser acompañada de
un adjetivo que les aclarara la excelente conexión. Ellas
mismas y su relación estaban en un peldaño más por encima
de esa frívola clasificación. Eran capaces de poder llegar a
127
hablar de lo divino y de lo humano como habían hecho desde
jóvenes. Sabían que se complementaban, que llenaban sus
vacíos a pesar de las incongruencias que ocurrieron en su
historia común. Tenían aprendido que la amistad siempre
está expuesta al peligro.
Bea cargaba la experiencia de en su día haber arriesgado
demasiado. Por todo lo sufrido y los perdones pedidos,
ahora, con ese saber adquirido, era conocedora de sus
objetivos que eran bien diferentes a los de antaño. Toñi, en
el ejercicio inicial de romper el hielo, refirió que se había
quedado con preguntas en el aire sin respuestas. Quería
enterarse si Bea había tenido o tenía pareja, si se había
casado…
Bea le confesó haber salido un tiempo con un chico. Ya
le contaría esa historia, porque lo aprendido era lo relevante.
—Lo que me quedó descubierto fue, que como pareja
sentimental no necesito el amor de nadie. ¿Sabes cuánto
amor tengo con mi familia día a día conviviendo a mi
alrededor? Es infinito. Supe un día que todo el tiempo
vivido, más el que me queda adelante, desde el principio lo
he apartado, lo he dejado fuera del sentimiento de pareja. Lo
comprendí cuando llegué a ver con claridad que para mí, ese
tipo de relación como una necesidad no cuenta. Siempre he
amado a una única persona y me he reconocido incapaz de
querer a nadie más de esa manera. No es que sea en especial
asexual. Adoro tanto a los hombres como a las mujeres. En
cambio, soy incapaz de pensar en nadie con intenciones
sexuales, incluso a esa persona que tanto necesito la miro
con ese prisma. Lo he aceptado de esta manera y soy feliz.
Aprendí en su día a soportar lo que antes era imposible. Esa
experiencia muy metida en la cabeza, me hizo ver que podía
128
vivir con lo indispensable. Y estoy muy bien. Puede que te
suene una filosofía de vida un poco rara, pero, te aseguro que
me siento plena.
Mientras se explicaba observó la extrañeza en el rostro de
Toñi.
—No es algo de esperar lo que cuentas, máxime
conociendo todo lo que podemos vivir, aunque te felicito. Te
veo segura y convencida. Yo me casé con Ramón porque le
amaba, y mientras duró fuimos muy felices. Ahora
escuchándote… tengo que reflexionar sobre lo que has
dicho… creo que tu razonamiento me va de perlas para lo
que pienso acerca de mi futuro personal.
»No me veo construyendo una nueva convivencia en plan
pareja sentimental junto a nadie. ¡Ni de broma! Y no lo
quiero proclamar con rotundidad absoluta por eso del que
nunca se sabe, pero es que de verdad Bea, ni me veo ni
tampoco lo necesito. Sobre estas cosas todos opinan. La
gente de mi alrededor considera no parecer normal que no
vuelva a enamorarme. Lo que sí entiendo que necesitaré en
algún momento es convivir, no lo sé… quizás mis sobrinos,
nietos, amigas o amigos… quiero decir no estar sola hasta el
final. No me mola la soledad tan absoluta. Así que lo de
compartir techo con otras personas afines no lo descarto,
aunque, para no estar sola, pero sí vivir a gusto, tendrá que
ser con alguien que me quiera de verdad, que seamos
compatibles y nos resulte agradable la compañía. En fin, más
adelante, llegado el momento, Dios dirá.
Sonó el móvil de Toñi. Rebuscando dentro de su enorme
bolso para alcanzar el teléfono, fue sacando cosas cuando
depositó en la mesa un pequeño neceser y un libro. Mientras
129
hablaba, Bea estuvo echando un vistazo, se trataba de Mi
última vez de La Infinita.
—¿Te gusta? —Preguntó con el libro aún en las manos.
—Y tanto. Soy fiel a esta autora. Adoro a esa mujer.
¡Digo, con ese seudónimo supongo sea mujer! No sé si la
conoces. No presenta sus obras ni celebra maratones de
firmas ni esos eventos. Creo que no debe hacer otra cosa que
pasar la vida escribiendo, porque desde su aparición, y no
lleva tanto tiempo, van nueve publicaciones. Por las historias
que cuenta, los personajes que crea y tal, tiene que ser una
mujer brillante. Consigue sin darle muchas vueltas a una
idea, llenar al lector con las exigencias y las urgencias que
narra y atrapa. Logra «un algo» mientras lees que parece le
estás pidiendo que siga escribiendo. Bueno, claro, eso siento
yo… ¡Me encanta! ¿La conoces?
—Sí. Me gusta, aunque no los he leído todos como tú. Me
resulta curiosa esa sensación que te hace demandar que
escriba más…
—No me hagas caso. Quizás como he dicho solo me pase
a mí. Con todo te la recomiendo. Es de lo mejor que leo
últimamente.
—Entonces Toñi ¿Qué necesitas?
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Ay Toñi, querida, no lo sé, perdona… me pareció
entender antes de que sonara el teléfono, que me explicabas
lo de la soledad que a la vez te gusta, y que si más adelante
la convivencia… ¡Ooops! Perdona. No lo sé. Será que no he
entendido… supuse que querías comentarme sobre unos
planes… me he liado. Lo siento, debo haberme despistado.
—No. Para nada. Has entendido muy bien. Quería
hablarte de una propuesta. Lo de la convivencia será casi
130
seguramente en algún momento de mi vida. O al menos eso
pienso ahora. Supongo que más adelante llegará ese reclamo
cuando en realidad lo desee. De momento tiro bien como
estoy. Continúo teniendo planes inmediatos que demandan
mucha atención y disposición por mi parte, y requiero al
respecto escuchar tu opinión. Tu valoración sobre cosas
notables siempre ha sido importante para mí. Por desgracia
he tenido la pena de verme prescindida de ellas durante
demasiado tiempo, pero ahora… esta vez te necesito más que
nunca, justo por ese algo que tenemos en común a nuestro
favor: el tiempo. El tanto tiempo.
»Me explico. Sabes que soy propietaria de tres clínicas en
las islas. Funcionan muy bien y tengo equipazos de
profesionales en cada una. Suelo hacer un par intervenciones
diarias y programadas alternando centros. De esta forma las
visito y controlo al menos un par de veces a la semana. Como
imaginarás es un movimiento constante de aquí para allá,
pero me gusta. Me va bien. Aprecio relacionarme con la
gente y no me queda tiempo para el aburrimiento.
»En su día, hace años, considerando que la especialidad
maxilofacial contempla partes donde son habituales
patologías por anomalías dentofacial, hipoplasia maxilar y
también de estética facial, por mi seguridad, ya me conoces,
consideré imprescindible complementar la preparación con
el máster en Medicina Estética. El objetivo era, con vistas a
apreciarme mejor preparada y armada, sumar tratamientos
muy demandados en este sentido.
»Me fui hacer la formación en California y qué te cuento.
Allí experimenté con lo último de lo último y estoy lista con
mil ideas novedosas. Tengo propuestas y planes inmediatos
para el lanzamiento, en próxima apertura, del primer centro
131
médico estético basado en la nanotecnología. Hasta ahora ya
lleva algunos años la incidencia de esta técnica en los
productos estéticos.
»Pretendo además algo innovador en la aplicación de la
técnica, pues quiero conseguir intervenir interactuando en la
misma piel facial. De lograrlo, se podrían considerar la
evaluación de aquellos casos, antes diagnosticados por
especialistas que lo recomienden, para intervenir en
reconstrucciones de determinadas partes del cuerpo donde
las deformaciones físicas de carácter estético, impliquen
sufrimiento o traumas en personas que las padecen.
»Ya se encuentra el proyecto en marcha. Se ha elegido el
sitio que está en obras, y en un par de meses, según mis
cálculos, será la inauguración de la primera clínica.
—¡Anda ya Toñi! Siempre he sabido que estaba en ti lo
de crear proyectos a lo grande. Demostrabas ser muy
inteligente desde que te conozco, así que te felicito y estoy
segura de que todo te irá muy bien. Pero en versión corta y
palabras que entienda, ¿qué es eso de la nanotecnología?
—Facilito que no te líes. Es una tecnología para
manipular la materia y se usa mayoritariamente en la
industria, en el deporte o con determinados fines en la
medicina. Ahora bien, yo me propongo, por supuesto, con
especialistas de primera línea, trabajar la técnica en la
manipulación de las células humanas. Poder crear la
posibilidad de intervenir consiguiendo incidir en el tejido de
la misma piel, con el logro añadido de que no se manche ni
se arrugue. O sea, tenemos que obtener en laboratorio,
tejidos inteligentes que sean más resistentes y adaptarlos a
cada individuo según sus especificidades dermatológicas y
lo que demande. ¿Entiendes?
132
—Un poco, pero da igual porque sé que lo conseguirás y
además, seguro que tienes un equipazo brillante. ¿No?
—Por supuesto. Ahora viene la otra parte. Aquí entras tú.
Aunque más bien entramos las dos. Ya sé que te va a dar la
risa y a mí también, porque desde que lo pensé no paro de
reprocharme la ocurrencia, pero esto lo he concebido como
parte del espectáculo. Así he imaginado la idea y no la veo
de otra forma.
—Anda, suelta ya. Me tienes intrigada.
—Se trata de haber llegado al momento donde entra en
juego el marketing. Y es que todo este propósito me lo he
pensado contando con una pequeña trampa. Como no
envejezco seré «la cara» del proyecto y me gustaría, más
bien, me encantaría que la imagen fuera la de nosotras… las
dos juntas… tú tampoco envejeces… y eres tan requete
guapa… —las últimas palabras Toñi las pronunció
mostrando mueca de súplica, las manos unidas en ruego y la
risa atragantada sabiendo lo que provocaba.
—¡Pero eso es hacer trampa! Ja, ja, ja… ¡Qué tramposa
te has vuelto! Ja, ja, ja…
—Bea que tampoco es así… es solo un timo a medias…
—seguían riendo.
—Estas clínicas han existido siempre y la gente va a por
los tratamientos de cualquier manera. Lo que ocurrirá de
diferente en este caso, es que contrataré a unos asesores de
imagen a los que solicitaré, desde el principio, la
actualización de carteles con determinada periodicidad. Se
trata de que el público vea que siempre son los mismos
rostros de dos mujeres de piel madura que pasan las
temporadas, y las fotografías son diferentes, y a pesar de eso,
las modelos siguen igualitas. En definitiva, es que lo que
133
pretendo conseguir con las intervenciones y tratamientos
clínicos va en esa línea como te he explicado. Ahora están
en iniciación en los laboratorios las investigaciones, pero
estoy segura de que aquí es donde con los años estará
garantizado el éxito de máxima edad a cara lavada con
lozanía. ¿Qué te parece la propuesta?
—Fantástica, muy ingeniosa por tu parte. Eres más lista
que bonita. No deja de sorprenderme lo avispada que te has
vuelto —seguían riendo—. Es cierto que en principio, por lo
que entiendo, es una medio trampa en el sentido de que de
toda la vida, la estética en todos los ámbitos lo que publicita
son imágenes retocadas con mil filtros.
—Claro —le interrumpió Toñi—, pero aquí nada de
filtros que no sean los imprescindibles que requiera la
fotografía. Acá, desde que logre conseguir mis objetivos, se
supone que las personas muestren la misma lucidez de rostro
más tiempo, y por eso la idea de mostrarnos nosotras, para
anunciar que de verdad funciona lo que hago.
—Así que lo que quieres de mí es que nos fotografiemos
juntas. Cuenta conmigo. ¡Hmmm! ¡Me encanta la idea de ir
por ahí, y me detengan a preguntarme cuál de tus cremas me
pongo para estar así de divina de la vida!
—Pues sí. Se trata de lo de las fotografías, aunque debes
saber antes de aceptar que no es tan sencillo. Quiero decir,
no será solo echarnos una foto a cada rato y ya está. Del tema
no tengo idea ni mucho que aclararte, si bien, según lo que
pretendo, me han apuntado los encargados del marketing,
que tendremos que pasar una sesión fotográfica con todo lo
que implica respecto a maquillaje y peluquería. Nos elegirán
vestuario. Fijo serán diferentes localizaciones de aquí, allá y
acullá… no lo sé. Pero debo alertarte que requerirá de al
134
menos un día o dos en ese trajín. Por demás se repetirá cada
año o en los tiempos que ellos marquen. ¿Puedo contar
contigo? Claro que esto es trabajo y pienso retribuirte. No
pretendo que lo hagas gratis.
