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1952-asimov-fundacion-e-imperio

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-Ya sabe a qué me refiero. Esperar no sirve de nada.

-¿Usted cree? -Barr estaba quitando cuidadosamente una película del transmisor e

instalando la nueva-. Durante el último mes me ha contado muchas cosas de la historia

de la Fundación, y parece

ser que los grandes dirigentes de las crisis pasadas no hicieron mucho más que sentarse

y esperar. -¡Ah!, Barr, pero ellos sabían adónde iban. -¿De veras? Supongo que así lo

afirmaban cuando todo había terminado, y tal vez decían la verdad. Pero no existen

pruebas de que todo no hubiese ido tan bien o mejor si no hubieran sabido hacia dónde

se dirigían. Las fuerzas más profundas económicas y sociológicas no son dirigidas por

hombres aislados. Devers sonrió burlonamente.

-Tampoco hay pruebas de que hubiese ido peor. Está usted argumentando sobre cosas

pasadas. -Su mirada era pensativa-. Supongamos que le hago explotar en mil pedazos.

-¿A quién? ¿A Riose? -Sí.

Barr suspiró. En sus ojos cansados había el turbio reflejo de un largo pasado.

-El asesinato no es la solución, Devers. Una vez lo probé, bajo provocación, cuando tenía

veinte años, pero no resolvió nada. Liquidé a un malvado de Siwenna, pero no al yugo

imperial; y era el yugo y no el malvado lo que importaba.

-Pero Riose no es solamente un malvado, doctor. Es todo el maldito ejército. Sin él se

desintegraría; se aferran a él como niños de pecho. El sargento babea cada vez que lo

menciona.

-Incluso así. Hay otros ejércitos y otros caudillos. Es preciso ahondar más. Ahí está

Brodrig, por ejemplo; el Emperador sólo le escucha a él. Podría obtener miles de naves,

mientras que Riose ha de luchar con diez. Conozco su reputación.

-¿Ah, sí? ¿Quién es? -La frustración disminuyó en los ojos del comerciante dando paso a

un agudo interés.

-¿Desea una descripción rápida? Es un canalla plebeyo que a fuerza de halagos se ha

ganado el favor del Emperador. La aristocracia de la corte, mezquina a su vez, le detesta

porque carece tanto de humildad como de familia. Aconseja al Emperador en todas las

cuestiones, y es su instrumento en las peores. Carece de fe por elección, pero es leal por

necesidad. No hay otro hombre en el Imperio de ruindad más sutil y de placeres más

bajos. Y

dicen que sólo a través de él se puede obtener el favor del Emperador, y a él sólo se

puede llegar por medio de la infamia.

-¡Caramba! -exclamó Devers tirando de su bien cuidada barba-. Y es a él a quien ha

enviado el Emperador para vigilar a Riose. ¿Sabe que tengo una idea?

-Ahora lo sé.

-Supongamos que a este Brodrig se le atraganta nuestra joven Maravilla del Ejército. -

Probablemente, ya ha sucedido. Tiene fama de no prodigar sus simpatías.

-Suponga que llega a odiarle. El Emperador podría enterarse de ello y Riose se hallaría

en un apuro.

-Sí..., muy probable. Pero ¿cómo se propone conseguirlo?

-Lo ignoro. Me imagino que tal vez se deje sobornar.

El patricio rió suavemente.

-Sí, en cierto modo, pero no como usted lo hizo con el sargento, con un refrigerador de

bolsillo. E incluso aunque encuentre el medio, no merecería la pena. Probablemente no

hay nadie tan fácil de sobornar, pero carece de la más elemental honradez de la

corrupción honorable. El soborno no perdurará, por elevada que sea la suma. Piense en

otra cosa.

Devers cruzó las piernas y movió un pie rápida y nerviosamente.

-Pero es una idea...

Se interrumpió; la señal de la puerta se iluminó de nuevo, y el sargento apareció en el

umbral. Estaba excitado y ya no sonreía.

-Señor -empezó en un agitado intento de deferencia-, estoy muy agradecido por el

refrigerador, y usted siempre me ha hablado con cortesía, pese a que soy un labrador y

ustedes son grandes señores.

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