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Demasiado tiempo para amarte - Bárabara Remedios

«Se habían convertido en dos atractivas mujeres, en cambio, ellas, no parecían estar interesadas en gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas…». DEMASIADO TIEMPO PARA AMARTE, atraviesa el papel atrapando de inmediato. Te sorprenderás cuando, junto a las protagonistas, te enteres de que han sido elegidas al azar para vivir ciento cincuenta años sin envejecer. Desde entonces sucede un sinfín de situaciones ante el desasosiego que significa enfrentarse a mil interrogantes. Es una emotiva y loca historia de imposibles alrededor del amor. Y no es ficción.

«Se habían convertido en dos atractivas mujeres, en cambio, ellas, no parecían estar interesadas en gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas…». DEMASIADO TIEMPO PARA AMARTE, atraviesa el papel atrapando de inmediato. Te sorprenderás cuando, junto a las protagonistas, te enteres de que han sido elegidas al azar para vivir ciento cincuenta años sin envejecer. Desde entonces sucede un sinfín de situaciones ante el desasosiego que significa enfrentarse a mil interrogantes. Es una emotiva y loca historia de imposibles alrededor del amor. Y no es ficción.

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BÁRBARA REMEDIOS

DEMASIADO TIEMPO

PARA AMARTE

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© Demasiado tiempo para amarte

© BÁRBARA REMEDIOS 2022

ISBN: 9798363107795

Sello: Independiently published

Impreso por Amazon [bajo demanda]

Inscripción declarativa de derechos. Identificador: 2209131992095

Todos los derechos reservados.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción.

Distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización

de los titulares de esta propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados

puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Del

Código Penal).

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Al gran amor de mi vida.

Ella dice estar muy orgullosa de mí

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AGRADECIMIENTOS

Quiero dar las gracias a mi amiga María Teresa. Ella es

una gran lectora, y cuando le comenté mis deseos de revisar

el manuscrito sin dudarlo aceptó. No me sorprendió su

estupendo trabajo. Con excelente mirada crítica ha ayudado

a mejorar la narración.

A Cande, profesora de español de primaria, quien desde

la distancia continúa dedicando algo de su tiempo,

regalándome comentarios objetivos y sinceros. Ella

contribuye, con sus felicitaciones, a estimular mi pasión por

continuar en esta laboriosa actividad de la que estoy

enamorada.

A José Damián Hernández Estévez, escritor isleño, autor

de numerosos libros, vicepresidente de ACTE Canarias y

director de la Colección Teide, siempre dispuesto a

asesorarme y yo valoro especialmente su opinión.

Y por supuesto, gracias infinitas a mi hija, que hasta

confiesa sus lágrimas emotivas cuando me lee.

Bárbara Remedios

La autora

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Capítulo 1

Se habían convertido en dos chicas que provocaban

deseos en los jóvenes, y esa reacción que incitaban no era

porque fueran bellas. Tampoco parecían estar interesadas en

gustar a nadie. De momento se bastaban a sí mismas.

Bea, por rabiosa, creía no ser entendida en su familia.

Toñi, por su parte, algunas veces sentía demasiado dolor…

Por sus respectivos motivos, ambas preferían andar por sus

hogares como seres invisibles. Pasar inadvertidas en casa era

ideal para no dar explicaciones. Consideraban que sus

familias no entendían que tuvieran pensamientos distantes

de la cotidianidad. A veces se preguntaban si se estaban

inventando otra dimensión.

Habían dejado el coche aparcado en el pueblo y se

dirigieron andando a la playa. Les gustaba tanto estar juntas

como separadas. Hablaban algunas veces acerca de sus

aspiraciones. Y aunque aún la idea exacta en cada una sobre

el «querer ser», no estaba lo bastante definida, sí sabían no

desear ser como las otras personas, si bien esa imagen,

tampoco era muy clara para ninguna. Pero ellas lo veían

sencillo. Se proponían ser diferentes, destacar por algo

valioso que mereciera la atención de todos. Con sus

particularidades, que a la vez las diferenciaban, aspiraban a

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su propio reconocimiento, a su logro personal. Se esmeraban

en que sus conversaciones fueran intensas. Parecían

esforzarse en intentar razonar sobre esto o lo otro,

escudriñando en la esencia de las cosas. Le agregaban al gato

la quinta pata para luego quitársela, suponiendo,

filosofando… creían estar «arreglando el mundo».

Fue raro encontrar la playa casi desierta. Faltaba poco

para semana santa y aunque se notaba ya la primavera con la

aparición de unos tímidos días soleados, el agua estaba fría.

Vieron a un grupo de chicos del barrio jugando al fútbol en

la orilla.

Ellas venían por el sol y la tranquilidad. El invierno había

resultado largo e insistente, con bastante nieve en las alturas

y más frío de lo habitual en la isla, y las jóvenes sentían la

necesidad de la sensación del calor del sol penetrar por la

piel hasta llegar a los huesos. Les apetecía que el astro rey

tomara sus cuerpos y los hiciera suyos. Así eran ellas de

intensas.

Extendieron una enorme toalla de playa en la arena, se

descalzaron y se tendieron cada una en su espacio y en su

propio mundo. Puede que durmieran o que estuvieran por

ahí, en su danza particular con el universo, cuando, de

pronto, Toñi se movió.

—Bea, se está metiendo la brisa, empiezo a sentir frío.

—Pues ponte la sudadera no vayas a resfriarte. ¿Cuánto

tiempo llevamos aquí? ¿Qué hora es? —justo pasaba una

señora con ropa deportiva caminando muy rápido, Toñi se

puso en pie y le preguntó.

—Las seis menos cuarto —respondió manteniendo el

ritmo de su paso.

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—Ay, mi madre —dijo Bea, poniéndose en pie de un salto

y vistiéndose apresurada—. Vamos, pronto. Que no se den

cuenta en casa que faltamos que yo por lo menos no tengo

ganas de broncas.

Comenzaron a andar arrastrando la inmensa toalla, al

tiempo que entre las dos intentaban agarrar las puntas.

Pararon un instante a sacudirla, la doblaron con habilidad y

se apresuraron en el camino de regreso.

Entonces percibieron que tras ellas venían corriendo tres

de los chicos que vieron antes en la orilla jugando, avisando

que les esperaran.

—Apúrate Toñi, por favor, que no nos alcancen esos

tontos ahora. No me apetecen charlas aburridas ni es

momento para ridículos piropos.

A pesar de ir lo más rápido que podían, dos de los chicos

llegaron a alcanzarlas, y como gracia, les salpicaron agua de

los pelos que traían mojados recién salidos del mar.

—Pero, ¡qué pesado eres Ramón! ¡No me toques que

estás helado! Quita, quita, no me roces con esa toalla

mojada. ¡Hay que ver qué plomazos sois…!

—Por favor, Bea, ¡que no es para tanto, chica! Solo

pretendemos subir a casa junto a ustedes e ir charlando.

—¿Estás tonto? ¿De qué voy a conversar contigo que solo

hablas de fútbol y de enrollarte con las tías?

La impertinencia les sentó mal a los jóvenes que se fueron

quedando atrás. Ellas continuaron adelante, apresuradas por

llegar al coche.

—Bea, ¿no te parece que te has pasado? No se han

portado mal y Ramón no te ha hecho nada.

—Ay, Toñi, por favor, ¡déjame en paz! ¿No sabes que es

un pazguato y que quiere enamorarme? No me gusta y punto.

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—Lo de querer enamorarte no lo sé, y si te gusta o no tú

lo sabrás, pero tonto no es. Ramón está en el tercer año de

Medicina y te puedo asegurar que esa no es una carrera que

elijan y aprueben las personas bobas como le crees.

Bea consiguió aparcar justo donde la cabina telefónica

que intentaba sobrevivir y muy pocos seguían usando. Dio

por hecho que su hermana se encargaría de buscar el coche

cuando hubiera un sitio más cercano a la vivienda. Allí se

despidieron con un simple chao, chao. Un par de calles más

adelante, andando cada una en solitario en el sentido

contrario, las jóvenes ya estaban en sus casas algo pasadas

las seis de la tarde.

Cuando desde la habitación Bea escuchó la voz de su

hermano mayor y su cuñada, ya se encontraba duchada y

lista para la cena. Estaban advertidos de que pasarían un rato

en familia alrededor de un picoteo y unos vinos. Todavía,

hasta este momento, permaneció en su cuarto sin hacer nada

hasta que tuvo que dirigirse al comedor tras la llamada de su

padre. Se mostraban contentos. En particular los futuros

padres y abuelos del bebé por llegar. Ese era el motivo de

aquella reunión familiar, ya que el joven matrimonio, tras

dejar pasar un tiempo para estar seguros del feliz embarazo,

hacía solo un par de días lo habían comunicado a la familia.

Entre bromas, planes, suposiciones sobre el tema de que

también podrían ser gemelos… todos se revelaban

encantados. El ambiente era festivo.

Bea apenas sonreía simulando prestar atención. La verdad

era que se encontraba en algún recoveco de su conflictivo

mundo. No pretendía mostrar desinterés aunque se notaba

parecer flotar por encima de las cabezas de su familia.

Comenzó a sentir inquietud porque ninguno se percatara de

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sus enormes ganas por largarse de la mesa. Conspiraba,

comprendiendo de pronto su extrema necesidad por

conseguir a toda costa su independencia, cuando justo ahí,

con ese runrún machacando su cabeza, llegó la pregunta de

su madre.

—Bea, ¿a ti no te parece que podrían ser gemelos?

—Sí, ¡claro que puede volver a ocurrir! Y estaría bien.

¿Por qué no?

Se notó el alivio generalizado por la respuesta, aunque no

dio tiempo a mucho más, pues de pronto, sin que viniera a

cuento y sin control, Bea se arrancó en un discurso que nadie

en la familia esperaba:

—Aprovecho el buen rollo y que estamos haciendo

planes por lo del bebé, para enterarles de los míos, que llevo

un tiempo madurando, y pretendo sean razonablemente

inmediatos.

»Como en su día no me dieron la beca para la universidad,

siendo cierto que con el tiempo me he desanimado al

respecto, he decidido matricular un curso de asistencia de

dirección, con lo cual espero en un año, o dos como máximo,

ser una auxiliar ejecutiva brillante. Deseo convertirme en la

más rápida con el teclado sin ni mirar la pantalla. Pretendo

ser una fiera tomando notas sin que se me escape ni una

palabra. Me propongo ser la mejor y más eficiente gestora,

con el claro objetivo de conseguir un trabajo y de una puta

vez independizarme. ¡Quiero vivir sola! —miró a su

hermana diciendo con frialdad—. Isabel, me gustaría que

desaparezcas de mi habitación, pero como no puede ser, te

prometo que me esforzaré por ser yo la que lo haga con tal

de perderte de vista.

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Continuó dirigiéndose a la familia que la escuchaban sin

dar crédito.

—Ya tengo la solicitud complementada. Iniciaré el curso

el próximo mes de septiembre y, para entonces, espero que

comprendan, que el único ordenador que hay en esta casa, lo

quiero libre a mi disposición siempre que yo lo necesite

porque mis prácticas y estudios serán prioridad. Por eso

mamá, papá, —puntualizó dirigiendo la mirada a ellos dos—

quizás podrían valorar, teniendo en cuenta lo anterior, la

posibilidad de plantearse comprar otro para el uso de todos

ustedes, y por supuesto, en ese caso, como espero que así

sea, el PC nuevo y mejor será el mío.

Se puso en pie tirando un par de besos al aire dirigidos a

su hermano y cuñada, un simple buenas noches y abandonó

la mesa. Habían parado de comer, manteniendo un absoluto

silencio mientras ella hablaba, y cuando salió del comedor,

la imagen familiar era la de unas personas que parecían estar

congeladas. Nadie sabía qué decir. Rompió el silencio

Joaquín.

—Pero bueno, ¿esto qué ha sido? ¿Esta niña cambiará

alguna vez en la vida? Es una mujer de veinte años y no

abandona esa mala leche permanente que la hace parecer la

peor persona del mundo. Y además, papá, por otra parte,

habla y se dirige a ustedes como si ella fuera la que dispone

y organiza la vida de todos.

—Nos habla, Joaquín, nos habla. Te recuerdo que tú

también estás sentado a la mesa con tu mujer.

—Bueno, sí, papá, tienes razón. Nos habla. Lo que pasa

es que estoy convencido de tener la suerte de no vivir aquí,

y pienso, viendo cómo se las gasta la niña, que conmigo ella

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comparte esa suerte, porque esos encontronazos, estando los

dos el mismo techo no ocurrirían. No con esas maneras.

—Por cierto, Isabel, pobre de ti. ¿Cómo lo llevas?

—Lo sobrellevo. Lo soporto en silencio y supongo que, a

diferencia de ustedes, me alegro en que ponga todo el

empeño del mundo en cumplir su palabra. Es hora de que se

anime a volver a estudiar, además de que sería un alivio que

se fuera pronto de esta casa.

Isabel era la gemela que había luchado hasta la saciedad

por conseguir ser la mitad de Bea, su cómplice, su mejor

amiga, su confidente. A cambio recibía constantes

manotazos, ofensas, burlas… todo tipo de maltratos. A pesar

de esa cruel conducta persistente de su hermana, Isabel

insistía, cuando le parecía un momento adecuado, en dedicar

a su gemela cualquier gesto de cariño.

En el apogeo de la adolescencia, todos en la familia

sabían que Bea era una niña desalmada con Isabel, la cual,

por su parte, poco a poco lo empezaba a comprender. Desde

entonces, ella misma, optaba por la retirada y hacía todo lo

posible por no estar cerca de su hermana, pues cada día era

más conocedora del sentimiento de rechazo que le

provocaba.

La madre vivía con desconcierto en una constante

preocupación por sus hijas. Recurría a Bea con cualquier

disculpa buscando inducir un momento de complicidad,

intentando hallar el porqué del rechazo de Bea hacia su

gemela. No lo entendía.

En cambio, en esas conversaciones privadas, Bea se

mostraba como una niña racional y a pesar, la madre

entendía que su hija, era un ser bastante ajeno y distante a

los sentimientos amorosos. Desde que comenzó a explicarse

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con cierta consideración, la niña hablaba del amor en tono

de burla. Opinaba que entorpecía a las personas.

—Les vuelve tontos. ¿No lo ves mamá? Ese rollazo de

emoción al que te refieres con tanta ilusión, no les deja

pensar ni desenvolverse según las cualidades de cada uno.

A la madre, esta concepción del mundo de su hija le

ocasionaba aprensión e insistía explicando a Bea, acerca de

que el cariño por otros, en especial, la familia, era

fundamental. Suplicaba:

—Al contrario, Bea, el amor es lo que mueve a las

personas, nos hace sentir pasiones, y con esa fuerza, se lucha

por conseguir objetivos.

—No mamá, estás equivocada. Lo que mueve al mundo

es «el querer», quiero decir, el empeñarse en hacer cosas y

ese será mi motor. A mí me parece que esa cantaleta de

ustedes, te vuelve torpe a ti, a papá, y a todos. Los veo

marionetas de un sentimiento que proclaman sentir. Con

tanto rollo hasta hacen daño. Ustedes se vuelven bobos y

siento que solo yo me doy cuenta de lo que ocurre.

La madre llegó a hablar con su marido acerca de

considerar llevar a Bea a terapia. Entendía que necesitaba

apoyo, alguna orientación que la ayudara a comprender

ciertas cosas. El padre estuvo de acuerdo, sin embargo,

cuando se lo comunicaron, la chica respondió riendo a

carcajadas. Parecía que se burlaba de ellos. Les dijo que no,

que ella estaba bien, que aceptaran de una puta vez que era

una persona muy cuerda. El padre, se revolvía cada vez que

escuchaba por boca de su hija, esa palabrota que Bea soltaba

con énfasis para descalificar lo que le apetecía. Ella, a pesar

de ser conocedora, ni se inmutaba por el efecto que sabía

causaba en su progenitor. Continuó dejando claro, que no le

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dieran más vueltas al asunto que, para ella no amar, por

ejemplo a su hermana, no significaba que no sintiera

emociones de alegría o de dolor por las cosas que le sucedían

y concluyó, a modo de ejemplo:

—Ahora mismo estoy orgullosa de Isabel. Hoy por fin ha

conseguido ganarme una partida de ajedrez. Y por favor,

insisto, no se preocupen. Queden tranquilos. A ustedes y a

todos los quiero mucho.

Se burlaba, y ellos lo sabían. Se disculpó para irse pronto

por algún asunto pendiente, siendo esta su manera de dar por

zanjado lo de la visita al psicólogo, tema del cual no se pudo

hablar nunca más.

Bea, esa noche de la reunión por el anuncio de la llegada

del bebé, al salir del comedor, tras su discurso inesperado,

fue consciente del jaleo provocado y de haber dejado a toda

la familia descolocada y plantados ante la mesa con la boca

abierta. Sabía que comentarían mil tonterías sobre ella y su

arenga. Se dirigió a su habitación tan libre de mala

conciencia como si fuera un ángel. Antes de dormir, se

encontraba leyendo en su cama cuando sintió el aviso del

móvil que indicaba la llegada de un wasap. Se incorporó,

abrió el cajón de la mesita. Mensaje de Toñi: «Buenas

noches, querida».

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Capítulo 2

Era el día de la comunión de su hermana. Coincidía que

al día siguiente Lizi cumpliría ocho años, por lo que Toñi y

su padre habían organizado una gran celebración ese

domingo. A la salida de la Iglesia hubo un sinfín de

fotografías. Él deseaba un lindo álbum que sirviera a su hija

menor para recordar, siempre que quisiera, el día de su

encuentro con Dios. Por eso había contratado a un fotógrafo

profesional especializado y muy famoso en lograr unos

álbumes que la gente llamaba «de diseño».

La verdad era que él no sabía bien qué significaba aquello

del diseño, pero le sonaba moderno y adelantado. Suponía

que eran virguerías del fotógrafo consiguiendo hacer

fotogénico a quién no lo fuera o algo parecido, y lo cierto era

que le daba igual. Sus dos hijas eran lo más importante en su

vida y no contaba el dinero para gastar con ellas.

La madre de las niñas solo pudo estar con Lizi sus

primeros cuatro años. Un cáncer de pulmón la sorprendió,

habiéndolo achacado ella misma por un tiempo a un molesto

dolor de espaldas. Era una bella y activa mujer dedicada a

trabajar como diseñadora, cuidar a sus hijas, a las que hacía

saber cada día que eran su tesoro, y a amar a su esposo.

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Cuando lo que ella suponía ser un dolor de espalda se

convirtió en un malestar permanente, que no aliviaba con

paracetamol ni antiinflamatorios, finalmente fue al médico

que diagnosticó el cáncer ya avanzado.

Elizabeth se centró en curarse. Como era de luchadora no

abandonó nunca. Su esposo y Toñi estaban al cien por cien

con ella. Él dejó el mando de la compañía de música que

presidía al socio minoritario, y se dedicó, en exclusiva, al

cuidado y la complacencia de su mujer.

Toñi alternaba los días de asistencia al Instituto en uno sí

y otro no, para poder pasar jornadas enteras junto a su madre.

Fueron unos diez meses de toda la familia muy unida, donde

por su parte, la pequeña Lizi, que no se enteraba de lo que

estaba sucediendo, vivía como si de una permanente fiesta

se tratara. La dejaban con la canguro cuando iban a los

tratamientos de quimio y las correspondientes visitas al

médico.

El resto del tiempo lo pasaban como si estuvieran

viviendo unas permanentes vacaciones. Viajes, quedadas

con los amigos y la familia, fiestas por cualquier

acontecimiento, comidas en restaurantes, paseos al campo y

la playa, mucho cine y teatro… Nada se perdían. Parecían

estar apurando lo que se vive en años, convirtiendo los

disfrutes y placeres de la vida en todas las experiencias

gustosas para ofrecer a la enferma en poco tiempo. Hasta un

día.

Fue el día en que Elizabeth comenzó a quejarse de estar

algo cansada, y con extrema sutileza se dispuso a la dolorosa

tarea de prepararlos para su final.

Pasó un mes y medio de la cama al sillón y vuelta a la

cama, y no le apeteció salir más de casa. Decía que allí tenía

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todo lo que necesitaba. Así se fue, feliz y muy tranquila, con

su hija mayor y su marido acostados a cada lado de su

cuerpo, recordando historias familiares.

El padre de Toñi quedó desolado. Amaba profundamente

a su mujer y desde entonces se convirtió en el guardián

amoroso de sus dos niñas.

Ese día de la comunión de Lizi era especial, al tiempo que

doloroso para Toñi y su padre, motivo por el que se habían

propuesto que la celebración fuera bella y que también, de

alguna manera, Elizabeth estuviera allí.

Por eso, tras las muchas fotos a la salida de la Iglesia, los

invitados se dirigieron, algunos en taxi y la mayoría andando

rumbo al casino. Los animadores contratados llevaron a los

niños a los jardines y alrededores, que por bellos eran

también perfectos para lograr fotos espléndidas.

Los adultos fueron al salón de reuniones donde les

esperaban unos aperitivos. En el momento adecuado, el

padre de Toñi, quien estaba muy emocionado, solicitó dirigir

la atención a su hija mayor. Antes se disculpó explicando

que él se sentía demasiado conmovido por la alegría y la

tristeza que al mismo tiempo guardaba en su corazón, por lo

que prefería ceder la palabra a su hija.

Toñi, se refirió al hecho de que la comunión es, por

supuesto, un acto bello de celebración y feliz para los niños

y su familia; sin embargo, apuntó, que en este caso ellos, y

en ese momento se agarró a su padre, no podían dejar pasar

la celebración sin recordar a su madre que se había ido hacía

ya unos cuatro años. Refirió que Elizabeth sigue siempre en

casa con ellos, que les protege, les cuida y que ese día, ella,

por ser su hija, era conocedora de que su mamá, sin lugar a

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duda, estaba allí también con todos celebrando la comunión

de su pequeña.

Entonces, entre lágrimas, el padre alzó su copa brindando

por la luz y la presencia de Elizabeth. Los allí presentes

levantaron sus copas. Había ojos llorosos y lágrimas rodando

por las mejillas… Se iluminó una pantalla enorme,

proyectando una película con imágenes de Elizabeth en

diversos momentos destacados de su vida, algunos otros

acontecimientos íntimos y familiares, pero todos muy

entrañables. Fueron diez minutos de emociones, risas,

recordatorios, más lágrimas y muchos abrazos.

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Capítulo 3

Bea aprovechaba los domingos para dormir la mañana, o

más bien era lo que intentaba hacer aferrándose a no

levantarse y obligándose a seguir durmiendo, cuando sin

querer, se incomodó por un imperceptible ruido. Achacaba

la culpa de la molestia a su hermana gemela y eso era lo que

le molestaba. Isabel se esforzaba por tener el mayor cuidado

en conseguir abandonar la habitación intentando no

despertarla.

Daba igual. El hecho era que su hermana, toda ella la

irritaba. Bea odiaba tener que compartir habitación. La

culpaba de no haber seguido en su día a por los estudios en

la Universidad, porque jamás reconocería que fue ella misma

quien no se esforzó lo suficiente por conseguir la beca. No.

La culpa la dispensaba a su hermana. Isabel era la

responsable de robarle el espacio para un escritorio más

cómodo, también era quien hacía ruidos e interrumpía sus

estudios. Isabel resultaba ser la culpable de todo.

Aquel domingo en particular, Bea se aferraba a la cama

insistiendo en dormir. Trataba de encontrar la justificación

por no asistir a la comunión de Lizi. Pensaba en que la

disculpa podría ser: «Estaba frita y no me desperté».

Fuera como fuese tenía claro que no iría. También sabía

que no iba a dar explicaciones. Sin embargo, en el fondo, se

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preguntaba el motivo por el cual había decidido hacer

semejante desaire a su única amiga. ¿O era daño?

La realidad era que no tenía ningún plan. La celebración

en el casino iba a ser por todo lo alto. Por supuesto que no

había nada mejor que hacer para cualquier invitado. Se

cuestionaba si en realidad era tan mala persona como solía

mostrarse.

Pasadas las diez y media de la mañana, suponía que ya

estaría terminando la misa. Claro que Toñi era conocedora

de que su amiga no iría a la Iglesia. Cuando le preguntaba

acerca de su alejamiento respecto a la figura de Dios, Bea no

se aclaraba… lo más que llegaba a decir era que no lo

necesitaba.

—Ya se verá si algún día me pasa algo malo y no me

queda otro remedio que pedirle a él, pero de momento, sigo

sin tener claro eso de la madre virgen de Jesús, y tampoco

me apetece levantarme cada domingo para ir a misa.

Toñi la observaba en silencio cuando expresaba de estas

maneras sus dudas acerca de los orígenes del señor. Esto no

era lo único al respecto. Bea también se burlaba de algunos

amigos de la pandilla que visitaban la parroquia. En sus

momentos audaces, cuando pillaba a cualquier niño

conocido que asistía al catecismo, trataba de influir

convenciendo al chiquillo con lo que ella decía ser: «la

tontería de la comunión». ¡Hasta en una ocasión había

intentado desanimar a Lizi! Esa vez, Toñi reaccionó

dirigiéndose a ella muy enfadada. Le hizo saber con

rotundidad que no siguiera por ahí, porque se lo tomaría

como una gran falta de respeto hacia su madre fallecida y no

se lo perdonaría en la vida. Fue la única vez que Bea

reconoció el error ante su amiga pidiendo perdón.

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Descartada por Toñi la idea de que Bea iría a la ceremonia

religiosa, lo que no imaginaba era que no asistiría a la fiesta

del casino. Unos días atrás, a razón de los ruegos de Bea,

habían ido juntas a comprar un regalo a Lizi. Por eso, sabía

que estaba entusiasmada con la expresión de la cara de la

pequeña cuando viera que le obsequiaba la televisión de

color rosa para su habitación. Toñi no encontraba la

explicación del por qué, su más querida amiga, no estaba en

el casino.

Bea se sentó en la cama acomodándose con las almohadas

y echó un vistazo a la caja del televisor con un enorme lazo

rosa que permanecía sobre el escritorio. Abrió el libro que

estaba leyendo por la última página vista y que solía marcar

doblando la punta de la hoja. Intentó leer. No se concentraba.

La madre entreabrió a medias la puerta, y al verla

acomodada en la cama leyendo, se sorprendió.

—Hija, se te hace tarde para la comunión. Ya deberías

estar camino al casino.

—No voy a ir mamá.

—¿Cómo que no vas? Toñi no te lo perdonará ¿Lo sabes?

—Me da igual. A ver si compruebo alguna vez que a mi

amiga le corre sangre por las venas.

—Bea, por favor, no digas tonterías ¿Y la televisión?

Tanta ilusión con darle la tele a la niña delante de todos para

verla feliz y ahora…

—Ay, mamá, eso sí es una tontería, se la puedo dar

mañana que es el cumpleaños. ¡Déjame leer!

La madre bajó la mirada mientras cerraba la puerta

diciendo:

—Qué decepción Bea, qué decepción.

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Pasada una media hora sintió el pitido del aviso del móvil.

Abrió el cajón y leyó «¿Dónde te has metido Bea? ¡Apúrate!,

te estamos esperando».

Devolvió el teléfono a su sitio y siguió con la lectura, si

bien se dio por vencida al darse cuenta de que no se había

quedado ni con una palabra de lo leído. Regresó atrás

buscando el último marcador, volvió a doblar la página y

cerró el libro.

«¿Quién es esta persona que está aquí? ¿Estoy yo entera

o está solo mi yo? A veces imagino que nos desdoblamos…

Ahora mismo, no sé qué me pasa». Las lágrimas asomaban

mientras continuaba la batalla con su interior.

«Puede que quien está aquí sentada sea el yo de algún

alma que me poseyó al nacer y desde entonces me ha

abrazado quedándose conmigo». Más lágrimas.

«Es que a veces no quiero actuar así porque no me gusta

por momentos reconocerme de esta manera. Pero es que eso

que siento por dentro… «Esa cosa» se me adelanta y me

empuja. Comienzo a tener miedo a que un día me haga hacer

lo que no quiero».

Acompañada de esos lúgubres pensamientos sintió pasos

por el pasillo. Se apresuró a limpiar la cara con las sábanas.

Se puso en pie disimulando estar haciendo la cama,

quedando de espaldas a su hermana que abrió la puerta con

mucho cuidado para no molestar, aunque una vez visto que

Bea estaba en pie, saludó como cada mañana sin mostrar

rencor por lo ocurrido la noche anterior.

—Buenos días, cariño —le respondió.

Sentadas a la mesa de la cocina mientras tomaba el

desayuno, Bea se dirigió a Isabel.

—¿Qué haces hoy, tienes plan?

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—No. ¿Por qué?

—Me pregunto si no te apetece que nos echemos una

buena caminata. Se me ocurre cogernos el coche para subir

y tú que te enrollas con lo del senderismo decides qué patear.

Me hace falta desperezarme con un poco de ejercicios.

—Pues sí. Me gusta la idea, hoy hace un día apropiado

para andar.

—La verdad es que hoy tenías el compromiso con Toñi y

Lizi —intervino la madre lamentándose—, pero a un paseo

con tu hermana en un día tan bonito no le voy a poner pegas.

¡Tú sabrás cómo disculparte! Llevad algo de abrigo. No

confíen en el sol y la primavera que para arriba por el monte

puede estar más frío.

—Sí, claro, Bea —advirtió Isabel—. Cazadora y buenos

tenis o botas que no te hagan daño. Mamá, estaría genial que

nos prepares unos bocadillos o cualquier cosa de lo que

sobró de anoche y comeremos en algún descanso antes de la

vuelta.

—Muy bien. Mientras se visten preparo algo y les pongo

agua y un par de refrescos en una bolsa.

—Gracias, mamá.

Antes de subir al coche cargaron sus mochilas repartiendo

el peso para no dificultar la caminata. Mientras tanto, la

madre las observaba.

¡Eran tan iguales! Durante el embarazo le informaron de

que sus niñas serían idénticas porque las había fertilizado un

solo espermatozoide en un único óvulo. Por eso, ella les

contaba desde muy pequeñas, que después en su vientre, se

habían separado en la búsqueda de su propia identidad.

Insistía con frecuencia en decir a sus hijas que eran gemelas

y que, por tanto, siempre compartirían poderes telepáticos.

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Ellas, que no comprendía lo de «esos poderes», en su

inocencia infantil, esa información les motivó para pensar

creerse magas, lo cual era razón de bromas y risas en la

familia. Al mismo tiempo, en el colegio no lo era tanto, pues

allí jugaban a ponerse de acuerdo para vigilar a los amigos.

Entonces la otra simulaba adivinar los secretos del niño

espiado. Con el tiempo, y ellas encantadas por el efecto,

habían conseguido que las llamaran las brujas, apelativo por

el cual eran muy respetadas.

Comprobaban con frecuencia que su madre tenía razón

cuando ante el espejo se empeñaban en encontrar diferencias

que apenas existían. No se explicaban cómo sus padres y su

hermano sí las distinguían y hasta hubo un tiempo en que

ellas suponían que en casa, todos eran brujos.

Pero ahora ya habían quedado atrás los años de inocencia

y aunque físicamente seguían siendo iguales, al menos se

distinguían claras diferencias en la personalidad porque los

comportamientos eran muy desiguales. Bea, además, se

había encargado de destacar un evidente contraste con su

hermana, siendo esta marca una de sus primeras muestras de

rebeldía, cuando con los recién cumplidos catorce años,

apareció un día en casa con unos mechones muy azules en

su largo pelo moreno. Pretendía dejar bien claro su sello

definitivo de identidad.

La hermana por su parte, mostró desde muy temprana

edad su afinidad por el deporte. Había desarrollado un

cuerpo atlético, fuerte y bien definido. Solo los domingos

saltaba la dieta y sus rutinas de actividad física diaria.

—Isabel, conduces tú que sabes hacia donde vamos. ¿Te

parece bien?

28


Al mismo tiempo que se ajustaban los cinturones Isabel

comentaba.

—He pensado patearnos un sendero que es circular. Así

empezamos y finalizamos en el sitio donde dejamos el

coche. Claro que serán unas cuatro horas, pero te aseguro

que es fácil. Podemos descansar un par de veces o las que

quieras. Podrás hacerlo muy bien.

La madre, que había salido tras ellas para despedirlas les

advirtió, que, por favor, regresaran temprano de vuelta al

aparcamiento y que desde allí le llamaran solo para su

tranquilidad, e insistió:

— Que no les pille la oscuridad en el monte.

—Mamá, el pateo es corto. Aunque andemos despacio y

un par de descansos, además de comer, no gastaremos seis

horas. Fíjate, aún no es mediodía.

—Queda tranquila —dijo Bea desde el asiento del

copiloto.

No hablaron ni una palabra en todo el trayecto. Ni

siquiera encendieron la radio. Llegaron a una zona donde los

visitantes suelen dejar los vehículos. Antes de entrar al

sendero del parque forestal, se dirigieron hacia el único bar

que está en el sitio donde despedir y recibir a los que hacen

el camino. Tomaron un cortado e iniciaron la marcha.

Una hora después continuaban en silencio cuando al fin

Bea habló a su hermana.

—Tenías razón. Si el resto del camino es similar, es fácil

de hacer… y agradable. ¿Cuántas veces lo has hecho?

—Esta es la cuarta —respondió Isabel.

—¿Y no te aburre ver lo mismo?

29


—Suelo hacer cosas en silencio y me he acostumbrado.

Las últimas dos veces ha sido una elección para andar en

solitario.

—¿Sola? ¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre semejante

burrada con tantas chicas violadas y desaparecidas? ¡Dios

mío, si mamá lo supiera…!