—¡Ay! Toñi por favor. Por supuesto que puedes contar
conmigo y que sepas no voy a aceptar ningún dinero porque
creo que será divertido.
—Es un curro Bea, y estoy segura de que me irá muy bien.
¿Por qué no ibas a querer tus honorarios? Tengo entendido
que te prejubilaste y no has vuelto a trabajar. Supongo que
vives de una pensión. Además, en cualquier caso, el dinero
que ganes nunca estará de más.
—Querida, eso ya lo veremos. A pesar de que nos hemos
visto alguna vez, eso ha ocurrido muy de vez en cuando.
Enviando fotitos y saluditos por wasap, que es lo que hemos
hecho, sabemos que existimos, pero poco más. Nos hemos
saltado aquellos momentos, que al menos yo, aunque éramos
entonces unas chicas jóvenes, siempre he echado en falta…
las escudriñadas charlas de tú a tú. ¡Cuánto te he extrañado!
»Cuando en su día, hace años, te anuncié que había
cambiado, era cierto. Me lo propuse entonces y lo fui
consiguiendo. Con el tiempo fui dándome cuenta de que aún
no era suficiente y me quedaba mucho trabajo personal. Las
palabras de la doctora Carmen me sacudieron y bien que me
removieron. Yo no he estado perdiendo el tiempo Toñi.
Llegué a comprender que la vida no se relaja y me sugerí, en
su momento, vivir desviviéndome, sobre todo porque me di
cuenta de querer cosas, de tener fuerzas, condiciones y
muchas ganas.
»En los últimos años en que aún estaba trabajando en el
Ayuntamiento me dediqué a estudiar idiomas. Ya sabes que
135
se me daban con facilidad. Así que me metí a fondo.
Controlo a la perfección el inglés, el francés y el alemán.
Dediqué los últimos años mientras trabajaba, a pasar el mes
de vacaciones en esas capitales estudiando y practicando el
idioma a tope. El mes completo en Londres, al año siguiente
en París, después en Berlín. Me lo tomé tan en serio que
siempre que tenía un filón de días de fiesta, me hacía puentes
y repetía Alemania, porque ese fue el que más me costó.
¿Resultado? Tengo los tres idiomas a mi favor con titulación
incluida. Ese esfuerzo tenía de antemano un objetivo
previsto y planificado para ejecutar desde que me jubilaran.
Así que apenas cumplir los cincuenta y uno, cuando me
propusieron aquella prejubilación que a todos parecía
descabellada, yo fui adelante porque mi plan estaba más que
decidido y calculado. Soy la propietaria del local
«Libros/Café y Divinas palabras».
—¿La de los libros eróticos?
—Bueno Toñi, no son solo eróticos, que sí, también los
hay. Tenemos colecciones curiosísimas de los sensuales más
incautos que consigas sospechar. Tengo el cuidado de no
facilitarlos en el local por la que se pueda armar, y solo los
presto a clientes conocidos. No obstante, prefiero referirme
más bien a la tenencia de libros exóticos, pero por ser
muchos de ellos, la gran mayoría, textos raros, diversos y en
general muy antiguos. Algunos de temas carnales los acepto
si son viejos, pero nada pornográfico a menos que sea una
rareza.
—¡Me dejas de piedra Bea! ¡Vaya tarde de actualización
que llevamos! ¡No la olvidaré en la vida! ¡Caramba que a
gusto estoy! ¡Qué bueno! ¡Tienes razón! Nos hemos dejado
de ver demasiado tiempo y no nos lo debemos permitir más.
136
Mira cuántas cosas… y ese local… es una gran noticia que
seas la propietaria. ¡Estoy orgullosa de ti! Ese sitio es super
famoso entre la gente guay. He ido una sola vez y me
encantó. Sé que Lizi va con frecuencia. Te comento, quizás
lo conoces. Existe en Londres, en la zona de Covent Garden,
un sitio de ese estilo. Es estupendo y me encanta porque te
sientas allí a curiosear con un té. Por cierto, tiene también
como un aparte o un rincón con ropa diferente, un poco estilo
hippie, y algunos vestidos boho muy originales. Pilla la idea
de la ropa bohemia que siempre gusta y no pasa de moda.
—Ay Toñi, es que a ver… ¡sorpresa! Soy también la
propietaria de ese local de Londres. Y más adelante abriré
otro en Berlín, o eso espero.
—¿Lo dices en serio? ¡Qué fuerte! ¡No me lo puedo creer!
El entusiasmo de Toñi la levantó de la silla para abrazar
a su amiga muy emocionada.
—Pues sí querida. Créetelo. Desde siempre recordarás
que hablábamos del amor de la gente por los libros. Yo le
daba muchas vueltas porque no quería una librería
cualquiera. Tenía en mente un local que tuviera un puntito
diferente a lo siempre visto. Así fui primero pegando la idea
con café, infusiones, una copa, un sitio de intercambios para
reuniones de lecturas… y cuestioné acerca del por qué
recurrimos a leer. ¿Por qué se siente amor por los libros?
Acudimos a ellos a enterarnos de cosas. La gente va a
despejarse. Algunas veces hasta se socorren con un libro.
Van al «Divinas palabras», así es como se conoce el café, a
ver el sitio del que algo han escuchado hablar. Van a
descubrir algo nuevo. ¡Enterarse de un chisme pirra a
muchos! Por demás, en el ser humano está implícito el
querer inmiscuirse en los asuntos ajenos. Por eso me vino la
137
idea de poner en las manos del público textos donde puedan
curiosear, encontrar asuntos de otros en los que hurgar y
chismosear. Te sorprendería conocer a clientes habituales
que vienen buscando tener en sus manos tal ejemplar, de más
cuál edición del año mil ochocientos y pico… una pasada.
Es una dedicación que me tiene enganchada.
»Invierto en la búsqueda y rescate de libros únicos por el
mundo. En este proyecto me vino de perlas controlar
idiomas. Viajo un montón y he comprado algunos
ejemplares que me han costado un dineral, pero no creas,
aunque no quiero deshacerme de ninguna joya de las que
tengo, también he vendido alguno por el que me han ofrecido
pequeñas fortunas.
—Brillante idea Bea. No me sorprende toda esa reflexión
de la que te auxiliaste para dar con el quid de lo que de
verdad querías. ¿Y lo de la ropa expuesta en la de Londres?
¿Por qué no la tienes aquí también? Son prendas muy
especiales y de un estilo que suele gustar mucho…
—Si. Es ropa bonita. Ya ves que yo misma la suelo llevar.
—Te va muy bien con tus mechas azules.
—Ya. La ropa está en plan en este local también y parece
ser que será prontito. Sabes que aunque me eduqué entre
costureras, a mí no se me dio nunca poner ni un botón, y esa
colección es echa a mano cada pieza. ¿Recuerdas cómo nos
reíamos cuando te contaba que mamá se empeñaba en
enseñarme a hilvanar de derecha a izquierda, y cuando me
dejaba la tela yo le daba la vuelta dando las puntadas al
revés?
»¡Madre mía! La de broncas que armaba por eso. Con lo
de la costura ella no acababa de entender que yo era zurda.
Al fin llegó un día en que me dejó por incorregible, aunque
138
no paraba de reprocharme que como hija no le di la
satisfacción de aprender la costura por ella. Hace pocos años
es que ya no se lo escucho decir por suerte, pero no creas, la
tuve que aguantar mucho tiempo con esa cantaleta ¡la pobre!
»A lo que iba que me habías preguntado. La ropa que se
expone y se vende es de Laura. Es la diseñadora y se
encarga. Los beneficios son todo para ella. La dejo trabajar
a su ritmo y que disponga. Se le da de lujo lo de la costura.
Tiene su propio taller con unos pocos empleados que la
ayudan en la confección. Así que lo que vende allí es casi
que exclusivo porque no la veo que repitan modelos ni
muchas tallas… En fin, la tía es buenísima diseñando ese
estilo de ropa y tiene un ayudante que es un privilegio. Se
inventan piezas de alucine. Según me ha dicho en estos días
ponen un perchero.
»Después, desde hace un par de años en Londres y a punto
está de salir aquí, tengo también una revista digital visual
que se muestra en las pantallas del local. Funciona muy bien
y ahí colabora Laura presentando sus diseños y cómo
confeccionan los trajes en su taller. Si te bajas la aplicación,
cosa de Isabel que es la fiera en programación y es de su
autoría, permite a los usuarios que estén en el local
interactuar con lo que están viendo en la pantalla grande. En
la app aparece el magazine, y a la vez se tiran algunos
ejemplares en papel para los menos enterados con la
informática. La elaboramos y mantenemos al día entre las
tres, cada una en lo suyo. En ocasiones se incluyen, si son
buenas ideas, la participación de clientes habituales lo cual
les estimula.
»Yo me ocupo de noticiar las novedades de los libros.
Escribo comentando los estrenos, cuento chismes literario-
139
jugosillos con vistas a crear el gusanillo, presuponiendo que
va a gustar curiosear para que soliciten ese texto. Adelanto
noticias de primicias para el próximo mes, e involucro a los
clientes con propuestas para alguna búsqueda que me esté
resultando misión imposible. Trato de permitir que la gente
interactúe con los temas de la librería. Los compromete a
volver, y en general voy consiguiendo clientes que siempre
regresan. Se bajan la aplicación y aunque no estén de manera
presencial en el local pueden estar interactuando desde
cualquier lugar. Eso es labor de Isabel. Como ves, es un
trabajo apasionado muy de hormiguitas.
»Conseguí en su día, con estas ideas, involucrarlas a ellas
con sus participaciones y sus ganancias. Me desgasté mucho
los primeros años, pero ya algo avanzado y con el interés de
las dos, he descansado un poco de la total responsabilidad.
Se nos ha dado bien entre las tres y lo mantenemos. Pienso
que el hecho de además implicar al público con su
intervención, fue un toque definitivo y lo considero una
garantía. Cuando le das responsabilidad a la gente, haces que
se sienten que participan. Ahí ya se creen parte del rollo. Dar
esa opción me ha resultado a la vez útil, porque por esa vía
nos ofrecen colaboraciones a veces interesantes y hasta
curiosas.
»Mira esta. Hace un par de meses, en Londres, se me
acercó un cliente a comentarme que era amigo íntimo de una
autora novel, que recién había publicado un libro presentado
como una narración de ficción, aunque en el fondo era
bastante autobiográfico. Ahí reconoció, de que algunas de
las anécdotas tratadas eran un poco tremendas, o traumáticas
o comiquísimas. Entonces me contó que el noventa por
ciento de lo referido, eran vivencias reales de la autora. Me
140
propuso, él por cierto, es periodista, hacer una entrevista en
cortes, en pantallazos y otras intervenciones a propia voz de
la escritora, donde ella confesara sobre las anécdotas que
eran auténticas y el cómo habían ocurrido. O sea, los chismes
sobre los temas más delicados contados en el libro y que son
justamente los detalles que el lector se pregunta.
»La solicitud me pareció curiosa, ya que es
comprometido para un escritor confesar «esto es verdad y
me ocurrió de tal o cual manera». Y es que además de
exponerse, se arriesga a que el público le haga preguntas
incómodas… ¡Yo qué sé! Aclaró que no estaban interesados
en remuneración, porque el objetivo era que la chica tuviera
su oportunidad de salir a la luz de alguna manera, y que ella
estaba dispuesta a esas confesiones públicas dando la cara.
»Al principio estuve confundida. Me asustaba que la
ejecución de semejante recurso etiquetara o afectara nuestra
ambientación, pero cuando se lo conté a Isabel le encantó la
idea. Le dio por mostrar solidaridad con la autora. Me
cameló con que ella se encargaba de la movida con el
periodista, del cómo hacerlo, y venga que vamos a probar…
así que al final acepté. Desarrollaron las ideas más jugosas
del libro, incluso las cómicas, como preguntas sueltas en la
pantalla grande que aparecían por sorpresa.
»En general se lo montaron de una manera muy
innovadora con interrupciones no previstas. Presentaban de
pronto un par de preguntas y la autora se confesaba de tal
cosa contada en la página tal. Comentaba sobre un suceso
cualquiera: el vestido quemado, por ejemplo. Entonces la
autora explicaba que había sido cierto, y que sí, que lo vivió
tal cual, y más cuál y a otro rollo. Así desarrollaron
montones de anécdotas, de forma muy novedosa y atractiva,
141
y desvelaron los chismes y las curiosidades del libro que
aparecían como ráfagas en la pantalla grande.
