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-Entonces -replicó Toran con naturalidad-, serías la única muchacha bonita que no le
inspirara simpatía. Antes de que perdiera el brazo y dejara de vagar por la Galaxia...
Bueno, si le preguntas acerca de lo que hacía, te contará cosas hasta que se te revienten
los tímpanos. Llegó un momento en que empecé a pensar que exageraba, porque nunca
contaba una historia por segunda vez sin cambiarla...
Ahora Haven II se abalanzaba hacia ellos. El mar encerrado entre rocas giraba
pesadamente bajo su nave, gris como la pizarra en el crepúsculo, y ocultándose de vez
en cuando entre jirones de nubes. A lo largo de la costa se elevaban agrestes montañas.
El mar pareció arrugarse debido a su proximidad y, cuando viraron y lo perdieron de
vista, vislumbraron unos campos de hielo bordeando la costa.
Toran gruñó ante la violenta deceleración. -¿Llevas el traje cerrado?
La cara redonda de Bayta se veía un poco congestionada por el traje de gomespuma,
provisto de calefacción interna y fuertemente adherido a la piel.
La nave descendió ruidosamente sobre el campo abierto, a poca distancia de una
altiplanicie. Bajaron con torpes movimientos a la sólida oscuridad nocturna del exterior
de la Galaxia, y Bayta lanzó una exclamación ahogada cuando sintió el frío repentino y el
azote del viento. Toran la cogió por el codo y ambos echaron a correr por el liso y compacto
terreno hacia el fulgor de luz artificial que se distinguía a poca distancia.
Los centinelas les salieron al encuentro a medio camino y, tras unas frases en voz baja,
siguieron avanzando juntos. El viento y el frío desaparecieron cuando la puerta de roca
se cerró tras ellos. El cálido interior, blanco y con paredes luminosas, se llenó de una
cierta agitación. Unos hombres les miraron desde sus mesas, y Toran presentó sus
documentos.
Tras una rápida ojeada a los papeles les indicaron que siguieran, y Toran murmuró a su
esposa
-Papá debe de haberse encargado de los preliminares. Lo normal es que te retengan
cinco horas. Salieron al exterior, y Bayta exclamó repentinamente
-¡Oh, querido...!
La ciudad-caverna estaba iluminada por una luz diurna, la luz blanca de un joven sol.
Naturalmente, no había ningún sol. Lo que hubiera debido ser el firmamento se perdía
en el fulgor difuso de un brillo que lo abarcaba todo. El aire cálido estaba perfumado por
la fragancia de la vegetación.
-¡Oh, Toran, qué hermoso! -exclamó Bayta. Toran sonrió con satisfacción.
-Bueno, Bay, no se puede comparar a la Fundación, pero es la ciudad más grande de
Haven II. Tiene veinte mil habitantes. Creo que acabará gustándote. Lo siento, pero no
hay parques de diversiones, aunque tampoco hay policía secreta.
-¡Oh, Torie! Es como una ciudad de juguete. Todo blanco y rosado... y tan limpio.
-Bueno... -Toran contempló a su vez la ciudad. La mayoría de las casas tenían dos pisos
y estaban construidas con la piedra lisa de la región. Faltaban las torres de la Fundación
y las colosales casas de comunidad de los Reinos Antiguos, pero había intimidad e
individualismo; era una reliquia de la iniciativa personal en una Galaxia de vida en masa.
Toran fijó de repente su atención.
-Bay..., ¡ahí está papá! Allí, donde te estoy señalando. ¿No le ves?
Sí que le veía. Le dio la impresión de un hombre corpulento que saludaba frenéticamente
con la mano, con los dedos extendidos como si quisiera agarrar el aire. Llegó hasta ellos
el profundo trueno de un grito sostenido. Bayta siguió a su marido, que corría por el
recortado césped. Vio a un hombre más pequeño, de cabellos blancos, casi invisible
detrás del hombre robusto, que aún saludaba y seguía gritando.
Toran gritó por encima del hombro:
-Es el hermanastro de mi padre. El que estuvo en la Fundación, ya sabes.
Se encontraron en el césped, riendo, incoherentes, y el padre de Toran lanzó una
exclamación final para demostrar su alegría. Se estiró la corta chaqueta y ajustó su
cinturón con hebilla de metal, su única concesión al lujo.
Su mirada saltó de uno de los jóvenes al otro, y entonces exclamó, casi sin aliento:
-¡Habéis escogido un día muy malo para volver a casa, muchachos!
-¿Qué? ¡Oh! Es el aniversario de Seldon, ¿verdad? -Sí. He tenido que alquilar un coche
para venir aquí y obligar a Randu a conducirlo. No se podía conseguir un vehículo público
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