—No se enterará porque yo no se lo digo y tú tampoco lo

harás. Además, esto es un sendero donde siempre encuentras

gente—. Isabel llamó la atención de su hermana enseñando

el silbato colgado por una cinta del cuello.

—¡Ni silbato ni leches en vinagre Isabel! Aquí te

arrastran fuera del camino arriba o abajo y nadie se entera.

¿No lo ves?

—Cariño, ¿sabes que ese vocabulario tuyo desespera a

papá? —le dijo pasando un dedo sobre sus labios indicando

una cremallera y continuó—. Lo que sí veo hoy hermanita,

es tu preocupación por mí. Me sorprende si bien me alegra y

me hace sentir satisfacción.

—Que sea de cualquier manera no significa que no te

quiera.

—Y entonces, ¿por qué eres así?

—¿Así cómo?

—Pues tan peleona, tan creída; a veces lo trastocas todo.

Casi siempre te comportas en exceso huraña conmigo.

¡Somos gemelas Bea! Por mucho que he investigado

intentando informarme sobre el tema no lo comprendo.

Deberíamos ser dos cuerpos armoniosos, pero… es evidente

que de eso nada. Por eso cuando me siento dañada, me vengo

aquí buscando alivio, porque debo confesarte que, a estas

alturas, viendo cómo es nuestra relación, ni siquiera busco

explicación. Practicando deportes y otras actividades

30


similares en silencio, me alivio. Por cierto, ¿no te parece

sentir que en este lugar el tiempo se contrae…? De aquí salgo

nueva. Reiniciada.

—¿Como un ordenador?

—Pues sí, como un ordenador—. Sonrieron por el símil.

Volvieron al silencio. Era evidente que Bea había

regresado a sus pensamientos. Requería digerir lo

escuchado. Otra vez a ensimismarse en un camino, rumbo

¡sabe Dios adónde!, que no tenía que ver con sus pasos en el

sendero.

Isabel por su parte, se detenía ante especies que le parecía

ver por primera vez. Las fotografiaba buscando información

en la aplicación que tenía en el móvil. Comentaba a la

hermana lo indagado, leyendo los consejos del cuidado de la

planta en cuestión y valorando si llevar un esqueje a la madre

que tanto le entretenía la atención de su jardín de la terraza.

Bea sabía a su hermana hablando, en cambio, no parecía

estar escuchando.

Hubo un momento en que Isabel se estremeció al sentir la

desolación de su hermana. Se le ocurrió abrirse en carreras

de fondo calculando unos doscientos metros, con la

intención de conseguir apartar de la cabeza de Bea lo que

fuera que fuese y que ella percibía que la alejaba del

momento y la atormentaba. Cuando Isabel se enfrentaba a

estas intensas sensaciones que suponía compartir con su

hermana, le parecía sentir la cabeza con ruidos y recordaba

lo de los poderes telepáticos de los que hablaba la madre

cuando eran niñas. Sin embargo, no se atrevía a comentarlo

a Bea porque daba por seguro que saldría con un desaire

típico o alguna hiriente burla.

31


En la tercera carrera cuando Bea alcanzó a su hermana, le

dijo que ya eran pasadas las tres y que era hora de buscar un

sitio donde acomodarse a comer. Les gustó encontrar en los

respectivos tápers de sus mochilas, ensaladilla con un huevo

duro y algunas croquetas.

—La verdad es que mamá es la mejor.

—Sí —admitió Bea—. Suponía que nos habría puesto un

par de bocadillos y punto.

—Pues mira. Revisa y busca porque también nos ha

metido, envuelto en papel de aluminio, unas porciones de

chocolate negro. ¿Qué tal llevas la caminata, te sientes bien?

—Perfectamente. Por cierto, ¿qué es lo que lees sobre mí?

—preguntó Bea.

A Isabel le sorprendió la pregunta:

—¿De qué hablas?

—Hace un rato, cuando referiste que yo era una peleona

contigo, me pareció entender que no lo encuentras lógico

porque somos gemelas y que habías leído o te habías

informado…

—Ah sí. Claro. Pero no me refería a que hubiera leído

específicamente de ti. Quise decir que he investigado acerca

de los rasgos comunes y diferencias entre las personas con

la condición de gemelas.

—¿Y?

—Vamos a ver Bea, si hemos llegado al momento de la

aclaración de dudas, tú no respondiste mi pregunta al porqué

eres tan impertinente conmigo. A mí también me gustaría

saber cosas y no estar un día tras otro desorientada al acecho

de una de las tuyas. Es bueno que sepas, que todo ese mal

carácter que recibo de tu parte no es lo que más me lastima.

Lo que de verdad lamento con dolor es que no seas mi amiga.

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Nos educaron en el convencimiento de que seríamos

inseparables. Ahí es donde radica mi verdadero sufrimiento

respecto a que no estemos unidas, a que no seamos

confidentes, y en su día, hasta me resultó humillante al tener

que admitir que solo quieres a Toñi como tu única amiga

verdadera.

«Antes sentía que yo no era suficiente para ti y me llegué

a creer con alguna deficiencia genética, o yo qué sé… Por

eso investigué leyendo todo lo que encontré al respecto. No

obstante, con el tiempo lo admití y bueno. Ya somos

mayores. Es pasado y lo tengo más que superado.

»Sobre lo que he leído acerca de nuestra condición de

gemelas, supongo que será lo mismo que sabrás tú, si es que

alguna vez te ha interesado el asunto. He buscado respuestas

acerca de las diferencias tan profundas que existen entre

nosotras. Estuve inclusive yendo a terapia, pero no conseguí

aclararme mucho. Así fue como llegué a la conclusión de

que toda regla tiene su excepción.

—¿Qué has ido al psicólogo? —preguntó la hermana con

evidente alarma.

—Sí Bea. No sé por qué te sorprende. La gente va a

terapia. Por favor, cero de decir nada a mamá que se

preocuparía por algo pasado y ya no es relevante.

—O sea, consideras que no tiene importancia. ¿Sigues

yendo?

—No. Asistí a tres sesiones. El llegar a comprender que

no conseguiría sacar nada en limpio, que la respuesta solo es

que somos diferentes al resto de la mayoría de los gemelos

que existen, me dio que pensar. Lo acepté y lo dejé. Te toca.

¿Por qué eres así conmigo?

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—La verdad es que desconozco qué es lo que notas con

exactitud como para cuestionarte «por qué soy así contigo»

o «por qué tengo este carácter». De hecho, soy igual con

todos. En aras de tu tranquilidad debes saber que también me

comporto de similar manera con Toñi. Y la respuesta exacta

como tú demandas, no la sé. No creas que no me lo haya

preguntado… —silencio—. Sin embargo, no encuentro

argumentos para mí misma. Muchas veces, tras alguno de

esos arranques, me quedo como paralizada buscando algo

que no encuentro. Supongo que intento conseguir algún tipo

de paz interior, pero solo alcanzo a atormentarme más. Hoy

mismo estoy desolada por esa repentina decisión al despertar

en que me dije que no iría a la comunión de Lizi.

»¡Claro que ahora, después de pasadas unas horas lo veo

muy incorrecto! Pero en ese momento, es como un pronto

que siento que me derriba y a esos arrestos no puedo

ofrecerles resistencia. A veces me desespero y entonces paso

períodos de tiempo confundida, intentando arreglar el

estropicio cuando sé que ya está hecho. Hago el daño, y al

contrario de lo que puedas pensar, sobre todo si va dirigido

a ti, esa erupción interior me desvitaliza. Mi mente nunca se

está quieta y supongo que por eso no consigo paz. Por

momentos me siento poseída por el conflicto. Algunas veces

intento mejorar la versión de mí misma, si bien me doy

cuenta de que me alejo más del amor y solo tengo atención

para el querer esto o aquello. En cambio, la cuestión es que

desconozco lo que de verdad quiero. Percibo ese caos en una

confusión que me pasa con todos. En especial contigo.

«Debes saber que lamento comportarme así. Soy

consciente de que mola tener una hermana gemela. Y no

creas que no me esfuerzo. En cambio, no lo consigo, y sé que

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no es bastante, que con mis actuaciones después del daño no

resuelvo nada. No son suficientes para que se olvide el mal

pasado. Fíjate, ahora estoy agobiada con lo que he hecho a

Toñi y Lizi. Sin embargo, mi reacción ha sido enmendar

contigo todo lo que te machaco, lo que dije de hiriente

anoche… y si no fuera porque ha surgido esta confesión tú

no lo sabrías. Me cuesta verbalizar lo que siento. Así que ni

Toñi ni Lizi saben cómo estoy, ni cuánto lamento mi

comportamiento de hoy con ellas. Estoy permanentemente

debiendo disculpas a todos los que me quieren y me soportan

y no soy capaz…

Desde medias del discurso había roto a llorar, se la notaba

con dolor y la hermana le acompañaba en el llanto. Se

lanzaron en un abrazo muy apretado no dejando circular

entre ellas ni la brisa de la tarde. Pero ambas sabían en el

fondo de sus corazones que aquel instante reconfortante se

disiparía pronto en Bea.

Llegaron a casa al atardecer. La cena transcurrió en

silencio a pesar de las preguntas de la madre, quien no podía

disimular su empeño por enterarse de lo acontecido más allá

de lo supuesto en una caminata. Isabel se encargó de dar

respuestas insignificantes refiriéndose al paseo. Con toda

intención no dudó en significar la importancia de los

esquejes traídos, explicando a su madre cómo ejecutar el

cuidado de las dos plantas. Le refirió que eran muy similares

en cuanto al mantenimiento que requerían, recalcando en

que ya verían cuando crecieran, lo de bonitas que eran cada

una por lo diferentes que eran al mismo tiempo.

A la sazón se escuchó por lo bajo un comentario del padre

que sonó algo triste al decir:

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—Como ustedes dos. Criadas y educadas por igual y

ahora tan bellas y diferentes—. Dio las buenas noches

alejándose hacia su habitación con un semblante que

demostraba su disgusto por lo ocurrido el día anterior,

cuando Bea se había encargado de cargarse la velada con su

apabullante intervención.

Las tres mujeres guardaron silencio en un intento de

borrar lo escuchado. Bea levantó la vista del plato dirigiendo

la mirada no se sabía hacia dónde, ni lo que veía.

Isabel simuló el no haber ocurrido nada. Comenzó a

recoger la mesa con ayuda de la madre. Siguió con la

cháchara de las plantas y sus cuidados. Se fueron a la cocina.

Apareció Bea con dos vasos que habían quedado y el mantel

doblado. Lo guardó en el cajón. Se sorprendieron al verla

acercarse a cada una y sintieron el beso en la mejilla con un

susurro de buenas noches.

Isabel, había recibido su gran dosis de sorpresa ese día

con la conversación acontecida en el sendero que no podría

olvidar jamás. La madre, sin embargo, quedó sin palabras,

sorprendida y con la confusa sensación de no entender nada.

Una vez más se desesperaba y se preguntaba acerca de

aquella hija suya tan especial. Viendo Isabel cómo había

quedado su madre la abrazó con cariño.

—Tranquila mamá, todo irá bien.

El resto del extraño día, después de las sinceras palabras

que a modo de confesión habían cruzado las gemelas, los

abrazos y lágrimas dedicados, lo demás hablado fueron

comentarios sin importancia.

Cuando Isabel llegó a la habitación, Bea había apagado la

luz de su lamparilla y estaba resguardada bajo la manta. Aun

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así, mientras ella también se metía en su cama se atrevió a

preguntar.

—¿Has mirado el móvil a enterarte cómo está Toñi?

—No. Prefiero no saberlo hasta mañana cuando le lleve

el regalo a Lizi.

Ese era otro punto de Bea que ninguno podía explicar. Las

frecuentes peleas porque llevara el teléfono consigo por

cualquier urgencia. Se negaba. No es que tuviera alguna

fobia a causa del móvil. No era el caso. Tenía uno como

todos. En cambio, su relación con el dispositivo era singular.

Tampoco era que fuera sentir algún miedo irracional por el

cacharro. Así le llamaba.

Reconocía la importancia del teléfono si bien lo apreciaba

como una herramienta indispensable en algunos momentos

especiales, como hacer una compra, operaciones del banco,

buscar información de interés. Poco más. Era raro que lo

usara para hablar. Manifestaba con arrogancia, que el tono

de una voz sin ver la expresión del rostro no era certeza de

nada. Por lo menos escribir un wasap le parecía con más

sentido gracias a los emoticonos, aunque lo aprovechaba lo

imprescindible porque creía que lo que quedaba escrito

podría utilizarse en su contra. Por esos diversos motivos, su

teléfono permanecía guardado en el primer cajón de su mesa

de noche y no solía llevarlo al salir.

Si alguien se refería en su presencia a esa rareza suya,

respondía de inmediato con desagradable aire de

superioridad, que nada de eso. Ella no llevaba el dispositivo

porque se decía ser una persona digna de atención.

Sin pelos en la lengua catalogaba de gente ignorante, a

todos los que no levantaban la vista del móvil, por no ser

aptos para prestar atención a la calidad de una conversación

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que podría ser relevante en sus vidas. Y sentenciaba, que eso

de ignorarse entre todos, por estar concentrados con un

cacharro, estaba afectando seriamente a la sociedad y

además son unos maleducados. Decía: ⸻El ningufoneo, que

es la denominación de tal actuación, es un menosprecio a

quien nos acompaña, por lo que lo creo crucial para ser

persona descartada. Delante de mí no lo permito. Lo suelo

advertir una primera vez y si alguno insiste con el aparatito

de las narices, fácil me lo pone. Simplemente me voy y ahí

se queda. Es esa persona quien se priva de mi presencia».

Con discursos y actuaciones semejantes la gente que la

escuchaban se mostraba de muchas maneras. Reaccionaban

según quien fuera. En este particular de su hermana, Isabel,

reconocía que se equivocaba en las formas, aunque en lo

concerniente al contenido estaba de acuerdo. Ella también se

manifestaba en contra del phubbing cada vez más extendido

al cual consideraba una falta de respeto.

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Capítulo 4

Era el día del cumpleaños de Lizi. Por ser lunes había

clases. Bea pidió a su gemela que la llevara en coche donde

su amiga sobre las seis de la tarde, suponiendo que sería la

hora en qué estarían en casa. Y es que, aunque la distancia

era solo de unas pocas calles, en el barrio era difícil

conseguir aparcamiento y tampoco era plan ir ese trayecto

andando con la televisión a cuestas. Para Isabel, no sería

inconveniente alcanzar hasta allí a su hermana. Seguiría

camino a un entrenamiento en la piscina municipal con el

cual se había comprometido desde hacía varios días asistir.

Al estar ante la casa, por tener los brazos ocupados con la

carga, Bea, como pudo con el codo, tocó el timbre. Sintió

que era Lizi quién se acercaba corriendo a abrir la puerta. La

niña estaba cumpliendo nueve años. La expresión de

sorpresa con toda la boca abierta al ver el enorme lazo rosa

brillante atado en una caja bastante grande, y muy bien

envuelta en papel de regalo, era la imagen digna de una

buena instantánea.

—¡Feliz cumpleaños Lizi! —chilló Bea con la intención

de ser oída, dirigiéndose hacia la mesa baja del salón donde

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soltó el regalo. Entonces se arrodilló en el suelo y abrazó

muy fuerte a la niña mientras le cantaba el cumpleaños feliz.

Unos pasos tras ellas, Nicolás, que así se llamaba el padre,

y la propia Toñi, observaban la escena sin decir palabra. Se

veían dada la ocasión, apreciar la alegría de Lizi, si bien al

mismo tiempo estaba muy serios, detalle del cual Bea se

percató.

Lizi dio un par de saltitos pidiéndole a Bea que lo abriera.

—No cariño mío, es tu regalo. Debes abrirlo tú. Rompe

el papel y yo te ayudo si te hace falta.

Pero la niña no quería romper la cinta, por lo que pidió

ayuda a su hermana que se acercó sentándose en el sofá al

mismo tiempo que pedía a la chiquilla que tuviera calma. En

la medida en que entre las tres fueron rompiendo el papel,

percatándose Lizi por el dibujo de la caja de que era una

televisión, más contenta aún se mostraba y se lanzó a los

brazos de Bea preguntando:

—¿Es para mi cuarto? ¿Cómo sabías que quiero una tele?

—Recuerda que soy medio brujita y mis poderes mágicos

me lo soplaron en secreto. Aunque aún te falta ver lo que

estoy segura te gustará más. Pero ahora sí te vamos a ayudar

todos.

Al abrir la caja, se acercó el padre quien con habilidad

terminó de extraer la televisión depositando el regalo

definitivo sobre la mesa.

Lizi no daba crédito. Saltaba de alegría y chillaba al

mismo tiempo «rosa, rosa, rosa».

—Bea, eres la mejor del mundo. ¿Has encontrado una tele

rosa? —chillaba la niña mientras todos la abrazaban y

repetían el canto del cumpleaños feliz.

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—Papá, por favor, ¿podrías conectarla ahora en mi

habitación? ¿Puedo llevarla Bea?

—Claro mi niña. Es tu tele rosa. Solo tuya.

—Vamos papá, rápido, rápido, por favor ⸻seguía

saltando Lizi mientras se oyó decir a Toñi:

⸻¿Necesitas ayuda papá?

Nicolás alzó la tele.

—No hija, no hace falta.

Bea vio volver a colocarse una expresión de tristeza en el

hombre.

—Prefiero dejarlas solas. Creo que tienen algo importante

que hablar y quizás, si no ando equivocado, mucho por

aclarar. En cualquier caso, Bea, debes saber que ayer yo

también te eché de menos. En cuanto a tu regalo de hoy,

gracias. Muchas gracias por hacer feliz a mi pequeña.

Quedaron las jóvenes frente a frente con la mesa del

centro entre ambas. Bea permanecía sentada en el suelo y

Toñi desde el sillón miraba directamente a los ojos de su

amiga. Se encargó rotunda de romper el hielo:

—¿Y bien Bea?

—¿Qué quieres de mí Toñi? ¿Una disculpa por no ir al

casino? Me conoces y me sorprendes. Sabes que no doy

explicaciones por nada de lo que hago a nadie. Aunque a mi

favor te diré que viendo el lindo día que se levantaba,

aproveché e invité a mi hermana. Nos fuimos de senderismo.

Por cierto, podríamos ir juntas la próxima vez.

—No habrá ninguna próxima vez Bea porque esta es la

última. Estoy cansada de ti. Mi madre me reconocía como

una virtud el hecho de que te soportara. Decía que era una

cualidad mía, que solo yo podía contigo y que ni Isabel

alcanzaba a conseguirlo aun siendo gemelas. Lo justificaba

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a razón de mi forma de ser más calmada. Por la capacidad de

racionalizarlo todo hasta conseguir hallar la justificación

conveniente para disculparte. Alababa mi extrema paciencia.

Pero Bea, se acabó. Ayer sobrepasaste los límites de lo

racionalmente explicativo.

»Hablé con tu madre y supe que te habías ido de

senderismo. Me alegró mucho por las dos. Ya sabes todo lo

que he insistido y te he animado a que mejores la relación

con tu hermana. En cambio, de caminata se puede ir

cualquier domingo, y la comunión de Lizi, y en particular, el

especial y discreto reencuentro con mi madre, del cual

estabas enterada, solo iba a ocurrir ayer y sabías lo

importante que era para mi padre y para mí. Te necesité a mi

otro lado. Él también estuvo pendiente de tu tardanza. No

podíamos imaginar que no vendrías. Parece ser que en

exclusiva tú eres la única que no te das por enterada de la

importancia de tu existir y estar para nosotros. Así que ayer

dejaste caer en mi copa la última gota, la de la decepción.

Copa derramada, copa volcada y rota. Entiende que se ha

hecho añicos. ¡Métetelo en tu cabeza! ¡Voy a empezar de

cero de un tirón!

»Estoy harta de tus malos modos y hasta de tus

impertinencias con todos. Ya no me explico el por qué voy

siempre detrás de ti, justificando, intentando componer algo

que no tiene arreglo y que eres tú misma. Estamos en una

edad en la que, al menos yo, no necesito más carga que la

mía personal. Ayer recurrí a mi entendimiento lo suficiente

viendo con claridad que tu presencia me resulta molesta,

pesada y sobre todo tóxica. No me corresponde y no la

necesito. Así que Bea, desde ahora mismo, entre nosotras, la

imprescindible cordialidad. Saludos y buenas maneras si nos

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vemos por ahí y punto. Ni visitas, ni compromisos, ni paseos,

ni charlas, ni amistad, ni nada. ¡Te quiero fuera de mi vida,

ya! Se acabó. Te ruego que te marches ahora y aunque sé que

no te preocupa, yo me encargo de despedirte de Lizi y papá.

Bea se sorprendió días después preguntándose cómo

había regresado a su casa. Nunca supo si llegó volando,

flotando o andando. Solo pensaba de manera compulsiva,

que su actuación le había confirmado que Toñi sí que tenía

sangre en las venas. En cambio, lo que sí vio caminando por

el pasillo, en el primer cuarto destinado desde siempre a la

plancha y la costura, fue la cama de su hermana y su mesa

de noche. Cuando entró en su habitación, comprobó que no

quedaba nada de las ropas ni ninguna pertenencia de Isabel.

Sobre el escritorio, encontró un ordenador portátil en su caja

de fábrica. Cerró la puerta y lloró.

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CINCO AÑOS DESPUÉS

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Capítulo 5

Toñi alternaba su trabajo como cirujana maxilofacial

entre su consulta particular y unas horas de colaboración, dos

días a la semana, en una clínica dental de una prestigiosa

compañía. Había terminado la licenciatura en odontología y

especializado en la cirugía. Destacaba como una profesional

brillante. Era muy querida por sus compañeros y también por

los pacientes. Su preocupación mientras trabajaba, se

manifestaba en un seguimiento constante por el estado de la

persona intervenida.

Desde aquel día en que rompió la amistad con Bea, su

carácter se había dulcificado. En una ocasión su padre llegó

a decir, que a veces pensaba en que Bea podría estar

endemoniada porque antes su hija parecía apagada, y desde

la ruptura de la amistad nunca estaba nerviosa ni inquieta.

También fue resultando evidente, tras el alejamiento de

Bea, que la belleza de Toñi comenzó a ser cada vez más

serena. Su mirada se volvió limpia, linda. Tenía veinticinco

años y según el criterio de Nicolás, su hija mayor era una

preciosidad de mujer tal como lo fue su madre.

Continuaban viviendo los tres en la casa familiar. Toñi

sabía que necesitaba su independencia. El padre también era

consciente. Habían hablado de la compra de un piso, si bien,

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cada vez que la joven se animaba con la idea, de pronto

cambiaba de criterio objetando que ya habría tiempo más

adelante.

No se veía con fuerzas para alejarse de Lizi. La niña era

apenas una jovencita de catorce años y Toñi era consciente,

de que faltando su madre, Lizi necesitaba cerca la figura de

una mujer adulta que complementara esa carencia. Nicolás

se lo agradecía. Él refería no querer ni pensar en el momento

en que se viera solo en casa sin sus hijas. Hubiera preferido

que sus niñas no cumplieran años. Recordaba a su esposa en

silencio cada día y se decía eternamente enamorado de

Elizabeth.

A Toñi le hubiera gustado que su padre se diera una

segunda oportunidad. Pero al contrario, observaba que no

parecía que fuera a ocurrir nunca.

Este fue un día de esos muy ajetreados en la clínica. Hacía

unos minutos había terminado una cirugía de elevación de

seno maxilar para la colocación posterior de dos implantes

dentales. Se fue al office por un respiro, mientras repasaba

en la mente lo aparatosa de esta técnica odontológica que

había ejecutado. Sabía que la controlaba a la perfección.

Opinaba en lo incómoda de esa intervención para el paciente,

tanto tiempo… la boca abierta… sin embargo, la señora

había sido muy disciplinada aguantando como una

campeona la larga operación. Ahora le quedaba una

extracción y se iría a casa. Supuso, apurando terminar la

infusión que tomaba, que el auxiliar ya tendría la consulta

preparada y al empujar la puerta resuelta a… reconoció a

Isabel.

Pasaban unos cinco años tras finiquitada la amistad con

su hermana a la que no había vuelto a ver. A Isabel sí la

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encontraba alguna vez por el barrio y en el supermercado.

También se habían cruzado cuando corrían en el estadio

municipal. Se saludaban con afecto y poco más. Pero tenerla

de frente en la consulta era otra cosa.

En esta ocasión se dieron dos besos. El auxiliar invitó a

Isabel a acomodarse en el sillón. Toñi le comentó, mientras

ponía la anestesia y echaba un vistazo, que la pieza por

extraer sería muy fácil.

—Ni te enterarás.

—Genial porque como sabes lo del dentista no es

agradable.

Toñi le dio unos toques en la mejilla dónde había

pinchado mientras sonreían por el comentario.

—Esperemos un momento para que te pille la anestesia.

Si no te importa ¿me dices algo de Bea?, me refiero solo a

qué hace y a cómo está.

—Claro. Bea se encuentra como ha elegido estar. Vive en

un piso pequeño que considera suficiente para ella. Como ya

te conté aquella vez que charlamos un poquito, después de

terminar aquel curso se metió a fondo con las oposiciones.

—Ahí me quedé con su historia —apuntó Toñi.

—Entonces te cuento que las aprobó a la primera y

enseguida la llamaron para otorgarle plaza. Trabaja de

asistente ejecutiva de no sé qué director de servicio. Existe

para estar allí.

—Estupendo, me alegro mucho por ella. Está bien y es lo

importante. Abre la boca Isabel.

—Espera, te diré algo. Al final nos sorprendió porque,

aunque conocíamos su inteligencia, ninguno imaginamos en

la familia que se metería tan en serio con los estudios.

Vivimos ese tiempo observándola, todos con la boca abierta

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y los dedos cruzados. La vimos en silencio conseguir lo que

tiene. Pero Bea está muy sola.

—Isabel, vamos a ver. Tú misma lo has dicho. Bea vive

como ella eligió y ha querido estar. Abre la boca y salgamos

de esta pieza.

Fue un abrir y cerrar.

—¿Qué harás, seguimos con el implante?

—Sí, sí, claro.

—Muy bien. Yo los recomiendo. En tu caso porque

además eres joven, y aunque es una pieza de las que no está

a la vista la necesitas para la masticación. Por otra parte,

dejar ese espacio libre, con el tiempo, permitiría el

desplazamiento del resto de los molares y ya sabes… Tienes

una dentadura perfecta y una linda sonrisa y sería una pena.

Así que si quieres continuar conmigo como tu cirujana pide

cita. Dentro de un par de semanas te hacemos la radiografía

para empezar evaluando qué necesitamos. La inspectora de

la clínica es la encargada de hacerte el presupuesto detallado.

Las jóvenes se abrazaron a modo de despedida y abriendo

la puerta…

—Isabel, por favor, a Bea nada de que me has visto. Me

alegro de corazón que esté bien, pero solo hasta ahí.

Isabel sonrió con la señal de sus labios sellados.

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Capítulo 6

Tal y como Isabel había contado a Toñi en la consulta,

Bea estaba sola, y aunque aseguraba en las comidas

familiares de los domingos sentirse muy bien, para ella su

hermana era una constante preocupación. Había conseguido

que siguieran yendo de senderismo con cierta frecuencia.

También asistían al cine con algún estreno atractivo. A

pesar, sentía que no era suficiente.

Isabel convivía con el novio desde hacía un par de años.

Invitaba a su hermana a que viniera a casa con ellos y solo

una vez Bea había aceptado. Fue en una ocasión en que se

reunieron un grupo de amigos de la pareja. Llegó animada

con una bandeja de saladitos para el picoteo y una botella de

vino. No se le notaron intenciones de compartir con nadie y

al par de horas se fue. Justificó la retirada con que tenía

trabajo en casa. Isabel sabía que era una excusa, pues Bea

era secretaria en el Ayuntamiento. No era normal que tuviera

que llevar temas de la oficina para el fin de semana.

Isabel vivía con una extraña sensación punzante que la

mantenía inquieta y alerta respecto a su gemela. Se

reprochaba el no poder ayudarla. Pero es que Bea, hasta con

ella se mostraba infranqueable.

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Se conformaba con su soledad. La buscaba y decía que le

reconfortaba. Se acomodaba disfrutando de sus horas

tranquilas sola con ella misma, y había llegado al punto en

creerse merecedora de su retiro. Su forma de ser y sus

actuaciones con Toñi, la familia y los amigos en general, la

habían llevado a ese punto.

Bea se reconocía ser la responsable de lo conseguido y lo

que tenía. Ahora era cuando comprendía que su carácter

huraño, sus malos modos, sus hablares sin decir nada, sus

actuaciones inconexas… todo lo que hizo por tener a Toñi

consigo, fue el cúmulo de ese caos, tan mal hecho, lo que la

dirigió a conseguir el efecto contrario. Toñi la había aislado

para siempre de su lado y ella era la única responsable de la

rotunda decisión de su amiga. Aquel día no lo podía olvidar,

cuando le dijo: «¡Te quiero fuera de mi vida, ya! Se acabó.»

Bea se preguntaba cómo fue tan torpe. Comprendía que

su tan profundo amor por Toñi fue el culpable de su terrible

comportamiento, y era ahora, tras haber pasado tanto tiempo,

cuando lo veía todo con claridad.

Los días siguientes a la ruptura, y durante bastante tiempo

después la había espiado. La siguió con frecuencia a todas

partes sin que Toñi lo supiera, y vio cómo ella cada día

resplandecía más. Parecía despejada de algo… y más bella.

Se iba convenciendo de tener merecido lo pasado sabiendo

que sus errores no iban a ser perdonados.

Por eso se abrazó a los estudios. Los cursos y después las

oposiciones, fueron el calmante y la esperanza dónde

conseguir enmendarse, para quizás, algún día, intentar

acercarse a Toñi y decirle «He cambiado».

52


Mientras tanto, en su aislamiento, ella se aliviaba

custodiando sus fotografías. Eran cuatro imágenes en las que

se recreaba, y en su compañía se fortalecía y soñaba.

La pasada noche se había ido al sofá con un libro y su foto

más querida. Esta vez al verse, imprimió en su imagen la

magia de su actual pensamiento, el de los reconocimientos

de errores y los mil perdones. Se veía como una mujer que

no puede desprenderse de la otra porque la atrae y la

martiriza por igual. Imprime movimiento a la imagen y se

acerca a olerla, a saberlo todo, a arañar su vida y hasta sus

entrañas. Ahí está Toñi con la permanente barrera

establecida cuando mira al otro lado. Pero a la Bea de la

instantánea le da igual porque cree tenerla atrapada desde

niñas y para siempre.

Ahora Bea ha tenido una lección para conocerse, saber

algo más sobre ella misma. De momento continúa en la

batalla por conseguir fortalecer el sosiego de su espíritu. Su

única herramienta es el trabajo y la ecuanimidad para tener

la cabeza en calma. Se animaba: «Un día tras otro».

Cuando sonó la alarma de aviso al trabajo se dio cuenta

haber dormido esa noche en el sofá.

Fue un día que transcurrió, como todos, al máximo la

adrenalina y los nervios por los cielos. A Bea, desde el

principio, ese trabajo la había seducido. Exigía mucha

atención. Estar en modo alerta constante; era un «búscate la

vida» en el lograr tramitar varias cosas a la vez, con las prisas

de que todo era para ayer y además, tenía que salir bien. Esas

exigencias que la llevaban al límite eran las que ella

demandaba para pasar las horas enajenada apagando fuegos.

Estando de esta manera a tope, el nivel de estrés la extraía de

su estado interno del que se olvidaba mientras funcionaba

53


así. ¡Y encima ganaba dinero! Un buen salario solo para ella

que de sobra satisfacía sus necesidades.

Al respecto recapacitaba que al menos los estudios y los

grandes esfuerzos que la habían llevado a ocupar ese puesto

de trabajo fueron, en su día, la tabla de salvación a la que se

había agarrado en su peor momento. Le salió bien porque el

fruto conseguido la mantenía a flote, al menos protegida de

su frustración personal. Había logrado su añorada y

anunciada independencia, aunque ya no estaba tan segura de

haberla querido tan de verdad.

El jefe la animó otra vez este día para que se fuera a casa

al finalizar la jornada. Ella, como siempre, le respondió, «me

quedo jefe por si me necesita». Siempre la requería. La tenía

en alta estima y la reconocía en público como su mejor y más

eficiente colaboradora.

En la entrada del portal del edificio se descalzó. Era su

única pega. Desde el principio llevaba mal la exigencia del

calzado con algún mínimo de tacón. Nada de vaqueros ni

zapatillas. Era su queja sufrida en silencio. Por rutina abrió

el buzón; una publicidad de la inauguración de una nueva

peluquería en el barrio. Un sobre que la citaba el próximo

miércoles a las seis de la tarde, a causa de una investigación

sobre la fisiología de la sangre universal porque su última

analítica había reflejado compatibilidades de interés para el

estudio en marcha, y solicitaban su colaboración.

La carta de invitación la estaba leyendo por segunda vez

con calma, acomodada en el sillón, mientras se tomaba una

limonada bien fría. Revisó que venía correctamente dirigida

a ella con su nombre y dirección, por lo que supuso que

quizás era algo importante y se dijo que por supuesto iría. En

definitiva, ya habría tiempo después de enterada del tema en

54


cuestión, de rechazar la colaboración si no era de su interés.

En principio no parecía un timo ni nada sospechoso, pues el

escrito venía identificado con un sello de colaboración con

el Hospital Central donde se celebraría el encuentro.

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56


Capítulo 7

El miércoles Bea llegó justo a la hora de la cita, preguntó

en la entrada y la dirigieron a la puerta veintidós dónde le

informaron que la esperaban. Dio un toque y abrió. Era Toñi.

Escribía en el móvil. Levantó la vista y las dos se miraron

con sorpresa. Al momento les llegó el desconcierto a ambas.