»Yo me daba cuenta, de que los clientes dejaban lo que
estaban haciendo para prestar atención a la propuesta, y
pronto se destacó como uno de los temas más visitados en la
aplicación. Por otra parte, el libro en unos pocos días pasó a
ser de los más vendidos. La autora súper contenta y los dos
muy agradecidos. Me vi hasta presionada, por las solicitudes
de clientes, a tener algunos ejemplares en el local, pues lo
pedían para consultar chismes. Otros me pidieron que
viniera la escritora a firmar y conocerla. Hemos visto grupos
de gente en una mesa leyendo tal o cual anécdota del libro y
después recordando lo que les pasaba a ellos que si con la
madre o el padre.
»Así que la experiencia fue inesperada porque no entraba
en mi concepción del local, pero resultó sorprendente. Fíjate,
es un libro que salió hace apenas año y medio, y mira cómo
la autora se las agenció para estimular sus ventas. Y, por otra
parte, a raíz de eso, más difusión para nosotras, con el local
lleno, prestando libros, sirviendo cafés y copas. Encima que
casi siempre el que entra se lleva alguna camisa o un vestido.
Lo que te digo, los clientes tienen muchas ideas. Las voy
empastando cómo creo y el negocio crece. Es de agradecer
que nos visita gente muy maja.
—Genial. La idea al final fue buena y ayudaste a una
escritora novel. Por cierto, con lo de la revista ¿te verías
obligada a meterte un poco en temas de escritura? ¿No?
Con esta pregunta se notó en Bea un gesto de retraimiento
que no escapó a Toñi. No obstante, sin más detalles, llegó a
responder.
142
—Si claro, un poco de formación por internet —dando un
rápido giro a la conversación.
—Justo pronto me voy a establecer por largo tiempo en
Berlín. En la práctica nos iremos Isabel y yo con la niña. Ya
sabes que ella tiene un gimnasio allí. Seguro al principio nos
iremos todas, aunque Laura regresará pronto para seguir en
el proyecto con su ropa en el local. De cualquier forma,
vendremos con frecuencia. Yo sí estaré más tiempo fija.
Además, nos interesa que Antonieta haga un par de cursos y
aprenda alemán. Espero verte por allí en alguna escapada.
—Seguro, así será. Me encanta la idea.
143
144
Capítulo 14
Era el día del cumpleaños de Bea. Tenía la apariencia de
una persona a la que le pesaban los cien años. En realidad,
sentía nostalgia de Isabel. Las hermanas llegaron a gozar en
plenitud la suerte de haber nacido gemelas, de agradecer la
fortuna de disfrutar del reencuentro ocurrido en sus vidas.
Desde el fallecimiento de Isabel hacía quince años, a Bea le
dolía la falta de su gemela y parecía sentir demasiado la
ausencia. Lo llevaba muy mal.
Toñi sabía que era un día duro para su amiga. Estaba al
tanto de que Bea esa fecha la pasaba con tristeza. La noche
anterior la llamó y le propuso si prefería cambiar el día de
trabajo. Bea se había negado. Desde hacía tiempo estaba
organizada la sesión de fotos en los jardines Sky Garden.
Para llegar a ellos en lo más alto del edificio, por motivos de
seguridad, pues es todo de oficinas, solo se puede acceder a
través de reserva y estaba hecha. La ayudante tenía solicitado
que les prepararan un discreto espacio donde ellas vestirse y
maquillarse. Toñi advirtió a su ayudante y al fotógrafo el
motivo por el que le parecía no ser un buen día. Sabía de los
humos de la asistenta y de las exigencias del impertinente
robot encargado de las imágenes. En las tantas sesiones ya
145
pasadas, aunque Toñi y Bea eran conocedoras de que las
humanoides máquinas no se equivocaban, les daba igual.
Ambas discutían y cuestionaban lo que ordenaba «el
aparatito». El robot las corregía siempre pidiendo con
autoridad que le llamaran por su nombre. Ellas se reconocían
un par de mujeres chapadas a la antigua y les daban igual los
autómatas de las narices.
Finalmente allí estaban. En esta ocasión, hasta el mismo
hombre mecánico parecía percibir que escaparía de las pegas
de las mujeres, y Toñi, por su parte, se mostró todo el tiempo
muy cautelosa con el estado de ánimo de su amiga. Llegado
al mediodía ya habían terminado. Toñi, desde la muerte de
Isabel, nunca más se pronunció sobre la celebración del
cumpleaños. Así que propuso a la salida, ir a picotear algo
en cualquier sitio. Bea rechazó la invitación. Prefería
regresar al hotel y si acaso comer allí. Eso hicieron.
Con todo, mientras pasaba el tiempo, a Toñi le pareció
que Bea estaba afectada en esta ocasión algo más que en
aniversarios anteriores. No quería dejarla sola. Así que
cuando se dirigieron a sus habitaciones, le sugirió ir con ella
a acompañarla, lo cual Bea agradeció, y nada más abrir la
puerta, soltó el bolso y estalló a llorar. Fue como explotar.
Parecía no poder más… con algo. Toñi estaba sorprendida,
a la vez que le resultaba extraño y exagerado. Habían pasado
quince años. Era tiempo, a su entender suficiente, como para
sentir aliviado el dolor. Por el contrario, esta vez notaba a su
amiga afectada de otra manera.
Y es que ahora, desde hacía mucho, a Toñi le importaba
el estado de Bea. Ya no guardaba reticencias sobre las
diferencias de la juventud. Aquel larguísimo distanciamiento
por las reprochables conductas de Bea y sus impertinencias
146
había quedado atrás. Sus inadecuadas actuaciones con todos
habían sido el alimento del que extrajo buen aprendizaje y
sus peores días le sirvieron de lecciones. Lo demostraba en
sus conductas desde que hubo reconocido una vez haber
cambiado. Confirmaba en su particular larga vida, ser de
verdad una persona cariñosa con su familia y con todos.
Desde hacía mucho tiempo, Toñi consideraba que Bea era
imprescindible para ella y, cuando aconteció la muerte de
Isabel, se propuso intentar que comprendiera que la quería y
la necesitaba.
Lo habían hablado. Creía haberle transmitido con
claridad ese mensaje de su querer sincero y sin rencores,
después de aclarado aquel suceso ocurrido hacía treinta años
atrás, cuando Toñi descubrió que había permanecido
engañada mucho tiempo. Aquella tarde estaban todas
compartiendo una merienda en el «Palabras divinas» de
Berlín.
Toñi tenía el último libro de su autora preferida sobre la
mesa, cuando Laura hizo un comentario inocente que
desvelaba que Bea y La Infinita, eran la misma persona. Era
evidente que Laura desconocía que este hecho era un secreto
de Bea hacia Toñi, quien reaccionó con un brusco susto,
unos ojos muy abiertos que miraban directamente a Bea
mientras recogía sus cosas para marcharse.
—¿Qué? ¿Cuánto has disfrutado manteniendo tu
identidad en secreto conmigo? Yo jamás lo habría dicho a
nadie sabiendo que ese seudónimo es la llave de tu éxito. En
cambio, reírte de mí es imperdonable Bea. ¡Una vez más
después de tantos años, vuelves a fallarme! ¡No puedo
imaginar qué has pretendido!
147
Al principio del descubrimiento Toñi se enojó mucho. La
indiscreción de Laura, costó a Bea un nuevo enfado de Toñi
que no entendía, por qué su amiga le había ocultado esa
información durante unos largos quince años. Era más que
una alegría estar al corriente, siendo admiradora de aquella
escritora desconocida para todos, de que justo su amiga, una
persona tan cercana y querida era La Infinita. Sin embargo,
enterarse de pronto de esa noticia no tenía sentido. Le
parecía una tomadura de pelo por parte de Bea. Estuvo unos
días llorando, solo pensando lo mucho que se habría reído de
ella.
Una semana después, sin previo aviso, Bea viajó a
Londres a casa de Toñi a hablarle. Explicarse. Y en esa
confesión, Bea se abrió como nunca había hecho con nadie.
Mostró su corazón y lo desvistió de todas las capas con que
lo había envuelto en su larga vida para cuidarlo y protegerlo.
Cuando Toñi abrió la puerta, Bea adelantó un paso con la
expresión en el rostro de rogar perdones infinitos,
extendiendo a la vez un ramo de flores. La recibió con un
abrazo generoso y acogedor. Ambas sabían de cuánto se
habían echado de menos en aquellos pocos días de
distanciamiento.
Se mantuvieron en silencio a sabiendas de que les
esperaba una larga conversación, y suponiendo Toñi, que la
charla quizás hasta sería complicada, se fue a la cocina
regresando pronto con una botella de vino blanco en su funda
enfriadora y dos copas en la mano. Se dirigieron a la terraza.
—He dejado pasar unos pocos días porque te conozco, y
la tremenda furia que con razón sentiste tenía que calmar en
ti para poder hablarte. Debes saber que explicarme es
complicado, doloroso y difícil de revelar. Desconozco cuáles
148
son las palabras adecuadas para que concibas lo que tengo
que decir en su justa medida, porque siento mucho miedo de
que no me entiendas. Comprendo que de inmediato te
sintieras engañada, y hasta hayas creído que lo he ocultado
para reírme de ti. Ha sido una reacción normal por tu parte,
y siempre supe que, de no saberlo por mí, sería así como te
sentirías. A pesar de todo, yo prefería seguir sin desvelarte
el secreto por puro egoísmo personal.
»Sé que sigues muy enojada y tienes razón para estarlo,
en cambio, ahora ambas estamos calmadas y hemos
reflexionado. Sobre todo yo, que soy quien debe explicarse.
Entiendo que tienes que estar desbordada de preguntas, más
necesito que me escuches. Preciso que te concentres en lo
que te explicaré. Intentaré expresarme lo mejor que pueda y
te ruego que seas indulgente. Trata de entender por favor,
porque para mí es doloroso. Ocurre, que en definitiva, esta
hipocresía por mi parte, es el motivo latente alrededor del
cual ha girado mi vida. No me creas exagerada y mucho
menos seas compasiva. Solo quiero que te esfuerces por
empatizar más allá de lo posible, quizás porque es muy
probable que te pueda resultar algo increíble, y que, por
demás, esto haya sido el punto sobre el que he girado en mí
existir.
»Intentaba competir contigo. Todo eras tú, aunque
realmente éramos tú y yo. No había manera que yo admitiera
compartirte con nadie. Por eso yo misma no me compartía
con Isabel —Bea sacó del bolso su fotografía más querida y
continuó—. ¿Sabes? No tengo una imagen como esta con mi
hermana gemela.
»Desde que nos hicieron esa foto, nunca he podido
separarme de ella, y no hablo del papel impreso en sí, sino
149
de la imagen que ves ahí. ¿Te das cuenta? Mírala bien.
Teníamos dieciocho años. ¡Estoy intentando olerte! Soy yo
la que se acerca con la creencia de que sintiendo tu olor
puedo llegar a saberlo todo de ti. Era yo la que se preocupaba
por ti. Siempre pendiente… no quería ni dejar escapar el aire
que estaba tu alrededor. En cambio, observa la foto.
Apareces mirando algo más allá por encima de mí. Ni
siquiera te interesaba el que nos estaban fotografiando.
»Nunca he podido olvidar esos ganchillos de colores que
llevabas desde niña en el pelo, siempre fijos, y los cintillos
con brillantitos de los que presumías. ¿Los recuerdas? Me
parecía que coqueteabas cuando los chicos se acercaban y
decían algo de los brillantitos. Entonces, yo estudiaba cómo
tú sabías quitar el cintillo de la cabeza con maestría, y
mostrarlos con ellos en los dedos… observaba que el pelo se
había quedado suelto, a la deriva, que te caía sobre la cara, y
yo no quería que te despeinaras por mostrar unas piedritas a
unos críos impertinentes. Miraba con atención cómo
intentabas acomodar los pelos, y mientras tanto el cintillo
entre tus labios sujeto con los dientes. Vigilaba con miedo
de que algo fuera a pasar con ese plástico en la boca. No sé
qué me imaginaba. Tampoco me olvido de las gafotas de
cristal de botella cuando aún no llevabas lentillas. Pensaba
que aquellos cristales gruesos te permitían ver la vida de otra
manera diferente que no podía ver yo. Me sentía
insignificante, muy poca cosa.
»Así que mi arma era mortificarte. Hasta me alegraba
cuando se empañaban las gafas, porque imaginaba que eso
no te permitía entender lo que ocurría, por lo cual no te
podías considerar la mejor. Era mi lucha por no dejarte ser
superior a mí, porque sabía que sí lo eras.
