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un soldado, no un héroe de barba florida y pecho de barril de las películas
tridimensionales. En cuanto al prisionero, se trata de un oscuro miembro de un grupo
económico, que no representa al enemigo y no puede comunicarme los secretos de la
estrategia enemiga.
-¿Le ha interrogado? -Sí.
-¿Y qué?
-Ha sido de utilidad, pero no vital. Su nave es diminuta, no cuenta. Vende pequeños
juguetes que son muy divertidos. Guardo algunos de los más ingeniosos, que pienso
enviar al Emperador como curiosidades. Naturalmente, hay muchas cosas que no
comprendo en la nave y su funcionamiento, pero hay
que tener en cuenta que no soy un técnico en esa materia.
-Sin embargo, los tiene entre sus hombres -señaló Brodrig.
-Ya lo sé -replicó el general con tono algo mordaz-, pero esos idiotas han de aprender
mucho todavía para que me sirvan de algo. He ordenado que me traigan hombres
inteligentes que comprendan el funcionamiento de los extraños circuitos atómicos de que
dispone la nave. No he recibido respuesta.
-Hombres de ese calibre no abundan, general. Seguramente habrá un hombre en su
vasta provincia que entienda de ingenios atómicos.
-Si lo hubiera, le pondría a trabajar en los inútiles motores que propulsan dos de las
naves de mí pequeña flota. Dos naves de las diez que tengo, y que son incapaces de
librar una batalla por falta de un suficiente suministro de energía. Una quinta parte de
mi fuerza condenada a la triste actividad de consolidar posiciones detrás de las líneas.
El secretario movió los dedos con impaciencia. -Su posición no es única a este respecto,
general. El Emperador tiene problemas similares.
El general tiró un cigarrillo desmenuzado que no había llegado a utilizar, encendió otro y
se encogió de hombros.
-En fin, esta carencia de técnicos de primera clase no es el problema más acuciante.
Claro que yo podría haber adelantado más con mi prisionero si mi sonda psíquica
funcionase como es debido.
El secretario enarcó las cejas. -¿Tiene una sonda?
-Sí, pero es vieja. Una sonda gastada que me falla siempre que la necesito. La coloqué
al prisionero durante su sueño, pero no recibí nada. Sin embargo, la he probado en mis
propios hombres y la reacción ha sido adecuada, pero ningún técnico de mi equipo sabe
decirme por qué falla con él. Ducem Barr, que es un teórico, pero no un mecánico, dice
que es posible que la sonda no afecte a la estructura psíquica del prisionero porque ha
sido sometido desde la infancia a ambientes extraños y estímulos neutrales. Yo lo
ignoro. Pero aún puede sernos útil, y le retengo con esta esperanza.
Brodrig se apoyó en su bastón.
-Veré si hay algún especialista disponible en la capital. Mientras tanto, ¿qué me dice de
ese otro hombre que acaba de mencionar, ese siwenniano? Tiene usted demasiados
enemigos a su alrededor.
-El conoce al enemigo. También le retengo para futuras referencias y por la ayuda que
puede prestarme.
-Pero es siwenniano, e hijo de un rebelde proscrito.
-Es viejo y carece de poder, y su familia nos sirve de rehén.
-Comprendo. De todos modos, creo que yo debería hablar con ese comerciante.
-Como usted quiera.
-A solas -añadió fríamente el secretario, recalcando las palabras.
-Desde luego -asintió Riose con docilidad. Como súbdito leal del Emperador, acepto a su
representante personal como mi superior. Sin embargo, puesto que el comerciante está
en la base permanente, tendrá usted que abandonar las áreas del frente en un momento
interesante.
-¿Sí? ¿Interesante en qué aspecto? -Interesante porque el cerco se completa hoy.
Interesante porque dentro de una semana la Vigésima Flota de la Frontera avanzará
hacia el núcleo de la resistencia.
Riose sonrió y dio media vuelta.
En cierta manera, Brodrig se sintió desairado.
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