Al mismo tiempo comenzaron a intercambiar preguntas para

las cuales las respuestas eran de igual desconocimiento:

—¿Tú? ¿Estás citada?

—Parece que sí. He recibido esta carta hace tres días.

—Yo también.

Se mostraron los escritos.

—¿Y no hay nadie más?

—Ya ves que no.

—Esto es muy raro. Las cartas tienen nuestros nombres…

—Este es igual al tuyo.

—Sigue siendo raro.

—Sí que lo es. ¿Llevas mucho rato?

—No. He llegado un poco antes que tú —dijo Toñi.

—¿Y nadie más? Bueno, esperemos a ver si empiezan a

llegar nuestros amigos de la infancia.

Sonrieron y… esta vez cruzaron la mirada de verdad.

—¡Cuánto tiempo! —dijo Toñi.

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—Sí, mucho. Estás muy guapa.

—Tú también. ¿Cómo te va Bea? ¿Eres feliz?

—Me va bien. Tengo un buen trabajo y «he cambiado»

—al instante pensó: «¡Al fin dios mío! Acabo de tener mi

oportunidad de decirle a Toñi que he cambiado»—. Hace no

mucho necesité ir al dentista y estuve tentada a pedir cita

contigo, pero no sabía…

—Te hubiera indicado el especialista adecuado para el

caso, porque yo soy cirujana, vamos que lo mío va de quitar

dientes y sustituirlos por los de mentira.

Volvieron a sonreír.

—Por lo menos hubiera tenido una disculpa para verte.

¿Tú, cómo estás? ¿Y Nicolás, y Lizi? ¿Eres feliz?

—Papá va bien y la pequeña ya no lo es tanto. Ahora está

en la adolescencia, aunque por suerte la lleva sin crearnos

grandes conflictos. Y yo satisfecha con mi trabajo y con mi

vida.

Toñi se puso en pie colgando el bolso al hombro.

—Bueno Bea, al respecto de esta citación creo que no voy

a esperar más. Es algo extraña, nos hemos saludado y me

voy. Me alegro…

Fue interrumpida por una puerta que se abrió en ese

instante. Un hombre atractivo con bata blanca y unos

estupendos llevados cuarenta años las invitó a pasar a la sala

contigua. La habitación era sencilla con una mesa central

ovalada, típica de reuniones, donde esperaban otro hombre y

una mujer.

Se mantuvo un silencio que resultó amenazador en

especial para Toñi. En cambio, fue Bea la que se arrancó

preguntando.

—¿De qué se trata?

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El señor que parecía ser el jefe se presentó:

—Mi nombre es Rafael Medina y ellos son mis

colaboradores en esta aventura. Se llaman Carmen y

Francisco. También son mis hijos.

—¿Aventura? —soltó Bea sorprendida por la palabra

comenzando a mostrarse nerviosa.

—¿Podría decirnos de una vez de qué se trata esto?

—Comprendo que la situación les puede resultar extraña,

pero ahora les explicaré los detalles y podrán preguntar lo

que quieran. Antes debo informarles que formamos un grupo

de investigación independiente entre comillas, que estamos

integrados al equipo internacional de investigadores del

Centro Nacional de Biotecnología. Decía lo de

independiente entrecomillado, porque el equipo trabajamos

en un estudio algo particular. Dentro del todo, nosotros tres

y algunos otros compañeros, formamos una rama anexa. En

España las «vigilamos» como investigadores, y ustedes son

como nuestras ahijadas, por llamarlo de alguna manera,

desde vuestro nacimiento.

—¡Oh dios mío! ¿Nuestro nacimiento? —interrumpió

Toñi con preocupación.

—Sí, eso he dicho. Pero tranquilas. Me explico. Fueron

elegidos estos dos bebés en las islas, más otros dos similares,

aunque del sexo masculino, en la península.

—¿Sexo masculino? Usted habla como si nos hubieran

sacado de una probeta.

—No Beatriz, para nada. Continúo. Lo entenderán. Antes

debo decirles que nosotros tres las conocemos y, por el

contrario, a lo que puedan creer, sabemos de vuestras vidas

solo lo que nos interesa. La investigación está centrada en la

línea biológica y algunos aspectos puntuales del marco

59


psicológico referidos al carácter de cada una, prioridades,

necesidades importantes. Rasgos generales de la

personalidad. Lo que resultó que con posterioridad, ustedes

coincidieran en la vida hasta llegar a ser amigas, por

supuesto que no estaba previsto y fue una sorpresa para el

equipo. Se los aclaro como un punto en que estén seguras de

que esas incidencias no interesan en el estudio en cuestión.

»No incumbe nada de vuestra intimidad. No espiamos

qué hacen a cada momento ni tienen cámaras ni

micrófonos… ¡No se asusten! Estoy viendo las expresiones

de vuestros rostros. Insisto en precisar que tengan esto claro,

porque lo que no nos interesa queda desechado como

información valiosa. Quiero recalcar en que no las vigilamos

y que al respecto pueden vivir tranquilas porque sus vidas

son vuestras y no interferimos.

»Ahora bien, sí conocemos que son mujeres de mentes

abiertas a lo novedoso y carentes de prejuicios. Manifiestan

inquietudes por saber más. Se interesan en plantearse, o al

menos, mostrarse a la expectativa sobre cosas que para otros

individuos pueden ser temas imposibles ni de cuestionarse.

Mientras ustedes investigan, leen, se hacen preguntas… y

desde esa perspectiva que por suerte, es un rasgo común en

las dos, es que os pido que presten atención.

Las dos mujeres comenzaban a mostrar signos de

verdadera inquietud. Toñi se revolvía en la silla y repetía el

movimiento de recolocarse. Bea movía una pierna con el tic

conocido de quien parece estar nervioso.

—De todos es sabido —continuó hablando el doctor—,

que en el camino de la investigación hay infinitos asuntos de

interés para la ciencia y se trabaja en todas las ramas

derivadas del saber. No obstante, podríamos afirmar casi con

60


rotundidad, que la preocupación por excelencia del hombre

es, además de conocer con exactitud de dónde venimos, el

asunto del querer prolongar la vida humana. Estamos

hablando de vivir más tiempo y sobre todo, que los años

vividos, sean los que sean, puedan vivirse con calidad.

»Y aquí es donde entran ustedes. Les doy mi palabra de

honor, como hombre de ciencia, y todo lo que quieran

exigirme de que ambas fueron elegidas al azar. Se buscaban

dos bebés del sexo femenino nacidas en las islas. Interesaba

lo que puede interferir este clima por las condiciones

insulares en el ser humano. Sí era una prioridad para tener

en cuenta, que fueran niñas engendradas por padres sanos y

jóvenes.

»Justo en el momento de la elección de pronto resultó una

novedad que Bea tuviera una gemela. Eso fue un punto que

entonces nos pareció interesante para tener en cuenta, pero

igual que te elegimos a ti pudo haber sido tu hermana Isabel

—comentó esto último dirigiendo su mirada a Bea.

Continuó.

»Insisto en que el hecho de que después ustedes fueran

amigas fue algo que sucedió ajeno a nosotros, quiero decir,

que ese detalle nunca ha jugado ni a favor ni en contra.

Ocurrió y le hemos dado cero importancias. Resultó ser

casual y deben de entenderlo como algo ajeno a nuestra

voluntad e intereses.

»Lo concreto y significativo para ustedes es que tienen

que saber, porque así lo consideramos los miembros de todos

los equipos, de que son poseedoras de un implante que se les

introdujo al nacer por la nariz, sin ocasionar daño alguno —

Bea abrió la boca y Toñi los ojos al tiempo que se llevó las

manos a la cabeza—. Con los años, ese ínfimo chip, se ha

61


ido recolocando en el interior de la hipófisis. Posee la

particularidad, a diferencia de otros implantes, que no es

detectable ni por radiografías ni resonancias.

»Es un proyecto perteneciente a la biología, por supuesto

en estrecho vínculo con la medicina, en tanto nos ofrece

información constante de vuestra evolución. Se trata de la

puesta en práctica de alternativas con vistas a llegar al futuro

trans humano del hombre, pero entiéndase ese futuro en un

ser mejorado en un 300 %. Lo injertado en cada una de

ustedes es como una máquina invisible, auto replicante,

compuesta de sensores blandos compatibles con la biología

humana —abrió un texto que tenía a su mano y lo desmarcó

indicando una imagen, mientras continuaba hablando—.

Esperamos sea capaz de con mínima ayuda, por envío de

actualizaciones, reproducir copias de ustedes mismas, y se

cuenta con la incidencia del medioambiente, que también

debe influir en esa reforma permanente. Para que me

entiendan, es como si vuestra biología siempre estuviera

renovándose, por lo que se espera que lleguen a un punto en

que no envejecerán más, físicamente hablando.

—¿Qué me explica sobre el microchip? —preguntó Toñi

inquieta.

—Claro. Ya les he dicho que es blando y por supuesto no

invasivo. De cualquier prueba o analíticas a las que ustedes

se someten, él monitoriza y absorbe la información.

—¿Incide en nuestra salud de alguna manera?

—No, insisto. Vuestra biología es independiente. Sigue

su curso. En cambio, pensamos que si bien no son inmunes,

puede ser bastante probable que ustedes no pasen por

enfermedades graves o complicadas. Si así fuera contarían

con la ventaja de que, al estar controladas o vigiladas, o

62


como quieran llamarlo, al enterarnos recibirían los mejores

tratamientos. En primer lugar, por ustedes mismas, claro

está, pero a la vez porque estamos pendientes y velamos por

salvaguardar el éxito de este proyecto.

»El implante tiene marcadores genéticos propios que

respetan el genoma contenido en vuestro ADN. A la vez a

través de sensores con un componente electrónico, el

microchip puede admitir una peculiar programación para

evitar el envejecimiento excesivo y conseguir que vivan

unos ciento cincuenta años aproximadamente con calidad.

—¿Me está diciendo que viviré ciento cincuenta años? —

se sorprendió Bea—. Dios mío, ¿qué voy a hacer con tanto

tiempo? —mostrando su nerviosismo, se llevó las manos a

la cabeza.

—Sí Bea. Es lo que se espera y eso que has preguntado,

es el motivo estrella por el cual le trasladamos el tema en

cuestión. Esa es la razón fundamental por el que la dirección

de la Universidad de Boston, creadora del proyecto, ha

considerado prioritario dar la información a las personas

afectadas.

»Me explico. Con independencia del logro científico que

se alcanzaría por conseguir alargar la vida, no se pierde la

perspectiva de que nuestros portadores son y seguirán siendo

seres humanos y, por tanto, como todos, son poseedores de

emociones y sentimientos. Así que está claro que cada uno

debe saber lo que le va a ocurrir con vistas a si lo desea,

prepararse para sus dos vidas por venir.

—¿A qué se refiere con dos vidas por venir? —intervino

Toñi.

—Veamos. Podríamos no darle la información y ustedes

no se enterarían de nada, porque como les he explicado este

63


proceso ni suma ni resta, biológicamente hablando.

Sobrepasados ciertos años, a los implantados les parecería

raro, se preocuparían por determinadas señales de su

biología, y en ese punto es cuando tendríamos que intervenir.

Pero no sería justo. Ahora tienen veinticinco años y

continuarán sin ningún impedimento el proceso de

envejecimiento propio como todos. Esto ocurrirá hasta

cumplir los cincuenta más o menos. Esa será la edad que

marcará el punto en que el envejecimiento celular se

detendrá.

»Llegados ahí, ustedes vivirán unos cien años más con la

apariencia física que tengan al cumplir los primeros

cincuenta. ¿Por qué les hablo de dos vidas más? En la

colaboración con psicólogos y otros especialistas, ellos

consideran que como seres humanos, los implicados tienen

el derecho a planificar, por decirlo de alguna manera, cómo

desean organizar los años que vivirán.

Concluimos que cien años en buen estado físico, dan para

planificar dos vidas más. Además, deberán tener en cuenta a

las personas cercanas a quienes sorprenderá verlas con tan

buena apariencia, en cambio, ustedes tendrán que asumir que

ellos sí morirán.

Las expresiones de desconcierto en las mujeres eran

absolutas. Bea se mostraba en exceso inquieta. Toñi pareció

sentirse mareada. Rafael consideró necesario un descanso.

Después de beber agua, asomarse a la ventana y respirar,

Toñi regresó a la silla y pidió continuar.

—Pues bien —retomó el doctor Rafael—, opino que

desde el punto de vista emocional este es el punto más

complicado de asumir. En cualquier caso, siempre contarán

con apoyo profesional con vistas a orientarlas o lo que sea

64


necesario. El motivo de un porvenir de tantos años es lógico

que yo no lo voy a celebrar con ustedes. Por eso junto a mí,

en este caso están mis hijos y ellos, a su vez más adelante,

tendrán que recurrir a otros dos o tres científicos que durante

el proceso vital las acompañen.

»Les hablo con toda franqueza. Me pongo en vuestra piel

y si fuera yo quién supiera que voy a vivir tanto tiempo,

saltaría de alegría y seguramente sin lugar a duda, de alguna

manera me plantearía cierta planificación o programación de

cómo querría gastar todo ese tiempo. Por ejemplo, ahora soy

investigador científico, pero me dejé en el tintero querer ser

periodista y también me hubiera gustado pilotar aviones.

Contando con la información ustedes tienen en sus manos

esta posibilidad y eso es maravilloso. ¡Podrán valorar sus

intereses futuros! ¿Qué es lo que no quieren perderse vivir y

que ahora se abre la certeza de disfrutar? Se sobreentiende

que en la vida no todo es planificable, porque en general, los

sucesos ocurren como un caos y a veces no podemos

controlar, pero en este caso muy particular, se puede objetar

que hay mucho tiempo por delante.

»Cuestionarse, por ejemplo, si se va a ser capaz de amar

a una sola persona, o si, como tengo tanto tiempo, quiero

probar disfrutar varias relaciones amorosas. Hacer cuatro

carreras, vivir en la montaña o el mar. Decidir si voy a

preferir los últimos diez años instalarme al lado de un

monumento histórico. Estudiar idiomas, planificar viajes

para visitar todo el mundo… en fin… no lo sé. Y perdonen

que me entusiasme tanto la idea, pero les puedo confesar, y

aquí están mis hijos para corroborarlo, que me he ofrecido

en varias ocasiones a que me sea implantado el microchip.

No lo he conseguido y es una frustración que me llevo.

65


En este punto las tenciones se relajaron y las chicas

sonrieron con las expresiones sinceras de don Rafael.

Entonces intervino la doctora Carmen para decir que

consideraba adecuado finalizar la reunión. Habían recibido

una información impactante y era imprescindible un tiempo

para digerirla. Sugería volver a quedar justo en un plazo de

un par de semanas a la misma hora. De momento contaban

con una amplia información. Pasados unos días, surgirían

preguntas que ellos estaban encantados en responder sin

lugar a duda.

Rafael insistió en que mantuvieran sus mentes abiertas y

la actitud en positivo. No era una tragedia lo que les habían

comunicado, ni un fallecimiento, ni para nada una mala

noticia. Por el contrario, tenían un porvenir por convertir en

algo brillante. Tocaba reflexionar, comprender y pensar

sobre lo mucho por complacerse.

Francisco solicitó discreción. Explicó que, en este caso,

ellas tenían la suerte de ser amigas, así que podrían hablar

sobre el tema. Sin embargo, les ofreció la sugerencia, de que

al menos de momento, no deberían comentarlo con terceros.

Podrían comprometer la investigación, y también, porque

resultaría evidente que las tacharían de locas lo cual sería un

inconveniente desagradable.

Al salir, Bea quería aprovechar el desconcierto de Toñi

como justificación para retenerla a su lado. Ella también

estaba confusa. A Toñi, por su parte, le pareció que ambas

se necesitarían. Era lógico que hablaran del tema del que

habían sido informadas. Pero estaba segura de precisar antes

un tiempo para cuestionarse si esta nueva situación era un

reclamo que justificara retomar la amistad. En ese instante

eran demasiadas cosas por digerir.

66


Así que, al llegar a la calle, cuando Bea de inmediato dijo

de tomar un café, rechazó la invitación explicándose, al

mismo tiempo que dirigió su andar hacia el aparcamiento.

—No Bea, ahora no. Necesitamos pensar. Tenemos que

enfrentarnos a esta nueva vida tan especial que nos acaban

de anunciar. Esto no ha sido una proposición. No es un

ofrecimiento. Es algo que lo cambia todo. Nos lo dan hecho.

Es lo que nos va a ocurrir. Y aún no sé si debemos saltar de

alegría como ha dicho ese señor o… no lo sé. También me

doy cuenta de que tendremos que vernos porque es probable

que nos necesitemos para confrontar ideas y hacernos

preguntas… Por eso creo que será bueno en unos días quedar

para saber acerca de nuestros pensamientos. Pero ahora no.

Ya es tarde, quiero estar sola, reflexionar, y tú deberías hacer

lo mismo. Toma mi tarjeta, haces una llamada perdida y

podré quedarme con tu número. Supongo que para el

próximo domingo tendremos mucho tema de qué hablar.

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68


Capítulo 8

Si bien es cierto que Toñi reconoció desde el primer

momento de recibir la noticia, la posibilidad de necesitar de

Bea para intercambiar ideas, lo que ocurrió en realidad fue

que no dedicó tiempo alguno a pensar en ella ni en la

recuperación de la amistad. Cuando despertó al día siguiente

de enterarse de la nueva situación, el desconcierto que aún

le dominaba no le permitía imaginarse cómo iniciarse en el

siguiente paso. Dudaba en lo que debía hacer. Sentía un

hueco en el centro del estómago que le indicaba un nivel de

nerviosismo no habitual.

Entendía bien la solicitud del doctor Francisco en lo

referente de no comentar el tema a nadie, pero a la vez

sopesaba los deseos de contar lo ocurrido a Ramón. Desde

hacía unos meses habían comenzado una relación

sentimental que iba por buen camino y hasta ya hablaban de

buscar piso para irse a vivir juntos, sin descartar la idea de

casarse pronto. No obstante, cuando lo repasó bien

comprendió que debía mantener silencio.

A lo que sí se dedicó los siguientes días fue a navegar por

internet. Buscaba respuestas a las muchas interrogantes que

le iban surgiendo y conseguía despejar algunas dudas. Abrió

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un nuevo cuaderno dedicado a tomar notas y escribía las

preguntas que le rondaban con vistas a la próxima reunión.

A la vez se fue dando cuenta, que cuando pasaban los días,

ella por sí sola encontraba algunas respuestas adecuadas a

sus inquietudes. Comenzó a comprender que la vida misma

le iría dando las herramientas para conseguir avanzar sin

dificultades y, de pronto, por momentos, le parecía que

tendría la capacidad de convertir su futuro en algo muy

interesante y que sería un privilegio.

Por su parte, Bea estuvo un par de días atolondrada. Al

principio se bloqueó y sus pensamientos giraban alrededor

de la misma situación. Miraba todos esos años por venir sin

trasladarse del momento actual. Volvía a preguntarse qué

haría con tanto tiempo. Hasta que pasados un par de días,

cuando se cuestionó sobre quién o qué la retendría para no

plantearse un cambio desde que le apeteciera, reconoció y

vio las señales que le aclararon la oportunidad que iba a

suponer vivir todos esos años de ahí en adelante. La visión

significó un cambio de talante inmediato, que le abrió los

ojos y dispuso su pensamiento en un modo permeable al

abanico de posibilidades por el cual se podría dirigir.

Entonces también se dio a la tarea de investigar. Se

sorprendió a sí misma cuando se descubrió recurriendo a

auxiliarse a revisar algunos episodios bíblicos, que de pronto

recordó, y que en su día le habían parecido carentes de

interés.

Al segundo domingo tras aquella reunión fue Toñi la que

llamó a Bea. Se organizaron para un desayuno tardío y Toñi

se encontraba dispuesta en la mesa cuando Bea llegó y le dio

dos besos que no esperaba.

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Sin preámbulos la conversación arrancó de inmediato.

Parecía que entre ellas y su forma de entenderse de pronto

no hubiera pasado el tiempo. Se reconocieron sin darse

cuenta, en ese toque que las distinguía en el intercambio de

ideas con fluidez, sin rebuscar palabras y sin timidez.

Cuando hablaban de esta manera particular era como si

estuvieran pensando al unísono en voz alta, pues en ese

ejercicio se mostraban como una sola; eran insuperables,

coexistiendo en el momento estrella de aquella singular

amistad en la que no había diferencias.

Pidieron el desayuno y tras comentarios referidos a las

frutas, las dos ya tenían sobre la mesa sus anotaciones

dispuestas. Toñi se inició preguntando.

—¿Qué has deliberado? ¿Qué te ha parecido todo esto?

Bea confesó que al principio la cabeza no le había dado

para nada y estuvo distraída, pero que cuando reaccionó lo

primero que hizo fue auxiliarse de la Biblia. Su amiga abrió

los ojos de forma exagerada.

—Sí Toñi, la Biblia, no te burles de mí —fue ignorada la

protesta porque de pronto las dos reían.

—He estado investigando un montón de cosas que la

verdad, me han hecho entender esta singular situación

nuestra con más naturalidad, y es que al final no debería

resultarnos tan extraño el vivir tantos años. Se atreven

algunos a teorizar sobre el tema de que antes del diluvio

universal, las condiciones de vida fueron tales que

favorecían la longevidad, y fue solo después del diluvio

cuando la gente comenzó a morir en esa franja de edades en

las que morimos en la actualidad. He leído que todos

aquellos que sobrevivieron al diluvio existieron más de cien

años. Fíjate: Noé, ciento cincuenta, Adán, novecientos

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treinta, Set, novecientos doce, etc. Y te aclaro que los textos

en que se cuentan estas historias de vida no han sido

cuestionados porque sencillamente son palabra de Dios. O

sea que no cabe lugar a duda.

—Quizás también entonces el tiempo se medía de forma

diferente —intervino Toñi. A lo que Bea apuntó de

inmediato.

—Toñi, no cuestiones la palabra de Dios —a la vez que

lo dijo, Bea indicaba la advertencia con el dedo índice

levantado. Sonrieron y continuó.

—Vamos a ver, hablando en serio, no pretendamos ahora

nosotras formar parte del movimiento internacional

transhumanista, lo cual no quiere decir que por nuestra

estrenada condición se nos abre también en este sentido un

nuevo camino. Pero ahora mismo eso sería otro tema y

planteamiento por hacernos. Hoy en día solo digo, que si

arrancamos sobre la base de atiborrarnos de dudas, en ese

caso, creo que elegiríamos un camino que de momento no

nos interesa. Así pues, al menos yo, voy a dar por cierto lo

estudiado e investigado. Me propongo partir de la realidad

de que los primeros habitantes de la tierra vivían más de cien

años. Y si has mirado en internet, en la actualidad existen

personas que también superan esa edad. De hecho, hay una

señora francesa, espera, deja ver la nota que tengo por aquí…

ah sí. Murió en el año 1977 y tenía ciento veintidós años.

Quiero decir Toñi que en definitiva, lo que nos ocurre

tampoco es algo tan extraordinario. No es ciencia ficción.

—Totalmente de acuerdo Bea. Solo que en nuestro caso

comprenderás que hay un par de particularidades

importantes a tener en cuenta. La primera es que, por el

carácter caótico de la vida, los seres humanos desconocen

72


cuando pueden morir. Lo mismo te mueres a los quince por

un accidente de coche, que a los sesenta por un cáncer de

mama. Nosotras, por el contrario, a excepción de que

suframos una experiencia casual de este tipo, contamos

desde ya con el saber del tiempo aproximado que viviremos

lo cual me parece una ventaja. Y en segundo lugar, la

genialidad está en que, demos por hecho que los personajes

del antiguo testamento que has referido de verdad vivieron

esos años. Ahora bien: ¡También envejecieron! ¡Nosotras

pararemos de envejecer a los cincuenta! ¿No te parece un

privilegio?

—Y tanto. ¡Somos afortunadas!

—¿Crees con sinceridad que somos afortunadas?

La conversación hasta aquí había ocurrido casi sin pensar

mientras comían, en cambio, con la pregunta de Toñi por

primera vez Bea se sintió descolocada. No lo había

considerado. Por eso dejó los cubiertos sobre el plato, bebió

un sorbo de vino y se recostó en el asiento. Toñi siguió con

el desayuno sin dejar de observarla.

Entonces, en unos pocos minutos de estar en silencio, a

Bea le pareció que esta vez, su apabullante soledad le había

jugado una mala pasada a pesar de no golpearla durante esos

últimos días. Centrada en sus lecturas y andares por internet

no había sentido su aislamiento. Le pareció que la pregunta

de Toñi respecto a ser afortunadas o no, estaba dirigida no

solo a ellas mismas en su individualidad, sino que su amiga,

seguro dio vueltas a la cabeza por la razón del cómo sufrirían

sus seres queridos con esta situación. ¿Padecerían ellos de

alguna manera?

De pronto aterrizó en su realidad. Ella creía no agravar a

nadie porque tampoco interesaba. Optó por devolver la

73


pregunta a Toñi, no con la intención de salvar su respuesta,

sabía que tendría que explicarse, sino con el objetivo de

asegurarse de que la duda de Toñi fuera encaminada, como

ella sospechaba, por lo de las relaciones familiares.

—Considero que sí, que lo somos, y tiene su explicación.

Si bien antes de responderte, me gustaría conocer primero tu

opinión por esta oportunidad de vida.

—¡Por supuesto que me considero afortunada! A

sabiendas de que por la parte biológica no corremos riesgos

en la primera etapa, y dando por sentado que tengo algunas

dudas pendientes de aclarar respecto a la maternidad,

menopausia y lo que vaya surgiendo, pues sí. Con el paso de

los días lo he considerado un privilegio por el cual sentirse

dichosa. En cambio, por más que me pregunto, no encuentro

una respuesta satisfactoria al hecho de que llegado el

momento, cómo solventaré las situaciones familiares que se

vayan presentando. Ese es el tema que me tiene en ascuas.

No me parecen momentos normales los que nos tocarán vivir

con el seguimiento de nuestra gente más cercana

envejeciendo, enfermando y muriendo.

»Me preocupa cuando yo tenga noventa años y mi hija

con sesenta esté más deteriorada que yo… Esas cosas me

inquietan Bea. ¿No has pensado en ellas? ¿Podré hablarlo

con mis hijos? ¿Lo entenderán?

—La verdad Toñi que cuando has lanzado la pregunta,

bueno… he tenido que parar, porque en realidad, es lo que

me ha pasado. Me he quedado paralizada. Hasta ahora

hablando contigo no había tenido en cuenta mi situación. Y

es que Toñi, debo confesarte que estoy sola. Vivo en total

aislamiento. Impuesto por mí misma, de acuerdo, pero es así

como existo. Por tanto, acabo de comprender, que por esa

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razón, no he precisado hacerme ciertas preguntas con las que

tú te has enfrentado.

»¿Te respondo ahora? ¡Claro que me siento afortunada!

Sin embargo, al caer en la cuenta en este instante en que la

emoción de satisfacción está apuntalada sobre la base de la

soledad elegida, entonces… No sé qué creer. Me siento mal.

—Pero, ¿por qué dices estar sola? ¿Y tus padres, tu

hermano, Isabel?

—Sí. Ellos existen y están ahí. Almuerzo con la familia

algún que otro domingo. Si los necesito sé que responderían,

al igual que todos saben poder contar conmigo, pero el

vínculo de… Yo me encargué en su día de estropearlo todo.

Aquellas razones mías que recordarás, de las que me

convertí en abanderada y que en su día me parecían

ingeniosas proclamando que el amor era una tontería las he

pagado con desolación, porque en el fondo no lo consideraba

así. Era una estupidez. Con esa chorrada me suponía una

brillante filósofa. ¡Vaya mierda de teoría!

Toñi respetó aquella confesión en silencio mientras

tomaba el café. Se preguntaba si Bea de verdad habría

cambiado tanto como para expresarse de esa forma tan

alejada de sus usuales maneras hirientes.

—¿Y tú por qué hablas de tu hija o de tus hijos tan

convencida? ¿Es un plan inmediato?

—No es una propuesta de ahora mismo —respondió Toñi

mientras dejaba la taza en su plato—. Ni para dentro de un

mes o dos, no lo sé. Lo que sí tengo claro es que, en un

periodo de tiempo razonable me apetecerá tener mi familia.

Bea fue directa al preguntar.

—¿Sales con alguien?

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—Sí. Estoy saliendo con Ramón. Te acordarás de él.

Terminó su carrera de medicina y trabaja en el equipo de

neurocirugía del Hospital Universitario.

—¿Estás hablando del Ramón que me invitaba al cine y

me ponía zancadillas?

—Pues ese mismo, Bea. Ya sabía que desde que lo

supieras saldrías con una de las tuyas.

—Uy, disculpa Toñi, no te puedes enfadar por esa

tontería. ¡Por favor! No me lo tengas en cuenta —lo suplicó

uniendo las manos en señal de perdón.

Toñi ignoró la disculpa y continuó.

—Siempre te dije que era un buen chico. Se convirtió en

una excelente persona y es un gran profesional. Además, es

muy guapo y nos está yendo bien.

—¡Ala!, pues me alegro mucho por ti, bueno, por los dos.

Lo digo en serio.

—En fin Bea, retomando la historia que nos ocupa, el

caso es que me inquieta cómo llegaremos a manejar los

temas referidos a la familia, las personas cercanas, los

amigos, los compañeros de trabajo, la gente que nos rodea…

—Creo Toñi que no nos tenemos que preocupar de eso

ahora. Cuando necesitemos orientación, seguro que los

médicos de esos equipos tan supersónicos nos sabrán de

sobra encauzar bien. Ya escuchamos al doctor que nos

ofreció todo el apoyo que necesitemos. Por otra parte, ¡solo

tenemos veinticinco años! Cuántas veces no hemos oído

decir lo de «si yo tuviera tu edad con la experiencia que

tengo ahora». Pues esa experiencia la alcanzaremos de sobra

y será una ventaja en nuestro caso. Dentro de treinta años

nosotras contaremos con ella, y con la información que

tenemos ahora, seguro habremos planeado el futuro con todo

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lo que nos va a quedar por vivir. Para entonces será cuando

nuestra gente cercana comenzará en la depauperación física

que los llevará antes o después a morir. Estoy de acuerdo

contigo en que ese periodo será el tiempo más complicado,

sin embargo, igual pienso que no debemos adelantarnos. No

tenemos ni idea de dónde estará para entonces el grado de

desarrollo alcanzado por la ciencia.

—Quizás en esa época habrá muchas más personas

implantadas y será del conocimiento de la sociedad,

podremos hablarlo y todos lo entenderán —quiso animarse

Toñi.

—Exacto. Por mucho que pretendamos prepararnos ahora

para cuando llegue ese momento, no tenemos referencias de

cuál será la situación entonces, por lo que al respecto creo

que, ahora, no deberíamos insistir en ello ni preocuparnos en

exceso.

—Estoy de acuerdo. Tienes razón Bea. Dejarlo correr.

Tiempo al tiempo.

—Y a partir de superado ese instante —retomó Bea

hablando como para sus adentros— en el que convengo

contigo que será el más complicado por doloroso, se supone

que habremos arribado a esa segunda etapa por vivir de la

que sí podremos hacer planes desde bastante antes.

Habían terminado el café, les trajeron servido un licor y

Toñi pidió la cuenta que Bea insistió en pagar con su tarjeta.

Mientras la camarera fue en busca del datáfono, Bea habló

de volverse a ver.

—Bea, tenemos la reunión en tres días con el doctor

Rafael y sus hijos. Ya veremos de ahí qué más sale. No

olvides anotar todo lo que te parezca una duda. Yo como te

dije le preguntaré sobre la maternidad. Y ya veremos…

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78


Capítulo 9

La segunda reunión con los médicos fue diferente en el

sentido de que ellas se mostraron esta vez ecuánimes y algo

más seguras. El doctor Rafael entendió el estado de las dos

mujeres como buena señal suponiendo de que habrían

quedado para hablar. Valiéndose de esa intuición dio inicio

al encuentro preguntando.

—Y bien chicas. ¿Cómo han ido estos días? ¿Han

conversado entre ustedes? Cuéntennos.

—Sí claro. Por supuesto hablamos mucho.

Intercambiamos inquietudes. Normal. ¿No? Yo estuve

leyendo la Biblia y como es lógico navegando por internet.

—¿La Biblia? —interrumpió sorprendido el doctor

Francisco.

—Sí. Recordaba de los tiempos de catequesis los pasajes

que cuentan de todos aquellos hombres que vivieron

tantísimos años, el que más Matusalén con novecientos

sesenta y nueve. Así que me interesó repasar los evangelios

y los releí un poco.

—En cualquier caso, ustedes no vivirán tantos años —

dijo Rafael sonriendo—. De todas formas, tampoco

deberíamos sorprendernos en exceso por llegar a los ciento

cincuenta. Claro que a fecha de hoy más de cien años nos

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parecen mucho, pero la realidad es que en la actualidad vive

un señor con ciento diecinueve. La esperanza de vida va

aumentando. Creo con firmeza que en algún tiempo lo de

cumplir cien años y algo más no será tan relevante. Sin que

se llegue a hablar mucho del tema podríamos decir que nos

encaminamos hacia una revolución de longevidad. Por andar

en ese camino, es el motivo por el que investigamos y

trabajamos en el desarrollo de la ingeniería genética y de la

medicina regenerativa. Vamos, que no debería de sonar tan

a chino como de entrada puede parecer.