150
»Te conocí como alguien especial y crecí creyéndolo a
pies juntillas. Así que tenía que defender ese criterio de que
nosotras éramos diferentes al resto. No iguales a todos los
demás. Y si por algún motivo me parecía que así no era, eso
me causaba dolor y los despreciaba. Te puedo garantizar
Toñi, que ha sido un cruel castigo tener este pensamiento
permanente, porque a pesar de todo, en lo esencial no ha
cambiado. De forma constante siempre has sido tú. Lo
percibo mi castigo. Y mi ilusión. Mi motivo de lucha, mi
objetivo de vida. Mi garantía de no sé qué. Me he enfrentado
contra esa idea y si no podía, me anulaba y me apartaba.
Cuando llegué a comprender que debía salir de esa nulidad
personal que me había impuesto, tuve que enfrentarme a mis
propios demonios.
»Con los chicos que se nos acercaban me ocurría que me
era perfecto creerlos tontos. Eran unos imbéciles sin sentido
de la medida, que los superaban los deseos y los consideraba
el enemigo porque podían destruir nuestra intimidad. Ese era
el real motivo de mi comportamiento tan despiadado con
ellos y que tú me recriminabas. Yo solo pretendía borrarte la
idea de sus presencias a nuestro alrededor mariposeando, e
insistía contigo para irnos a alguna otra parte, porque me
negaba a compartirte. Vivía con miedo a perderte. Y así
crecí, atragantada con esta idea que te puede parecer
absurda, cruel y sin sentido. Lo que quieras. Pero así ha sido.
Muy tortuoso para mí.
»Me costó mucho comprender y medianamente aceptar
que tú no sentías igual que yo. Quiero aclararte que no hablo
de lesbianismo. No estoy hablando de amor sexual. No me
refiero a una pareja de mujeres enamoradas, porque de hecho
no lo he pensado de esa manera. Nunca me he imaginado
151
besándote en la boca, ni teniendo un contacto sexual contigo,
ni con ninguna otra mujer. No es eso. Supongo, que por ese
motivo, resulte más complicado de entender.
»Hablo de algo que siento que está más allá de todo eso,
y ese sentir respecto a nuestra relación siempre ha estado ahí
latente en mí. Por encima de todo: ¡la fuerza del amor por mi
amiga Toñi! Más adelante fui comprendiendo que esa
adoración era hasta enfermiza. Me destruía. Quererte para
mí sola era una manifestación de un brutal egoísmo. De
todas maneras, aun así, no podía abandonar. ¡Nunca he
logrado apartarme de ese amor! Solo lo confesé a Isabel.
Desde que lo supo intentó ayudarme convirtiéndose en mi
imprescindible. Lo consiguió. ¡Hasta nos hemos convertido
en mamás de Antonieta! —replicó sonriendo.
»Desconozco si alguna vez mis ojos o mis actos me han
delatado. ¿Te han dicho lo mucho que te quiero? ¿Mis
actuaciones te han demostrado cuánto te necesito en mi
vida?
»Cuando supe que La Infinita era tu autora favorita, ahí
lo dejé. Fue una acción ególatra que significó solucionar mi
atolladero interior. Tenía libre el camino para deleitarme en
tu apasionado sentimiento de admiración, por alguien que tú
considerabas genial, ideal, perfecta, inteligente, divina…
¡sin conocer! ¡Y era yo! Por primera vez sentía que me creías
brillante. Eso ha sido lo que he querido de ti; que me
quisieras como la más preciada de tus joyas, esa de la que
una no se separa jamás, porque es parte de tu atuendo pegada
a la piel y cerca del corazón.
»¡Disfrutaba tanto cuando comentábamos «sus libros»!
En esas conversaciones yo te inducía para analizarlos juntas,
y de esa forma, podía deleitarme en tu asombro por esa
152
persona que suponías mujer. Hablabas de lo que tú creías el
gran éxito alcanzado por La Infinita, manifestando tu
absoluta seguridad de que tenía que ser alguien con mucha
confianza y fe en sí misma. Una mujer dominante y
conocedora de su potencial. ¡Por fin era tu preferida!
Entonces, yo justificaba lo que hacía diciéndome que no era
nada, que solo ocurría que no te había dicho la verdad. Una
locura. ¡Pero estaba tan satisfecha!
»Comprendo lo irrazonable de mi comportamiento. Me
he aprovechado de tu ignorancia para alimentar mi fantasía,
con el deleite de estar disfrutando de tu querer por la autora
de tus libros preferidos. ¡Esa persona era yo! Me conformaba
con recibir tu amor de esta manera, porque siempre me ha
parecido imposible que me puedas querer de verdad, tanto
como te quiero yo a ti. Y aunque lo estuviera haciendo mal,
no lo he tenido en cuenta porque mi actuación ha estado
siempre justificada por una buena razón: mi fantasía por
nuestro mutuo amor.
153
154
Capítulo 15
De pronto, observando a Bea sobre la cama llorando de
esa forma tan afectada, Toñi comenzó a inquietarse en el
sentido de que tuvo la impresión de que su amiga más
querida la estaba ignorando. ¡No estaba contando con ella!
Parecía poseída de un dolor que arrastraba de tiempo atrás,
que lo llevaba mal. ¡Y no le había comentado nada! Ella
estaba dispuesta a ayudarla, pero no tenía idea del motivo de
su angustia. ¿Sería que Bea no acababa de confiar en ella? A
esas alturas Toñi creía saberlo todo de Bea.
Le vino a la memoria aquella conversación tan difícil
hacía tres décadas, a raíz del disgusto por el ocultamiento de
la identidad de La Infinita, cuando se sorprendió tantísimo
con las confesiones que no esperaba de Bea. Trajo a su mente
la inconcebible escena de entonces, cuando comprendió la
importancia del vínculo entre ambas para su amiga. En este
instante no podía recordar con precisión la conversación ni
cuál fue la reacción... pero el caso era, que ahora notaba a
Bea no estar bien desde hacía tiempo.
Toñi se creía convencida de que su amiga se sentía segura
a su lado. Viéndola en esa situación y recapacitando… a lo
mejor estaba equivocada. Algo no iba bien. Acababa de
percatarse de que a Bea tenía que verbalizarle sus
pensamientos, ofrecerle las ideas masticadas. Interpretaba
155
que ella no se daba por enterada con las palabras no dichas.
Intuía que iba en picada. Estaba necesitada de seguridad. El
llanto tan profundo salido del alma, justificaba un
sufrimiento, que de pronto le parecía desconocer. Por eso se
angustió. Desesperada, sin saber cómo apaciguar el dolor de
su amiga, ni cómo tranquilizarla, preguntó:
—Pero Bea, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras así? ¿Hay algo
que yo no sepa? Si es así, cuéntamelo. ¡Preciso estar enterada
para socorrerte! Estoy aquí. ¡Tienes que compartir ese dolor
conmigo! Hace años Isabel no está y yo no te la puedo
devolver. ¡Nadie puede hacerlo! Desde entonces soy yo tu
hermana gemela. ¿Lo sabes? ¿Verdad que lo sabes?
—Es que me pesa el tiempo en que no está —dijo al fin
Bea—. La necesito. Estoy cansada. Me siento desconcertada
con lo de tener cien años, y aunque nuestros cuerpos no
tienen los achaques de esa edad, mi cabeza, mi mundo y mi
interior me están jugando una mala pasada. Me hacen sentir
que estoy en la vejez profunda. En la ancianidad nos caemos
a cachos. Eso no lo desea nadie y yo tampoco lo quiero.
»Nunca me has contado cómo te sientes tú. Pero yo
pienso tener que enfrentarme a otros cincuenta años y me
derrumbo. De joven volaba con tu pureza de sentimientos
que después sustituí con los de Isabel. Nunca imaginé llegar
a este escenario tan diferente, porque confiaba que mi
hermana estaría bastante más tiempo conmigo. Pero se ha
ido muy pronto y me he quedado huérfana. Por más que
indiques haberla sustituido diciendo que eres mi hermana…
no comprendes. Para vivir necesito a mi alma gemela
conmigo. Sé que me quieres, que confiamos una en la otra…
no obstante, tu mundo sigue siendo inmenso aunque yo no
esté presente. Para mí es distinto. Cuando te vas a tu casa me
156
quedo sola, me desoriento porque tú eres mi única persona.
Siempre lo has sido. Por un tiempo corto te sustituyó Isabel.
»Lo siento. Soy así de limitada. Puedes llamarme también
egoísta. Sabes que te admiré desde el día en que te conocí. A
partir de ahí, con tu presencia o sabiéndote cerca, es como
consigo sentir paz, pero en tus ausencias, yo estoy perdida.
»Ese fue el motivo por el cual en su día, decidí a través
de las fantasías de mi escritura, atraer una paz ficticia. Lo
hablamos hace treinta años. Te lo expliqué. Quedaste
congelada y ni siquiera supiste qué decir. Aquella noche
dormimos abrazadas y lo recuerdo como uno de mis sueños
más reparadores. Descansé tranquila y segura. Tú estabas a
mi lado. Conoces de sobra, porqué lo hemos hablado y
aclarado, que no tiene que ver con relación de pareja, pero
cada día me está resultando más tortuoso enfrentarme a este
amor por ti de siempre, sostenido y mantenido durante todo
el tiempo. Encima, soy incapaz de contarlo a nadie porque
no es entendido. Ni siquiera nunca fui capaz de explicarlo a
Fernando, el padre de Antonieta, tan cercano y querido.
¡Psicólogo! No pude hablarlo con él porque no soy valiente.
Me habría tildado de loca. No hubiera seguido mirándome
con buenos ojos. Llevo toda mi vida escondida en algo
ridículo ¡A quién se le ocurre ocultar lo divino que resulta la
admiración por una gran amistad! ¡Sé que no es una
enfermedad! ¡No estoy loca! Por eso elegí la discreción y no
insistir en referir el tema de mis necesidades. En especial por
no perderte, para no provocar que me pudieras volver a decir
«Hasta aquí Bea, te quiero fuera de mi vida, estoy harta de ti
y tus amores». Otra vez no podría superarlo porque mi
cabeza se encuentra demasiado mayor. Vivo cansada Toñi.
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Me siento agotada y tengo miedo porque no sé de dónde
sacar fuerzas para enfrentarme a otros cincuenta años más.
»Tengo dinero, salud, negocios, libros que me han
permitido conocer el éxito. He viajado. He tenido mi propia
y particular familia, y seguramente podría plantearme hacer
otras cosas, pero me falla la ilusión. Te observo y te veo
diferente. Te aprecio dispuesta a más y ya me gustaría.
»Quisiera conseguir desatarme del peso que me ha hecho
infeliz, darme un chute de magia para despegarme de
apegos. Saber desligarme de aquella gente a las que sé que
voy a perder, en cambio, no lo consigo. He hecho y podría
continuar haciendo lo que me gusta, pero no alcanzo mi
nueva versión. Me refiero a dedicarme a ser feliz, a disfrutar
de todos los detalles. Hace demasiado tiempo sé que la
felicidad no es tener cosas, sino un sentimiento de abandono
y me encantaría descubrir ese don. Amanecer con mi yo
amaneciendo, y atardecer también atardeciendo conmigo
con los colores más lindos por imaginar. Con tanto tiempo a
mi favor debería preparar mi burbuja diseñada, de manera
que no me afecte lo externo, o al menos, ser consciente de
que lo de afuera no incida en mí. ¡Mi zona perfecta, bien
conformada y vivirla! ¡Darme cuenta! Disfrutar ese don del
momento en que estoy gozando. No el global, sino el de mi
instante personal. Porque Toñi, hay que percibir el mundo.
Sin embargo, yo no consigo darme por enterada.
»Eso es lo que me pasa. ¡Cien años! Sí. Suena muy
bonito. Pero no cuando no hay esperanzas. No si no se tiene
ilusión. Estoy decepcionada sin saber cómo seguir tanteando
en lo adelante, porque me aterra conocer que aún me quedan
cincuenta más con este desconcierto —llegado este punto del
discurso, Bea apreció la cara de preocupación de Toñi—. No
158
te asustes. No estoy hablando de suicidio. Sabes como soy.
No pienso en esas locuras. Solo es que no sé vivir.
Todo esto dijo Bea con emoción contenida y continuó
llorando.
Toñi, que se había acomodado en el sillón de la habitación
para escucharla permaneció en silencio.
Media hora después, Bea se había quedado dormida. La
arropó con cuidado para no despertarla y fue a su habitación.
Unas pocas horas después, regresó donde su amiga que
seguía durmiendo. Se acomodó en la cama, al lado de ella,
hablándole en voz baja.
—Tranquila querida. No te voy a dejar sola. No permitiré
que seas infeliz. A partir de ahora mismo estaremos juntas,
siempre.
