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1952-asimov-fundacion-e-imperio

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Devers sonrió entre dientes y llevó la mano lentamente a su propia pistola. El teniente

de policía amplió su sonrisa y pulsó los contactos. El rayo chocó contra el pecho de

Devers con precisión destructora, pero rebotó inofensivamente en su escudo personal,

convirtiéndose en chispeantes partículas de luz.

Devers disparó a su vez, y la cabeza del teniente rodó por el suelo al quedar separada

del tronco que iba desapareciendo tras el impacto del disparo. Aún sonreía cuando pasó

por un haz de luz solar que entraba a través del reciente agujero practicado en la pared.

Se marcharon por la puerta trasera. Devers dijo roncamente:

-De prisa, a la nave. Darán la alarma rápidamente. -Profirió una maldición ahogada-.

Otro plan que ha fracasado. Juraría que el propio espíritu maligno del espacio está

contra mí.

Una vez en el exterior se dieron cuenta de que una gran muchedumbre rodeaba los

enormes televisores. No tenían tiempo para esperar; no hicieron caso de los gritos

estentóreos que llegaban de modo intermitente a sus oídos. Pero Barr agarró un ejemplar

del Noticias Imperiales antes de precipitarse al gigantesco hangar, donde la nave

emergió rápidamente desde una cavidad perforada en la pared de metal. -¿Podrá

escapar de ellos? -preguntó Barr.

Diez naves de la policía de tráfico persiguieron salvajemente al aparato fugitivo que

había salido en

forma correcta, controlado por radar, y quebrantado después todas las leyes de

velocidad existentes. Detrás de la policía, veloces naves del servicio secreto despegaron

en persecución de un aparato, cuidadosamente descrito, tripulado por dos asesinos plenamente

identificados.

-Fíjese en mí -dijo Devers, cambiando salvajemente al hiperespacio, a tres mil

kilómetros sobre la superficie de Trántor.

El cambio, tan cerca de una masa planetaria, dejó inconsciente a Barr y produjo un

terrible dolor a Devers, pero, unos años luz más allá, el espacio que se abría sobre sus

cabezas estaba desierto.

El orgullo de Devers por su nave no pudo ser contenido. Exclamó

-No existe una sola nave imperial capaz de seguirme. -Y añadió con amargura-: Pero no

tenemos un lugar a donde ir, y nos es imposible luchar contra ellos. ¿Qué podemos

hacer? ¿Quién puede hacer algo efectivo?

Barr se movió ligeramente en su litera. El efecto del hipercambio aún no había pasado, y

le dolían todos los músculos. Dijo:

-Nadie tiene que hacer nada. Todo ha terminado. ¡Mire!

Alargó a Devers el ejemplar del Noticias Imperiales, y los titulares fueron suficientes

para el comerciante.

-Llamados a Trántor y arrestados... Riose y Brodrig -murmuró Devers, mirando

inquisitivamente a Barr-. ¿Por qué?

-El artículo no lo dice, pero ¿qué importa? La guerra con la Fundación ha terminado y, en

estos momentos, Siwenna está en plena revuelta. Lea el artículo y se enterará. -Su voz

se debilitaba-. Nos detendremos en alguna de las provincias y sabremos más detalles. Si

no le importa, voy a echar un sueñecito.

Y así lo hizo.

A saltos de creciente magnitud, la nave comercial cruzaba vertiginosamente la Galaxia

de vuelta a la Fundación.

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