—Si claro —dijo Bea—. Lo hemos hablado y estamos de

acuerdo, pero aquí lo novedoso es que no envejeceremos a

partir de los cincuenta. No llegaremos a ser mujeres viejas y

después ancianas, físicamente hablando, y eso es

inquietante… Cuesta imaginarlo. Pensad: «Viviré muuucho

tiempo, pero nunca veré en el espejo mi imagen de una mujer

con el rostro descolgado o una ancianita». Raro ¿verdad?

—En este proyecto por supuesto que lo novedoso es que,

a través de un implante portador de marcadores genéticos

programados, susceptibles de actualización, se consiguen

todos esos años de vida con calidad y no mostrarán signos

de envejecimiento. Además, como ya les dije, estaremos

pendientes de lo que pueda incidir en estas actualizaciones

el medioambiente.

—En este punto doctor nos gustaría que nos hable acerca

de la maternidad y la menopausia. ¿Cómo será ese proceso?

—Sabía que llegaría la pregunta estrella. No les comenté

del tema a propósito porque me pareció prudente que

primero tuvieran la información comprendida en un todo,

para ahora aclarar ese punto tan importante. Tal como les he

explicado, los primeros cincuenta años de vuestras vidas,

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qué son estos ya vividos más los próximos veinticinco que

tienen en adelante, son el periodo en que el proceso de

desarrollo de madurez física y también de envejecimiento

ocurrirá de manera natural. Así ha sido hasta ahora y

continuará sucediendo con absoluta normalidad. Ustedes en

estos momentos están en la plenitud de la edad fértil y podrán

tener sus hijos hasta que aborden la menopausia que es parte

natural del proceso. Saben que ese estado suele ocurrir en la

mujer de manera progresiva por los cambios hormonales, y

aparecen las señales entre los cuarenta avanzados y los

cincuenta y cinco más o menos. En el caso de ustedes lo

pasarán igual que todas las mujeres y llegados a este punto

es cuando dejarán ya de envejecer.

—O sea que tendré que sufrir lo de la gordura y los

calores como mi madre y las ganas constantes de hacer pis

—interrumpió Bea mientras todos reían por sus arranques—

. Caramba don Rafael, con tanta noticia divina que me había

dado y de pronto me dice esto. ¡Qué decepción!

—Bea, las formas… córtate un poco ¿vale? —le gruñó

Toñi.

—Pues sí Bea. Pero mira el lado bueno. A continuación

vivirás cien años más sin sangramientos mensuales, ni

dolores de ovarios, ni malestares derivados de ningún otro

cambio hormonal. Y antes que todo eso podrás tener hijos

como tu madre. Ahora bien, aquí quiero recalcar que tengan

este aspecto en cuenta bien claro, en el sentido de que será

esta la única oportunidad de tener hijos propios. Debo insistir

en que lo hayan entendido porque no pueden pensar que

como tienen tantos años: «dejo lo de la familia propia para

más adelante…» Con lo cual Toñi no pasa nada. Puedes

tener tus hijos ahora mismo o cuando lo decidas. Irá bien

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siempre que sea antes de la menopausia como todas las

mujeres. ¿Queda claro?

—Ok. Esa era la preocupación. Siempre he querido ser

madre y formar mi propia familia, aunque lo inquietante

ahora ante esta noticia y que estuvimos hablando nosotras

hace días, es que tendremos que vivir un periodo de tiempo,

en que supongamos que tengo una niña ahora. Llegará el

momento en que yo con noventa años, luciré una apariencia

más joven que mi hija con sesenta. Eso, doctor, me resulta

imposible de imaginar y no lo sabría gestionar. Por otra

parte, ¿de qué manera voy a conseguir seguir viviendo? Mis

hijos morirán antes que yo. Tendré además que sufrir la

pérdida de mi marido, de mi hermana… ¿Y yo congelada

desde los cincuenta? Este es el punto que más loca me tiene

la cabeza. Por más que lo pienso no sé cómo gestionaré en

lo adelante esa situación sabiendo que ocurrirá.

»Estoy tan desconcertada en ese sentido que he llegado a

creer que si va a ser así, quizás mejor no casarme y mucho

menos tener familia.

—Toñi todo eso que estás sintiendo y les tiene

confundidas como dices es normal —intentó aliviarla el

doctor—. ¡Claro que es muy confuso! Yo también me haría

esas preguntas. Ya he reflexionado en la situación tal cual

antes de hablar con ustedes. Daba por hecho que este sería el

razonamiento. Con todo, ahora mismo solo puedo animarte

y llevarte por el camino siguiente: A fecha de hoy no

sabemos con certeza científica, ni tampoco podemos

adivinar, cómo será la vida con miras hacia un futuro de

sesenta años. No sabemos los acontecimientos por venir

desde el punto de vista ingeniero científico. La tecnología

está evolucionando muy rápido. Ya hay vehículos que se

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conducen solos. En pocos años será normal ver coches sin

conductor rodando a nuestro lado. Yo vi el año pasado uno

de esos circulando y pasar a mi altura mientras iba dando un

paseo con mi hija por San Francisco. Claro. Me detuve a

mirarlo bien. Lo seguí con la vista cuando se paró en el

semáforo y después dobló hasta que lo perdí. Fue entonces

cuando me di cuenta de que para el resto de todos los

andantes era algo habitual. No se percataban porque hay

muchos. Es normal y por eso nadie se detuvo a mirarlo como

sí hice yo.

»Ahora mismo ya existen robots para todo. Casas

inteligentes equipadas con lo que podemos necesitar y hasta

con lo que ni imaginamos. La tecnología cada vez se

desplaza más en el espacio. Y como todo va tan rápido no se

sabe. Tampoco puedo predecir si en treinta o cuarenta años

habrá muchas más personas con el microchip como ustedes.

¡Quién lo sabe! Pregunto: ¿y si así fuera?

»Ese tema que nos preocupa acerca del cómo gestionar

las pérdidas en el futuro, solucionar determinadas preguntas

de evidencias… pues en este instante solo se me ocurre

responder que, a lo mejor, para entonces, puede que nos

manifestemos de una forma más avanzada y, por tanto,

viviremos con otro prisma. Quizás ya sean puntos

establecidos, bastante más cercanos y seguro que los

trataremos con la costumbre que corresponda a la época y

fluirán con normalidad.

»Si lo analizamos ahora del lado contrario, o sea,

ubicarnos en el peor de los casos: supongamos que la

sociedad se quedó estancada. Cero progresos. En la reunión

pasada les hablé de tener siempre a vuestra disposición los

servicios de un equipo experto, que serán personas

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preparadas para ofrecer las herramientas que consideren en

el enfrentamiento a esos acontecimientos.

»No soy yo quien debo decirles qué pensar o no. Lejos

estoy de pretender dirigir el rumbo de los pensamientos. De

cualquier manera, por experiencia y por edad, sí puedo

aconsejarles que de momento y por largo tiempo, no se

amarguen dando vueltas sobre ese futuro. Deducir acerca de

unos acontecimientos dolorosos puede exponernos al

sufrimiento, cuando es probable, que lo que intuimos ahora

no se parezca en nada a lo que ocurra llegados a aquella

futura realidad. Toñi, en especial tú quién eres la que observo

más alarmada al respecto, no adelantes acontecimientos,

porque lejos de disfrutar lo que puede ser tu gran vida, te

liarás y la pasarás sobrellevando un futuro desconocido. Eso

es un sin sentido.

—Es cierto don Rafael. Creo que usted tiene razón.

—Además, siempre nos quedará la mentira de que nos

hemos sometido a muchas cirugías —volvieron todos a reír

con la salida de Bea.

Entonces intervino Carmen.

—Me pongo en el lugar de ustedes. Desde el punto en que

estamos que se percibe que ya tienen la situación un poco

más clara, controlada y digerida, opino que deben continuar

cada una con su vida como si nada se les hubiera informado.

Sigan con vuestros planes. ¿Qué conseguirán viviendo

preocupadas en búsqueda de respuestas cuando aún no hay

certezas del futuro que nos espera? Chicas, tienen una

oportunidad que no tendrá mi padre, ni acá Francisco, ni yo.

Los seres humanos al vivir buscamos de forma intuitiva la

felicidad porque es una meta que nos encaprichamos por

alcanzar de una manera voraz. En cambio, ustedes ahora

84


poseen lo más importante: tiempo. ¡Y lo saben! ¡Es una

certeza! ¡Tienen tiempo con calidad de vida! ¡Aprendan a

desarrollar el arte de vivir! Les aseguro que ¡ya me gustaría!

Y de verdad eso no se los puedo enseñar yo ni nadie. Esa

senda pasa por cada una de ustedes en sí mismas. ¿Tienen

dudas? Normal. Nosotros como investigadores también las

tenemos. Pero demos la oportunidad al tiempo de que sea él

quien nos vaya ofreciendo respuestas. Por el contrario, no

elijan atormentarse con incertidumbres porque eso

desvitaliza la mente. Fórmense para buscar la quietud, el

sosiego, y eso comienza aquí —señaló su propia cabeza con

el índice—. Concentrarse en que ahora mismo lo que está

ante sus narices, es que son una mujer joven, guapa, con una

salud estupenda y una vida prometedora por delante que

andar con muchas garantías y con una biología insuperable.

—¿Y si después no resulta así? Aunque queramos

disfrazarlo y manifestarnos optimistas esto es un proyecto,

es algo en estudio. Demos por hecho que hasta los cincuenta

años o poco más es como si nada hubiera pasado, pero ¿y si

después no resulta ser lo previsto?

—Entonces Toñi el proyecto habría sido un fracaso —

intervino Francisco—. Todo el esfuerzo y el estudio

empleado, que no pueden ustedes ni nosotros tampoco

imaginar no habrá servido. El resultado para la ciencia sería

un auténtico fracaso y muchos pasos atrás. Seguramente en

ustedes y otras personas implantadas podrá ser el

desmoronamiento de proyectos y sueños planeados. En ese

caso, continuarían envejeciendo como ocurre a todos, con el

proceso biológico en desarrollo igual que cualquier

individuo. Con el tiempo te dirías «aquí no ha pasado nada»;

si bien, estamos seguros de que este no es el caso.

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Carmen les explicó que ya no abrían más reuniones.

—Volverán a recibir la carta de citación sobre los

cincuenta años para un nuevo encuentro.

En este punto los presentes miraron al doctor Rafael que

les dedicó una sonrisa y continuó:

—Como ya les hemos aconsejado, ahora lo que toca es

continuar con vuestra vida con total normalidad a sabiendas

de que, en caso de que alguna prueba médica diera un

resultado que pudiera ser alarmante lo sabríamos. De

inmediato nos pondríamos en contacto. Del resto solo queda

decirles que adelante, que vivan, disfruten y no dejen de

considerarse afortunadas. Al respecto de esta información,

solicitamos de ustedes firmar este contrato de

confidencialidad debido a lo conveniente de mantener el

tema en silencio por lo que ya hemos hablado. Aquí tienen

el comprobante identificativo del implante que poseen cada

una. También nuestras tarjetas por si nos necesitaran. Y nada

más. Por nuestra parte solo queda desearles suerte.

A la salida se despidieron en el aparcamiento con dos

besos y acordaron en llamarse para dentro de unas dos o tres

semanas.

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Capítulo 10

Podrá parecer curioso, pero ocurrió que el día siguiente a

la reunión con los médicos, para cada una de estas mujeres

fue un día como otro cualquiera. Ambas retomaron su rutina

con absoluta normalidad.

Desde entonces, Toñi cada día al centro médico y Bea al

Ayuntamiento. Nada cambió. Solo con el paso de los días se

destacó un detalle en ellas que delataba lo que podía haber

incidido aquella información que marcaría un antes y un

después. Toñi comenzó a mostrar más interés por su relación

con Ramón, animándose ambos en la búsqueda de una casa.

Bea se sorprendió a ella misma, pues estuvo navegando en

internet mirando acerca de las opciones para ser madre

soltera, cuando hasta ese momento, nunca había

contemplado la maternidad.

De pronto, a su vez, dejó de pensar en Toñi, ni en la

amistad, ni en cómo recuperarla. Había comprobado en los

recientes encuentros, que Toñi estaba transformada en una

persona diferente a la que fue su amiga. Ahora era una

profesional valorada. Una mujer fuerte con las ideas claras

que quería tener su propia familia.

A Bea los años de soledad le habían conferido el don de

la paciencia. Se daba cuenta de no ser ya una chiquilla

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impertinente y caprichosa desesperada por lo que quería. Así

de inmediato tuvo claro, que por el momento, a Toñi no la

podía contemplar en sus planes ni siquiera como amiga.

A la entrada de su apartamento en el recibidor, lucían

algunas tablillas decorativas de estilo vintage con frases

motivadoras a las que era muy aficionada. Desde que se

alquiló el apartamento, Isabel le regalaba alguna nueva por

cada cumpleaños y hasta se encargaba de colocarla. La

primera fue: «La persona más importante de mi vida soy yo

misma». La siguiente decía: «Mientras encuentras lo que

buscas ¡sé feliz con lo que tienes!». Con esos obsequios, a

Bea, desde el primero, le pareció entender que la hermana la

dirigía a que leyera entre líneas. No le daba mayor

importancia y sí las gracias.

En el último aniversario mientras andaba por la cocina

preparando un café, Isabel se había ocupado de colgar una

nueva tablilla que Bea descubrió más tarde, cuando al cerrar

la puerta al despedirla y darse la vuelta, se enfrentó a la

siguiente frase: «Hay momentos en la vida que son

especiales por sí solos. Compartirlos con personas que

quieres los convierten en momentos inolvidables». Recibió

el mensaje como una indirecta bien directa… Le pareció

personal y muy sugerente.

En estas nuevas circunstancias, y sobre todo, tras haberse

convencido del no interés de Toñi por ella, Bea se planteaba

por primera vez muy seriamente dedicarse con esmero a sí

misma. En la última reunión, la doctora Carmen había

referido que entre sus manos tenía algo muy valioso que no

poseían otras personas: tiempo. Con esa referencia rondando

desde entonces, cada día al entrar en casa se detenía ante las

tablillas tomando conciencia en que no podía esperar la

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llegada de cosas buenas solo por obra y gracia del espíritu

santo. Iba considerando que, en efecto, ese tiempo que le

había regalado el azar lo tenía que aprovechar.

Al siguiente domingo se dirigió al monte. Había

aprendido de su hermana que una larga caminata la ayudaba

a meditar y escapar cuando quería desahogarse. Desde aquel

día de la comunión de Lizi en que tomó la equivocada

decisión de dejar plantada a su amiga, y que fue el motivo

que provocó la ruptura de la amistad, Bea había vuelto por

aquel sendero algunas veces siempre sola. Ese día necesitaba

de un buen pateo hasta agotarse. Allí era libre para gritar de

rabia o placer, llorar, dar vueltas a la cabeza y tomar

decisiones.

Desde hacía una semana sus elucubraciones no paraban

de indicarle que tenía que poner punto final al absurdo

aislamiento que se había impuesto ella solita. Esta vez,

mientras andaba, se convenció de que por fin debía hacer

algo por integrarse a su familia. ¿Qué sentido tenía continuar

así? Pasados tres años en que se había ido de casa, apenas

almorzaba con ellos algún que otro domingo. Se comportaba

igual al Blas del refrán que desde que termina de comer se

va. Percibía darse cuenta de que, a excepción de algún

detalle puntual de lo que contaba Isabel, y a los que por

cierto, ni siquiera prestaba mucha atención, apenas sabía

nada de la vida de su hermano. Desconocía si le iba bien o

no en el matrimonio. Casi tiene que esforzarse para recordar

cómo le llamaban a su sobrino y se reprochó no haberle

acariciado apenas. Se cuestionó no estar enterada de saber

en qué trabaja su hermano y mucho menos su cuñada.

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¿Y sus padres? De ellos sabe que están bien. Punto.

Cuando los ve llega justo a tiempo de sentarse a la mesa y la

conversación la recuerda igual.

—¿Cómo estás, cariño? —pregunta con la que se inicia

su madre.

—Bien, ¿y ustedes?

—Ahí vamos.

—¿Y el trabajo?

—Igual que siempre.

—Ponte más ensalada —ella ignoraba la propuesta.

—¡Qué rica la paella mamá!

—Gracias, hija, pero come un poco más que estás muy

delgada.

—No, es suficiente.

A la llegada de los postres a la mesa se despide porque

siempre está a dieta. Dos besos a mamá y papá y para el resto

los lanza al aire. Ese es todo su contacto familiar. Pero ahora

llora. Se dice y se repite que se acabó, que no puede

continuar así.

Hace un rato, cuando se asomaron estos pensamientos se

había sentado sobre una piedra enorme. Ahí permanece. Con

las manos se tapa el rostro y no ha dejado de llorar. Es ese

llanto que brota resultado del empuje de un borbotón de

sentimientos… También ha gritado. No se ha dado cuenta de

que por el camino viene un perro adelantando a una pareja

con un niño. Al llegar a su altura, a la mujer le ha parecido

entender que esa joven está desamparada. Se acerca con

cuidado.

—Mira, ¿andas sola? ¿Necesitas ayuda? ¿Estás bien?

Bea levanta la cabeza y entre lágrimas pregunta.

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—¿Usted sabe si su madre está al día con las analíticas, o

si a su padre le dan calambre por las noches?

La mujer se sienta a su lado con la mirada entristecida.

Parece haber adivinado el motivo del sufrimiento de la chica.

—Bueno cariño, mamá falleció hace un par de años. A mi

padre sí lo acompañé justo la semana pasada al gran

pinchazo como él llama a los análisis. Fíjate, hay que tener

en cuenta que después debes esperar diez días para el

resultado. Pero a esa consulta, yo al menos suelo ir sola por

si acaso… ya sabes… Y sí. Igual que a todos los viejos le

dan calambres en las piernas. No obstante come plátanos y

eso le alivia o eso dice él. Sin embargo, por lo que veo tu

caso es mucho más sencillo.

Solo tienes que ir a verlos y preguntarles por lo de la

analítica. Y la próxima vez, aunque sea la primera, tú los

acompañas al gran pinchazo. ¡Verás qué pronto se

acostumbran a que los lleves! Se sienten seguros.

Bea miró a la mujer a los ojos y con el rostro mojado de

lágrimas sonrió diciendo —Eso haré. Seguro que lo haré. Se

lo prometo.

—Entonces, ¿ya estás bien? —preguntó la mujer con una

dulce sonrisa.

—Creo que sí. Gracias.

—Perfecto. Te dejamos sola con tus nuevos planes con la

familia y si me necesitas corre un poco que voy andando

delante de ti.

Siguieron caminando y el niño se giró un par de veces

para saludar.

Bea se fue tranquilizando y hasta sonreía mientras se

marcaba sus nuevos proyectos familiares.

91


Respecto a Isa, sabía que su hermana atravesaba

momentos complicados con su pareja. Tenía dificultades,

pero ella desconocía qué pasaba en realidad. Así que se dijo

acercarse a su hermana dispuesta a ayudarla en lo que fuera

necesario.

Respiró concluyendo, «ya esto es algo por dónde

empezar». Era su primer proyecto y se dijo: «Poco a poco

Bea, todo cambiará».

Regresó al apartamento satisfecha con el sentir de que el

día le había rendido de manera positiva. Eran muy especiales

esas caminatas y esta vez estaba reiniciada como decía su

hermana. Dedicó tiempo a organizar un plan que pareciera

natural y espontáneo para verse con Isabel hasta que triunfó

el sueño.

A la mañana siguiente, desde que tuvo un momento libre

en la oficina, la llamó para invitarla a comer a su

apartamento el viernes. Le insistió en que viniera sola y

conversar con tranquilidad sin «moros en la costa». Cuando

Isabel llegó Bea estaba en la ducha así que tuvo que esperar

sentada en la escalera.

—¡Ala! Con lo poco que vengo y te pillo duchándote.

—Sí, pobre. En cualquier caso no volverá a ocurrir

porque te daré una llave. Espera un momento que me ponga

un vaquero y estoy contigo.

Isabel quedó en el pequeño salón algo descolocada

cuando se encontró una mesa bien preparada que invitaba a

pasar un agradable rato, y de guinda, lo del ofrecimiento de

la llave. Al instante apareció Bea que muy amigable pidió a

su hermana que la ayudara a llevar cositas a la mesa.

—¿Qué cositas? —preguntó.

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—Cariño, cositas ricas que he preparado para nosotras.

Pretendo pasar un rato agradable contigo. Charlar y bebernos

un buen vino. ¿Qué te parece este? Toma, llévalo tú con esto

para que se nos mantenga fresquito.

Se sentaron a la apetitosa mesa que invitaba al inmediato

picoteo a la vez que se preguntaban por el clásico qué tal

andas. Isabel estaba demasiado intrigada y preguntó:

—¿Qué te ha pasado para que se te ocurra preparar esto?

—Pues nada especial y al mismo tiempo muchas cosas

que ahora te contaré.

Entonces ocurrió que, entre pinchos de quesos, jamón,

unas croquetas, ensalada y algunas copas de excelente vino,

se fue «rompiendo el hielo» y creando un ambiente

estupendo, que las arrancó en la expresión de muchas

palabras y demasiadas cosas pendientes por decir. Así de

pronto, fluía una conversación relevante que hacía falta entre

las gemelas. Hablaron con el corazón y sonrieron con el

alma.

Con ese escenario llegó la oportunidad de Bea, la que ella

deseaba y para la que se sabía preparada. Se confesó con su

hermana acerca de sus sentimientos. Explicó reconocerse

una persona que vive en automático.

—Llevo un tiempo repasando el cómo he gastado la vida

y estoy asustada. Me reconozco un ser tóxico que he hecho

daño y ocasionado dolor a la familia, en especial a ti. Incluso

siento vergüenza porque en algunos momentos, de esos

complicados, cuando peor me mostraba, yo me daba cuenta

del daño que hacía. Llegué alguna vez a pensar que estaba

poseída por un espíritu tipo alíen que usaba mi cuerpo y mi

cerebro para hacer de las suyas… No sé si eso puede ser o

no, y tampoco sé con exactitud qué fue lo que me empujó a

93


tomar la decisión tan radical de aislarme como he hecho. Lo

que sé, es que de alguna manera, en el fondo estaba segura

de no querer seguir por aquel camino de vivir cortando

sentimientos con una navaja. Así que quizás por esa certeza

me aislé, supongo que por no saber gestionarlo de otra

forma. Han pasado unos años.

»Durante un tiempo me estuve viendo con un psicólogo,

y aunque no fue en principio en plan terapia porque nos

habíamos hecho amigos y nos gustaba estar juntos por las

tardes a charlar… el caso fue que terminó dándose cuenta de

que yo necesitaba ayuda. Estuvimos bastante tiempo

quedando a conversar con un café. Tengo que agradecerle

que me atendió de una manera tan inteligente y sutil, que

hasta muy adelante no me di cuenta de que estaba en sesiones

terapéuticas entre cafés y comidas por los bares. Así que sí,

fue terapia en toda regla aunque no fuera en consulta. Me

ayudó mucho.

»Un día, cuando me habló de la empatía, le dije que

escuchaba esa palabra por primera vez. ¡Qué vergüenza! Fue

él quien me explicó que era imprescindible que aprendiera a

colocarme en el lugar de las otras personas para que dejara

de ocasionar daño. Me llevó a entender que desde que fuera

capaz de hacerlo, cambiaría mi forma de relacionarme. Me

insistía en que yo también podría disfrutar del intercambio

con otras personas. Me trataba como si yo fuera una niña

chica. Te confieso que a la primera esos razonamientos me

sorprendían.

»Ahora mismo Isabel, ya no soy vulnerable a las

opiniones de otras personas. Siempre tuve el coraje de hacer

lo que me daba la gana, pero en el fondo, contigo, con mamá

y papá, me quedaba con cargos de conciencia. No sé si me

94


estoy explicando bien… La suma es que puedo distinguir el

comenzar a aprender, a dirigir la mirada a mi alrededor con

otra perspectiva. Me apetece descubrir y alcanzar más allá

de lo que tengo delante de los ojos.

»Estoy trabajando en desarrollar la habilidad de no actuar

al primer impulso, a dominar mi enfado, y no creas, me ha

costado un dedicado esfuerzo personal. En la oficina lo

notan. Hasta hay una chica de más confianza que me lo ha

comentado hace poco como un halago y un cambio positivo.

Ahora mismo estoy en condiciones, y en ese momento en

que quiero pedirte que estés a mi lado. Me apetece que

desarrollemos esos poderes telepáticos que seguro tenemos

dormidos —ambas rieron—. Que estemos unidas, que

podamos escucharnos, que pensemos juntas y seamos más

que amigas unas auténticas hermanas gemelas. Siempre te

he querido. Solo que era incapaz de verbalizarlo. Ahora, en

cambio, necesito dirigirme a ti para confesarte de corazón lo

mucho que te quiero.

—No sé qué decir —Isabel lloraba—. Me sorprendes

tanto que…

—No digas nada. Solo escucha. Espero que tú desees esto

tanto como yo. Tendremos que aprender cosillas la una de la

otra seguramente, porque lo que debió de ser natural entre

nosotras, por mi culpa, fue algo que ha quedado aparcado

desde que éramos unas niñas. Ahora opino que tenemos que

volver a crear hábitos. Me han dicho que todo comienza en

la mente y esta conciliación me hace tanta ilusión… Estoy

muy esperanzada en que si ambas queremos, consigamos la

relación que siempre tendríamos que haber disfrutado.

»Y no solo entre nosotras. Preciso de tu ayuda. Me

gustaría y te ruego por favor, que me apoyes también a

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acercarme a mamá, a papá y a toda la familia. Ya es hora de

que me entere qué se siente cuando se es querida y que

aprenda cómo trasladar mi amor a la gente cercana.

»Estoy harta de ser una persona desgarrada, tensa e

irritada. Se acabó Isabel. Llevo tiempo trabajando con mi

mente para que me ayude a ir por el lado agradable de la

vida, acercarme a las personas que quiero y poder

evolucionar hacia la serenidad.

»Desde ahora dependerá de nosotras hasta donde

queramos llegar. Por mi parte te aseguro que quiero ir todo

lo lejos que sea posible. Deseo que nuestra relación sea

nueva como si la estrenáramos. Una verdadera amistad entre

hermanas. Que podamos recibir y darnos todo el amor que

nos debemos. Sí, que no te suene extraño escucharme hablar

de amor porque me apetece al fin hacer caso a mamá y

entregarme a él como ella intentaba explicarme. Deseo más

que nunca sacudirme la nostalgia por todo lo que me he

perdido, por lo que nos hemos perdido las dos.

»No necesito ni quiero elegir amigos nuevos ni diferentes

porque te tengo a ti, y tú eres mi imprescindible. Estoy

segura de que hasta podremos descubrir cosas de nosotras

mismas que no hemos tenido la oportunidad de ver o sentir.

Aprovechemos la ventaja de estar conectadas y saber que

encajamos. Es posible que tenga a cada rato que reiterar mi

perdón por las mil putadas que te hice, por lo que sufriste por

mi culpa, y así será si es necesario. Aunque lo cierto es que

prefiero que aceptes mis infinitos perdones ahora mismo y

entre las dos, demos por zanjado todo lo desagradable

ocurrido. Me parece ideal para reiniciarnos y amarnos de la

manera correcta. Estaría genial que el tiempo que guarda la

extraña relación nuestra hasta ahora, no contara. Sería ideal

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que se congele, se derrita y desaparezca. Quedaría fantástico

porque me apetece que, desde ya, solo cuente entre nosotras

el amor. Y deseo convertir todo esto que siento extensivo

para nuestra familia. —Bea buscó la mirada de su hermana,

dirigiéndole una sonrisa y abrió los brazos—. Pero hija mía

dime algo. ¿Nada más sabes llorar? ¿Qué significa tanto

llanto?

Isabel se lanzó emocionada a los brazos de Bea que la

recibió en un abrazo espléndido. Se habían levantado y allí,

en pie, estaban entre risas y lágrimas de colores felices que

anunciaban el comienzo de una nueva etapa para ellas. Se

abrazaban, se miraban y reían, todo al mismo tiempo.

Estaban confundidas y eufóricas. Isabel, en un grito de

alegría dijo —¡Tenemos que brindar! —y se dispuso a llenar

las copas.

Volvieron a sentarse una frente a la otra, y mirándose a

los ojos acuosos de lágrimas brindaron por ellas.

—Pudiste haberme adelantado algo sobre esta sorpresa.

Doy gracias a Dios por nuestra juventud porque creo estar a

punto de que me dé un infarto. La verdad es que nunca había

pensado en que llegara un momento tan feliz. ¿Qué decirte?

Lo primero es que no tengo nada que perdonarte. Te he

querido siempre tanto, qué por grande que fuera tu trastada,

a los dos días yo la había olvidado. En los peores momentos

me iba al monte a terminar de curarme. Ya sabes que

desconozco el rencor. Con ese sentimiento me ocurre igual

que lo que te pasó a ti con lo de la empatía. Sé del

significado, claro, si bien es una emoción que me es ajena.

No lo he tenido jamás por nadie, así que mucho menos lo iba

a sentir por ti.

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»Por eso, como dices, estoy de acuerdo en que dejemos el

pasado donde esté. Es pasado. Que se diluya en el tiempo

porque no volveremos al tema nunca más. Así es como si no

hubiera existido. De esta forma acordado entre nosotras, aun

cuando discutiéramos, todo lo desagradable queda diluido y

no ha ocurrido nada.

»Sobre la familia, por supuesto que tendrás todo mi apoyo

para integrarte. Lo haremos poco a poco y no de un tirón

como has hecho conmigo. Se trata de conseguir de manera

discreta que ellos se den cuenta a raciones sobre tus

novedosos propósitos. Te ayudaré a que no perciban tu

acercamiento como algo planeado o sospechoso. No tienen

que notar que has pedido auxilio. Les hará felices verte

comportar con naturalidad entendiendo que sale de tu

corazón, porque, además, en definitiva, es que así ha sido.

De manera sosegada es como ellos lo deben de recibir. Ya

sabes que el más duro de pelar es Joaquín, pero con guiños

y cariñitos conseguirás camelártelo. Del niño nada te digo,

porque con unos mimos y un par de regalitos al momento te

estará llamando tía Bea.

»Me dices que de hace un tiempo acá has empezado a

reflexionar sobre todo esto, aunque supongo que debe de

haber estallado un detonante que te ha servido de

propulsor… Ahora que estaremos más cerca me irás

contando… te lo recordaré… En cualquier caso estoy feliz.

¡Tanto que deseé que fueras mi mejor amiga! Viví mucho

tiempo afectada por no conseguirlo. Con la madurez me

conformé, aunque ha sido mi permanente frustración.

—¡Pero nunca fue tu culpa! —le quiso aclarar Bea.

—No importaba. No lo lograba y eso era suficiente para

sentirme desolada. Por eso este paso me resulta tan

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significativo. Es al fin una gran puerta abierta en mi vida.

Por cierto, mientras hablabas, he notado que no has sido

capaz ni una vez de mencionar la palabra soledad. Quiero

que sepas que he sufrido por verte tan sola. Ese fue el motivo

por el que, en los cumpleaños, te he regalado las tablillas de

la entrada. Me parecías abandonada y conforme con tu

situación. Me entristecía ver tu mundo reducido al trabajo y

tu estancia en el apartamento. Colocar ante tus ojos la frase

de que lo fundamental de tu vida eres tú misma, que

compartir cosas convierte a los momentos en inolvidables,

lo hice con la intención de que comprendieras que, para

ayudarte a ti misma necesitas de los demás. Eso era lo que

quería que vieras. Y fíjate que no estoy en contra del hecho

en sí de estar solos. A todos nos gusta tener ese espacio que

tiene su valor y conseguimos apreciar con la madurez. Nos

resulta hasta necesario. Pero ese tiempo cuando es

excesivo… supongo que una ha de hartarse de tanto estar

sola. Ahora que te has decidido a dejar un poco ese

aislamiento impuesto, te sorprenderá la mejor capacidad

adquirida a tu favor, para con facilidad apreciar quién o

quiénes son buena compañía y podrás distinguir el estar a

gusto. Sentirás satisfacción por encontrarte bien con los

demás porque los has elegido.

»Las contadas veces que disfrutamos del senderismo, es

cierto que hemos hablado, aunque fuera poco. Andando

juntas esos ratos, yo me ilusionaba con que las cosas iban a

cambiar, pero con los días, tú lo has vuelto a colocar todo en

su sitio. Ahí tienes una tras otras mis frustraciones.

»Cuando se vive tan apartado de la familia como has

elegido estar tú, la mayoría de las veces ocurre que, a la

llegada de un problema por enfrentar, entonces nos da

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vergüenza pedir ayuda. Esa idea me horrorizaba porque

temía que te ocurriera algo y no fueras capaz de solicitarme

que te echara un cable.

»Por otra parte, sin ti me siento muy perdida. Ya sabes

que por mi forma de ser siempre me ha costado hacer buenas

amistades. Supongo que ha estado justificado en mi

necesidad o capricho en que tenías que ser solo tú. El caso

es que así es como ha sido. El resultado es que tengo un

montón de conocidos y aceptable relación con algunas

personas, pero al final, lo que se dice una buena amiga o un

buen amigo no lo tengo. Eso me ha costado. Lo he ido

sobrellevando. Claro que, lo debes saber, en el mundo que

vivimos a todos nos cuesta tirar hacia delante. La gran

mayoría de la gente estamos perdidos. El que ahora nosotras

nos tengamos una a la otra es algo tan valioso en estos

tiempos como tener un diamante, porque hermanita, aunque

veas a un montón de gente en una terraza tomando cervezas,

o irse juntos de fiesta, también ocurre que cada vez todo es

más complicado. Y no sé por qué. Pero es como si

estuviéramos existiendo en un lado de la vida que no tiene

color, y parece ser normal, pues cada uno va pendiente de su

particular rollo. El resultado es que sumamos un montón de

gente perdida entre las que no hay vínculo, y donde la única

y certera conexión que existe es la que está en las redes

sociales. ¡Es tan absurdo!