159
160
Capítulo 16
A la mañana siguiente, Toñi, con absoluta claridad, sabía
que esta vez no necesitaba, como en otras ocasiones, un
tiempo de reflexión. Estaba decidido. Ella también sentía el
cansancio. Embarcarse con frecuencia de un sitio a otro ya
no le atraía como hacía años atrás cuando todo le parecía
novedoso. Su vida se había convertido en demasiados viajes.
Comenzaba a renegar de tantos traslados. Hacía mucho
había perdido el interés por esa parte del trabajo con maletas
a cuestas.
Tuvo que acostumbrarse a la reclamación de su presencia
aquí y allá para el buen funcionamiento de sus empresas, y
aunque era cierto que en los inicios ella no había pretendido
extenderse tanto, le fue quedando claro que en el mundo en
que vivía la globalización mercantil lo dilataba todo. Así, de
un soplo y sin apenas darse cuenta, sus servicios comenzaron
a ser demandados. Se encontró ante un nuevo orden
empresarial por el que se dejó atrapar. Fue descubriendo,
para su sorpresa, la extensión de sus sociedades a nivel
internacional y se sentía orgullosa.
Había descubierto, de pronto, sentirse reclamada por
clientes que vivían en el lujo y requerían la satisfacción de
sus caprichos. Descubrió cómo la riqueza y la ostentación
personales pasaban a ser prioridad, en una parte privilegiada
161
de la sociedad a la que servía a cambio de sumas importantes
de dinero. Su equipo solicitaba permisos. Ella confiaba y
firmaba. Pero a pesar de su fortuna sabía encontrarse
cansada. Escuchando los razonamientos de Bea acerca del
futuro de cincuenta años más por delante, no le quedó otro
remedio que reconocer haberse hecho en ocasiones la misma
pregunta. ¿Qué necesidad tenía de continuar con ese ritmo
con todo lo que implicaban en su vida privada?
Era consciente de disponer de un personal formado a su
lado, bien equipado, capaz de trabajar y rendir sin necesidad
de estar con su control permanente. Además, había educado
desde pequeña a su sobrina Elizabeth. Era su mano derecha
y la persona más quisquillosa que conocía, lo que a veces le
provocaba la risa por lo exagerado que manejaba algunas
situaciones en su obsesión controladora. Estaba preparada.
Toñi siempre sintió sobre sí la responsabilidad de su
familia, y por ese motivo les había llevado de la mano
creando excelentes profesionales. Su querido hijo ya estaba
mayor, y aunque conservaba muy bien su físico, no dejaba
de ser una realidad que tenía setenta y dos años. Por eso,
Elizabeth era perfecta. Encima estaba con diferencia mucho
mejor capacitada para tomar las riendas de todo. Así que era
de sobra conocedora, de que podía dejar todos los
menesteres y responsabilidades en sus manos. Ella también
estaba preparada para delegar y vivir el futuro de otra
manera, y cada cual a lo suyo. Escuchando a Bea no tuvo
que pensarlo mucho. Era la hora en que tocaba a otros
apechugar, y sobre la marcha, tomó la decisión de que, en lo
adelante, los demás se ocuparan de los negocios, y ella a
vivir tranquila con la compañía de su amiga más querida.
162
Se lo hizo saber en el desayuno. Mientras tomaban un
jugo de naranja, y antes de empezar a degustar unos
apetitosos croissants, le hizo saber de sus planes.
—Si tú lo quieres, de lo cual creo estar segura, yo estoy
feliz de haber tomado una decisión… No nos separaremos
más. Viviremos en la misma casa. Haremos lo que
queramos. Viajaremos o no. Lo que decidamos ambas. Pero
desde ahora estaremos juntas. Eso, claro, si estás tan
dispuesta como yo, a delegar las responsabilidades de tus
negocios para que lo lleven otros. Nos lo hemos currado.
Tenemos magníficos equipos. Que continúen adelante otras
personas. Las que decidamos. Lo estudiaremos con cuidado.
Lo tengo claro Bea. Es hora de vivir tranquilas. Hemos
pasado mucho y trabajado demasiado. Ha llegado el
momento de nosotras. Disfrutaremos acompañándonos todo
lo bueno que nos vaya a deparar la vida durante estos
próximos años. Claro que podremos seguir haciendo cosas
de nuestras profesiones que nos apetezcan, pero sin
presiones, con serenidad y dejando atrás los corre, corre.
Opino que debes seguir escribiendo. Al menos me gustaría
continuar contando con buena lectura. Yo, quizás asistir a
alguna intervención de esas que me chiflan, porque me
resultan interesantes y el paciente lo requiera. Pero vamos a
desconectar el chip. Obligarnos a entender que lo dejado,
pasa de inmediato a ser detalles, casos anecdóticos, nuestros
hobbies personales. Nada de presiones ni obligaciones.
Considero, que igual que tú debes seguir escribiendo, las dos
podemos continuar con las campañas de publicidad, pero
sabiendo que son dos al año, puntuales y programadas. En
definitiva es que lo de esas sesiones es divertido, nos dan
vidilla y lo pasamos súper.
163
»Quiero decir, mantener alguna que otra actividad, que no
nos exijan estar al pie del cañón puede que no esté mal, si
bien, lo notable es liberarnos del efecto de las
responsabilidades constantes. Por otra parte, podríamos
conservar nuestras casas, o no, ya lo veremos. Decidiremos
juntas si vender, pasar a los hijos, que la vivan ellos, alquilar,
lo que nos parezca. También eso es discutible.
Mientras Toñi hablaba, Bea mostraba una mirada acuosa.
Sus lágrimas asomaban a punto… permanecía en silencio.
Al mismo tiempo su cara mostraba una amplia sonrisa. Aun
así, se apresuró a decir a la vez que se secaba el rostro con
una servilleta.
—Podríamos hacer también cuando nos apetezca un viaje
alrededor del mundo. Visitar con calma todos los rincones
del planeta que hemos dejado pendientes. Disfrutaremos
organizando un plan. Me hace ilusión sentarnos en una mesa
ante un mapa enorme e ir marcando todos los sitios a los que
queremos ir —de pronto parecía ser una niña chica.
—Eso. ¡Vamos a dar la vuelta al mundo! Hemos hablado
tantas veces lo de visitar Machu Picchu… donde queramos
con mochila o con las comodidades de los hoteles. Da igual.
¡Podríamos hacer el Camino de Santiago! ¡Bea qué ilusión!
¡Tenemos todo el tiempo para cumplir tantos sueños! Podrás
tomar notas en esos viajes y tendrás nuevas ideas para tus
libros. Seguir creando infinitas obras, porque solo te pido
que no abandones ese don. Te prometo, que mientras te
escuchaba hablar ayer por la tarde me venían muchas ideas.
Estos planes me invadieron. Sentía que me sobrepasaban y
¡me hicieron quedar tan satisfecha! No tuve ni que
reflexionar, ni pensármelo dos veces para tomar la decisión.
164
Por mi parte está finiquitado desde ayer mismo. Todo lo que
se nos ocurra podremos hacerlo.
Sonriendo, pero aún entre lágrimas, los ojos de Bea
brillaban. A Toñi le pareció evidente que, a excepción de la
idea del viaje, no podía ofrecer otros planes. Estaba nerviosa.
—Mira, no hace falta que digas nada. Seguro que tú
también tendrás otras ideas más que aportar a este incipiente
plan y lo hablaremos. Ahora vamos a comernos estos
croissants que tienen una pinta…
A la salida del desayuno vieron que el día estaba soleado
y la temperatura perfecta para bajar a la piscina. No
necesitaron ni charlar entre ellas. Era un momento especial
y definitivo en la vida de las dos mujeres. Cada una en su
tumbona, mientras tomaba el sol, danzaba en «sus adentros»
armando el nuevo rompecabezas particular, desechando
piezas y agregando otras con el objetivo de conseguir la
imagen más bonita y tranquilizadora. Una, adivinaba que la
otra estaba, al mismo tiempo, con su acertijo particular,
tomando decisiones, haciendo planes… Ambas sentían que,
al finalizar y unir las imágenes, se conformarían un cuadro
perfecto para mostrar el escenario de sus vidas futuras.
Toñi entendió que su amiga comenzaba ya a digerir la
noticia, pues en la comida, Bea puntualizó que, ante los
nuevos planes, consideraba que era prioritario empezar por
lo inminente de organizar sus vidas profesionales, con vistas
a poder a posteriori relajarse. Estaba inquieta solo al respecto
de que nada se detuviera. Habían asumido por decisión
propia traspasar la responsabilidad a sus familias, si bien las
empresas tenían que continuar su funcionamiento, tal como
si ellas siguieran en la dirección.
165
—Tenemos que asegurarnos, por nuestra tranquilidad, la
mejor manera de enfrentar este reto. Considerar a quién dejar
al mando. Solo así podré soltar la gestión en manos de los
abogados, con los detalles bien definidos, de manera que el
resultado coincida con fidelidad a nuestros deseos. Hemos
trabajado demasiado y nada puede quedar a la deriva.
—Totalmente de acuerdo Bea. De otra forma no
podríamos estar tranquilas. Ese será nuestro punto de
partida. Y vamos a hacerlo pronto. Sin prisas nos
organizaremos de inmediato. ¡Y claro que esa será la
prioridad para que nada se detenga! Que se ocupen nuestros
hijos y empleados. Ya es hora de que cada barco aguante su
vela —cruzaron la mirada sonriendo—. Estudiaremos quién
debe y quién no tiene que estar. Lo arreglaremos. Pero lo
empezamos a discutir mañana. Hoy es un día especial y
vamos a regocijarnos en el interior.
Ambas sabían de esa propuesta, a solas con los
pensamientos, en sus individuales reflexiones rumiando
ideas. Se estaban ofreciendo una tregua de un día para
configurar, al respecto de lo laboral, el plan a seguir con
vistas a abrir la senda por donde estaba decidido que se
dirigirían en el tercero y último tramo de sus largas vidas.
Quince días después, invitaron a Antonieta y Elizabeth a
recrearse con una semana de descanso. Encontraron el
momento para informarles acerca de lo convenido. Les
hicieron saber, de que el próximo lunes, estaba concertada la
cita con los dos abogados de cabecera de las familias, para
enterarlos de lo dispuesto y que iniciaran los trámites que
correspondieran en estos casos.
Antonieta, mirando a su madre le hizo saber que ya
suponía desde hacía tiempo que este momento llegaría.
166
—Mamá, aunque imaginaba llegar a este punto algún día,
no pensé que fuera tan pronto. Sobre todo, porque ustedes
están bien. Claro que, sabiendo que con esta decisión eres
feliz, y siempre que confíes en mí, no te defraudaré. Creo
conocer lo suficiente todos los negocios. Controlo el
mecanismo y puedo asegurarte de que cumpliré tus
expectativas. Ahora bien, estate segura de que no tomaré
disposiciones relevantes sin consultarte. Por lo tanto, debes
prometerme estar siempre operativa en el móvil y no
apagada o fuera de cobertura, que una cosa es decidir auto
jubilarse y otra muy diferente, es pasarme este marrón
sacudiéndote las manos y arréglatelas como puedas.
En cambio, Elizabeth, al menos a la primera, no veía el
tema muy claro. Hizo saber a su tía de sus dudas acerca de
que ella tenía cincuenta y cinco años, aclarando, que, aunque
se sentía vital, a la vez comprendía que poco tiempo más
podría estar al frente de monumentales empresas.
—Lo sé cariño. Estoy al tanto de la edad que tienes, pero
no creerás que voy a dejarle semejante responsabilidad a tu
padre con setenta y dos. La persona adecuada para
sustituirme eres tú. Estoy segura de que aún te quedan unos
quince o veinte años al pie del cañón sin que te fallen las
capacidades de ejecución y dirección. Además, tenemos a
tus dos hijos incorporados en los equipos de trabajo en dos
de las clínicas desde que terminaron la universidad. También
atrás tienes a mi nieta que pronto finalizará los estudios.
Estaremos pendiente de ella. Tú ahora encárgate de
continuar la formación de ellos. Considero que ya se puede
ofrecer a tus chicos la dirección en sus puestos, para que
pillen más experiencia y te sustituyan cuando lo precises.
Conoces a la perfección el trabajo. Has sido mi sombra
167
muchos años. Este es tú momento por el que te he preparado
toda tu vida. Sabes que cuentas con gente que son estrellas
en lo suyo. Eres una brillante cirujana. Estoy convencida de
que lo puedes hacer igual que yo, o mejor. Elizabeth, sé que
lo harás de lujo. Además, yo no voy a desaparecer del mapa,
y claro que quedaré pendiente a un toque de wasap para lo
que sea. Prometo no estar apagada ni fuera de cobertura.
