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1952-asimov-fundacion-e-imperio

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un soldado, no un héroe de barba florida y pecho de barril de las películas

tridimensionales. En cuanto al prisionero, se trata de un oscuro miembro de un grupo

económico, que no representa al enemigo y no puede comunicarme los secretos de la

estrategia enemiga.

-¿Le ha interrogado? -Sí.

-¿Y qué?

-Ha sido de utilidad, pero no vital. Su nave es diminuta, no cuenta. Vende pequeños

juguetes que son muy divertidos. Guardo algunos de los más ingeniosos, que pienso

enviar al Emperador como curiosidades. Naturalmente, hay muchas cosas que no

comprendo en la nave y su funcionamiento, pero hay

que tener en cuenta que no soy un técnico en esa materia.

-Sin embargo, los tiene entre sus hombres -señaló Brodrig.

-Ya lo sé -replicó el general con tono algo mordaz-, pero esos idiotas han de aprender

mucho todavía para que me sirvan de algo. He ordenado que me traigan hombres

inteligentes que comprendan el funcionamiento de los extraños circuitos atómicos de que

dispone la nave. No he recibido respuesta.

-Hombres de ese calibre no abundan, general. Seguramente habrá un hombre en su

vasta provincia que entienda de ingenios atómicos.

-Si lo hubiera, le pondría a trabajar en los inútiles motores que propulsan dos de las

naves de mí pequeña flota. Dos naves de las diez que tengo, y que son incapaces de

librar una batalla por falta de un suficiente suministro de energía. Una quinta parte de

mi fuerza condenada a la triste actividad de consolidar posiciones detrás de las líneas.

El secretario movió los dedos con impaciencia. -Su posición no es única a este respecto,

general. El Emperador tiene problemas similares.

El general tiró un cigarrillo desmenuzado que no había llegado a utilizar, encendió otro y

se encogió de hombros.

-En fin, esta carencia de técnicos de primera clase no es el problema más acuciante.

Claro que yo podría haber adelantado más con mi prisionero si mi sonda psíquica

funcionase como es debido.

El secretario enarcó las cejas. -¿Tiene una sonda?

-Sí, pero es vieja. Una sonda gastada que me falla siempre que la necesito. La coloqué

al prisionero durante su sueño, pero no recibí nada. Sin embargo, la he probado en mis

propios hombres y la reacción ha sido adecuada, pero ningún técnico de mi equipo sabe

decirme por qué falla con él. Ducem Barr, que es un teórico, pero no un mecánico, dice

que es posible que la sonda no afecte a la estructura psíquica del prisionero porque ha

sido sometido desde la infancia a ambientes extraños y estímulos neutrales. Yo lo

ignoro. Pero aún puede sernos útil, y le retengo con esta esperanza.

Brodrig se apoyó en su bastón.

-Veré si hay algún especialista disponible en la capital. Mientras tanto, ¿qué me dice de

ese otro hombre que acaba de mencionar, ese siwenniano? Tiene usted demasiados

enemigos a su alrededor.

-El conoce al enemigo. También le retengo para futuras referencias y por la ayuda que

puede prestarme.

-Pero es siwenniano, e hijo de un rebelde proscrito.

-Es viejo y carece de poder, y su familia nos sirve de rehén.

-Comprendo. De todos modos, creo que yo debería hablar con ese comerciante.

-Como usted quiera.

-A solas -añadió fríamente el secretario, recalcando las palabras.

-Desde luego -asintió Riose con docilidad. Como súbdito leal del Emperador, acepto a su

representante personal como mi superior. Sin embargo, puesto que el comerciante está

en la base permanente, tendrá usted que abandonar las áreas del frente en un momento

interesante.

-¿Sí? ¿Interesante en qué aspecto? -Interesante porque el cerco se completa hoy.

Interesante porque dentro de una semana la Vigésima Flota de la Frontera avanzará

hacia el núcleo de la resistencia.

Riose sonrió y dio media vuelta.

En cierta manera, Brodrig se sintió desairado.

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