»¿Sabes Bea? Tú ni tienes redes. Yo tampoco ahora. Pero

las he tenido. Cuando estás metida en ese mundillo te das

cuenta de que por ahí van por igual. Se ve mucha gente

despistada y desconocida, y que, de pronto, al mismo

tiempo, a un solo clip, dicen conocerse y ser amigos.

Entonces comprendes que se vive en un caos en el que con

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un teléfono o un ordenador parece que nadie está solo. Es

muy confuso.

—Pues eso se va a acabar, querida —interrumpió Bea—.

Basta ya de que la vida nos pase por delante. Ahora seremos

nosotras las que danzaremos en ella y todo nos va a parecer

real, y lo tenemos que sentir, y si no es así, cuando lleguemos

a casa, tiramos del teléfono para hablarlo, o te vienes para

acá y nos tomamos unos vinos o yo voy a tu encuentro. Sea

como sea, lo que quiero decir es que no nos abandonaremos

a ese caos social que ya conocemos y del que hablas. Al

menos tú y yo, y nuestra gente, vamos a sobrevivir porque

tenemos que ayudarnos estando unidos. Nosotras nos

interesaremos por lo que nos importa y lo hablaremos.

Estaremos en desacuerdo o no, y con seguridad discutiremos

alguna vez, pero siempre desde la perspectiva de apoyarnos

consiguiendo una salida.

—¡Madre mía! ¡Me has llamado «querida»! Solo con

Toñi, entre ustedes se tratan de queridas. Ojalá todo esto que

estamos planeando no sea una fantasía.

—No lo será Isabel porque no vamos a permitir que lo

sea. Nos esforzaremos. Te prometo que lo haré. Entre las dos

iremos creando nuestras propias normas de interacción y

verás que nos va a resultar fácil. ¿Estás contenta?

—Más que contenta, ¡estoy feliz!

Volvieron a alzar las copas y brindar.

—Pues ya que estamos te toca.

—Pero Bea, es tarde y te gusta dormir temprano para…

—Isabel, mañana es sábado. No trabajamos y si se hace

muy tarde da igual. Pasas un wasap a tu novio y le dices que

te quedas aquí y ya está. Es nuestra noche. Te escuché decir

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el último domingo que comí en casa que no andabas muy

animada… ¿Qué pasa? Cuéntame. ¿Es algo con tu chico?

—Pues sí y no al mismo tiempo… aunque siento que por

ahí van los tiros. Estoy medio perdida. No lo sé con

precisión.

—Cuéntame. Inténtalo. Quizás entre las dos podamos

aclararlo, recuerda que dos cabezas piensan más que una.

—Sí, lo sé… Es que es un rollo mío de algo que me ocurre

dentro, no sé dónde, pero me confunde. Tampoco sé si tiene

que ver con sentimientos o es otra cosa que desconozco. Por

más que lo intento, aprecio no sentirme a gusto a su lado, no

estoy satisfecha y no me veo deslumbrada. En general no

estoy bien. Y solo me pasa con él. De verdad Bea, no son

malcriadeces. No sé por dónde tirar y de cualquier manera

me aprecio muy despistada.

—¿Pero, le has dejado de querer?

—No se trata del cariño. ¡Claro que le quiero y mucho!

Es un gran tipo. Funcionamos bien como colegas. En

cambio, fuera de eso, existe algo dentro de mí que me parece

marcar otro destino, quizás sea un camino que aún no he

descubierto.

—Y… ¿Qué tal cuando estáis juntos? Me refiero al rollo

sexo. ¿Te diviertes, quedas satisfecha?

—No. Ni me gusta ni me siento bien. Tampoco quedo

compensada por mucho que él lo intenta. Ni siquiera me da

asco. No me horripila, aunque me las invento para evitarlo

porque no me atrae acostarme con él.

—¡Uy! Isabel. Creo que este tema me parece digno de

hablarlo con alguien capaz de orientarte. Como sabes, al

respecto yo apenas he tenido unas pocas experiencias de

relaciones con un par de tíos y punto. Excepto lo que veo a

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diario en el trabajo, en la tele, las series, lo que leo… Algún

polvo de esos que quizás repito y la mayoría de las veces no.

Quiero decir, que vivir en carne propia relaciones íntimas y

sobre todo de carácter estable, ese no es mi fuerte. Así que

no soy la persona ideal para ayudarte ni opinar, sin embargo,

esta vez sí me refiero a pedir ayuda. He dejado de ser una

negada a la terapia. Ahora distingo cuándo es pertinente

acudir a algún experto buscando orientación, porque

sospecho que lo que tienes debe de ser un cacao mental… Y

es que escúchate: «Es un gran tipo, funcionamos bien como

colegas». Pareces hablar de tu amigo perfecto, pero resulta

que es tu novio, con el que convives desde hace casi tres años

aunque no te apetece el contacto físico. Lo primero que yo

diría es que no pareces estar enamorada. Por otro lado,

déjame opinar que al menos yo sería incapaz de poder

convivir con una persona en plan pareja si no estoy

enganchada de ella. ¡Fuerte tortura! Al mismo tiempo dices

creerte confundida, si bien, en la práctica no te gusta el

contacto físico y hasta lo evitas. Ahí no tienes duda. Por

tanto, como una ecuación. Para mí, blanco y en botella. Si

pretendes hacer las cosas bien sin equivocarte, y no provocar

daño, solicitar ayuda es lo adecuado.

»Mira, si te parece bien haremos una cosa, porque lo que

está claro es que no es bueno para ti ni para nadie continuar

viviendo en una espiral de la que no te mueves por salir. Eso

es un mareo que hace daño. Hablaré con mi amigo. El

psicólogo que te mencioné hace un rato, que me hizo terapia

sutil plan cafés y restaurantes. Aunque para él no seas tú el

mismo caso, y resulte que tengas que ir a consulta, iremos.

Te acompañaré si quieres. Verás que te ayuda a esclarecer

las ideas. Sus reuniones no son caras y a lo mejor ni nos

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cobra. Si tienes problemas con el dinero yo me encargo. Lo

importante es que recobres tu cordura de mente y libertad de

espíritu. Él te guiará. Y ya después tú sabrás qué hacer. ¿Qué

te parece mi propuesta? ¿Te sientes con ganas de aclararte

con ayuda de la buena? Piensa que es como una elección:

continuar viviendo así o «alumbrarte» para estar bien.

—¡Claro! Tu proposición me parece la adecuada y te lo

agradezco no sabes cuánto. No me apetece seguir así, pero

tampoco soy valiente para decirle que nos alejemos porque

no quiero hacernos daño y desconozco si es eso lo que

necesito. La verdad es que no lo había tenido en cuenta, pero

una ayuda profesional no me vendría nada mal.

—Solucionado de momento. Estamos en finde. El lunes

o el martes le paso un wasap y a ver qué me dice.

—Gracias, Bea. Ahora sí que me voy.

—No señorita. Usted no va a ninguna parte. Con la

confesión de que no estás tan a gusto conviviendo con tu

chico, sumando a esto lo tarde que es, encima de que nos

hemos pegado botella y media de vino… ¡olvídalo! Así no

vas a conducir. Te quedas esta noche aquí. En la habitación

que tengo de estudio hay un cómodo sofá cama pendiente

por estrenar donde dormirás de lujo. Por cierto, y antes de

que se me olvide —Bea extrajo algo de un cajón cercano—,

aquí tienes una copia de la llave de este apartamento. Desde

ya puedes entrar y salir sin ni siquiera avisar ni esperarme

sentada en la escalera.

—Voy a tomarte la palabra. Me quedo porque me

apetece, y además sé que no debo de conducir con estas

cantidades industriales de vino que tengo encima. Por cierto,

en la vida imaginé tener unas llaves de tu casa.

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Sonreían felices de estar juntas. Se abrazaron una vez más

e Isabel comenzó a recoger la mesa cuando Bea dijo:

—Querida, sí, querida —recalcó Bea con intención—, lo

dejamos todo ahí tal cual que mañana será otro día. Voy a

buscar sábanas y una almohada para que te prepares el sofá

cama.

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VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS

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Capítulo 11

Se reunía el familión, como ellos se llamaban, en un

especial día de celebración a causa del cumplimiento de los

cincuenta años de las gemelas. Estaban recién sentados a la

mesa cuando llamaron a la puerta. Fue Isabel quien recibió a

Toñi, que venía acompañada de su hermana y sobrina de

unos cinco años.

Los presentes se alegraron mucho de verlas. No

esperaban a Lizi, para la que se dispuso sobre la marcha un

sitio en la mesa.

Bea, desde la entrada de la visita, se había arrodillado y

abrazado Elizabeth, que así se llamaba la hija del Lizi. Le

decía que estaba muy contenta porque hubiera venido a su

fiesta de cumpleaños. Le presentó a su niña, Antonieta. Las

animó para que se hicieran amigas disponiendo una mesita

infantil de colores con sillitas rosa, y al tiempo que la

invitaba a sentarse, le contaba que ese era el color preferido

de su mamá cuando era una niña tan linda como lo era ella

ahora. Las chiquillas aceptaron. Al principio Elizabeth

mostraba timidez, pero ya acomodadas, desde que le

pusieron platos pequeños de postre servidos con la comida

para ellas, ambas se fueron animando, comenzando muy

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pronto a intercambiar risas y juegos bajo la atenta mirada de

sus madres.

Con las copas de vino servidas, el padre de las

cumpleañeras se puso en pie dando la bienvenida a las recién

llegadas. A continuación, dio gracias a Dios que le permitía

disfrutar de esta reunión con toda su familia unida. También

agradeció el poder gozar de sus nietos y brindó por los

cincuenta años de sus hijas y la salud de todos. La respuesta

de los presentes fue unirse. «¡Por el familión!», mientras

chocaban copas entre muestras de cariño.

Toñi quedó ubicada a la mesa enfrente a Bea. Pasaron el

almuerzo interviniendo en la conversación como todos, pero

ellas, en su particular discreción, cruzaron miradas que

parecían buscar respuestas más allá de lo evidente.

Después de recoger bandejas, platos y restos, llegó la

tarta. Las niñas, que ya eran inseparables fueron las

protagonistas aplaudidas por todos. Luego el café y una

agradable sobremesa. El padre de las gemelas echaba sus

cabezaditas hasta que Joaquín le animó y acompañó a su

habitación a dormir su acostumbrada siesta.

Sobre las seis de la tarde, Lizi avisó a su hermana de que

ya era hora de irse. Se despidieron. En el umbral de la puerta,

Toñi se dirigió a las homenajeadas agradeciendo la

invitación.

—Lo he pasado muy bien. Echaba de menos… ¡Hacía

tantos años que no nos veíamos! Con todo me ha sabido a

poco —dijo mirando a Bea a los ojos—. Tenemos muchas

preguntas y si no te parece precipitado, mañana es domingo.

Podrías venir a mi casa a la tarde a tomarnos un café y hablar.

—Por supuesto que iré. Te adelanto, porque debes

saberlo, qué desde hace tiempo Isabel es conocedora de

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nuestro secreto. La verdad es que no sé si es correcto

llamarle así. El caso es que me gustaría que ella también nos

acompañara.

—Me parece estupendo. ¡Tengo tantas cosas por saber de

las dos!… Así que perfecto. Y no creas que eres la única que

no pudo aguantarse. Lizi también está enterada.

Las cuatro se abrazaron hablando todas a la vez y se

despidieron hasta el día siguiente.

Al entrar en la casa, encontraron la mesa de centro

dispuesta con la merienda servida. Parecía no haber nadie

más. Se extrañaron e Isabel preguntó:

—¿Estás sola?

—Sí. Vivo sola. No quise comentarles nada ayer para no

entristecer el buen ambiente. Ramón murió hace tres años.

Fue tremendo. Un tiempo antes comenzó a padecer de

piedras en la vesícula. A la primera escapó sin problemas. Se

sintió un día bastante mal, lo que le obligó a ir al médico y

consiguió expulsarla a través de la orina. Fue evidente que

siguió el proceso de los cálculos, pero él no sentía molestias

y bueno… Era tremendo de malcriado para ir a consulta, así

que no quería continuar las revisiones. Decía estar bien.

Hasta que, pasado un tiempo, comenzó a tener dolores en el

abdomen, pero encaprichado en que eran de estómago se

negaba ir al médico. No pueden imaginar las peleas. Más

adelante comenzaron los vómitos. Cuando conseguí

arrastrarlo al especialista ya tenía una pancreatitis bastante

avanzada. A pesar del urgente tratamiento, pronto pasó a

manifestarse como una insuficiencia renal aguda, y tras

eso… Todo lo que puedan imaginar. Año y medio

complicado, doloroso y muy triste. Me tocó ver cómo se iba

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depauperando y también sufrir porque él no tenía ganas de

morir. Ocurrió hace tres años. Desde entonces estoy sola.

»Ahora estoy en la batalla campal de traerme a papá

conmigo. Se maneja bien, pero tiene los mil achaques de un

señor de ochenta años: corazón, tensión, todo le duele a

causa del reuma lo que va afectando su movilidad. Está

negado a abandonar su casa con los recuerdos de mamá. Lizi

colabora ayudando a ver si entre las dos ganamos la guerra.

Creemos estar a punto de conseguir traerlo aquí.

»Fíjate, Bea, qué razonamientos tan acertados aquel día

cuando estuvimos atormentadas con lo de vivir la despedida

de nuestra gente sin nosotras envejecer. Ya ves, Ramón se

ha ido pronto. Lizi lo sabe porque ha sido mi gran apoyo y

no pude, en su día, evitar contarle la historia. Solo queda mi

hijo que ya tiene veintidós años, vida propia e independiente.

Está terminando medicina así que nada de esto le

sorprendería de saberlo, sumando el cómo van de avanzadas

las cosas en el mundo científico. Vamos, que poco queda

para que nuestro «no envejecimiento» sea algo común.

Esperen un momento. Traigo café y me cuentan ustedes.

Al regreso de la cocina, Bea comentó a Toñi sobre la

historia de Ramón, que se habían quedado en shock.

—No puedo imaginar lo que has sufrido ¿Y tu hijo?

—Se llama Ramón José y como supondrán estuvo muy

mal. Pasaba todo su tiempo junto a nosotros. No se perdió ni

una consulta. Íbamos los dos con Ramón, y también a los

tratamientos. El chico intentó que su padre no sufriera. Hubo

un tiempo que no levantaba cabeza hasta que, aparentando

yo ser la supermujer, fui consiguiendo que retomara los

estudios, pues perdió tres semestres sin ir a clases. Se fue

recomponiendo y le costó lo suyo, pero continuó. Cuando se

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es joven, la propia juventud se encarga de ir colocando todo

en su sitio curando antes las heridas. A veces le noto

recaídas. Estas experiencias con los padres, siendo uno tan

joven, se cargan para siempre. Yo sigo arrastrando la pérdida

de mamá. No obstante, creo que lo va aceptando o ¡yo qué

sé! Chicas se ha acabado esta tétrica conversación.

Finiquitada. Quiero saber de ustedes. ¡Ponedme al día!

Bea comenzó contando acerca de lo que le había afectado

aquella información de los famosos tantos años de vida. Le

confesó a Toñi, que, por demás, había ocurrido en un marco

en que no estaba curada de la ruptura de la amistad entre

ellas. Que, al principio, ni siquiera prestó la atención que

requería el asunto porque su único interés estaba centrado en

recuperarla. Le contó cómo en aquellos encuentros, y, sobre

todo, tras los consejos de la Dra. Carmen, fue cuando

comprendió que Toñi estaba centrada en sus objetivos, que

la vio con las ideas claras y que entonces, se debatió un

tiempo en su batallita particular consigo misma, repitiéndose

que tenía que hacer algo ¡ya! Que se dio cuenta de estar

relegada en la vida, sin planes de futuro ni sin sueños. Sobre

todo, que no se veía viviendo tanto y tanto tiempo en esa

absoluta soledad en la que se había instalado.

—Así que comprendí que yo también necesitaba aire.

Entendí llegada la hora de dejar aparcado lo que al fin

confirmé ser un castigo impuesto por mí misma. Vi claro ser

una impertinente con mi gente querida. Tenía que trabajarme

lo de estar apartada y triste. Ratifiqué que, en definitiva, esa

decisión no me había llevado a ninguna parte, concluyendo

que sola, ni siquiera sabía manejarme en momentos

complicados. Necesitaba pedir ayuda. Aquel me pareció el

instante perfecto y lo entendí como mi posible única

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oportunidad, para por lo menos intentar que me perdonaran,

acercarme a Isabel, a mamá, a papá, a todos.

»Reclamar el amor de mi hermana me resultó un acto de

fidelidad bello y hasta fácil, porque no fue más que

reconocer lo mucho que de verdad la quería. Del resto, ni te

cuento cómo ocurrió. Cuando volvimos a conectar, ella se

convirtió en mi guía, encargándose de conseguir la apertura

de todas las puertas a mi favor en la relación con nuestros

padres y con Joaquín. Lo fui logrando como viste ayer. Hace

años estamos todos muy unidos.

—¡Cuánto me agrada oír esta historia! Es de las buenas

de verdad. Pero, ¿cómo es esa parte que me he perdido en

que viven juntas? ¿No te has casado, no has tenido pareja?

¿Y Laura? ¿Quién es el padre de la niña? Cuéntenme todos

los detalles que estoy ansiosa —reclamó Toñi.

—Ay Toñi. Es que te has perdido mucho. Dejar pasar

tantos años sin contactar entre ustedes y conformarse con un

wasap en los cumples… nunca lo he entendido, pero lo he

considerado vuestro problema. Todo por lo que preguntas es

una historia que estoy segura te gustará escuchar. Es fácil.

Aunque no creas, que al mismo tiempo, hubo momentos

complicados —dijo Isabel. Y continuó—. A raíz de que

volvimos a conectar nosotras, ya Bea se había dado cuenta

de que no me iba muy bien con el novio que tenía. Yo estaba

muy confundida. Nada, que Bea se encargó de ponerme en

contacto con un amigo de ella de profesión psicólogo. Un tío

muy buena gente y un profesional de primera. Después de

un par de sesiones de terapia, consiguió orientarme a que yo

sola me fuera dando cuenta, que mi contrariedad con el

novio podría estar en que no me gustan los hombres.

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—¡Hija, pero eso no es un problema desde hace muchos

años!

—Sí, claro que no lo es y no lo era entonces tampoco.

Pero a veces es complicado aceptarlo Toñi, y el rollo era que

yo ni siquiera lo quería reconocer. Con ayuda de Fernando,

el terapeuta que te he dicho, y muy poco a poco, fui

encajando detalles, cosas, y comprendiendo que, en

definitiva, lo que sentía, mis emociones, se habían

encargado, hacía tiempo, de enviarme señales que me

negaba tener en cuenta. En medio de toda aquella confusión,

Bea me ofreció irme a vivir con ella y desde el principio fue

medicina para las dos.

—En medio del proceso de ambas, iniciamos proyectos

—interrumpió Bea—. Lo primero fue dejar mi apartamento.

Cambiar para un piso grande. Éramos dos, con manías, e

Isabel con unas inclinaciones bien definidas respecto a ser

mamá. Yo no le hacía ascos al tema y comenzaba a sentir

una cosita por el estómago cuando lo hablábamos. Nos

compramos el piso que tenemos ahora que es enorme.

Vendrás a visitarnos cuando quieras. Y allí nos trasladamos.

—Después apareció en mi vida Laura que ayer la

conociste —retomó Isabel—. Es una tía estupenda. La

verdad que es muy machorra, lo cual al principio me

asustaba. A pesar, no sé de qué manera se las arregló y

terminamos enamoradas. Bea quedó encantada cuando la fue

conociendo hasta que se vino a vivir con nosotras.

—Lo de la niña, tardó un poquillo, aunque me lo trabajé

con paciencia porque tenía ganas —cortó Bea—. Pasaron

unos años y algunas otras cosas, cuando llegó el momento

en que las tres solas en aquella casa comenzábamos a estar,

sin darnos cuenta, siempre hablando de chiquillos. Del hijo

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de fulanita, la hija de menganita, nos traíamos a la niña de la

vecina y le rogábamos por hacer de canguros gratis con tal

que la chiquilla no se fuera. Hasta que conseguí hacerles ver

necesitar un bebé con nosotras. Yo me escabullí por no parir,

ya me conoces, y a Isabel le daba un montón de miedo. La

más fuerte, inclusive físicamente y además valiente, era

Laura. Ni se lo pensó. Con rotundidad anunció que la paría

ella que ni le iba a doler —estallaron las risas de las tres

mujeres.

—Nos iniciamos en un camino largo y costoso. Dado que

en definitiva teníamos el dinero, por suerte, los deseos tan

grandes, más el delirio con el que apostamos por el

nacimiento de aquel bebé, ya te digo… Fue ponernos manos

a la obra.

—¡Ala! ¡Qué ilusión! ¿Cómo lo hicieron?

—Bea y yo nos sometimos a la aspiración folicular.

Fernando, el amigo psicólogo, desde que lo supo se ofreció

a ser el padre, prometiéndonos que jamás nos daría el

coñazo, que a él le ilusionaba también tener un hijo.

Fernando es gay, así que para él era una oportunidad de lujo.

Solo nos pidió que la niña lo reconociera como su papi o su

tío. Estábamos los cuatro de acuerdo. Cuando el

espermatozoide fecundó a un óvulo y quedó fijó nos

avisaron de la existencia de un embrión de buena calidad

obtenido. Allá fuimos las tres corriendo y también Fernando,

que se apuntó para la trasferencia al útero de Laura. Si nos

llegas a ver esperando afuera en la consulta. ¡Vaya trío y la

que armamos!

»Esta que te cuento fue la travesía segunda porque la

primera vez resultó fallida. No había manera que nos

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desalentáramos, lo teníamos claro y seguimos en el otro

intento a por todas. La segunda vez fue eureka.

—Qué maravillosa es la ciencia, ¿verdad? Y bueno, sin

querer ser imprudente, ¿quién resultó ser la mamá genética?

—Las tres —respondieron las hermanas al mismo tiempo

muy rotundas y sonrientes.

Bea explicó que ese fue el primer acuerdo tomado antes

de iniciar el proceso.

—Las tres, junto a Fernando, hemos estado ahí sin

perdernos nada. Pusimos el mismo empeño, la misma

esperanza y mucho amor. No importa a quién corresponde el

óvulo fecundado. No es relevante. Isabel y yo nos sentimos

por igual madres de Antonieta. Laura igual, que fue quien la

llevó en su vientre. Los nueve meses estuvimos pendientes

cuidando de ella y la barriga para que nada fallara. Después

de todo lo pasado no puedes tener idea de lo emocionante

que resultó ser el proceso. La situación era de circo. Cuando

le contamos anécdotas a Antonieta de su gestación y todos

nosotros alrededor de la barriga de Laura, no imaginas lo que

se ríe la chiquilla. Con todo, lo pasamos bien. El resultado es

que es una niña feliz que tiene tres mamás y un papá. Ahora

ya comienza a hacer preguntas más detalladas y se las vamos

solucionando lo mejor que podemos. Nos ayudamos con

imágenes de internet y nos parece que lo tiene bien encajado.

Fijo que con más edad se hará una configuración más

científica del tema, pero sea como sea, nosotros no hacemos

ninguna distinción y ella tampoco.

A Toñi, estas experiencias por las que habían pasado sus

amigas le parecían la gran historia para una película. Mostró

su satisfacción por el cambio de Bea y las felicitó por la

familia tan bella y unida que tenían ahora. No paraban de

117


charlar sobre otros variados temas hasta que surgió la

pregunta por parte de Bea:

—¿No has recibido la carta del equipo de investigación?

Lo pregunto porque como has cumplido los cincuenta

antes…

—No. Nada. En cualquier caso, no creo que sea tan

inmediato. Además, ellos no nos señalaron con exactitud que

fuera el día después de cumplir los cincuenta. Más bien me

pareció entender que sería aproximadamente durante ese

tiempo. Esa fue mi impresión. Podrá ser en esta semana o

puede ser dentro de tres meses. Aunque la verdad es, que a

estas alturas y viendo lo que estamos viviendo, ya no me

preocupa tanto como me inquietó en su día la famosa noticia

que nos dejó boquiabiertas.

—Eso mismo dije a Bea hace unos días. Creo que la

experiencia de ustedes ocurrió veinte y pico años atrás. Con

toda seguridad pudo haber sido chocante. En cambio, ahora

con el tiempo pasado, otra perspectiva, y los logros en la

investigación genética como van. Opino que aquel proyecto

ha perdido el estrellato.

—No creas Isabel. Recuerda que se supone que no

envejeceremos a partir de ahora. Ese detalle es el más

relevante. Es el que queda por comprobarse desde este

instante. Por cierto, Bea, debes hacerte una buena fotografía,

yo también la haré para que nos sirva de punto de referencia.

Isabel apuntó que lo de la foto era una gran idea y muy

razonable. Le parecía ahora el momento adecuado para

hacerla a las dos juntas. Ella se encargó. Toñi continuó.

—De cualquier manera, aquellas otras afirmaciones de

hace años que se difundieron apuntando que el

envejecimiento ocurría desde la misma juventud, porque las

118


defensas del organismo se encargaban de destruir a las

células dañadas responsables del deterioro y de muchas

enfermedades; esos estudios continuaron y ofrecieron

respuestas. Tuvieron alguna repercusión y no han sido

abandonados. Lo he seguido. Lo llevaban, y continúan en

ello, un grupo de científicos de un laboratorio de Nueva

York…

—Ay, sí, me acuerdo —apuntó Isabel—, creo que

participaba una científica española, ¿no era así?

—Así mismo —continuó Toñi—. Lo que pasa es que se

trata de modificar unos linfocitos, no me acuerdo muy bien,

para alargar con eficacia la acción del sistema inmunológico.

Se ha llegado a la modificación de esos linfocitos en

laboratorio que es lo ideal, pero como todo en la ciencia va

despacio… Y tiene además una pega: es un tratamiento

demasiado costoso. La noticia es que se ha llevado a cabo,

aunque solo a contados pacientes con enfermedades graves.

No obstante, se ha seguido por ese camino y algunos otros,

y se ha avanzado a una esperanza de vida que por entonces

era de unos ochenta y cinco años, a los noventa y picos largos

que contamos en la actualidad. Y es verdad que se está

llegando mejor, aunque, se sigue envejeciendo.

—Y justo eso de ponerse vieja sin una buena calidad de

vida no es lo que interesa —indicó Isabel—. No me gustaría

vivir cien años echa un desastre sin que me pueda valer.

—Pues ahí es donde se seguirá investigando hasta la

eternidad. Esa será la inquietud infinita del hombre. Justo ahí

me he metido a tope, alcanzando la formación que me

permite poder ejercer la medicina estética. He completado

los estudios del máster reglamentado y me va muy bien.

119


En ese instante se presentó Lizi con la niña preguntando.

«¿Qué me he perdido?» Le explicaron que se había perdido

mucho y todo. Bea señaló que era hora de irse. Laura estaba

sola con Antonieta. Entonces, Toñi informó a Bea tener

planes para un futuro próximo y quería consultarlo con ella.

—Además, se han quedado algunas preguntas en el

tintero. Te llamaré en estos días. ¿Te parece?

120


Capítulo 12

Por una cosa u otra, como suele ocurrir, las amigas fueron

posponiendo aquel encuentro supuestamente inmediato del

que habían hablado. Se auto justificaban cada una inmersa

en las complicaciones de la rutina habitual. Habían pasado

cuatro años cuando Bea tiró del cacharro, cómo seguía

identificando a su móvil para llamar a Toñi, anunciando que

acababa de recibir la esperada carta avisadora del encuentro

con los médicos. La citación refería las mismas condiciones

de la última vez hacía tantos años.

—Yo también la he recibido. Justo te iba a llamar.

—Entonces nos veremos el próximo miércoles a las seis

y a ver qué nos dicen esta vez.

El día acordado allí estaban a la hora puntual. No las

hicieron esperar. Después de tantos años la situación era

diferente. Comprobaron de inmediato que en lo esencial el

objetivo seguía siendo el mismo.

Carmen era ahora una mujer que aparentaba una

excelente presencia. Más adelante, durante la conversación

les confesó tener cincuenta y ocho años. El hermano igual

lucía una cuidada apariencia, y fue él quien les presentó a la

121


nueva doctora incorporada en el equipo. Les contó que su

padre había fallecido hacía un año a los noventa. Que se fue

por un infarto fulminante, satisfecho con lo vivido y que

siempre se mantuvo siguiendo el proceso de ellas.

La doctora Carmen se disculpó en nombre del equipo,

porque no tuvieran antes noticias del proyecto. Explicó que

se había constatado, que en el trascurso de todos esos

primeros años pasados tras el implante, el proceso tanto

físico como psicológico de los casos estudiados era casi

rutinario. Por esa razón, acordaron saltar un período

prudente, a que las personas del estudio hubieran pasado

algo más de los cincuenta, con vistas a constatar,

comparando el resultado de las analíticas, si el proceso de

envejecimiento estaba más o menos paralizado.

—¿Y cuál ha sido el resultado? En mi caso suelo hacerme

una analítica al año. Las he confrontado cada vez, y la última

está igual a la anterior y también exacta a la que me hice con

cuarenta y nueve —indicó Toñi.

—Si. Efectivamente —retomó Francisco—. Los análisis

de ustedes en todos los parámetros se mantienen constantes.

Indican que vamos por buen camino. Se están cumpliendo

las expectativas.

Comprobaron los médicos que Bea seguía igual de

ocurrente, cuando le escucharon decir que no se veía ni una

nueva arruga ni un desprendimiento de piel más allá que

como estaba en la foto que se habían hecho con los famosos

cincuenta, lo cual provocó la risa de los reunidos.

—Eso es lo que se pretende. Es el objetivo. Ya ven

cuándo estuvimos hablando hace más de veinte años, que era

una posibilidad que, tanto tiempo después, no nos

sorprendiera que las personas vivieran bastante más, como

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está ocurriendo en realidad. No obstante de ser evidente la

gran mejoría de la calidad de vida alcanzada, aun así,

observamos en los implantados de los varios países en que

se inició este proyecto, que los resultados son positivos. El

injerto ha incorporado mejoras nada despreciables. Solo

perdimos un caso en la India por un accidente.

—Por cierto, Francisco, ¿cuántos individuos en este

seguimiento somos en total? Si se puede saber.

—A estas alturas ¡claro que lo pueden saber! Con

exactitud el número ahora mismo no lo tengo, tendría que

mirarlo. Aunque de memoria y redondeando te puedo decir

Toñi que son unas mil trescientas personas, de las cuales solo

quinientas fueron las primeras donde se cuentan a ustedes.

—O sea, ¿que en estos años se ha continuado injertando

el microchip? —se sorprendió Bea.

—Sí, claro. Aunque no todos los médicos estuvieron de

acuerdo en arriesgar, se continuaron los implantes a un ritmo

muy insignificante, quiero decir, con prudencia. Si bien,

desde hace un par de años, el estudio se ha acelerado algo de

manera significativa debido a los hechos constatados, al

poder comprobar los excelentes resultados de los primeros

quinientos.

—Lo cual quiere decir que entonces esto va viento en

popa.

Otra vez las salidas de Bea relajaban el ambiente. La

doctora incorporada intervino aclarando que aún no se podía

referir que todo fuera viento en popa de manera rotunda. No

obstante, estaba previsto dado que los resultados eran

buenos, que los implantes continuarían más o menos al ritmo

actual. Se encontrarían aún atentos hasta que se completara

un período de unos diez a quince años adelante, en el

123


seguimiento a las personas iniciadas en el primer grupo

donde se les incluía a ellas. Aclaró que, para entonces, será

cuando se puedan confirmar certeros resultados con mayor

seguridad.

Carmen explicó que, por esa razón, en un tiempo

adelante, no muy lejano a la fecha, de continuar confirmando

los resultados previstos, se comenzarían a publicar algunas

notas referentes al proyecto.

—Al principio supongo que no serán informaciones muy

explícitas, pero tal y como exigen ciertos requerimientos, es

justo que la noticia vaya saliendo a la luz. El universo

científico merece el reconocimiento de la humanidad,

exponiendo los logros que se están obteniendo y las teorías

que se enuncien a raíz de los resultados tan positivos acerca

del alargamiento de la vida humana.

—¿Qué nos quieren decir con esta noticia? ¿Cómo se

supone que deberíamos actuar nosotras? —preguntó Toñi.

—Responder esa interrogante es complicado en nuestra

defensa del reconocimiento de la individualidad. Creemos

que es algo de cada uno y de exclusivo manejo personal.

Nuestra intención de alertarlas ahora respecto a que en el

futuro puedan toparse con publicaciones, es solo porque

estén informadas y no les sorprenda ver un artículo en una

revista. No incidimos en nada, para que cada persona

involucrada decida cómo afrontar la repercusión que la

divulgación pueda tener en su vida.

Estuvieron unos minutos más conversando sobre aspectos

generales hasta cercano al cierre del encuentro, cuando

Francisco insistió, en que el objetivo de la reunión era

alertarles, que el período de los próximos cincuenta años por

venir son los de máxima importancia. La ratificación del

124


éxito y la confirmación del proyecto se observaría a partir de

ahora, según tal como ocurriera el comportamiento de los

organismos de las personas implicadas.

Carmen, en su estilo, insistió en que esperaba que

hubieran aprovechado el tiempo «regalado» y las animaba a

seguir haciendo cosas.

—Chicas, como les dije entonces, insisto en que no

olviden lo afortunadas que son. Continúen en ese fortunio

que el azar les ha ofrecido y coronen con éxito todas las

decisiones y esperanzas. La vida se encuentra y nos analiza.