Dirigiéndose a ambas les dijo:
—Chicas, no se trata de que les estemos pasando un
marrón. No vamos a desaparecer del mundo. Estamos aquí.
Más o menos cerca en la distancia, nos trasladaremos si es
necesario. Esto se trata también de vuestras vidas y las de la
familia. No es un proyecto pensado por nuestra parte con
prisas y a lo loco. Lo hemos estudiado y ustedes son las
personas que han estado junto a nosotras a igual nivel de
responsabilidades. ¿Quiénes mejor podrían sustituirnos?
Elizabeth asintió sonriendo.
—Si, tía Toñi, no estoy diciendo que no. Lo que pasa es
que no me hago a la idea de que no seas tú la que estés en la
dirección.
—Chorradas. ¿Qué no esté yo en la dirección, o que seas
tu ahora la presidenta? —sonrisas otra vez.
—Pues queridas mías, tienen tres días para hacerse a la
idea, y recuerden estar el lunes listas a las once de la mañana
que tenemos la reunión en el buffet de abogados.
Ese mismo día, las cuatro mujeres saborearon un buen
almuerzo y brindaron varias veces por los nuevos acuerdos.
Pasaron el fin de semana disfrutando de paseos. Elizabeth y
Antonieta, a ratos, preguntaban y, por más que aludían a esto
o lo otro, tanto Toñi como Bea daban señas de sentirse
relajadas. Era una sensación de estar despejadas. Para ellas,
168
el tema estaba a punto de quedar zanjado y hasta
conspiraban, en tono de burla, refiriendo a que lo arreglaran
sus elegidas a su manera y como pudieran.
En la reunión del lunes, las dos mujeres informaron a sus
abogados de confianza sobre lo que habían decidido.
Expresaron las instrucciones pertinentes. A la salida, estaban
tan satisfechas, determinadas y seguras, que se redundaron
en los repetitivos brindis de los últimos días.
—Como sigamos con este ritmo de celebraciones, pronto
estaremos alcohólicas perdidas —bromeó Bea—. Aunque he
de decirles que me da igual, porque a la vez, no puedo evitar
confesarles que siento haberme quitado un gran peso de
encima. En lo adelante me dedicaré solo a ser feliz y escribir.
—Pues que así sea —respondió Toñi— alzando su copa.
169
170
Capítulo 17
Días después, tras las complicadas gestiones por el
traspaso de la dirección de los negocios, las amigas,
saboreando un día de paseo por la ciudad, entraron en una
librería con la intención de comprar un mapamundi.
Buscaban algo semejante a unas plantillas del mapa político
sobre fondo blanco. Habían acordado dedicarse un tiempo,
cada una, con el suyo propio, a marcar los países sobre los
que basarían el proyecto para la organización del viaje.
Quedaron en establecer un orden numérico de prioridad.
Rutas con líneas y flechas con la debida nota al margen del
porqué de esa visita para ilustrar el interés por el sitio. Tenían
clara la idea del atlas del mundo, bien delimitados los países,
en papel blanco, y al fin lo consiguieron. Compraron varias
copias.
De esta manera, en las horas muertas del día y cada una a
su bola, se las veía por algún espacio de la casa, enumerando,
consultando en internet, dibujando flechas y usando colores.
Preparaban con ilusión su acordado viaje. Pocas veces se
hacían preguntas. No era necesario. Toda la información
estaba en internet. Después tendrían tiempo entre ellas en
ponerse de acuerdo.
171
La imprescindible plataforma de YouTube era la aliada
ideal en estos preparativos. Para esta época, se había
transformado en una herramienta mucho más alucinante e
ilustrativa, y aunque su esencia cumplía los mismos
objetivos de información, ahora se llamaba diferente. Un
nombre de esos muy rebuscado del que no suelo acordarme.
A veces, Toñi escuchaba desde el salón contiguo a Bea,
gruñendo en voz alta contra ella misma.
—Pero bueno, ¿quién me habrá mandado a ver este
tutorial completo? ¡Ahora tengo la impresión de haberlo
conocido todo y se me ha rayado el interés! ¿Estoy tonta? —
y continuaba en lo suyo.
Pocas veces coincidían en el desayuno. Mantenían su
privacidad con independencia de donde estuvieran. Como
era costumbre, respetaban el para sus adentros, los
respectivos gustos y hábitos alimenticios, aunque si alguna
vez coincidían, aprovechaban la ocasión.
Esta mañana en particular coincidieron. Se habían dejado
los planos sobre la isleta central de la cocina y Bea refirió.
—A nuestros mapas no les cabe ni una flecha ni un
número más. Reflejan un carnaval de colores. ¿Podríamos
aprovechar un rato dando nuestros primeros pasos en la
planificación? A menos de que tengas algo que hacer, claro.
—Buena idea. Me parece perfecto. Estoy un poco
aburrida de esta tarea individual y me apetece que
empecemos a comentar cosillas. Venga, llevamos el
desayuno y las notas a la terraza y manos a la obra —
caminando, con la bandeja cargada sobre todo de fruta y algo
de pan, los mapas y colores en la otra mano gritó—, traes tú
el portátil y bolígrafo que las anotaciones te tocan.
Bea entre dientes susurró:
172
—Sí, claro, me toca el trabajo sucio y la niña va de
directora de orquesta — se burló de sí misma.
La semana anterior sacaron algunas cosas y los objetos
más personales de Toñi del ático de Madrid. Habían decidido
traspasar la propiedad al hijo menor de Antonieta. Nada más
sentarse, mientras Bea se acomodaba en el sillón después de
servir el café, escuchó a Toñi susurrar en un tono como
hablando entre dientes.
—Esto de ir dejando casas atrás, me ha llevado a recordar
todos los techos bajo los que me he cobijado. Vale. Estoy
pensando en algunos momentos determinados muy
concretos… —entonces se dio cuenta de que Bea la
observaba con curiosidad—. ¡Up! Perdona —aunque
continuó ahora consiente de que era atendida.
—Quiero decir que, si me abstraigo intentando elevar la
mirada por encima de mis hombros y la cabeza, y me
imagino ser un dron, puedo planear sobre esas viviendas
observando toda mi vida. Me refiero a los detalles que
conozco de mí, porque en mis casas, aunque ahora la tenga,
por ejemplo tu nieto, siguen estando mis luces y sombras.
Espero que el pobre chico no se tropiece un día contra algo
desagradable.
»De pronto, así pensando, sobre todo de los
desprendimientos nuestros en estos días, siento orgullo de
confirmarnos en que no somos egoístas. Aunque… ¡Es que
tenemos tanto trabajado! ¿Lo has pensado Bea? ¡Hemos
vivido mucho!
»No sé tú. Yo al menos voy a meterme en la cabeza, de
que a partir de ahora, no quiero estar pendiente de los
peligros que acechan al mundo. Estoy harta de la
preocupación por la desaparición del planeta, por las
173
epidemias a cada rato y los tantos virus, y hasta por ese rollo
enfermizo que me dio una vez por enterarme de las
predicciones de Nostradamus. Tampoco quiero insistir en
renovar cada año la ausencia de los nuestros que se han ido.
Ni tengo por qué divagar en cosas mal hechas. Ni
arrepentimientos ni más nada. Se acabó todo ese lastre que
significa estar regresando a los años dejados. Son
demasiados, y esas letanías me intoxican. Creo conveniente
desde ya, concentrarme en estos supuestos próximos
cincuenta por vivir que pretendo pasarlos lo mejor posible.
»La vida es como el dios todopoderoso de los misterios.
Yo me quiero enfrentar a seguir buscando y descubrir más
cosas. Creo, que todo lo que las personas construyen acá, se
convierte a la muerte, como en un billete de entrada que
otorga el paso hacia donde tienes que dirigirte cuando se
llegue a «ese lugar». Así que si no construyes nada y te
dedicas a danzar por tu tiempo, no te ganarás el boleto
adecuado y te pueden mandar al infierno.
A tal idea tan filosófica, Bea reaccionó sonriendo, al
mismo tiempo que expresó.
—Pues sí, querida, de puta madre. ¡Vaya razonamiento el
tuyo! No lo había visualizado de esa manera, pero puede que
tengas razón. Y si fuera de esa forma que supones, espero
nos hayamos ganado un hotel cinco estrellas en el
mismísimo paraíso porque con todo lo que hemos currado…
»Yo aún a veces me pierdo noventa años atrás, cuando
coincidimos en nuestra primera comunión. ¿Te acuerdas?
Entonces me pongo a darle vueltas retomando todos los
alejamientos que hemos tenido. Es cuando me retuerzo de
dolor por mis crueldades con Isabel, con la familia, conmigo
misma, y sufro. Sufro mucho cuando me imagino sentir una
174
mano abierta y desconocida que me empujaba por el centro
de la espalda hasta el borde del abismo, cuando me venía la
idea de alguna burrada por hacer. Que lo sepas, eso me
abruma. Traer esos pensamientos me machaca un montón.
Casi siempre termino llorando, y cuando me harto de
lágrimas, comprendo que no me ha valido la pena meterme
en ese bucle. ¿Por qué habré sido una persona tan difícil? ¡Di
tantos disgustos a mamá! Menos mal que estaba Isabel
siempre tras mía apuntalando brazos caídos y justificando
mis desprecios. Todos soportaron mucho por mi mal
carácter.
—Vale, pero finalmente fueron cosas que pudiste
rectificar a tiempo y son pasado. Toda esa mezcolanza de
sentimientos diversos dentro de ti revueltos, quizás han sido
los responsables del poder que tienes para la creación de
ideas que te iluminan inventando historias estupendas para
tus libros. Es por eso por lo que siempre te insisto en que no
puedes dejar de escribir.
»A veces te imagino como una copa con agua
efervescente, y de cada burbuja que estalla, eres capaz de
extraer colores e imágenes tan diversas, que al mismo tiempo
te iluminan en crear unas tramas que… Por eso adoro tus
libros porque me dejan la cabeza llena de pajaritos y me
retienen ahí pendiente hasta que los siento volar. ¡Creas
imágenes tan fantásticas! Tuve una paciente que en una
ocasión, hablando no me acuerdo de cuál libro tuyo, me dijo
que a veces se le parecía que olía lo que escribías.
—Qué bonito —dijo Bea.
—Y halagador. En ese momento me pareció con
exactitud muy ilustrativo.
175
Estuvieron en silencio unos minutos mientras saboreaban
el café cuando Toñi, de pronto, replicó a su amiga:
—Por cierto Bea, en más de una ocasión que te he
preguntado sobre el tema, has dejado entrever que habías
tenido una relación o un noviazgo con un chico. No recuerdo
con exactitud qué referiste. Me prometiste contármelo en
algún momento, pero ahí se quedó. Cuéntame ahora. Esta
vez no te voy a permitir ejercer esa habilidad tuya de desviar
la conversación. ¿Alguna vez has llegado a abrirte al amor
verdadero de pareja?
—Es cierto. Quedé en contarte… suponía que en algún
momento querrías enterarte de ese chisme y me lo
recordarías. Sí. No fui una monja durante algún tiempo. Con
frecuencia me daba un buen revolcón con algún elegido.
Aunque supongo te refieres a una relación de verdad, con
fundamento. Fue solo una. Por un hecho puntual, que no
viene al caso, me enrollé con un chico de la oficina cuando
trabajaba de auxiliar administrativa. Lo de siempre. Una
cosa llevó a la otra y a otra. Quedamos una semana, y a la
siguiente. Después a tomar una copa, otra a cenar. Cuando
nos dimos cuenta llevábamos más de un año juntos y
estábamos a gusto. Era un tío divertido, muy currante y
responsable. Fue quien cayó en la cuenta del tiempo pasado,
y llegó el día en que sacó el tema a colación. Resultó
parecido a confirmar un compromiso. Era evidente el
despegue de su intención; nos hemos conocido, nos
queremos, nos va bien. Vamos a darle un toque más serio a
esta relación. Y a mí no me pareció mal.
»Para entonces, hacía tiempo que Isabel vivía conmigo,
había reconocido su homosexualidad y creo que empezaba a
salir con Laura. El caso es que para cuando ocurrió esa
176
conversación, yo había comenzado a rectificar los conflictos
con la familia. Había metido el cambiazo, me sentía renacer
con mis inmejorables relaciones familiares y pues bueno,
qué te cuento. En casa todos le apreciaban. Papá ya se veía
llevándome al altar y todas esas cosas de entonces.
