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campañas de Loris VI, hace unos dos mil años, pero siempre de modo imperfecto;
siempre con el conocimiento y la interferencia del enemigo. Esta vez es diferente...
-¿El caso ideal de los libros de texto? -La voz de Barr era lánguida e indiferente. Riose
perdió la paciencia.
-¿Sigue pensando que mis fuerzas fracasarán? -Téngalo por seguro.
-Sepa usted que no ha habido un solo caso en la historia militar en que, cuando el
movimiento envolvente ha sido completado, no hayan vencido las fuerzas atacantes,
excepto cuando existe una flota exterior con la fuerza suficiente como para romper el
cerco.
-Si usted lo dice...
-¿Y continúa creyendo lo mismo? -Sí.
-Allá usted. -Riose se encogió de hombros. Barr dejó que el silencio se prolongase unos
momentos y entonces preguntó:
-¿Ha recibido respuesta del Emperador?
Riose sacó un cigarrillo de un recipiente mural situado a sus espaldas y lo encendió
cuidadosamente. Repuso:
-¿Se refiere a mi petición de refuerzos? Ha llegado la respuesta, nada más.
-Las naves no.
-Ninguna. Lo esperaba a medias. Francamente, patricio, no hubiera debido dejarme
influenciar por sus teorías y haber hecho esta petición que, en definitiva, me ha puesto
en evidencia.
-¿De verdad?
-Claro. Las naves son escasas. Las guerras civiles de los dos últimos siglos han acabado
con más de la mitad de la Gran Flota, y las restantes se hallan
en malas condiciones. Usted ya sabe que las naves que se construyen actualmente no
valen nada. Creo que no existe un solo hombre en la Galaxia capaz de construir un
motor hiperatómico de buena calidad.
-Lo sé -dijo el siwenniano. Su mirada era pensativa y ensimismada-. Pero ignoraba que
usted lo supiera. De modo que Su Majestad Imperial no puede darle naves. La
psicohistoria podría haberlo predicho; en realidad, tal vez lo hizo. Yo diría que la mano
muerta de Hari Seldon está ganando el primer asalto.
Riose contestó bruscamente:
-¡Dispongo de naves suficientes! Su Seldon no está ganando nada. Si la situación se
agravara, enviarían más naves. De momento, el Emperador no sabe toda la historia.
-¿De verdad? ¿Por qué no se la ha contado? -Es evidente... porque son teorías de usted.
-Riose le miró con sarcasmo-. Esa historia, con todos mis respetos, es altamente
inverosímil. Si los acontecimientos la corroboran, si me facilitan una prueba, entonces,
pero sólo entonces, consideraré que el peligro es mortal. Además -continuó casualmente
Riose-, esta historia, mientras no la respalden los hechos, tiene un sabor de lesa
majestad que no resultaría agradable al Emperador de la Galaxia.
El anciano patricio sonrió.
-Quiere decir que comunicarle que su augusto trono está en peligro de subversión por
parte de unos toscos bárbaros de los confines del universo no es una advertencia fácil de
creer o calibrar. De manera que usted no espera nada de él.
-A menos que contemos con un enviado especial, o algo por el estilo.
-¿Y por qué un enviado especial?
-Es una vieja costumbre. Un representante directo de la corona está presente en toda
campaña militar que se halle bajo los auspicios del Gobierno. -¿De veras? ¿Por qué?
-Es un método de preservar el símbolo de la jefatura personal imperial en todas las
campañas. Y también para asegurar la fidelidad de los generales. No siempre tiene éxito
en esto último.
-Lo encontrará un inconveniente, general. Me refiero a la autoridad ajena.
-No lo dudo -admitió Riose, enrojeciendo un poco-, pero no puedo evitarlo...
El receptor situado en la mano del general se encendió y, con una ligera sacudida, un
parte de forma cilíndrica apareció en la ranura. Riose lo desenrolló.
-¡Bien! ¡Aquí está!
Ducem Barr enarcó las cejas inquisitivamente. Riose explicó
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