Ella es quien nos posee, le debemos sumisión y obediencia.

Apliquen la lucidez máxima de la cual sean capaces y elijan,

porque son encargadas de encaminarla hacia donde deseen.

En la despedida, Toñi y Bea, mostraron en el abrazo

dispensado a esta mujer el agradecimiento por las muestras

de empatía que la doctora no podía evitar para con ellas, a

pesar de su profesionalidad.

Al salir de la reunión las amigas se mostraron interesadas

en quedar lo antes posible, sobre todo porque ya conocían

que lo del «nos llamamos», significaba el dejar pasar el

tiempo sin reunirse.

—Ay Toñi, es que me sigue costando lo del móvil y lo de

enviar mensajes no me ha atrapado nunca. Así que a ver…

¿Cuándo quedamos?

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126


Capítulo 13

Observar, y sobre todo escuchar la conversación de estas

dos mujeres desde alguna distancia, un mínimo afuera de

ellas mismas resultaba más que interesante. Como testigo las

notaba haber llegado a ese momento de la vida donde la

experiencia es firme. En ese punto se es capaz de asumir

reencuentros que algún tiempo atrás hubieran sido

impensable.

Aquella tarde de sábado, la madurez ineludible,

aprehendida con el implacable paso del tiempo, les

consentía, sin dolores ni rencores, complacerse en una

velada, mientras tomando una copa, trataban cualquier tema

apenas sin pensar y con absoluta fluidez. La experiencia las

había dotado de la habilidad de no recaer en pensamientos

antiguos a estas alturas, como para tener que valorar si eran

amigas o no.

El trato fluía con el conocimiento de ambas de que, entre

ellas, existía y permanecía algo profundo que ejerce de nexo,

que no proclamaba estar necesitada del ser acompañada de

un adjetivo que les aclarara la excelente conexión. Ellas

mismas y su relación estaban en un peldaño más por encima

de esa frívola clasificación. Eran capaces de poder llegar a

127


hablar de lo divino y de lo humano como habían hecho desde

jóvenes. Sabían que se complementaban, que llenaban sus

vacíos a pesar de las incongruencias que ocurrieron en su

historia común. Tenían aprendido que la amistad siempre

está expuesta al peligro.

Bea cargaba la experiencia de en su día haber arriesgado

demasiado. Por todo lo sufrido y los perdones pedidos,

ahora, con ese saber adquirido, era conocedora de sus

objetivos que eran bien diferentes a los de antaño. Toñi, en

el ejercicio inicial de romper el hielo, refirió que se había

quedado con preguntas en el aire sin respuestas. Quería

enterarse si Bea había tenido o tenía pareja, si se había

casado…

Bea le confesó haber salido un tiempo con un chico. Ya

le contaría esa historia, porque lo aprendido era lo relevante.

—Lo que me quedó descubierto fue, que como pareja

sentimental no necesito el amor de nadie. ¿Sabes cuánto

amor tengo con mi familia día a día conviviendo a mi

alrededor? Es infinito. Supe un día que todo el tiempo

vivido, más el que me queda adelante, desde el principio lo

he apartado, lo he dejado fuera del sentimiento de pareja. Lo

comprendí cuando llegué a ver con claridad que para mí, ese

tipo de relación como una necesidad no cuenta. Siempre he

amado a una única persona y me he reconocido incapaz de

querer a nadie más de esa manera. No es que sea en especial

asexual. Adoro tanto a los hombres como a las mujeres. En

cambio, soy incapaz de pensar en nadie con intenciones

sexuales, incluso a esa persona que tanto necesito la miro

con ese prisma. Lo he aceptado de esta manera y soy feliz.

Aprendí en su día a soportar lo que antes era imposible. Esa

experiencia muy metida en la cabeza, me hizo ver que podía

128


vivir con lo indispensable. Y estoy muy bien. Puede que te

suene una filosofía de vida un poco rara, pero, te aseguro que

me siento plena.

Mientras se explicaba observó la extrañeza en el rostro de

Toñi.

—No es algo de esperar lo que cuentas, máxime

conociendo todo lo que podemos vivir, aunque te felicito. Te

veo segura y convencida. Yo me casé con Ramón porque le

amaba, y mientras duró fuimos muy felices. Ahora

escuchándote… tengo que reflexionar sobre lo que has

dicho… creo que tu razonamiento me va de perlas para lo

que pienso acerca de mi futuro personal.

»No me veo construyendo una nueva convivencia en plan

pareja sentimental junto a nadie. ¡Ni de broma! Y no lo

quiero proclamar con rotundidad absoluta por eso del que

nunca se sabe, pero es que de verdad Bea, ni me veo ni

tampoco lo necesito. Sobre estas cosas todos opinan. La

gente de mi alrededor considera no parecer normal que no

vuelva a enamorarme. Lo que sí entiendo que necesitaré en

algún momento es convivir, no lo sé… quizás mis sobrinos,

nietos, amigas o amigos… quiero decir no estar sola hasta el

final. No me mola la soledad tan absoluta. Así que lo de

compartir techo con otras personas afines no lo descarto,

aunque, para no estar sola, pero sí vivir a gusto, tendrá que

ser con alguien que me quiera de verdad, que seamos

compatibles y nos resulte agradable la compañía. En fin, más

adelante, llegado el momento, Dios dirá.

Sonó el móvil de Toñi. Rebuscando dentro de su enorme

bolso para alcanzar el teléfono, fue sacando cosas cuando

depositó en la mesa un pequeño neceser y un libro. Mientras

129


hablaba, Bea estuvo echando un vistazo, se trataba de Mi

última vez de La Infinita.

—¿Te gusta? —Preguntó con el libro aún en las manos.

—Y tanto. Soy fiel a esta autora. Adoro a esa mujer.

¡Digo, con ese seudónimo supongo sea mujer! No sé si la

conoces. No presenta sus obras ni celebra maratones de

firmas ni esos eventos. Creo que no debe hacer otra cosa que

pasar la vida escribiendo, porque desde su aparición, y no

lleva tanto tiempo, van nueve publicaciones. Por las historias

que cuenta, los personajes que crea y tal, tiene que ser una

mujer brillante. Consigue sin darle muchas vueltas a una

idea, llenar al lector con las exigencias y las urgencias que

narra y atrapa. Logra «un algo» mientras lees que parece le

estás pidiendo que siga escribiendo. Bueno, claro, eso siento

yo… ¡Me encanta! ¿La conoces?

—Sí. Me gusta, aunque no los he leído todos como tú. Me

resulta curiosa esa sensación que te hace demandar que

escriba más…

—No me hagas caso. Quizás como he dicho solo me pase

a mí. Con todo te la recomiendo. Es de lo mejor que leo

últimamente.

—Entonces Toñi ¿Qué necesitas?

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Ay Toñi, querida, no lo sé, perdona… me pareció

entender antes de que sonara el teléfono, que me explicabas

lo de la soledad que a la vez te gusta, y que si más adelante

la convivencia… ¡Ooops! Perdona. No lo sé. Será que no he

entendido… supuse que querías comentarme sobre unos

planes… me he liado. Lo siento, debo haberme despistado.

—No. Para nada. Has entendido muy bien. Quería

hablarte de una propuesta. Lo de la convivencia será casi

130


seguramente en algún momento de mi vida. O al menos eso

pienso ahora. Supongo que más adelante llegará ese reclamo

cuando en realidad lo desee. De momento tiro bien como

estoy. Continúo teniendo planes inmediatos que demandan

mucha atención y disposición por mi parte, y requiero al

respecto escuchar tu opinión. Tu valoración sobre cosas

notables siempre ha sido importante para mí. Por desgracia

he tenido la pena de verme prescindida de ellas durante

demasiado tiempo, pero ahora… esta vez te necesito más que

nunca, justo por ese algo que tenemos en común a nuestro

favor: el tiempo. El tanto tiempo.

»Me explico. Sabes que soy propietaria de tres clínicas en

las islas. Funcionan muy bien y tengo equipazos de

profesionales en cada una. Suelo hacer un par intervenciones

diarias y programadas alternando centros. De esta forma las

visito y controlo al menos un par de veces a la semana. Como

imaginarás es un movimiento constante de aquí para allá,

pero me gusta. Me va bien. Aprecio relacionarme con la

gente y no me queda tiempo para el aburrimiento.

»En su día, hace años, considerando que la especialidad

maxilofacial contempla partes donde son habituales

patologías por anomalías dentofacial, hipoplasia maxilar y

también de estética facial, por mi seguridad, ya me conoces,

consideré imprescindible complementar la preparación con

el máster en Medicina Estética. El objetivo era, con vistas a

apreciarme mejor preparada y armada, sumar tratamientos

muy demandados en este sentido.

»Me fui hacer la formación en California y qué te cuento.

Allí experimenté con lo último de lo último y estoy lista con

mil ideas novedosas. Tengo propuestas y planes inmediatos

para el lanzamiento, en próxima apertura, del primer centro

131


médico estético basado en la nanotecnología. Hasta ahora ya

lleva algunos años la incidencia de esta técnica en los

productos estéticos.

»Pretendo además algo innovador en la aplicación de la

técnica, pues quiero conseguir intervenir interactuando en la

misma piel facial. De lograrlo, se podrían considerar la

evaluación de aquellos casos, antes diagnosticados por

especialistas que lo recomienden, para intervenir en

reconstrucciones de determinadas partes del cuerpo donde

las deformaciones físicas de carácter estético, impliquen

sufrimiento o traumas en personas que las padecen.

»Ya se encuentra el proyecto en marcha. Se ha elegido el

sitio que está en obras, y en un par de meses, según mis

cálculos, será la inauguración de la primera clínica.

—¡Anda ya Toñi! Siempre he sabido que estaba en ti lo

de crear proyectos a lo grande. Demostrabas ser muy

inteligente desde que te conozco, así que te felicito y estoy

segura de que todo te irá muy bien. Pero en versión corta y

palabras que entienda, ¿qué es eso de la nanotecnología?

—Facilito que no te líes. Es una tecnología para

manipular la materia y se usa mayoritariamente en la

industria, en el deporte o con determinados fines en la

medicina. Ahora bien, yo me propongo, por supuesto, con

especialistas de primera línea, trabajar la técnica en la

manipulación de las células humanas. Poder crear la

posibilidad de intervenir consiguiendo incidir en el tejido de

la misma piel, con el logro añadido de que no se manche ni

se arrugue. O sea, tenemos que obtener en laboratorio,

tejidos inteligentes que sean más resistentes y adaptarlos a

cada individuo según sus especificidades dermatológicas y

lo que demande. ¿Entiendes?

132


—Un poco, pero da igual porque sé que lo conseguirás y

además, seguro que tienes un equipazo brillante. ¿No?

—Por supuesto. Ahora viene la otra parte. Aquí entras tú.

Aunque más bien entramos las dos. Ya sé que te va a dar la

risa y a mí también, porque desde que lo pensé no paro de

reprocharme la ocurrencia, pero esto lo he concebido como

parte del espectáculo. Así he imaginado la idea y no la veo

de otra forma.

—Anda, suelta ya. Me tienes intrigada.

—Se trata de haber llegado al momento donde entra en

juego el marketing. Y es que todo este propósito me lo he

pensado contando con una pequeña trampa. Como no

envejezco seré «la cara» del proyecto y me gustaría, más

bien, me encantaría que la imagen fuera la de nosotras… las

dos juntas… tú tampoco envejeces… y eres tan requete

guapa… —las últimas palabras Toñi las pronunció

mostrando mueca de súplica, las manos unidas en ruego y la

risa atragantada sabiendo lo que provocaba.

—¡Pero eso es hacer trampa! Ja, ja, ja… ¡Qué tramposa

te has vuelto! Ja, ja, ja…

—Bea que tampoco es así… es solo un timo a medias…

—seguían riendo.

—Estas clínicas han existido siempre y la gente va a por

los tratamientos de cualquier manera. Lo que ocurrirá de

diferente en este caso, es que contrataré a unos asesores de

imagen a los que solicitaré, desde el principio, la

actualización de carteles con determinada periodicidad. Se

trata de que el público vea que siempre son los mismos

rostros de dos mujeres de piel madura que pasan las

temporadas, y las fotografías son diferentes, y a pesar de eso,

las modelos siguen igualitas. En definitiva, es que lo que

133


pretendo conseguir con las intervenciones y tratamientos

clínicos va en esa línea como te he explicado. Ahora están

en iniciación en los laboratorios las investigaciones, pero

estoy segura de que aquí es donde con los años estará

garantizado el éxito de máxima edad a cara lavada con

lozanía. ¿Qué te parece la propuesta?

—Fantástica, muy ingeniosa por tu parte. Eres más lista

que bonita. No deja de sorprenderme lo avispada que te has

vuelto —seguían riendo—. Es cierto que en principio, por lo

que entiendo, es una medio trampa en el sentido de que de

toda la vida, la estética en todos los ámbitos lo que publicita

son imágenes retocadas con mil filtros.

—Claro —le interrumpió Toñi—, pero aquí nada de

filtros que no sean los imprescindibles que requiera la

fotografía. Acá, desde que logre conseguir mis objetivos, se

supone que las personas muestren la misma lucidez de rostro

más tiempo, y por eso la idea de mostrarnos nosotras, para

anunciar que de verdad funciona lo que hago.

—Así que lo que quieres de mí es que nos fotografiemos

juntas. Cuenta conmigo. ¡Hmmm! ¡Me encanta la idea de ir

por ahí, y me detengan a preguntarme cuál de tus cremas me

pongo para estar así de divina de la vida!

—Pues sí. Se trata de lo de las fotografías, aunque debes

saber antes de aceptar que no es tan sencillo. Quiero decir,

no será solo echarnos una foto a cada rato y ya está. Del tema

no tengo idea ni mucho que aclararte, si bien, según lo que

pretendo, me han apuntado los encargados del marketing,

que tendremos que pasar una sesión fotográfica con todo lo

que implica respecto a maquillaje y peluquería. Nos elegirán

vestuario. Fijo serán diferentes localizaciones de aquí, allá y

acullá… no lo sé. Pero debo alertarte que requerirá de al

134


menos un día o dos en ese trajín. Por demás se repetirá cada

año o en los tiempos que ellos marquen. ¿Puedo contar

contigo? Claro que esto es trabajo y pienso retribuirte. No

pretendo que lo hagas gratis.

—¡Ay! Toñi por favor. Por supuesto que puedes contar

conmigo y que sepas no voy a aceptar ningún dinero porque

creo que será divertido.

—Es un curro Bea, y estoy segura de que me irá muy bien.

¿Por qué no ibas a querer tus honorarios? Tengo entendido

que te prejubilaste y no has vuelto a trabajar. Supongo que

vives de una pensión. Además, en cualquier caso, el dinero

que ganes nunca estará de más.

—Querida, eso ya lo veremos. A pesar de que nos hemos

visto alguna vez, eso ha ocurrido muy de vez en cuando.

Enviando fotitos y saluditos por wasap, que es lo que hemos

hecho, sabemos que existimos, pero poco más. Nos hemos

saltado aquellos momentos, que al menos yo, aunque éramos

entonces unas chicas jóvenes, siempre he echado en falta…

las escudriñadas charlas de tú a tú. ¡Cuánto te he extrañado!

»Cuando en su día, hace años, te anuncié que había

cambiado, era cierto. Me lo propuse entonces y lo fui

consiguiendo. Con el tiempo fui dándome cuenta de que aún

no era suficiente y me quedaba mucho trabajo personal. Las

palabras de la doctora Carmen me sacudieron y bien que me

removieron. Yo no he estado perdiendo el tiempo Toñi.

Llegué a comprender que la vida no se relaja y me sugerí, en

su momento, vivir desviviéndome, sobre todo porque me di

cuenta de querer cosas, de tener fuerzas, condiciones y

muchas ganas.

»En los últimos años en que aún estaba trabajando en el

Ayuntamiento me dediqué a estudiar idiomas. Ya sabes que

135


se me daban con facilidad. Así que me metí a fondo.

Controlo a la perfección el inglés, el francés y el alemán.

Dediqué los últimos años mientras trabajaba, a pasar el mes

de vacaciones en esas capitales estudiando y practicando el

idioma a tope. El mes completo en Londres, al año siguiente

en París, después en Berlín. Me lo tomé tan en serio que

siempre que tenía un filón de días de fiesta, me hacía puentes

y repetía Alemania, porque ese fue el que más me costó.

¿Resultado? Tengo los tres idiomas a mi favor con titulación

incluida. Ese esfuerzo tenía de antemano un objetivo

previsto y planificado para ejecutar desde que me jubilaran.

Así que apenas cumplir los cincuenta y uno, cuando me

propusieron aquella prejubilación que a todos parecía

descabellada, yo fui adelante porque mi plan estaba más que

decidido y calculado. Soy la propietaria del local

«Libros/Café y Divinas palabras».

—¿La de los libros eróticos?

—Bueno Toñi, no son solo eróticos, que sí, también los

hay. Tenemos colecciones curiosísimas de los sensuales más

incautos que consigas sospechar. Tengo el cuidado de no

facilitarlos en el local por la que se pueda armar, y solo los

presto a clientes conocidos. No obstante, prefiero referirme

más bien a la tenencia de libros exóticos, pero por ser

muchos de ellos, la gran mayoría, textos raros, diversos y en

general muy antiguos. Algunos de temas carnales los acepto

si son viejos, pero nada pornográfico a menos que sea una

rareza.

—¡Me dejas de piedra Bea! ¡Vaya tarde de actualización

que llevamos! ¡No la olvidaré en la vida! ¡Caramba que a

gusto estoy! ¡Qué bueno! ¡Tienes razón! Nos hemos dejado

de ver demasiado tiempo y no nos lo debemos permitir más.

136


Mira cuántas cosas… y ese local… es una gran noticia que

seas la propietaria. ¡Estoy orgullosa de ti! Ese sitio es super

famoso entre la gente guay. He ido una sola vez y me

encantó. Sé que Lizi va con frecuencia. Te comento, quizás

lo conoces. Existe en Londres, en la zona de Covent Garden,

un sitio de ese estilo. Es estupendo y me encanta porque te

sientas allí a curiosear con un té. Por cierto, tiene también

como un aparte o un rincón con ropa diferente, un poco estilo

hippie, y algunos vestidos boho muy originales. Pilla la idea

de la ropa bohemia que siempre gusta y no pasa de moda.

—Ay Toñi, es que a ver… ¡sorpresa! Soy también la

propietaria de ese local de Londres. Y más adelante abriré

otro en Berlín, o eso espero.

—¿Lo dices en serio? ¡Qué fuerte! ¡No me lo puedo creer!

El entusiasmo de Toñi la levantó de la silla para abrazar

a su amiga muy emocionada.

—Pues sí querida. Créetelo. Desde siempre recordarás

que hablábamos del amor de la gente por los libros. Yo le

daba muchas vueltas porque no quería una librería

cualquiera. Tenía en mente un local que tuviera un puntito

diferente a lo siempre visto. Así fui primero pegando la idea

con café, infusiones, una copa, un sitio de intercambios para

reuniones de lecturas… y cuestioné acerca del por qué

recurrimos a leer. ¿Por qué se siente amor por los libros?

Acudimos a ellos a enterarnos de cosas. La gente va a

despejarse. Algunas veces hasta se socorren con un libro.

Van al «Divinas palabras», así es como se conoce el café, a

ver el sitio del que algo han escuchado hablar. Van a

descubrir algo nuevo. ¡Enterarse de un chisme pirra a

muchos! Por demás, en el ser humano está implícito el

querer inmiscuirse en los asuntos ajenos. Por eso me vino la

137


idea de poner en las manos del público textos donde puedan

curiosear, encontrar asuntos de otros en los que hurgar y

chismosear. Te sorprendería conocer a clientes habituales

que vienen buscando tener en sus manos tal ejemplar, de más

cuál edición del año mil ochocientos y pico… una pasada.

Es una dedicación que me tiene enganchada.

»Invierto en la búsqueda y rescate de libros únicos por el

mundo. En este proyecto me vino de perlas controlar

idiomas. Viajo un montón y he comprado algunos

ejemplares que me han costado un dineral, pero no creas,

aunque no quiero deshacerme de ninguna joya de las que

tengo, también he vendido alguno por el que me han ofrecido

pequeñas fortunas.

—Brillante idea Bea. No me sorprende toda esa reflexión

de la que te auxiliaste para dar con el quid de lo que de

verdad querías. ¿Y lo de la ropa expuesta en la de Londres?

¿Por qué no la tienes aquí también? Son prendas muy

especiales y de un estilo que suele gustar mucho…

—Si. Es ropa bonita. Ya ves que yo misma la suelo llevar.

—Te va muy bien con tus mechas azules.

—Ya. La ropa está en plan en este local también y parece

ser que será prontito. Sabes que aunque me eduqué entre

costureras, a mí no se me dio nunca poner ni un botón, y esa

colección es echa a mano cada pieza. ¿Recuerdas cómo nos

reíamos cuando te contaba que mamá se empeñaba en

enseñarme a hilvanar de derecha a izquierda, y cuando me

dejaba la tela yo le daba la vuelta dando las puntadas al

revés?

»¡Madre mía! La de broncas que armaba por eso. Con lo

de la costura ella no acababa de entender que yo era zurda.

Al fin llegó un día en que me dejó por incorregible, aunque

138


no paraba de reprocharme que como hija no le di la

satisfacción de aprender la costura por ella. Hace pocos años

es que ya no se lo escucho decir por suerte, pero no creas, la

tuve que aguantar mucho tiempo con esa cantaleta ¡la pobre!

»A lo que iba que me habías preguntado. La ropa que se

expone y se vende es de Laura. Es la diseñadora y se

encarga. Los beneficios son todo para ella. La dejo trabajar

a su ritmo y que disponga. Se le da de lujo lo de la costura.

Tiene su propio taller con unos pocos empleados que la

ayudan en la confección. Así que lo que vende allí es casi

que exclusivo porque no la veo que repitan modelos ni

muchas tallas… En fin, la tía es buenísima diseñando ese

estilo de ropa y tiene un ayudante que es un privilegio. Se

inventan piezas de alucine. Según me ha dicho en estos días

ponen un perchero.

»Después, desde hace un par de años en Londres y a punto

está de salir aquí, tengo también una revista digital visual

que se muestra en las pantallas del local. Funciona muy bien

y ahí colabora Laura presentando sus diseños y cómo

confeccionan los trajes en su taller. Si te bajas la aplicación,

cosa de Isabel que es la fiera en programación y es de su

autoría, permite a los usuarios que estén en el local

interactuar con lo que están viendo en la pantalla grande. En

la app aparece el magazine, y a la vez se tiran algunos

ejemplares en papel para los menos enterados con la

informática. La elaboramos y mantenemos al día entre las

tres, cada una en lo suyo. En ocasiones se incluyen, si son

buenas ideas, la participación de clientes habituales lo cual

les estimula.

»Yo me ocupo de noticiar las novedades de los libros.

Escribo comentando los estrenos, cuento chismes literario-

139


jugosillos con vistas a crear el gusanillo, presuponiendo que

va a gustar curiosear para que soliciten ese texto. Adelanto

noticias de primicias para el próximo mes, e involucro a los

clientes con propuestas para alguna búsqueda que me esté

resultando misión imposible. Trato de permitir que la gente

interactúe con los temas de la librería. Los compromete a

volver, y en general voy consiguiendo clientes que siempre

regresan. Se bajan la aplicación y aunque no estén de manera

presencial en el local pueden estar interactuando desde

cualquier lugar. Eso es labor de Isabel. Como ves, es un

trabajo apasionado muy de hormiguitas.

»Conseguí en su día, con estas ideas, involucrarlas a ellas

con sus participaciones y sus ganancias. Me desgasté mucho

los primeros años, pero ya algo avanzado y con el interés de

las dos, he descansado un poco de la total responsabilidad.

Se nos ha dado bien entre las tres y lo mantenemos. Pienso

que el hecho de además implicar al público con su

intervención, fue un toque definitivo y lo considero una

garantía. Cuando le das responsabilidad a la gente, haces que

se sienten que participan. Ahí ya se creen parte del rollo. Dar

esa opción me ha resultado a la vez útil, porque por esa vía

nos ofrecen colaboraciones a veces interesantes y hasta

curiosas.

»Mira esta. Hace un par de meses, en Londres, se me

acercó un cliente a comentarme que era amigo íntimo de una

autora novel, que recién había publicado un libro presentado

como una narración de ficción, aunque en el fondo era

bastante autobiográfico. Ahí reconoció, de que algunas de

las anécdotas tratadas eran un poco tremendas, o traumáticas

o comiquísimas. Entonces me contó que el noventa por

ciento de lo referido, eran vivencias reales de la autora. Me

140


propuso, él por cierto, es periodista, hacer una entrevista en

cortes, en pantallazos y otras intervenciones a propia voz de

la escritora, donde ella confesara sobre las anécdotas que

eran auténticas y el cómo habían ocurrido. O sea, los chismes

sobre los temas más delicados contados en el libro y que son

justamente los detalles que el lector se pregunta.

»La solicitud me pareció curiosa, ya que es

comprometido para un escritor confesar «esto es verdad y

me ocurrió de tal o cual manera». Y es que además de

exponerse, se arriesga a que el público le haga preguntas

incómodas… ¡Yo qué sé! Aclaró que no estaban interesados

en remuneración, porque el objetivo era que la chica tuviera

su oportunidad de salir a la luz de alguna manera, y que ella

estaba dispuesta a esas confesiones públicas dando la cara.

»Al principio estuve confundida. Me asustaba que la

ejecución de semejante recurso etiquetara o afectara nuestra

ambientación, pero cuando se lo conté a Isabel le encantó la

idea. Le dio por mostrar solidaridad con la autora. Me

cameló con que ella se encargaba de la movida con el

periodista, del cómo hacerlo, y venga que vamos a probar…

así que al final acepté. Desarrollaron las ideas más jugosas

del libro, incluso las cómicas, como preguntas sueltas en la

pantalla grande que aparecían por sorpresa.

»En general se lo montaron de una manera muy

innovadora con interrupciones no previstas. Presentaban de

pronto un par de preguntas y la autora se confesaba de tal

cosa contada en la página tal. Comentaba sobre un suceso

cualquiera: el vestido quemado, por ejemplo. Entonces la

autora explicaba que había sido cierto, y que sí, que lo vivió

tal cual, y más cuál y a otro rollo. Así desarrollaron

montones de anécdotas, de forma muy novedosa y atractiva,

141


y desvelaron los chismes y las curiosidades del libro que

aparecían como ráfagas en la pantalla grande.

»Yo me daba cuenta, de que los clientes dejaban lo que

estaban haciendo para prestar atención a la propuesta, y

pronto se destacó como uno de los temas más visitados en la

aplicación. Por otra parte, el libro en unos pocos días pasó a

ser de los más vendidos. La autora súper contenta y los dos

muy agradecidos. Me vi hasta presionada, por las solicitudes

de clientes, a tener algunos ejemplares en el local, pues lo

pedían para consultar chismes. Otros me pidieron que

viniera la escritora a firmar y conocerla. Hemos visto grupos

de gente en una mesa leyendo tal o cual anécdota del libro y

después recordando lo que les pasaba a ellos que si con la

madre o el padre.

»Así que la experiencia fue inesperada porque no entraba

en mi concepción del local, pero resultó sorprendente. Fíjate,

es un libro que salió hace apenas año y medio, y mira cómo

la autora se las agenció para estimular sus ventas. Y, por otra

parte, a raíz de eso, más difusión para nosotras, con el local

lleno, prestando libros, sirviendo cafés y copas. Encima que

casi siempre el que entra se lleva alguna camisa o un vestido.

Lo que te digo, los clientes tienen muchas ideas. Las voy

empastando cómo creo y el negocio crece. Es de agradecer

que nos visita gente muy maja.

—Genial. La idea al final fue buena y ayudaste a una

escritora novel. Por cierto, con lo de la revista ¿te verías

obligada a meterte un poco en temas de escritura? ¿No?

Con esta pregunta se notó en Bea un gesto de retraimiento

que no escapó a Toñi. No obstante, sin más detalles, llegó a

responder.

142


—Si claro, un poco de formación por internet —dando un

rápido giro a la conversación.

—Justo pronto me voy a establecer por largo tiempo en

Berlín. En la práctica nos iremos Isabel y yo con la niña. Ya

sabes que ella tiene un gimnasio allí. Seguro al principio nos

iremos todas, aunque Laura regresará pronto para seguir en

el proyecto con su ropa en el local. De cualquier forma,

vendremos con frecuencia. Yo sí estaré más tiempo fija.

Además, nos interesa que Antonieta haga un par de cursos y

aprenda alemán. Espero verte por allí en alguna escapada.

—Seguro, así será. Me encanta la idea.

143


144


Capítulo 14

Era el día del cumpleaños de Bea. Tenía la apariencia de

una persona a la que le pesaban los cien años. En realidad,

sentía nostalgia de Isabel. Las hermanas llegaron a gozar en

plenitud la suerte de haber nacido gemelas, de agradecer la

fortuna de disfrutar del reencuentro ocurrido en sus vidas.

Desde el fallecimiento de Isabel hacía quince años, a Bea le

dolía la falta de su gemela y parecía sentir demasiado la

ausencia. Lo llevaba muy mal.

Toñi sabía que era un día duro para su amiga. Estaba al

tanto de que Bea esa fecha la pasaba con tristeza. La noche

anterior la llamó y le propuso si prefería cambiar el día de

trabajo. Bea se había negado. Desde hacía tiempo estaba

organizada la sesión de fotos en los jardines Sky Garden.

Para llegar a ellos en lo más alto del edificio, por motivos de

seguridad, pues es todo de oficinas, solo se puede acceder a

través de reserva y estaba hecha. La ayudante tenía solicitado

que les prepararan un discreto espacio donde ellas vestirse y

maquillarse. Toñi advirtió a su ayudante y al fotógrafo el

motivo por el que le parecía no ser un buen día. Sabía de los

humos de la asistenta y de las exigencias del impertinente

robot encargado de las imágenes. En las tantas sesiones ya

145


pasadas, aunque Toñi y Bea eran conocedoras de que las

humanoides máquinas no se equivocaban, les daba igual.

Ambas discutían y cuestionaban lo que ordenaba «el

aparatito». El robot las corregía siempre pidiendo con

autoridad que le llamaran por su nombre. Ellas se reconocían

un par de mujeres chapadas a la antigua y les daban igual los

autómatas de las narices.

Finalmente allí estaban. En esta ocasión, hasta el mismo

hombre mecánico parecía percibir que escaparía de las pegas

de las mujeres, y Toñi, por su parte, se mostró todo el tiempo

muy cautelosa con el estado de ánimo de su amiga. Llegado

al mediodía ya habían terminado. Toñi, desde la muerte de

Isabel, nunca más se pronunció sobre la celebración del

cumpleaños. Así que propuso a la salida, ir a picotear algo

en cualquier sitio. Bea rechazó la invitación. Prefería

regresar al hotel y si acaso comer allí. Eso hicieron.

Con todo, mientras pasaba el tiempo, a Toñi le pareció

que Bea estaba afectada en esta ocasión algo más que en

aniversarios anteriores. No quería dejarla sola. Así que

cuando se dirigieron a sus habitaciones, le sugirió ir con ella

a acompañarla, lo cual Bea agradeció, y nada más abrir la

puerta, soltó el bolso y estalló a llorar. Fue como explotar.

Parecía no poder más… con algo. Toñi estaba sorprendida,

a la vez que le resultaba extraño y exagerado. Habían pasado

quince años. Era tiempo, a su entender suficiente, como para

sentir aliviado el dolor. Por el contrario, esta vez notaba a su

amiga afectada de otra manera.

Y es que ahora, desde hacía mucho, a Toñi le importaba

el estado de Bea. Ya no guardaba reticencias sobre las

diferencias de la juventud. Aquel larguísimo distanciamiento

por las reprochables conductas de Bea y sus impertinencias

146


había quedado atrás. Sus inadecuadas actuaciones con todos

habían sido el alimento del que extrajo buen aprendizaje y

sus peores días le sirvieron de lecciones. Lo demostraba en

sus conductas desde que hubo reconocido una vez haber

cambiado. Confirmaba en su particular larga vida, ser de

verdad una persona cariñosa con su familia y con todos.

Desde hacía mucho tiempo, Toñi consideraba que Bea era

imprescindible para ella y, cuando aconteció la muerte de

Isabel, se propuso intentar que comprendiera que la quería y

la necesitaba.

Lo habían hablado. Creía haberle transmitido con

claridad ese mensaje de su querer sincero y sin rencores,

después de aclarado aquel suceso ocurrido hacía treinta años

atrás, cuando Toñi descubrió que había permanecido

engañada mucho tiempo. Aquella tarde estaban todas

compartiendo una merienda en el «Palabras divinas» de

Berlín.

Toñi tenía el último libro de su autora preferida sobre la

mesa, cuando Laura hizo un comentario inocente que

desvelaba que Bea y La Infinita, eran la misma persona. Era

evidente que Laura desconocía que este hecho era un secreto

de Bea hacia Toñi, quien reaccionó con un brusco susto,

unos ojos muy abiertos que miraban directamente a Bea

mientras recogía sus cosas para marcharse.

—¿Qué? ¿Cuánto has disfrutado manteniendo tu

identidad en secreto conmigo? Yo jamás lo habría dicho a

nadie sabiendo que ese seudónimo es la llave de tu éxito. En

cambio, reírte de mí es imperdonable Bea. ¡Una vez más

después de tantos años, vuelves a fallarme! ¡No puedo

imaginar qué has pretendido!