»Al principio de la convivencia yo me quedaba en su piso
o él se venía a nuestra casa, hasta que sin más, un día se
instaló con nosotras y era perfecto. Creo que ya estaba
instalada Laura. Pasarían unos cuatro años y supongo, que
por una cosa u otra, de pronto Alejandro, que así se llamaba,
me habló de legalizar la relación de pareja e independizarnos
en una casa para nosotros. Con esa propuesta me puso la vida
patas arriba. Yo era feliz viviendo con mi hermana. Me
sentía estrenando vida. Había recuperado el amor de mi
familia y la proposición me obligó a dar la cara a unas
reflexiones a las que, hasta ese instante no me había tenido
que enfrentar. No me lo había planteado porque vivía feliz.
¡Resultaba todo de una manera tan sencilla y novedosa para
mí! Lo cierto es que no me preguntaba acerca del amor que
sentía por Alejandro. Suena curioso, pero era así. Por
supuesto nos creíamos enamorados. Nos decíamos los te
quieros requeridos cada día, pero hasta ahí.
»Cuando me insistió y me presionó sobre lo de
independizarnos de Isabel y Laura, yo tenía claro no poder.
Nada me era suficiente motivación como para abandonar el
verdadero amor que me hacía sentir tan bien y tan fuerte al
lado de mi hermana. A veces somos tan poco claros cuando
hablamos del amor, que ni a nosotros mismos nos
expresamos lo que de verdad sentimos. No sé cuáles eran
mis expectativas entonces. Honestamente no lo sé. No estaba
confundida, ni se trataba de que pretendiera otro amor más
177
intenso del que nos dispensamos en esa relación. No
teníamos problemas ni grandes carencias. Sencillamente es
que fue ese momento crucial de mi vida en qué entendí de
una vez, que jamás iba a ser capaz de sustituir o solapar mi
querer por Isabel, por igualarlo o sustituirlo, al amor de
ninguna otra persona, que no fueras tú, claro.
»Distinguía con claridad, que ustedes dos eran mis
personas favoritas. Esa experiencia me aclaró sobre mi
sexualidad. Lo digo en el sentido de que no me sentía
lesbiana, pero sí me convencí de que nunca iba a poder amar
a ninguna otra persona mientras estuvieran ustedes dos.
»Era muy complicado que Alejandro ni ningún otro
hombre lo entendiera. Hice lo que pude para convencerle de
que así estábamos bien y tal, pero no hubo manera. Nos
fuimos alejando hasta que la relación se diluyó. Si él hubiera
aceptado la convivencia de las dos parejas… quizás hasta
tendría mis propios hijos, porque no me desagradaba la idea
de un bebé. Y ahí tienes la historia querida. Más adelante
surgió la idea de ser madres las tres y fue cuando vino
Antonieta. Lo que ya sabes.
—Caramba Bea. Me resulta ahora hasta chocante el que
nunca hayamos hablado de esto… quiero decir, que no me
hayas contado esto. Es evidente que fue trascendental para
ti.
—Puede que suene raro, pero es que no ha surgido.
Tampoco yo la guardo en mi corazón como una gran historia
de amor. Justo el desenlace me hizo consciente de mis
verdaderas prioridades. Y esa parte es la que sí agradezco a
la vida. Sirvió para aclararme. La relación de unos cinco
años con Alejandro, la guardo como un lindo recuerdo. Me
valió en el sentido de que saboreé el descubrir la relación con
178
un hombre de manera íntima, continuada en el tiempo.
Experimenté la convivencia estable. Con todo lo bueno que
tuvo, lo más trascendental resultó el hecho de ser la ocasión,
que me permitió ratificarme en esa parte de mí que alguna
vez pudo hacerme dudar sobre mi sexualidad. Lo retengo
como la oportunidad que, desde entonces, me orienta en no
dejarme perder la perspectiva para que nada perturbe mi
prioridad.
—Joder Bea, que raritas somos.
Alguien llamaba a la puerta.
Toñi expresó extrañeza. No esperaban a nadie. Al
momento Bea se dispuso a ir a abrir aclarando.
—Es nuestra amiga Bárbara. Le envié un wasap para que
se una a cooperar en lo del planeamiento del viaje. Como es
tan ocurrente seguro nos da sus opiniones y nos echamos
unas risas. La invitaremos a alguno, ¿verdad?
Toñi quedó pensando: «Fijo que nos reímos. Aportará mil
ideas y de paso nos colocaremos con unos cuantos de sus
gin-tonics. ¡Bienvenida y a pasarlo bien!»
179
180
ACLARACIONES
A MODO DE DESPEDIDA
181
182
Capítulo 18
Espero no se le ocurra a nadie empezar a ojear el libro
por el final. Este capítulo es apto para quien antes se haya
leído la novela, de lo contrario no encontrará sentido a lo
referido en este aparte. Si es tu caso, imagíname indicando
que te remitas a la primera página. Gracias. Y si eres de los
que han devorado el texto, te aseguro que necesitas la
presente aclaración.
Escribo ahora de voz propia. Soy esa persona que se ha
dedicado durante años a tomar notas, hacer preguntas, y ¿por
qué no confesarme ahora?, alguna vez me he hecho la loca
dejando el móvil cercano y abierto mientras grababa las
infinitas charlas de mis amigas.
Sí, mis amigas. Antes debo aclarar, que por supuesto, en
su día, cuando ya las conocía lo bastante como para estar
segura de que eran ideales y se me ocurrió esta idea de narrar
sus vidas, les pedí permiso.
Fue simpático las circunstancias en que lo solicité, y lo
obtuve de inmediato. Reconozco que siempre he sido un
poco trasto. Ellas eran fans de las fiestas populares, y si
alguna celebración las pillaba por las islas, allá se iban
aunque el pueblito estuviera en el fin del mundo. Algunas
veces me llamaban y yo siempre me apuntaba. Como es
183
costumbre, en cada pueblo hay por defecto una plaza central
y por descontado que al lado se encuentra la Iglesia. La
noche referida, allí plantamos en la cafetería del parque a
tomar cervezas, picotear croquetas y pinchos de tortilla.
Aproveché de regreso al hotelito, mientras íbamos
andando, bailando y cantando a toda voz por el medio de una
calle adentrada del pueblo dormido y en silencio, pasadas las
dos de la madrugada… y entre risas y lenguas trabadas
debido a los efectos de las cervecitas les rogué el permiso.
Ellas respondieron al unísono y a gritos en medio del
bailoteo y el cantar: «Sí, hija, escribe lo que quieras. Da
igual». Desde ese instante me consideré bendecida y
autorizada.
La verdad es que creo que la historia no es como para
provocar risas, aunque de ellas nunca se sabe, pues las muy
listas le sacan tajadas a la vida por todas partes, y donde no
hay que rascar aún insisten hasta que encuentran.
Contaba que son mis amigas. Las conocí en mi
cumpleaños treinta, cuando unos colegas de entonces me
invitaron a un local, medio café, medio librería, medio bar,
medio tienda; vamos, que al llegar quedé encantada, pues
aquel sitio era una mezcla de todo muy bien conjuntado.
Habían comprado una tarta que solicitaron mantener fuera
de mi vista. Me animaron a elegir alguna prenda de las que
se exhibían colgadas de la única percha disimulada que
parecía ofrecerse ella misma en el armonioso espacio. Era un
regalo colectivo. Elegí un vestido divino y me fui al baño a
ponerme el traje. Al regresar, sobre la mesa encontré la tarta
con todas las velas. Los presentes entre burlas, me
recordaban a gritos mi debut en los Tá: treintá, cuarentá,
cincuentá…
184
Ese día me presentaron a Bea. No tengo idea qué edad
tendría por entonces. También andaba por allí su hermana
Isabel y era evidente la especial relación de cariño que se
dispensaban. La cuestión fue que me sentí adoptada por el
local. Me daba igual sola que acompañada, pero desde
entonces me convertí en la fiel clienta que pasaba allí su
tiempo siempre que podía. Yo era una gran lectora e iniciaba
mis pinitos en la escritura. Trabajaba en una editorial
coordinando el personal encargado de la revisión de obras y
la puesta a punto para las publicaciones. Lo de curiosear
libros rescatando chismes o recogiendo ideas me resultaba
de lo más atractivo. El sitio era mi mundillo perfecto.
No recuerdo con exactitud si fue ese u otro día cuando
conocí a Toñi. Con los días comencé a intuir que esa mujer
era una pieza clave en la vida de las gemelas. No piensen que
me las doy de lista por haberme percatado de la existencia
de un hada especial en el ambiente entre ellas, es que, en esa
época, a conciencia y adrede, no por chismosa sino por
profesión, me dedicaba a observar y escuchar en modo
alerta, buscando dónde pescar buenas ideas para la
inspiración. Sea como fuese, el caso es que distinguí que allí
había tomate y el tiempo me demostró tener razón.
Tampoco crea el lector que ese halo mágico lo pillé en un
pispas. Estas cosas no son así tan de pronto. Fueron un
cúmulo de detalles que me sobrevinieron con el devenir del
tiempo. Poco a poco me fui convirtiendo, primero en fan del
local, y después, por propia iniciativa, me ofrecía a colaborar
en todo lo concerniente a las labores de las que se ocupaba
Isabel, relacionadas con los sorpresivos pantallazos, o
entrevistas, propuestas de libros y esas cosas.
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Tenía la experiencia suficiente para poder echar una
mano a las hermanas en las gestiones referidas a la literatura.
Por otra parte, la editorial no requería de la presencia física
de algunos empleados en las oficinas, lo cual, en mi caso era
una ventaja, ya que me podía permitir el privilegio de
trabajar a distancia. Se pudiera decir que fui convirtiendo el
local en mi coworking particular. Esa circunstancia desde mi
enamoramiento por el «Palabras divinas» de Bea, y mi
presencia constante por allí, facilitaron que pronto surgiera
una buena relación de amistad.
Mi primer apego y el más profundo sucedió con Bea.
Aunque tenía suficientes empleados, los primeros años ella
pasaba allí bastante tiempo, y en las horas muertas se sentaba
a mi mesa y hablábamos. Nos fuimos convirtiendo en
confidentes la una de la otra. Claro que ella tenía a Isabel,
pero a veces me decía, «no todo se puede contar a tu gemela
porque sabes que podrías hacerle daño». Yo, por mi parte,
vivía muchas fases diferentes, y no puedo quejarme, porque
me llevaré la mar de experiencias bien gozadas, pero
también era una mujer lanzada. Me tiraba de los puentes más
altos sin pensarlo dos veces, y por cabeza loca, pagué las
consecuencias de enfrentarme a algunas frustraciones y unos
cuantos sufrimientos. Así que Bea me escuchaba, me
animaba, y también Isabel y después Laura. Eran mi paño de
lágrimas. Lo apunto como expresión literal, porque lo mismo
llorábamos por temas trágicos, o venían los lloros fruto de
las risas por las trastadas de cualquiera. En todo caso, aquí
la historia no me pertenece. Lo destacable radica en que ellas
me eligieron e incorporaron a sus vidas como una más de sus
amistades. Entre todas nos ofrecíamos apoyo, consejos, y
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para mí lo valioso era, que al ganarme la confianza, fui
conocedora de sus vidas.
Sobre el tema de los ciento cincuenta años no hablaban
mucho. Cuando me lo contaron, lo refirieron tal cual lo he
narrado. Sí recuerdo, además, como anécdota curiosa, lo
ocurrido cuando cumplieron creo que los ochenta. Las
citaron para la entrega de un nuevo carné de identidad, con
una edad ficticia que concordaba con el aspecto físico de
ellas por aquel entonces. Y es que en puntuales ocasiones se
tenían que enfrentar a situaciones o preguntas inusuales. Es
destacable que esa fue la única vez. Se notaba en el tiempo
mayor divulgación relacionada acerca de la existencia en la
sociedad de individuos que superaban los cien años en buen
estado físico, u otras experiencias científicas ejecutadas en
esta línea. La esperanza y el espectro de la calidad de vida y
la conservación de los seres humanos iba creciendo.
Refiero los detalles anteriores, para que el lector
comprenda hasta dónde he formado parte de la vida de Bea
y Toñi, y el por qué he disfrutado del lujo de contar la
historia de esta relación. He podido rememorar tantos
detalles de la vida de estas dos singulares mujeres, gracias a
contar con la autorización y la generosidad de ellas. Me he
entregado, con gusto y mucha disposición, a la labor de
escribir estas páginas, y me considero merecedora de darme
el permiso para ejercer mi opinión. No creo que haga mal ni
viole ninguna regla de educación, pues, en definitiva, todos
tenemos un sentir de cada uno. En el desarrollo del
conocimiento de otra persona nos conformamos un criterio.