147


Al principio del descubrimiento Toñi se enojó mucho. La

indiscreción de Laura, costó a Bea un nuevo enfado de Toñi

que no entendía, por qué su amiga le había ocultado esa

información durante unos largos quince años. Era más que

una alegría estar al corriente, siendo admiradora de aquella

escritora desconocida para todos, de que justo su amiga, una

persona tan cercana y querida era La Infinita. Sin embargo,

enterarse de pronto de esa noticia no tenía sentido. Le

parecía una tomadura de pelo por parte de Bea. Estuvo unos

días llorando, solo pensando lo mucho que se habría reído de

ella.

Una semana después, sin previo aviso, Bea viajó a

Londres a casa de Toñi a hablarle. Explicarse. Y en esa

confesión, Bea se abrió como nunca había hecho con nadie.

Mostró su corazón y lo desvistió de todas las capas con que

lo había envuelto en su larga vida para cuidarlo y protegerlo.

Cuando Toñi abrió la puerta, Bea adelantó un paso con la

expresión en el rostro de rogar perdones infinitos,

extendiendo a la vez un ramo de flores. La recibió con un

abrazo generoso y acogedor. Ambas sabían de cuánto se

habían echado de menos en aquellos pocos días de

distanciamiento.

Se mantuvieron en silencio a sabiendas de que les

esperaba una larga conversación, y suponiendo Toñi, que la

charla quizás hasta sería complicada, se fue a la cocina

regresando pronto con una botella de vino blanco en su funda

enfriadora y dos copas en la mano. Se dirigieron a la terraza.

—He dejado pasar unos pocos días porque te conozco, y

la tremenda furia que con razón sentiste tenía que calmar en

ti para poder hablarte. Debes saber que explicarme es

complicado, doloroso y difícil de revelar. Desconozco cuáles

148


son las palabras adecuadas para que concibas lo que tengo

que decir en su justa medida, porque siento mucho miedo de

que no me entiendas. Comprendo que de inmediato te

sintieras engañada, y hasta hayas creído que lo he ocultado

para reírme de ti. Ha sido una reacción normal por tu parte,

y siempre supe que, de no saberlo por mí, sería así como te

sentirías. A pesar de todo, yo prefería seguir sin desvelarte

el secreto por puro egoísmo personal.

»Sé que sigues muy enojada y tienes razón para estarlo,

en cambio, ahora ambas estamos calmadas y hemos

reflexionado. Sobre todo yo, que soy quien debe explicarse.

Entiendo que tienes que estar desbordada de preguntas, más

necesito que me escuches. Preciso que te concentres en lo

que te explicaré. Intentaré expresarme lo mejor que pueda y

te ruego que seas indulgente. Trata de entender por favor,

porque para mí es doloroso. Ocurre, que en definitiva, esta

hipocresía por mi parte, es el motivo latente alrededor del

cual ha girado mi vida. No me creas exagerada y mucho

menos seas compasiva. Solo quiero que te esfuerces por

empatizar más allá de lo posible, quizás porque es muy

probable que te pueda resultar algo increíble, y que, por

demás, esto haya sido el punto sobre el que he girado en mí

existir.

»Intentaba competir contigo. Todo eras tú, aunque

realmente éramos tú y yo. No había manera que yo admitiera

compartirte con nadie. Por eso yo misma no me compartía

con Isabel —Bea sacó del bolso su fotografía más querida y

continuó—. ¿Sabes? No tengo una imagen como esta con mi

hermana gemela.

»Desde que nos hicieron esa foto, nunca he podido

separarme de ella, y no hablo del papel impreso en sí, sino

149


de la imagen que ves ahí. ¿Te das cuenta? Mírala bien.

Teníamos dieciocho años. ¡Estoy intentando olerte! Soy yo

la que se acerca con la creencia de que sintiendo tu olor

puedo llegar a saberlo todo de ti. Era yo la que se preocupaba

por ti. Siempre pendiente… no quería ni dejar escapar el aire

que estaba tu alrededor. En cambio, observa la foto.

Apareces mirando algo más allá por encima de mí. Ni

siquiera te interesaba el que nos estaban fotografiando.

»Nunca he podido olvidar esos ganchillos de colores que

llevabas desde niña en el pelo, siempre fijos, y los cintillos

con brillantitos de los que presumías. ¿Los recuerdas? Me

parecía que coqueteabas cuando los chicos se acercaban y

decían algo de los brillantitos. Entonces, yo estudiaba cómo

tú sabías quitar el cintillo de la cabeza con maestría, y

mostrarlos con ellos en los dedos… observaba que el pelo se

había quedado suelto, a la deriva, que te caía sobre la cara, y

yo no quería que te despeinaras por mostrar unas piedritas a

unos críos impertinentes. Miraba con atención cómo

intentabas acomodar los pelos, y mientras tanto el cintillo

entre tus labios sujeto con los dientes. Vigilaba con miedo

de que algo fuera a pasar con ese plástico en la boca. No sé

qué me imaginaba. Tampoco me olvido de las gafotas de

cristal de botella cuando aún no llevabas lentillas. Pensaba

que aquellos cristales gruesos te permitían ver la vida de otra

manera diferente que no podía ver yo. Me sentía

insignificante, muy poca cosa.

»Así que mi arma era mortificarte. Hasta me alegraba

cuando se empañaban las gafas, porque imaginaba que eso

no te permitía entender lo que ocurría, por lo cual no te

podías considerar la mejor. Era mi lucha por no dejarte ser

superior a mí, porque sabía que sí lo eras.

150


»Te conocí como alguien especial y crecí creyéndolo a

pies juntillas. Así que tenía que defender ese criterio de que

nosotras éramos diferentes al resto. No iguales a todos los

demás. Y si por algún motivo me parecía que así no era, eso

me causaba dolor y los despreciaba. Te puedo garantizar

Toñi, que ha sido un cruel castigo tener este pensamiento

permanente, porque a pesar de todo, en lo esencial no ha

cambiado. De forma constante siempre has sido tú. Lo

percibo mi castigo. Y mi ilusión. Mi motivo de lucha, mi

objetivo de vida. Mi garantía de no sé qué. Me he enfrentado

contra esa idea y si no podía, me anulaba y me apartaba.

Cuando llegué a comprender que debía salir de esa nulidad

personal que me había impuesto, tuve que enfrentarme a mis

propios demonios.

»Con los chicos que se nos acercaban me ocurría que me

era perfecto creerlos tontos. Eran unos imbéciles sin sentido

de la medida, que los superaban los deseos y los consideraba

el enemigo porque podían destruir nuestra intimidad. Ese era

el real motivo de mi comportamiento tan despiadado con

ellos y que tú me recriminabas. Yo solo pretendía borrarte la

idea de sus presencias a nuestro alrededor mariposeando, e

insistía contigo para irnos a alguna otra parte, porque me

negaba a compartirte. Vivía con miedo a perderte. Y así

crecí, atragantada con esta idea que te puede parecer

absurda, cruel y sin sentido. Lo que quieras. Pero así ha sido.

Muy tortuoso para mí.

»Me costó mucho comprender y medianamente aceptar

que tú no sentías igual que yo. Quiero aclararte que no hablo

de lesbianismo. No estoy hablando de amor sexual. No me

refiero a una pareja de mujeres enamoradas, porque de hecho

no lo he pensado de esa manera. Nunca me he imaginado

151


besándote en la boca, ni teniendo un contacto sexual contigo,

ni con ninguna otra mujer. No es eso. Supongo, que por ese

motivo, resulte más complicado de entender.

»Hablo de algo que siento que está más allá de todo eso,

y ese sentir respecto a nuestra relación siempre ha estado ahí

latente en mí. Por encima de todo: ¡la fuerza del amor por mi

amiga Toñi! Más adelante fui comprendiendo que esa

adoración era hasta enfermiza. Me destruía. Quererte para

mí sola era una manifestación de un brutal egoísmo. De

todas maneras, aun así, no podía abandonar. ¡Nunca he

logrado apartarme de ese amor! Solo lo confesé a Isabel.

Desde que lo supo intentó ayudarme convirtiéndose en mi

imprescindible. Lo consiguió. ¡Hasta nos hemos convertido

en mamás de Antonieta! —replicó sonriendo.

»Desconozco si alguna vez mis ojos o mis actos me han

delatado. ¿Te han dicho lo mucho que te quiero? ¿Mis

actuaciones te han demostrado cuánto te necesito en mi

vida?

»Cuando supe que La Infinita era tu autora favorita, ahí

lo dejé. Fue una acción ególatra que significó solucionar mi

atolladero interior. Tenía libre el camino para deleitarme en

tu apasionado sentimiento de admiración, por alguien que tú

considerabas genial, ideal, perfecta, inteligente, divina…

¡sin conocer! ¡Y era yo! Por primera vez sentía que me creías

brillante. Eso ha sido lo que he querido de ti; que me

quisieras como la más preciada de tus joyas, esa de la que

una no se separa jamás, porque es parte de tu atuendo pegada

a la piel y cerca del corazón.

»¡Disfrutaba tanto cuando comentábamos «sus libros»!

En esas conversaciones yo te inducía para analizarlos juntas,

y de esa forma, podía deleitarme en tu asombro por esa

152


persona que suponías mujer. Hablabas de lo que tú creías el

gran éxito alcanzado por La Infinita, manifestando tu

absoluta seguridad de que tenía que ser alguien con mucha

confianza y fe en sí misma. Una mujer dominante y

conocedora de su potencial. ¡Por fin era tu preferida!

Entonces, yo justificaba lo que hacía diciéndome que no era

nada, que solo ocurría que no te había dicho la verdad. Una

locura. ¡Pero estaba tan satisfecha!

»Comprendo lo irrazonable de mi comportamiento. Me

he aprovechado de tu ignorancia para alimentar mi fantasía,

con el deleite de estar disfrutando de tu querer por la autora

de tus libros preferidos. ¡Esa persona era yo! Me conformaba

con recibir tu amor de esta manera, porque siempre me ha

parecido imposible que me puedas querer de verdad, tanto

como te quiero yo a ti. Y aunque lo estuviera haciendo mal,

no lo he tenido en cuenta porque mi actuación ha estado

siempre justificada por una buena razón: mi fantasía por

nuestro mutuo amor.

153


154


Capítulo 15

De pronto, observando a Bea sobre la cama llorando de

esa forma tan afectada, Toñi comenzó a inquietarse en el

sentido de que tuvo la impresión de que su amiga más

querida la estaba ignorando. ¡No estaba contando con ella!

Parecía poseída de un dolor que arrastraba de tiempo atrás,

que lo llevaba mal. ¡Y no le había comentado nada! Ella

estaba dispuesta a ayudarla, pero no tenía idea del motivo de

su angustia. ¿Sería que Bea no acababa de confiar en ella? A

esas alturas Toñi creía saberlo todo de Bea.

Le vino a la memoria aquella conversación tan difícil

hacía tres décadas, a raíz del disgusto por el ocultamiento de

la identidad de La Infinita, cuando se sorprendió tantísimo

con las confesiones que no esperaba de Bea. Trajo a su mente

la inconcebible escena de entonces, cuando comprendió la

importancia del vínculo entre ambas para su amiga. En este

instante no podía recordar con precisión la conversación ni

cuál fue la reacción... pero el caso era, que ahora notaba a

Bea no estar bien desde hacía tiempo.

Toñi se creía convencida de que su amiga se sentía segura

a su lado. Viéndola en esa situación y recapacitando… a lo

mejor estaba equivocada. Algo no iba bien. Acababa de

percatarse de que a Bea tenía que verbalizarle sus

pensamientos, ofrecerle las ideas masticadas. Interpretaba

155


que ella no se daba por enterada con las palabras no dichas.

Intuía que iba en picada. Estaba necesitada de seguridad. El

llanto tan profundo salido del alma, justificaba un

sufrimiento, que de pronto le parecía desconocer. Por eso se

angustió. Desesperada, sin saber cómo apaciguar el dolor de

su amiga, ni cómo tranquilizarla, preguntó:

—Pero Bea, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras así? ¿Hay algo

que yo no sepa? Si es así, cuéntamelo. ¡Preciso estar enterada

para socorrerte! Estoy aquí. ¡Tienes que compartir ese dolor

conmigo! Hace años Isabel no está y yo no te la puedo

devolver. ¡Nadie puede hacerlo! Desde entonces soy yo tu

hermana gemela. ¿Lo sabes? ¿Verdad que lo sabes?

—Es que me pesa el tiempo en que no está —dijo al fin

Bea—. La necesito. Estoy cansada. Me siento desconcertada

con lo de tener cien años, y aunque nuestros cuerpos no

tienen los achaques de esa edad, mi cabeza, mi mundo y mi

interior me están jugando una mala pasada. Me hacen sentir

que estoy en la vejez profunda. En la ancianidad nos caemos

a cachos. Eso no lo desea nadie y yo tampoco lo quiero.

»Nunca me has contado cómo te sientes tú. Pero yo

pienso tener que enfrentarme a otros cincuenta años y me

derrumbo. De joven volaba con tu pureza de sentimientos

que después sustituí con los de Isabel. Nunca imaginé llegar

a este escenario tan diferente, porque confiaba que mi

hermana estaría bastante más tiempo conmigo. Pero se ha

ido muy pronto y me he quedado huérfana. Por más que

indiques haberla sustituido diciendo que eres mi hermana…

no comprendes. Para vivir necesito a mi alma gemela

conmigo. Sé que me quieres, que confiamos una en la otra…

no obstante, tu mundo sigue siendo inmenso aunque yo no

esté presente. Para mí es distinto. Cuando te vas a tu casa me

156


quedo sola, me desoriento porque tú eres mi única persona.

Siempre lo has sido. Por un tiempo corto te sustituyó Isabel.

»Lo siento. Soy así de limitada. Puedes llamarme también

egoísta. Sabes que te admiré desde el día en que te conocí. A

partir de ahí, con tu presencia o sabiéndote cerca, es como

consigo sentir paz, pero en tus ausencias, yo estoy perdida.

»Ese fue el motivo por el cual en su día, decidí a través

de las fantasías de mi escritura, atraer una paz ficticia. Lo

hablamos hace treinta años. Te lo expliqué. Quedaste

congelada y ni siquiera supiste qué decir. Aquella noche

dormimos abrazadas y lo recuerdo como uno de mis sueños

más reparadores. Descansé tranquila y segura. Tú estabas a

mi lado. Conoces de sobra, porqué lo hemos hablado y

aclarado, que no tiene que ver con relación de pareja, pero

cada día me está resultando más tortuoso enfrentarme a este

amor por ti de siempre, sostenido y mantenido durante todo

el tiempo. Encima, soy incapaz de contarlo a nadie porque

no es entendido. Ni siquiera nunca fui capaz de explicarlo a

Fernando, el padre de Antonieta, tan cercano y querido.

¡Psicólogo! No pude hablarlo con él porque no soy valiente.

Me habría tildado de loca. No hubiera seguido mirándome

con buenos ojos. Llevo toda mi vida escondida en algo

ridículo ¡A quién se le ocurre ocultar lo divino que resulta la

admiración por una gran amistad! ¡Sé que no es una

enfermedad! ¡No estoy loca! Por eso elegí la discreción y no

insistir en referir el tema de mis necesidades. En especial por

no perderte, para no provocar que me pudieras volver a decir

«Hasta aquí Bea, te quiero fuera de mi vida, estoy harta de ti

y tus amores». Otra vez no podría superarlo porque mi

cabeza se encuentra demasiado mayor. Vivo cansada Toñi.

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Me siento agotada y tengo miedo porque no sé de dónde

sacar fuerzas para enfrentarme a otros cincuenta años más.

»Tengo dinero, salud, negocios, libros que me han

permitido conocer el éxito. He viajado. He tenido mi propia

y particular familia, y seguramente podría plantearme hacer

otras cosas, pero me falla la ilusión. Te observo y te veo

diferente. Te aprecio dispuesta a más y ya me gustaría.

»Quisiera conseguir desatarme del peso que me ha hecho

infeliz, darme un chute de magia para despegarme de

apegos. Saber desligarme de aquella gente a las que sé que

voy a perder, en cambio, no lo consigo. He hecho y podría

continuar haciendo lo que me gusta, pero no alcanzo mi

nueva versión. Me refiero a dedicarme a ser feliz, a disfrutar

de todos los detalles. Hace demasiado tiempo sé que la

felicidad no es tener cosas, sino un sentimiento de abandono

y me encantaría descubrir ese don. Amanecer con mi yo

amaneciendo, y atardecer también atardeciendo conmigo

con los colores más lindos por imaginar. Con tanto tiempo a

mi favor debería preparar mi burbuja diseñada, de manera

que no me afecte lo externo, o al menos, ser consciente de

que lo de afuera no incida en mí. ¡Mi zona perfecta, bien

conformada y vivirla! ¡Darme cuenta! Disfrutar ese don del

momento en que estoy gozando. No el global, sino el de mi

instante personal. Porque Toñi, hay que percibir el mundo.

Sin embargo, yo no consigo darme por enterada.

»Eso es lo que me pasa. ¡Cien años! Sí. Suena muy

bonito. Pero no cuando no hay esperanzas. No si no se tiene

ilusión. Estoy decepcionada sin saber cómo seguir tanteando

en lo adelante, porque me aterra conocer que aún me quedan

cincuenta más con este desconcierto —llegado este punto del

discurso, Bea apreció la cara de preocupación de Toñi—. No

158


te asustes. No estoy hablando de suicidio. Sabes como soy.

No pienso en esas locuras. Solo es que no sé vivir.

Todo esto dijo Bea con emoción contenida y continuó

llorando.

Toñi, que se había acomodado en el sillón de la habitación

para escucharla permaneció en silencio.

Media hora después, Bea se había quedado dormida. La

arropó con cuidado para no despertarla y fue a su habitación.

Unas pocas horas después, regresó donde su amiga que

seguía durmiendo. Se acomodó en la cama, al lado de ella,

hablándole en voz baja.

—Tranquila querida. No te voy a dejar sola. No permitiré

que seas infeliz. A partir de ahora mismo estaremos juntas,

siempre.

159


160


Capítulo 16

A la mañana siguiente, Toñi, con absoluta claridad, sabía

que esta vez no necesitaba, como en otras ocasiones, un

tiempo de reflexión. Estaba decidido. Ella también sentía el

cansancio. Embarcarse con frecuencia de un sitio a otro ya

no le atraía como hacía años atrás cuando todo le parecía

novedoso. Su vida se había convertido en demasiados viajes.

Comenzaba a renegar de tantos traslados. Hacía mucho

había perdido el interés por esa parte del trabajo con maletas

a cuestas.

Tuvo que acostumbrarse a la reclamación de su presencia

aquí y allá para el buen funcionamiento de sus empresas, y

aunque era cierto que en los inicios ella no había pretendido

extenderse tanto, le fue quedando claro que en el mundo en

que vivía la globalización mercantil lo dilataba todo. Así, de

un soplo y sin apenas darse cuenta, sus servicios comenzaron

a ser demandados. Se encontró ante un nuevo orden

empresarial por el que se dejó atrapar. Fue descubriendo,

para su sorpresa, la extensión de sus sociedades a nivel

internacional y se sentía orgullosa.

Había descubierto, de pronto, sentirse reclamada por

clientes que vivían en el lujo y requerían la satisfacción de

sus caprichos. Descubrió cómo la riqueza y la ostentación

personales pasaban a ser prioridad, en una parte privilegiada

161


de la sociedad a la que servía a cambio de sumas importantes

de dinero. Su equipo solicitaba permisos. Ella confiaba y

firmaba. Pero a pesar de su fortuna sabía encontrarse

cansada. Escuchando los razonamientos de Bea acerca del

futuro de cincuenta años más por delante, no le quedó otro

remedio que reconocer haberse hecho en ocasiones la misma

pregunta. ¿Qué necesidad tenía de continuar con ese ritmo

con todo lo que implicaban en su vida privada?

Era consciente de disponer de un personal formado a su

lado, bien equipado, capaz de trabajar y rendir sin necesidad

de estar con su control permanente. Además, había educado

desde pequeña a su sobrina Elizabeth. Era su mano derecha

y la persona más quisquillosa que conocía, lo que a veces le

provocaba la risa por lo exagerado que manejaba algunas

situaciones en su obsesión controladora. Estaba preparada.

Toñi siempre sintió sobre sí la responsabilidad de su

familia, y por ese motivo les había llevado de la mano

creando excelentes profesionales. Su querido hijo ya estaba

mayor, y aunque conservaba muy bien su físico, no dejaba

de ser una realidad que tenía setenta y dos años. Por eso,

Elizabeth era perfecta. Encima estaba con diferencia mucho

mejor capacitada para tomar las riendas de todo. Así que era

de sobra conocedora, de que podía dejar todos los

menesteres y responsabilidades en sus manos. Ella también

estaba preparada para delegar y vivir el futuro de otra

manera, y cada cual a lo suyo. Escuchando a Bea no tuvo

que pensarlo mucho. Era la hora en que tocaba a otros

apechugar, y sobre la marcha, tomó la decisión de que, en lo

adelante, los demás se ocuparan de los negocios, y ella a

vivir tranquila con la compañía de su amiga más querida.

162


Se lo hizo saber en el desayuno. Mientras tomaban un

jugo de naranja, y antes de empezar a degustar unos

apetitosos croissants, le hizo saber de sus planes.

—Si tú lo quieres, de lo cual creo estar segura, yo estoy

feliz de haber tomado una decisión… No nos separaremos

más. Viviremos en la misma casa. Haremos lo que

queramos. Viajaremos o no. Lo que decidamos ambas. Pero

desde ahora estaremos juntas. Eso, claro, si estás tan

dispuesta como yo, a delegar las responsabilidades de tus

negocios para que lo lleven otros. Nos lo hemos currado.

Tenemos magníficos equipos. Que continúen adelante otras

personas. Las que decidamos. Lo estudiaremos con cuidado.

Lo tengo claro Bea. Es hora de vivir tranquilas. Hemos

pasado mucho y trabajado demasiado. Ha llegado el

momento de nosotras. Disfrutaremos acompañándonos todo

lo bueno que nos vaya a deparar la vida durante estos

próximos años. Claro que podremos seguir haciendo cosas

de nuestras profesiones que nos apetezcan, pero sin

presiones, con serenidad y dejando atrás los corre, corre.

Opino que debes seguir escribiendo. Al menos me gustaría

continuar contando con buena lectura. Yo, quizás asistir a

alguna intervención de esas que me chiflan, porque me

resultan interesantes y el paciente lo requiera. Pero vamos a

desconectar el chip. Obligarnos a entender que lo dejado,

pasa de inmediato a ser detalles, casos anecdóticos, nuestros

hobbies personales. Nada de presiones ni obligaciones.

Considero, que igual que tú debes seguir escribiendo, las dos

podemos continuar con las campañas de publicidad, pero

sabiendo que son dos al año, puntuales y programadas. En

definitiva es que lo de esas sesiones es divertido, nos dan

vidilla y lo pasamos súper.

163


»Quiero decir, mantener alguna que otra actividad, que no

nos exijan estar al pie del cañón puede que no esté mal, si

bien, lo notable es liberarnos del efecto de las

responsabilidades constantes. Por otra parte, podríamos

conservar nuestras casas, o no, ya lo veremos. Decidiremos

juntas si vender, pasar a los hijos, que la vivan ellos, alquilar,

lo que nos parezca. También eso es discutible.

Mientras Toñi hablaba, Bea mostraba una mirada acuosa.

Sus lágrimas asomaban a punto… permanecía en silencio.

Al mismo tiempo su cara mostraba una amplia sonrisa. Aun

así, se apresuró a decir a la vez que se secaba el rostro con

una servilleta.

—Podríamos hacer también cuando nos apetezca un viaje

alrededor del mundo. Visitar con calma todos los rincones

del planeta que hemos dejado pendientes. Disfrutaremos

organizando un plan. Me hace ilusión sentarnos en una mesa

ante un mapa enorme e ir marcando todos los sitios a los que

queremos ir —de pronto parecía ser una niña chica.

—Eso. ¡Vamos a dar la vuelta al mundo! Hemos hablado

tantas veces lo de visitar Machu Picchu… donde queramos

con mochila o con las comodidades de los hoteles. Da igual.

¡Podríamos hacer el Camino de Santiago! ¡Bea qué ilusión!

¡Tenemos todo el tiempo para cumplir tantos sueños! Podrás

tomar notas en esos viajes y tendrás nuevas ideas para tus

libros. Seguir creando infinitas obras, porque solo te pido

que no abandones ese don. Te prometo, que mientras te

escuchaba hablar ayer por la tarde me venían muchas ideas.

Estos planes me invadieron. Sentía que me sobrepasaban y

¡me hicieron quedar tan satisfecha! No tuve ni que

reflexionar, ni pensármelo dos veces para tomar la decisión.

164


Por mi parte está finiquitado desde ayer mismo. Todo lo que

se nos ocurra podremos hacerlo.

Sonriendo, pero aún entre lágrimas, los ojos de Bea

brillaban. A Toñi le pareció evidente que, a excepción de la

idea del viaje, no podía ofrecer otros planes. Estaba nerviosa.

—Mira, no hace falta que digas nada. Seguro que tú

también tendrás otras ideas más que aportar a este incipiente

plan y lo hablaremos. Ahora vamos a comernos estos

croissants que tienen una pinta…

A la salida del desayuno vieron que el día estaba soleado

y la temperatura perfecta para bajar a la piscina. No

necesitaron ni charlar entre ellas. Era un momento especial

y definitivo en la vida de las dos mujeres. Cada una en su

tumbona, mientras tomaba el sol, danzaba en «sus adentros»

armando el nuevo rompecabezas particular, desechando

piezas y agregando otras con el objetivo de conseguir la

imagen más bonita y tranquilizadora. Una, adivinaba que la

otra estaba, al mismo tiempo, con su acertijo particular,

tomando decisiones, haciendo planes… Ambas sentían que,

al finalizar y unir las imágenes, se conformarían un cuadro

perfecto para mostrar el escenario de sus vidas futuras.

Toñi entendió que su amiga comenzaba ya a digerir la

noticia, pues en la comida, Bea puntualizó que, ante los

nuevos planes, consideraba que era prioritario empezar por

lo inminente de organizar sus vidas profesionales, con vistas

a poder a posteriori relajarse. Estaba inquieta solo al respecto

de que nada se detuviera. Habían asumido por decisión

propia traspasar la responsabilidad a sus familias, si bien las

empresas tenían que continuar su funcionamiento, tal como

si ellas siguieran en la dirección.

165


—Tenemos que asegurarnos, por nuestra tranquilidad, la

mejor manera de enfrentar este reto. Considerar a quién dejar

al mando. Solo así podré soltar la gestión en manos de los

abogados, con los detalles bien definidos, de manera que el

resultado coincida con fidelidad a nuestros deseos. Hemos

trabajado demasiado y nada puede quedar a la deriva.

—Totalmente de acuerdo Bea. De otra forma no

podríamos estar tranquilas. Ese será nuestro punto de

partida. Y vamos a hacerlo pronto. Sin prisas nos

organizaremos de inmediato. ¡Y claro que esa será la

prioridad para que nada se detenga! Que se ocupen nuestros

hijos y empleados. Ya es hora de que cada barco aguante su

vela —cruzaron la mirada sonriendo—. Estudiaremos quién

debe y quién no tiene que estar. Lo arreglaremos. Pero lo

empezamos a discutir mañana. Hoy es un día especial y

vamos a regocijarnos en el interior.

Ambas sabían de esa propuesta, a solas con los

pensamientos, en sus individuales reflexiones rumiando

ideas. Se estaban ofreciendo una tregua de un día para

configurar, al respecto de lo laboral, el plan a seguir con

vistas a abrir la senda por donde estaba decidido que se

dirigirían en el tercero y último tramo de sus largas vidas.

Quince días después, invitaron a Antonieta y Elizabeth a

recrearse con una semana de descanso. Encontraron el

momento para informarles acerca de lo convenido. Les

hicieron saber, de que el próximo lunes, estaba concertada la

cita con los dos abogados de cabecera de las familias, para

enterarlos de lo dispuesto y que iniciaran los trámites que

correspondieran en estos casos.

Antonieta, mirando a su madre le hizo saber que ya

suponía desde hacía tiempo que este momento llegaría.

166


—Mamá, aunque imaginaba llegar a este punto algún día,

no pensé que fuera tan pronto. Sobre todo, porque ustedes

están bien. Claro que, sabiendo que con esta decisión eres

feliz, y siempre que confíes en mí, no te defraudaré. Creo

conocer lo suficiente todos los negocios. Controlo el

mecanismo y puedo asegurarte de que cumpliré tus

expectativas. Ahora bien, estate segura de que no tomaré

disposiciones relevantes sin consultarte. Por lo tanto, debes

prometerme estar siempre operativa en el móvil y no

apagada o fuera de cobertura, que una cosa es decidir auto

jubilarse y otra muy diferente, es pasarme este marrón

sacudiéndote las manos y arréglatelas como puedas.

En cambio, Elizabeth, al menos a la primera, no veía el

tema muy claro. Hizo saber a su tía de sus dudas acerca de

que ella tenía cincuenta y cinco años, aclarando, que, aunque

se sentía vital, a la vez comprendía que poco tiempo más

podría estar al frente de monumentales empresas.

—Lo sé cariño. Estoy al tanto de la edad que tienes, pero

no creerás que voy a dejarle semejante responsabilidad a tu

padre con setenta y dos. La persona adecuada para

sustituirme eres tú. Estoy segura de que aún te quedan unos

quince o veinte años al pie del cañón sin que te fallen las

capacidades de ejecución y dirección. Además, tenemos a

tus dos hijos incorporados en los equipos de trabajo en dos

de las clínicas desde que terminaron la universidad. También

atrás tienes a mi nieta que pronto finalizará los estudios.

Estaremos pendiente de ella. Tú ahora encárgate de

continuar la formación de ellos. Considero que ya se puede

ofrecer a tus chicos la dirección en sus puestos, para que

pillen más experiencia y te sustituyan cuando lo precises.

Conoces a la perfección el trabajo. Has sido mi sombra

167


muchos años. Este es tú momento por el que te he preparado

toda tu vida. Sabes que cuentas con gente que son estrellas

en lo suyo. Eres una brillante cirujana. Estoy convencida de

que lo puedes hacer igual que yo, o mejor. Elizabeth, sé que

lo harás de lujo. Además, yo no voy a desaparecer del mapa,

y claro que quedaré pendiente a un toque de wasap para lo

que sea. Prometo no estar apagada ni fuera de cobertura.

Dirigiéndose a ambas les dijo:

—Chicas, no se trata de que les estemos pasando un

marrón. No vamos a desaparecer del mundo. Estamos aquí.

Más o menos cerca en la distancia, nos trasladaremos si es

necesario. Esto se trata también de vuestras vidas y las de la

familia. No es un proyecto pensado por nuestra parte con

prisas y a lo loco. Lo hemos estudiado y ustedes son las

personas que han estado junto a nosotras a igual nivel de

responsabilidades. ¿Quiénes mejor podrían sustituirnos?

Elizabeth asintió sonriendo.

—Si, tía Toñi, no estoy diciendo que no. Lo que pasa es

que no me hago a la idea de que no seas tú la que estés en la

dirección.

—Chorradas. ¿Qué no esté yo en la dirección, o que seas

tu ahora la presidenta? —sonrisas otra vez.

—Pues queridas mías, tienen tres días para hacerse a la

idea, y recuerden estar el lunes listas a las once de la mañana

que tenemos la reunión en el buffet de abogados.

Ese mismo día, las cuatro mujeres saborearon un buen

almuerzo y brindaron varias veces por los nuevos acuerdos.

Pasaron el fin de semana disfrutando de paseos. Elizabeth y

Antonieta, a ratos, preguntaban y, por más que aludían a esto

o lo otro, tanto Toñi como Bea daban señas de sentirse

relajadas. Era una sensación de estar despejadas. Para ellas,

168


el tema estaba a punto de quedar zanjado y hasta

conspiraban, en tono de burla, refiriendo a que lo arreglaran

sus elegidas a su manera y como pudieran.

En la reunión del lunes, las dos mujeres informaron a sus

abogados de confianza sobre lo que habían decidido.

Expresaron las instrucciones pertinentes. A la salida, estaban

tan satisfechas, determinadas y seguras, que se redundaron

en los repetitivos brindis de los últimos días.

—Como sigamos con este ritmo de celebraciones, pronto

estaremos alcohólicas perdidas —bromeó Bea—. Aunque he

de decirles que me da igual, porque a la vez, no puedo evitar

confesarles que siento haberme quitado un gran peso de

encima. En lo adelante me dedicaré solo a ser feliz y escribir.

—Pues que así sea —respondió Toñi— alzando su copa.

169


170


Capítulo 17

Días después, tras las complicadas gestiones por el

traspaso de la dirección de los negocios, las amigas,

saboreando un día de paseo por la ciudad, entraron en una

librería con la intención de comprar un mapamundi.

Buscaban algo semejante a unas plantillas del mapa político

sobre fondo blanco. Habían acordado dedicarse un tiempo,

cada una, con el suyo propio, a marcar los países sobre los

que basarían el proyecto para la organización del viaje.

Quedaron en establecer un orden numérico de prioridad.

Rutas con líneas y flechas con la debida nota al margen del

porqué de esa visita para ilustrar el interés por el sitio. Tenían

clara la idea del atlas del mundo, bien delimitados los países,

en papel blanco, y al fin lo consiguieron. Compraron varias

copias.

De esta manera, en las horas muertas del día y cada una a

su bola, se las veía por algún espacio de la casa, enumerando,

consultando en internet, dibujando flechas y usando colores.

Preparaban con ilusión su acordado viaje. Pocas veces se

hacían preguntas. No era necesario. Toda la información

estaba en internet. Después tendrían tiempo entre ellas en

ponerse de acuerdo.

171


La imprescindible plataforma de YouTube era la aliada

ideal en estos preparativos. Para esta época, se había

transformado en una herramienta mucho más alucinante e

ilustrativa, y aunque su esencia cumplía los mismos

objetivos de información, ahora se llamaba diferente. Un

nombre de esos muy rebuscado del que no suelo acordarme.

A veces, Toñi escuchaba desde el salón contiguo a Bea,

gruñendo en voz alta contra ella misma.

—Pero bueno, ¿quién me habrá mandado a ver este

tutorial completo? ¡Ahora tengo la impresión de haberlo

conocido todo y se me ha rayado el interés! ¿Estoy tonta? —

y continuaba en lo suyo.

Pocas veces coincidían en el desayuno. Mantenían su

privacidad con independencia de donde estuvieran. Como

era costumbre, respetaban el para sus adentros, los

respectivos gustos y hábitos alimenticios, aunque si alguna

vez coincidían, aprovechaban la ocasión.

Esta mañana en particular coincidieron. Se habían dejado

los planos sobre la isleta central de la cocina y Bea refirió.

—A nuestros mapas no les cabe ni una flecha ni un

número más. Reflejan un carnaval de colores. ¿Podríamos

aprovechar un rato dando nuestros primeros pasos en la

planificación? A menos de que tengas algo que hacer, claro.

—Buena idea. Me parece perfecto. Estoy un poco

aburrida de esta tarea individual y me apetece que

empecemos a comentar cosillas. Venga, llevamos el

desayuno y las notas a la terraza y manos a la obra —

caminando, con la bandeja cargada sobre todo de fruta y algo

de pan, los mapas y colores en la otra mano gritó—, traes tú

el portátil y bolígrafo que las anotaciones te tocan.

Bea entre dientes susurró:

172


—Sí, claro, me toca el trabajo sucio y la niña va de

directora de orquesta — se burló de sí misma.

La semana anterior sacaron algunas cosas y los objetos

más personales de Toñi del ático de Madrid. Habían decidido

traspasar la propiedad al hijo menor de Antonieta. Nada más

sentarse, mientras Bea se acomodaba en el sillón después de

servir el café, escuchó a Toñi susurrar en un tono como

hablando entre dientes.

—Esto de ir dejando casas atrás, me ha llevado a recordar

todos los techos bajo los que me he cobijado. Vale. Estoy

pensando en algunos momentos determinados muy

concretos… —entonces se dio cuenta de que Bea la

observaba con curiosidad—. ¡Up! Perdona —aunque

continuó ahora consiente de que era atendida.

—Quiero decir que, si me abstraigo intentando elevar la

mirada por encima de mis hombros y la cabeza, y me

imagino ser un dron, puedo planear sobre esas viviendas

observando toda mi vida. Me refiero a los detalles que

conozco de mí, porque en mis casas, aunque ahora la tenga,

por ejemplo tu nieto, siguen estando mis luces y sombras.

Espero que el pobre chico no se tropiece un día contra algo

desagradable.

»De pronto, así pensando, sobre todo de los

desprendimientos nuestros en estos días, siento orgullo de

confirmarnos en que no somos egoístas. Aunque… ¡Es que

tenemos tanto trabajado! ¿Lo has pensado Bea? ¡Hemos

vivido mucho!

»No sé tú. Yo al menos voy a meterme en la cabeza, de

que a partir de ahora, no quiero estar pendiente de los

peligros que acechan al mundo. Estoy harta de la

preocupación por la desaparición del planeta, por las

173


epidemias a cada rato y los tantos virus, y hasta por ese rollo

enfermizo que me dio una vez por enterarme de las

predicciones de Nostradamus. Tampoco quiero insistir en

renovar cada año la ausencia de los nuestros que se han ido.

Ni tengo por qué divagar en cosas mal hechas. Ni

arrepentimientos ni más nada. Se acabó todo ese lastre que

significa estar regresando a los años dejados. Son

demasiados, y esas letanías me intoxican. Creo conveniente

desde ya, concentrarme en estos supuestos próximos

cincuenta por vivir que pretendo pasarlos lo mejor posible.

»La vida es como el dios todopoderoso de los misterios.

Yo me quiero enfrentar a seguir buscando y descubrir más

cosas. Creo, que todo lo que las personas construyen acá, se

convierte a la muerte, como en un billete de entrada que

otorga el paso hacia donde tienes que dirigirte cuando se

llegue a «ese lugar». Así que si no construyes nada y te

dedicas a danzar por tu tiempo, no te ganarás el boleto

adecuado y te pueden mandar al infierno.

A tal idea tan filosófica, Bea reaccionó sonriendo, al

mismo tiempo que expresó.

—Pues sí, querida, de puta madre. ¡Vaya razonamiento el

tuyo! No lo había visualizado de esa manera, pero puede que

tengas razón. Y si fuera de esa forma que supones, espero

nos hayamos ganado un hotel cinco estrellas en el

mismísimo paraíso porque con todo lo que hemos currado…

»Yo aún a veces me pierdo noventa años atrás, cuando

coincidimos en nuestra primera comunión. ¿Te acuerdas?

Entonces me pongo a darle vueltas retomando todos los

alejamientos que hemos tenido. Es cuando me retuerzo de

dolor por mis crueldades con Isabel, con la familia, conmigo

misma, y sufro. Sufro mucho cuando me imagino sentir una

174


mano abierta y desconocida que me empujaba por el centro

de la espalda hasta el borde del abismo, cuando me venía la

idea de alguna burrada por hacer. Que lo sepas, eso me

abruma. Traer esos pensamientos me machaca un montón.

Casi siempre termino llorando, y cuando me harto de

lágrimas, comprendo que no me ha valido la pena meterme

en ese bucle. ¿Por qué habré sido una persona tan difícil? ¡Di

tantos disgustos a mamá! Menos mal que estaba Isabel

siempre tras mía apuntalando brazos caídos y justificando

mis desprecios. Todos soportaron mucho por mi mal

carácter.

—Vale, pero finalmente fueron cosas que pudiste

rectificar a tiempo y son pasado. Toda esa mezcolanza de

sentimientos diversos dentro de ti revueltos, quizás han sido

los responsables del poder que tienes para la creación de

ideas que te iluminan inventando historias estupendas para

tus libros. Es por eso por lo que siempre te insisto en que no

puedes dejar de escribir.

»A veces te imagino como una copa con agua

efervescente, y de cada burbuja que estalla, eres capaz de

extraer colores e imágenes tan diversas, que al mismo tiempo

te iluminan en crear unas tramas que… Por eso adoro tus

libros porque me dejan la cabeza llena de pajaritos y me

retienen ahí pendiente hasta que los siento volar. ¡Creas

imágenes tan fantásticas! Tuve una paciente que en una

ocasión, hablando no me acuerdo de cuál libro tuyo, me dijo

que a veces se le parecía que olía lo que escribías.

—Qué bonito —dijo Bea.

—Y halagador. En ese momento me pareció con

exactitud muy ilustrativo.

175


Estuvieron en silencio unos minutos mientras saboreaban

el café cuando Toñi, de pronto, replicó a su amiga:

—Por cierto Bea, en más de una ocasión que te he

preguntado sobre el tema, has dejado entrever que habías

tenido una relación o un noviazgo con un chico. No recuerdo

con exactitud qué referiste. Me prometiste contármelo en

algún momento, pero ahí se quedó. Cuéntame ahora. Esta

vez no te voy a permitir ejercer esa habilidad tuya de desviar

la conversación. ¿Alguna vez has llegado a abrirte al amor

verdadero de pareja?

—Es cierto. Quedé en contarte… suponía que en algún

momento querrías enterarte de ese chisme y me lo

recordarías. Sí. No fui una monja durante algún tiempo. Con

frecuencia me daba un buen revolcón con algún elegido.

Aunque supongo te refieres a una relación de verdad, con

fundamento. Fue solo una. Por un hecho puntual, que no

viene al caso, me enrollé con un chico de la oficina cuando

trabajaba de auxiliar administrativa. Lo de siempre. Una

cosa llevó a la otra y a otra. Quedamos una semana, y a la

siguiente. Después a tomar una copa, otra a cenar. Cuando

nos dimos cuenta llevábamos más de un año juntos y

estábamos a gusto. Era un tío divertido, muy currante y

responsable. Fue quien cayó en la cuenta del tiempo pasado,

y llegó el día en que sacó el tema a colación. Resultó

parecido a confirmar un compromiso. Era evidente el

despegue de su intención; nos hemos conocido, nos

queremos, nos va bien. Vamos a darle un toque más serio a

esta relación. Y a mí no me pareció mal.

»Para entonces, hacía tiempo que Isabel vivía conmigo,

había reconocido su homosexualidad y creo que empezaba a

salir con Laura. El caso es que para cuando ocurrió esa

176


conversación, yo había comenzado a rectificar los conflictos

con la familia. Había metido el cambiazo, me sentía renacer

con mis inmejorables relaciones familiares y pues bueno,

qué te cuento. En casa todos le apreciaban. Papá ya se veía

llevándome al altar y todas esas cosas de entonces.

»Al principio de la convivencia yo me quedaba en su piso

o él se venía a nuestra casa, hasta que sin más, un día se

instaló con nosotras y era perfecto. Creo que ya estaba

instalada Laura. Pasarían unos cuatro años y supongo, que

por una cosa u otra, de pronto Alejandro, que así se llamaba,

me habló de legalizar la relación de pareja e independizarnos

en una casa para nosotros. Con esa propuesta me puso la vida

patas arriba. Yo era feliz viviendo con mi hermana. Me

sentía estrenando vida. Había recuperado el amor de mi

familia y la proposición me obligó a dar la cara a unas

reflexiones a las que, hasta ese instante no me había tenido

que enfrentar. No me lo había planteado porque vivía feliz.

¡Resultaba todo de una manera tan sencilla y novedosa para

mí! Lo cierto es que no me preguntaba acerca del amor que

sentía por Alejandro. Suena curioso, pero era así. Por

supuesto nos creíamos enamorados. Nos decíamos los te

quieros requeridos cada día, pero hasta ahí.

»Cuando me insistió y me presionó sobre lo de

independizarnos de Isabel y Laura, yo tenía claro no poder.

Nada me era suficiente motivación como para abandonar el

verdadero amor que me hacía sentir tan bien y tan fuerte al

lado de mi hermana. A veces somos tan poco claros cuando

hablamos del amor, que ni a nosotros mismos nos

expresamos lo que de verdad sentimos. No sé cuáles eran

mis expectativas entonces. Honestamente no lo sé. No estaba

confundida, ni se trataba de que pretendiera otro amor más

177


intenso del que nos dispensamos en esa relación. No

teníamos problemas ni grandes carencias. Sencillamente es

que fue ese momento crucial de mi vida en qué entendí de

una vez, que jamás iba a ser capaz de sustituir o solapar mi

querer por Isabel, por igualarlo o sustituirlo, al amor de

ninguna otra persona, que no fueras tú, claro.

»Distinguía con claridad, que ustedes dos eran mis

personas favoritas. Esa experiencia me aclaró sobre mi

sexualidad. Lo digo en el sentido de que no me sentía

lesbiana, pero sí me convencí de que nunca iba a poder amar

a ninguna otra persona mientras estuvieran ustedes dos.

»Era muy complicado que Alejandro ni ningún otro

hombre lo entendiera. Hice lo que pude para convencerle de

que así estábamos bien y tal, pero no hubo manera. Nos

fuimos alejando hasta que la relación se diluyó. Si él hubiera

aceptado la convivencia de las dos parejas… quizás hasta

tendría mis propios hijos, porque no me desagradaba la idea

de un bebé. Y ahí tienes la historia querida. Más adelante

surgió la idea de ser madres las tres y fue cuando vino

Antonieta. Lo que ya sabes.

—Caramba Bea. Me resulta ahora hasta chocante el que

nunca hayamos hablado de esto… quiero decir, que no me

hayas contado esto. Es evidente que fue trascendental para

ti.

—Puede que suene raro, pero es que no ha surgido.

Tampoco yo la guardo en mi corazón como una gran historia

de amor. Justo el desenlace me hizo consciente de mis

verdaderas prioridades. Y esa parte es la que sí agradezco a

la vida. Sirvió para aclararme. La relación de unos cinco

años con Alejandro, la guardo como un lindo recuerdo. Me

valió en el sentido de que saboreé el descubrir la relación con

178


un hombre de manera íntima, continuada en el tiempo.

Experimenté la convivencia estable. Con todo lo bueno que

tuvo, lo más trascendental resultó el hecho de ser la ocasión,

que me permitió ratificarme en esa parte de mí que alguna

vez pudo hacerme dudar sobre mi sexualidad. Lo retengo

como la oportunidad que, desde entonces, me orienta en no

dejarme perder la perspectiva para que nada perturbe mi

prioridad.

—Joder Bea, que raritas somos.

Alguien llamaba a la puerta.

Toñi expresó extrañeza. No esperaban a nadie. Al

momento Bea se dispuso a ir a abrir aclarando.

—Es nuestra amiga Bárbara. Le envié un wasap para que

se una a cooperar en lo del planeamiento del viaje. Como es

tan ocurrente seguro nos da sus opiniones y nos echamos

unas risas. La invitaremos a alguno, ¿verdad?

Toñi quedó pensando: «Fijo que nos reímos. Aportará mil

ideas y de paso nos colocaremos con unos cuantos de sus

gin-tonics. ¡Bienvenida y a pasarlo bien!»

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ACLARACIONES

A MODO DE DESPEDIDA

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182


Capítulo 18

Espero no se le ocurra a nadie empezar a ojear el libro

por el final. Este capítulo es apto para quien antes se haya

leído la novela, de lo contrario no encontrará sentido a lo

referido en este aparte. Si es tu caso, imagíname indicando

que te remitas a la primera página. Gracias. Y si eres de los

que han devorado el texto, te aseguro que necesitas la

presente aclaración.

Escribo ahora de voz propia. Soy esa persona que se ha

dedicado durante años a tomar notas, hacer preguntas, y ¿por

qué no confesarme ahora?, alguna vez me he hecho la loca

dejando el móvil cercano y abierto mientras grababa las

infinitas charlas de mis amigas.

Sí, mis amigas. Antes debo aclarar, que por supuesto, en

su día, cuando ya las conocía lo bastante como para estar

segura de que eran ideales y se me ocurrió esta idea de narrar

sus vidas, les pedí permiso.

Fue simpático las circunstancias en que lo solicité, y lo

obtuve de inmediato. Reconozco que siempre he sido un

poco trasto. Ellas eran fans de las fiestas populares, y si

alguna celebración las pillaba por las islas, allá se iban

aunque el pueblito estuviera en el fin del mundo. Algunas

veces me llamaban y yo siempre me apuntaba. Como es

183


costumbre, en cada pueblo hay por defecto una plaza central

y por descontado que al lado se encuentra la Iglesia. La

noche referida, allí plantamos en la cafetería del parque a

tomar cervezas, picotear croquetas y pinchos de tortilla.

Aproveché de regreso al hotelito, mientras íbamos

andando, bailando y cantando a toda voz por el medio de una

calle adentrada del pueblo dormido y en silencio, pasadas las

dos de la madrugada… y entre risas y lenguas trabadas

debido a los efectos de las cervecitas les rogué el permiso.

Ellas respondieron al unísono y a gritos en medio del

bailoteo y el cantar: «Sí, hija, escribe lo que quieras. Da

igual». Desde ese instante me consideré bendecida y

autorizada.

La verdad es que creo que la historia no es como para

provocar risas, aunque de ellas nunca se sabe, pues las muy

listas le sacan tajadas a la vida por todas partes, y donde no

hay que rascar aún insisten hasta que encuentran.

Contaba que son mis amigas. Las conocí en mi

cumpleaños treinta, cuando unos colegas de entonces me

invitaron a un local, medio café, medio librería, medio bar,

medio tienda; vamos, que al llegar quedé encantada, pues

aquel sitio era una mezcla de todo muy bien conjuntado.

Habían comprado una tarta que solicitaron mantener fuera

de mi vista. Me animaron a elegir alguna prenda de las que

se exhibían colgadas de la única percha disimulada que

parecía ofrecerse ella misma en el armonioso espacio. Era un

regalo colectivo. Elegí un vestido divino y me fui al baño a

ponerme el traje. Al regresar, sobre la mesa encontré la tarta

con todas las velas. Los presentes entre burlas, me

recordaban a gritos mi debut en los Tá: treintá, cuarentá,

cincuentá…

184


Ese día me presentaron a Bea. No tengo idea qué edad

tendría por entonces. También andaba por allí su hermana

Isabel y era evidente la especial relación de cariño que se

dispensaban. La cuestión fue que me sentí adoptada por el

local. Me daba igual sola que acompañada, pero desde

entonces me convertí en la fiel clienta que pasaba allí su

tiempo siempre que podía. Yo era una gran lectora e iniciaba

mis pinitos en la escritura. Trabajaba en una editorial

coordinando el personal encargado de la revisión de obras y

la puesta a punto para las publicaciones. Lo de curiosear

libros rescatando chismes o recogiendo ideas me resultaba

de lo más atractivo. El sitio era mi mundillo perfecto.

No recuerdo con exactitud si fue ese u otro día cuando

conocí a Toñi. Con los días comencé a intuir que esa mujer

era una pieza clave en la vida de las gemelas. No piensen que

me las doy de lista por haberme percatado de la existencia

de un hada especial en el ambiente entre ellas, es que, en esa

época, a conciencia y adrede, no por chismosa sino por

profesión, me dedicaba a observar y escuchar en modo

alerta, buscando dónde pescar buenas ideas para la

inspiración. Sea como fuese, el caso es que distinguí que allí

había tomate y el tiempo me demostró tener razón.

Tampoco crea el lector que ese halo mágico lo pillé en un

pispas. Estas cosas no son así tan de pronto. Fueron un

cúmulo de detalles que me sobrevinieron con el devenir del

tiempo. Poco a poco me fui convirtiendo, primero en fan del

local, y después, por propia iniciativa, me ofrecía a colaborar

en todo lo concerniente a las labores de las que se ocupaba

Isabel, relacionadas con los sorpresivos pantallazos, o

entrevistas, propuestas de libros y esas cosas.

185


Tenía la experiencia suficiente para poder echar una

mano a las hermanas en las gestiones referidas a la literatura.

Por otra parte, la editorial no requería de la presencia física

de algunos empleados en las oficinas, lo cual, en mi caso era

una ventaja, ya que me podía permitir el privilegio de

trabajar a distancia. Se pudiera decir que fui convirtiendo el

local en mi coworking particular. Esa circunstancia desde mi

enamoramiento por el «Palabras divinas» de Bea, y mi

presencia constante por allí, facilitaron que pronto surgiera

una buena relación de amistad.

Mi primer apego y el más profundo sucedió con Bea.

Aunque tenía suficientes empleados, los primeros años ella

pasaba allí bastante tiempo, y en las horas muertas se sentaba

a mi mesa y hablábamos. Nos fuimos convirtiendo en

confidentes la una de la otra. Claro que ella tenía a Isabel,

pero a veces me decía, «no todo se puede contar a tu gemela

porque sabes que podrías hacerle daño». Yo, por mi parte,

vivía muchas fases diferentes, y no puedo quejarme, porque

me llevaré la mar de experiencias bien gozadas, pero

también era una mujer lanzada. Me tiraba de los puentes más

altos sin pensarlo dos veces, y por cabeza loca, pagué las

consecuencias de enfrentarme a algunas frustraciones y unos

cuantos sufrimientos. Así que Bea me escuchaba, me

animaba, y también Isabel y después Laura. Eran mi paño de

lágrimas. Lo apunto como expresión literal, porque lo mismo

llorábamos por temas trágicos, o venían los lloros fruto de

las risas por las trastadas de cualquiera. En todo caso, aquí

la historia no me pertenece. Lo destacable radica en que ellas

me eligieron e incorporaron a sus vidas como una más de sus

amistades. Entre todas nos ofrecíamos apoyo, consejos, y

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para mí lo valioso era, que al ganarme la confianza, fui

conocedora de sus vidas.

Sobre el tema de los ciento cincuenta años no hablaban

mucho. Cuando me lo contaron, lo refirieron tal cual lo he

narrado. Sí recuerdo, además, como anécdota curiosa, lo

ocurrido cuando cumplieron creo que los ochenta. Las

citaron para la entrega de un nuevo carné de identidad, con

una edad ficticia que concordaba con el aspecto físico de

ellas por aquel entonces. Y es que en puntuales ocasiones se

tenían que enfrentar a situaciones o preguntas inusuales. Es

destacable que esa fue la única vez. Se notaba en el tiempo

mayor divulgación relacionada acerca de la existencia en la

sociedad de individuos que superaban los cien años en buen

estado físico, u otras experiencias científicas ejecutadas en

esta línea. La esperanza y el espectro de la calidad de vida y

la conservación de los seres humanos iba creciendo.

Refiero los detalles anteriores, para que el lector

comprenda hasta dónde he formado parte de la vida de Bea

y Toñi, y el por qué he disfrutado del lujo de contar la

historia de esta relación. He podido rememorar tantos

detalles de la vida de estas dos singulares mujeres, gracias a

contar con la autorización y la generosidad de ellas. Me he

entregado, con gusto y mucha disposición, a la labor de

escribir estas páginas, y me considero merecedora de darme

el permiso para ejercer mi opinión. No creo que haga mal ni

viole ninguna regla de educación, pues, en definitiva, todos

tenemos un sentir de cada uno. En el desarrollo del

conocimiento de otra persona nos conformamos un criterio.

La cuestión radica en que, algunas veces, merece mejor

callar por no herir, por no hacer daño, y otras es válido

decirlas o escribirlas. Eso dependerá de cada uno. En

187


cualquier caso, estoy segura de que a estas alturas de la

historia el lector también tiene su propia opinión.

Bea, desde el primer día fue muy especial para mí. No es

una excepción de la regla ni una especie rara, solo es una

persona a la que se le hace complicado dilucidar cómo

repartir el cariño como hacemos todos, porque para ella no

hay distinción en lo referido al sentimiento del amor en su

esencia. No sabe cómo compartirlo. Pasaba de trocear la

tarta en los cumpleaños porque decía que no se le daba bien

lo de cortar a cada invitado el trozo adecuado. El ejemplo me

vale para su vida misma. Vive con el convencimiento de que

ese sentimiento se ofrece a una sola persona al 100%. No

encuentra diferenciación ni distinción porque quiere, y ha

querido siempre, con todo su corazón, a una elegida. El resto

tenemos que conformarnos con los ramalazos de su cariño.

Así es como, inclusive en la actualidad lo sigue

considerando.

Toñi, en especial, me ha resultado una persona muy

interesante y la he admirado porque maneja, con gran

inteligencia, y diría que, con habilidad, la forma de

desligarse de inconvenientes a riesgo aún de quedarse sola.

Insiste con rotundidad: «Todo lo que molesta, fuera. No hay

que darle vueltas porque el tiempo es un lujo que no existe

para perderse».

Cuando pasaba largos ratos con ambas y las escuchaba,

comprendía que los estados del alma y de la razón de ellas

se complementaban y al mismo tiempo se completaban,

siendo muy distintivo, que cada una tiene sus propias teorías

y las defienden con maestría. No se permiten el

aburrimiento. Están al acecho en la búsqueda de algo que no

les resulte monótono y que les dé vidilla. He considerado un

188


lujo la amistad conseguida y un placer escucharlas porque de

ellas he aprendido mucho.

Permanecer a su lado en silencio, me proporcionaba un

regodeo similar a cuando se está tomando un café muy

fuerte, a sorbitos cortos para estirarlo bien. Escuchaba

pasajes de sus historias. A menudo me aconsejaban:

«Bárbara, disfruta. Pon tu empeño en alejar de tu cabeza los

tristes pensamientos. Sácalos fuera. Apártalos de ti y vive».

El optimismo que me transmitieron intenté llevarlo por

bandera en mi vida siempre que podía. Sin que ellas se

enteraran, cuando me retiraba a casa, me disponía a escribir

todo lo ocurrido ese día. Lo que habían contado. Lo

aprendido. Así fue como con los años tenía anotaciones

infinitas sobre sus intensas vidas.

Claro, que cuando las conocí, ambas me llevaban por

delante muchos años, con eternas experiencias, así que para

mí resultaban una escuela.

De más contar, que cuando Bea se descubrió como una

gran escritora, fui la encargada de la edición y publicación

de sus obras. Quiero decir, que evidentemente, yo era

conocedora de quién era la autora renombrada. Sabía del

gran valor que para ella, tenía la ocultación de su identidad.

A su vez, sabía del motivo por el que Bea guardaba ese

secreto a Toñi. La tarde en que a Laura, en un descuido, se

le escapó la identidad de La Infinita dejando a Bea al

descubierto, yo estaba sentada a la mesa. Ninguna supimos

qué hacer ni qué decir ante el justo enfado de Toñi.

Un momento muy trágico fueron los meses que sufrimos

la enfermedad de Isabel y la posterior pérdida. Yo acababa

de jubilarme, por lo que pude estar presente al pie del cañón

atendiéndola y apoyando en lo que se precisara. En sus

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últimos días faltaban manos para ayudarla y no solo a ella,

sino también a Bea. Estuve dispuesta dando todo lo que

podía ofrecer.

Llegado el aniversario cien de Bea, cuando Toñi

consideró conveniente el momento de estar juntas

compartiendo casa y vida, cuando tomaron la definitiva

decisión de deshacerse de todas las responsabilidades y

ofrecerse de corazón con los brazos abiertos a volar, a

lanzarse a lo que les quedaba por vivir, lo hicieron a tope.

Pusieron su empeño en que nada les aguara una fiesta. No es

que de pronto lo olvidaran todo cancelando recuerdos o

momentos dedicados a su gente querida y perdida. ¡Por

supuesto que también llegaban esos instantes de tristeza!,

pero se podría objetar que, a la vez, intentaban que fueran

flases de corta duración para no dañar el tiempo que seguía

corriendo por delante. Es una estupenda filosofía de vida.

Reitero, aprendí mucho de estas mujeres.

Un punto jovial en nuestra buena relación, era el partido

que yo conseguía cuando me dedicaba a las comparaciones

del físico. Reíamos hasta quedar extenuadas ante mi

aparición con una lupa enorme talla XXL en mano. Se las

acercaba al cutis, por detrás de la oreja, el cuello… Nada.

Nunca conseguí encontrar ni una arruga. No había ni una

señal equiparable a la edad que tenían. Las muy divinas se

exhibían perfectas tal como les predijeron en su día.

Entonces era mi momento; les enseñaba mi descolgamiento

en los brazos, o indicaba con señales el del lóbulo del rostro.

A pesar, ellas no dejaban de ninguna manera que mis

evidentes señales de vejez profunda me entristecieran. Lo

transformaban en burlas y comentarios que quitaran hierro

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al instante, que quizás entendían delicado para mí, con tal de

continuar con el agradable ambiente.

Cooperé junto a ellas en la ilusión de dar la vuelta al

mundo. Se tomaron muy en serio aquella planificación. Era

un placer. Las veces que participé como invitada lo

pasábamos divino. Nos sentábamos alrededor de una enorme

mesa en la terraza, equipadas con los ordenadores y

montones de mapas rellenos de trazos de colores que nada se

conseguía distinguir, pero daba igual, porque también esa

parte de la vida tenía sabor. Yo me la pasaba genial con las

ocurrencias de Bea y los intentos de poner cordura de Toñi.

A la larga, la vida las transformó en un par de disfrutonas

que todo lo aderezaban con pasión. No es que fueran unas

tías alocadas, inconscientes o faltas de fundamento; de

haberlo sido jamás hubieran conseguido los logros obtenidos

en sus vidas profesionales.

Me apunté en unos pocos de esos viajes que me invitaron.

Claro que se trató solo de algunos de los que planificaron

con todas las comodidades. Para entonces yo recién había

cumplido los ochenta y aunque eran años bien llevados, era

evidente que no estaba en condiciones de ciertos trotes.

En cada regreso, después de los trayectos que hicieron a

su ritmo, sin prisas, cuando iba a dar con ellas, me detallaban

sus paseos. Ahora bien, lo relevante para mí era observar,

como cada vez quedaban más satisfechas en la propuesta que

se habían hecho, sobre el plan de la convivencia. Me

comentaban acerca de lo bien llevadas que eran con vistas a

lo pactado y que ni discutían. Fue no solo una vuelta al

mundo turística, sino que, para ellas significaba, al mismo

tiempo, un período de prueba en que sopesar los matices que

desconocían de la otra, que pudieran ser nocivos para la

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armonía viviendo ambas bajo el mismo techo. Pero la

exploración de esos rincones propios y ajenos también los

superaban. Y aprobaban.

Qué les cuento. Las tías se gozaron tres años viajando por

el mundo. Visitaron los países, sitios y rincones que les

apetecieron conocer. Unas veces lo patearon plan mochileras

y otras a todo trapo y lentejuelas. Cuando llegó el punto en

que consideraron su vuelta al planeta por terminado, un par

de meses después, les pedí que vinieran a casa, que quería

anunciarles algo.

Les recordé que tenía ochenta y picos, que en general me

sentía bien, aunque al mismo tiempo ya comenzaba a estar

cansada para ciertas cosas. Así fue como les comuniqué mi

decisión de recoger los bártulos e ingresar en una residencia

de ancianos a que me cuiden sin tener que esforzarme por

nada. Estuvieron de acuerdo, me apoyaron y se mostraron

felices por mí.

Así que ahora estoy en un hogar precioso e ideal que es

donde vivo.

Sobre Bea y Toñi, con estas aclaraciones, doy por

terminada la historia, insistiendo al lector, de que ellas

siguen ahí. Según los pronósticos aún les quedan algunos

años de vida que espero y deseo continúen saboreando a

tope. Certifico que la historia aquí narrada es tal cual de

auténtica. Las teorías que a veces escuchamos, o los

documentales de la tele, de que si los extraterrestres, o los

hombres de negro entre nosotros, no lo sé… de eso no tengo

ni idea. Pero esta historia que habéis leído, y espero que

saboreado, es verdad de la buena. Sepan, por si alguien no se

ha enterado, que es muy probable que el vecino, el maestro

de sus hijos, o un compañero del trabajo, pueda ser uno de

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esos tantos individuos que han sido elegidos por el azar, y

viven con un microchip injertado que les procura años de

vida sin envejecer. O usted mismo, quien me lee, puede ser

uno de ellos. En ese caso sonreirá porque lo sabe.

En lo referido al sentimiento de estas dos mujeres: amor

de amigas, amor dependiente, amor de pareja que no aceptan

la evidencia, lesbiana contenida porque es conocedora del

amor limitado de su amada… Puede ser cualquier cosa. Yo

tengo mi opinión muy clara. Supongo que cada uno, con la

lectura se habrá conformado la suya propia.

En la actualidad, alguna vez me vienen a buscar. Salimos

a comer y charlar un rato, otras me invitan un finde a su casa.

No me puedo quejar. Se acercan a verme siempre que están

disponibles. No me dejan sola. Cuando me visitan aparecen

cargadas de helado de chocolate, dando instrucciones a la

auxiliar para que me lo sirvan con moderación. ¡Cuánto me

conocen! El caso es que no dejan de ser divinas. No sé por

cuántos años van porque ya les perdí la cuenta. Los que sé

con claridad son los míos. Acabo de cumplir ochenta y

cuatro. Como notáis, aún escribo, y aún me discurre la

cabecita. La entrañable amistad de ellas la acogeré en mi

corazón hasta el último de mis días. Espero morir con la

mente clara para poder seguir enterándome de lo que me

cuenten, de sus confesiones y experiencias que recibo con

amor y respeto.

Sin embargo, por otro lado, hay algo que tengo claro. No

continuaré en lo adelante escribiendo sobre sus vidas.

Considero estar dicho lo esencial y lo trascendente, y

también, porque ellas mismas tienen finiquitada su historia a

su manera. Yo, en cambio, no quiero alargar mucho más la

narración, pues temo que en algún momento pase algo que

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me impida poder poner yo misma el punto final. Si eso

ocurriera sería traumático y me iría toda enfadada. Como me

han enseñado ellas, ¡ese disgusto no me lo voy a permitir!

Doy por finalizada la historia contada hasta aquí...

aunque… dejo abierta la oportunidad, por si alguien quiere

conocerlas y continuar la escritura, pasad a visitarme por la

residencia «Ancianitos felices». Le ofreceré con mucho

gusto, las señas para localizarlas con recomendaciones

incluidas.

FIN

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EL AUTOR

Bárbara Remedios es escritora de novelas de ficción

y cuentos. Desde su más temprana infancia, la autora se ha

sentido atraída por el mundo de las palabras. Ha escrito una

gran colección de cuentos, alguno de ellos finalista en

concursos literarios. Está Licenciada en Filosofía y tiene a

su haber publicado el título, Finalmente estreno vida.

Demasiado tiempo para amarte es su último libro.

NOTA DEL AUTOR

Amigo lector, cuando llegues aquí, me complace

invitarte a que visites mi página de autor en la red literaria

gratuita Goodreads.

En www.goodreads.com – Bárbara Remedios o

Demasiado tiempo para amarte, encontrarás esta obra y

podrás dejar algunas estrellas y un comentario en el cuadro,

«escribe una reseña». Lo que escribas, será la invitación para

otras personas a leerme.

Los autores «desconocidos», que no contamos con

herramientas coma la televisión, la radio u otros medios,

conseguimos a través de sus opiniones la gran satisfacción

del reconocimiento público. En mi caso, solo el que me lean,

es lo que de verdad importa.

Y si paseas por Amazon, agradeceré también tu

reseña. Hallarás otros libros de mi autoría. Quedo feliz y

satisfecha por tu atención en mi escritura. Gracias.

195


BÁRBARA REMEDIOS

DEMASIADO TIEMPO

PARA AMARTE

196

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