La cuestión radica en que, algunas veces, merece mejor
callar por no herir, por no hacer daño, y otras es válido
decirlas o escribirlas. Eso dependerá de cada uno. En
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cualquier caso, estoy segura de que a estas alturas de la
historia el lector también tiene su propia opinión.
Bea, desde el primer día fue muy especial para mí. No es
una excepción de la regla ni una especie rara, solo es una
persona a la que se le hace complicado dilucidar cómo
repartir el cariño como hacemos todos, porque para ella no
hay distinción en lo referido al sentimiento del amor en su
esencia. No sabe cómo compartirlo. Pasaba de trocear la
tarta en los cumpleaños porque decía que no se le daba bien
lo de cortar a cada invitado el trozo adecuado. El ejemplo me
vale para su vida misma. Vive con el convencimiento de que
ese sentimiento se ofrece a una sola persona al 100%. No
encuentra diferenciación ni distinción porque quiere, y ha
querido siempre, con todo su corazón, a una elegida. El resto
tenemos que conformarnos con los ramalazos de su cariño.
Así es como, inclusive en la actualidad lo sigue
considerando.
Toñi, en especial, me ha resultado una persona muy
interesante y la he admirado porque maneja, con gran
inteligencia, y diría que, con habilidad, la forma de
desligarse de inconvenientes a riesgo aún de quedarse sola.
Insiste con rotundidad: «Todo lo que molesta, fuera. No hay
que darle vueltas porque el tiempo es un lujo que no existe
para perderse».
Cuando pasaba largos ratos con ambas y las escuchaba,
comprendía que los estados del alma y de la razón de ellas
se complementaban y al mismo tiempo se completaban,
siendo muy distintivo, que cada una tiene sus propias teorías
y las defienden con maestría. No se permiten el
aburrimiento. Están al acecho en la búsqueda de algo que no
les resulte monótono y que les dé vidilla. He considerado un
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lujo la amistad conseguida y un placer escucharlas porque de
ellas he aprendido mucho.
Permanecer a su lado en silencio, me proporcionaba un
regodeo similar a cuando se está tomando un café muy
fuerte, a sorbitos cortos para estirarlo bien. Escuchaba
pasajes de sus historias. A menudo me aconsejaban:
«Bárbara, disfruta. Pon tu empeño en alejar de tu cabeza los
tristes pensamientos. Sácalos fuera. Apártalos de ti y vive».
El optimismo que me transmitieron intenté llevarlo por
bandera en mi vida siempre que podía. Sin que ellas se
enteraran, cuando me retiraba a casa, me disponía a escribir
todo lo ocurrido ese día. Lo que habían contado. Lo
aprendido. Así fue como con los años tenía anotaciones
infinitas sobre sus intensas vidas.
Claro, que cuando las conocí, ambas me llevaban por
delante muchos años, con eternas experiencias, así que para
mí resultaban una escuela.
De más contar, que cuando Bea se descubrió como una
gran escritora, fui la encargada de la edición y publicación
de sus obras. Quiero decir, que evidentemente, yo era
conocedora de quién era la autora renombrada. Sabía del
gran valor que para ella, tenía la ocultación de su identidad.
A su vez, sabía del motivo por el que Bea guardaba ese
secreto a Toñi. La tarde en que a Laura, en un descuido, se
le escapó la identidad de La Infinita dejando a Bea al
descubierto, yo estaba sentada a la mesa. Ninguna supimos
qué hacer ni qué decir ante el justo enfado de Toñi.
Un momento muy trágico fueron los meses que sufrimos
la enfermedad de Isabel y la posterior pérdida. Yo acababa
de jubilarme, por lo que pude estar presente al pie del cañón
atendiéndola y apoyando en lo que se precisara. En sus
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últimos días faltaban manos para ayudarla y no solo a ella,
sino también a Bea. Estuve dispuesta dando todo lo que
podía ofrecer.
Llegado el aniversario cien de Bea, cuando Toñi
consideró conveniente el momento de estar juntas
compartiendo casa y vida, cuando tomaron la definitiva
decisión de deshacerse de todas las responsabilidades y
ofrecerse de corazón con los brazos abiertos a volar, a
lanzarse a lo que les quedaba por vivir, lo hicieron a tope.
Pusieron su empeño en que nada les aguara una fiesta. No es
que de pronto lo olvidaran todo cancelando recuerdos o
momentos dedicados a su gente querida y perdida. ¡Por
supuesto que también llegaban esos instantes de tristeza!,
pero se podría objetar que, a la vez, intentaban que fueran
flases de corta duración para no dañar el tiempo que seguía
corriendo por delante. Es una estupenda filosofía de vida.
Reitero, aprendí mucho de estas mujeres.
Un punto jovial en nuestra buena relación, era el partido
que yo conseguía cuando me dedicaba a las comparaciones
del físico. Reíamos hasta quedar extenuadas ante mi
aparición con una lupa enorme talla XXL en mano. Se las
acercaba al cutis, por detrás de la oreja, el cuello… Nada.
Nunca conseguí encontrar ni una arruga. No había ni una
señal equiparable a la edad que tenían. Las muy divinas se
exhibían perfectas tal como les predijeron en su día.
Entonces era mi momento; les enseñaba mi descolgamiento
en los brazos, o indicaba con señales el del lóbulo del rostro.
A pesar, ellas no dejaban de ninguna manera que mis
evidentes señales de vejez profunda me entristecieran. Lo
transformaban en burlas y comentarios que quitaran hierro
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al instante, que quizás entendían delicado para mí, con tal de
continuar con el agradable ambiente.
Cooperé junto a ellas en la ilusión de dar la vuelta al
mundo. Se tomaron muy en serio aquella planificación. Era
un placer. Las veces que participé como invitada lo
pasábamos divino. Nos sentábamos alrededor de una enorme
mesa en la terraza, equipadas con los ordenadores y
montones de mapas rellenos de trazos de colores que nada se
conseguía distinguir, pero daba igual, porque también esa
parte de la vida tenía sabor. Yo me la pasaba genial con las
ocurrencias de Bea y los intentos de poner cordura de Toñi.
A la larga, la vida las transformó en un par de disfrutonas
que todo lo aderezaban con pasión. No es que fueran unas
tías alocadas, inconscientes o faltas de fundamento; de
haberlo sido jamás hubieran conseguido los logros obtenidos
en sus vidas profesionales.
Me apunté en unos pocos de esos viajes que me invitaron.
Claro que se trató solo de algunos de los que planificaron
con todas las comodidades. Para entonces yo recién había
cumplido los ochenta y aunque eran años bien llevados, era
evidente que no estaba en condiciones de ciertos trotes.
En cada regreso, después de los trayectos que hicieron a
su ritmo, sin prisas, cuando iba a dar con ellas, me detallaban
sus paseos. Ahora bien, lo relevante para mí era observar,
como cada vez quedaban más satisfechas en la propuesta que
se habían hecho, sobre el plan de la convivencia. Me
comentaban acerca de lo bien llevadas que eran con vistas a
lo pactado y que ni discutían. Fue no solo una vuelta al
mundo turística, sino que, para ellas significaba, al mismo
tiempo, un período de prueba en que sopesar los matices que
desconocían de la otra, que pudieran ser nocivos para la
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armonía viviendo ambas bajo el mismo techo. Pero la
exploración de esos rincones propios y ajenos también los
superaban. Y aprobaban.
Qué les cuento. Las tías se gozaron tres años viajando por
el mundo. Visitaron los países, sitios y rincones que les
apetecieron conocer. Unas veces lo patearon plan mochileras
y otras a todo trapo y lentejuelas. Cuando llegó el punto en
que consideraron su vuelta al planeta por terminado, un par
de meses después, les pedí que vinieran a casa, que quería
anunciarles algo.
Les recordé que tenía ochenta y picos, que en general me
sentía bien, aunque al mismo tiempo ya comenzaba a estar
cansada para ciertas cosas. Así fue como les comuniqué mi
decisión de recoger los bártulos e ingresar en una residencia
de ancianos a que me cuiden sin tener que esforzarme por
nada. Estuvieron de acuerdo, me apoyaron y se mostraron
felices por mí.
Así que ahora estoy en un hogar precioso e ideal que es
donde vivo.
Sobre Bea y Toñi, con estas aclaraciones, doy por
terminada la historia, insistiendo al lector, de que ellas
siguen ahí. Según los pronósticos aún les quedan algunos
años de vida que espero y deseo continúen saboreando a
tope. Certifico que la historia aquí narrada es tal cual de
auténtica. Las teorías que a veces escuchamos, o los
documentales de la tele, de que si los extraterrestres, o los
hombres de negro entre nosotros, no lo sé… de eso no tengo
ni idea. Pero esta historia que habéis leído, y espero que
saboreado, es verdad de la buena. Sepan, por si alguien no se
ha enterado, que es muy probable que el vecino, el maestro
de sus hijos, o un compañero del trabajo, pueda ser uno de
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esos tantos individuos que han sido elegidos por el azar, y
viven con un microchip injertado que les procura años de
vida sin envejecer. O usted mismo, quien me lee, puede ser
uno de ellos. En ese caso sonreirá porque lo sabe.
En lo referido al sentimiento de estas dos mujeres: amor
de amigas, amor dependiente, amor de pareja que no aceptan
la evidencia, lesbiana contenida porque es conocedora del
amor limitado de su amada… Puede ser cualquier cosa. Yo
tengo mi opinión muy clara. Supongo que cada uno, con la
lectura se habrá conformado la suya propia.
En la actualidad, alguna vez me vienen a buscar. Salimos
a comer y charlar un rato, otras me invitan un finde a su casa.
No me puedo quejar. Se acercan a verme siempre que están
disponibles. No me dejan sola. Cuando me visitan aparecen
cargadas de helado de chocolate, dando instrucciones a la
auxiliar para que me lo sirvan con moderación. ¡Cuánto me
conocen! El caso es que no dejan de ser divinas. No sé por
cuántos años van porque ya les perdí la cuenta. Los que sé
con claridad son los míos. Acabo de cumplir ochenta y
cuatro. Como notáis, aún escribo, y aún me discurre la
cabecita. La entrañable amistad de ellas la acogeré en mi
corazón hasta el último de mis días. Espero morir con la
mente clara para poder seguir enterándome de lo que me
cuenten, de sus confesiones y experiencias que recibo con
amor y respeto.
Sin embargo, por otro lado, hay algo que tengo claro. No
continuaré en lo adelante escribiendo sobre sus vidas.
Considero estar dicho lo esencial y lo trascendente, y
también, porque ellas mismas tienen finiquitada su historia a
su manera. Yo, en cambio, no quiero alargar mucho más la
narración, pues temo que en algún momento pase algo que
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me impida poder poner yo misma el punto final. Si eso
ocurriera sería traumático y me iría toda enfadada. Como me
han enseñado ellas, ¡ese disgusto no me lo voy a permitir!
Doy por finalizada la historia contada hasta aquí...
aunque… dejo abierta la oportunidad, por si alguien quiere
conocerlas y continuar la escritura, pasad a visitarme por la
residencia «Ancianitos felices». Le ofreceré con mucho
gusto, las señas para localizarlas con recomendaciones
incluidas.
FIN
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EL AUTOR
Bárbara Remedios es escritora de novelas de ficción
y cuentos. Desde su más temprana infancia, la autora se ha
sentido atraída por el mundo de las palabras. Ha escrito una
gran colección de cuentos, alguno de ellos finalista en
concursos literarios. Está Licenciada en Filosofía y tiene a
su haber publicado el título, Finalmente estreno vida.
Demasiado tiempo para amarte es su último libro.
NOTA DEL AUTOR
Amigo lector, cuando llegues aquí, me complace
invitarte a que visites mi página de autor en la red literaria
gratuita Goodreads.
En www.goodreads.com – Bárbara Remedios o
Demasiado tiempo para amarte, encontrarás esta obra y
podrás dejar algunas estrellas y un comentario en el cuadro,
«escribe una reseña». Lo que escribas, será la invitación para
otras personas a leerme.
Los autores «desconocidos», que no contamos con
herramientas coma la televisión, la radio u otros medios,
conseguimos a través de sus opiniones la gran satisfacción
del reconocimiento público. En mi caso, solo el que me lean,
es lo que de verdad importa.
Y si paseas por Amazon, agradeceré también tu
reseña. Hallarás otros libros de mi autoría. Quedo feliz y
satisfecha por tu atención en mi escritura. Gracias.
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BÁRBARA REMEDIOS
DEMASIADO TIEMPO
PARA AMARTE
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