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1952-asimov-fundacion-e-imperio

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-De acuerdo, pero espere. Ahora recuerdo... -Barr rebuscó en su bolsa-. Quizá le sirva

esto. -Y puso sobre la mesa la pequeña esfera de metal. Devers la agarró.

-¿Qué es?

-La cápsula del mensaje que Riose recibió antes de que yo le golpeara. ¿No cree que tal

vez ya hayamos conseguido algo?

-Lo ignoro. ¡Depende de su contenido! -Devers se sentó y dio vueltas a la esfera

cuidadosamente. Cuando Barr salió de la ducha fría y se colocó, con agrado, bajo la

cálida corriente del secador de aire, encontró a Devers, silencioso y absorto, en el banco

de trabajo.

El siwenniano se dio rítmicas palmadas en el cuerpo y habló en voz alta para hacerse

oír:

-¿Qué hace?

Devers levantó la vista. Gotas de sudor perlaban su frente.

-Voy a abrir esta cápsula.

-¿Podrá abrirla sin la característica personal de Riose? -Había un acento de sorpresa en

la voz del siwenniano.

-Si no puedo hacerlo, me daré de baja de la Asociación y no pilotaré una nave por el

resto de mi vida. Ya tengo un triple análisis electrónico del interior, y poseo unos

pequeños utensilios de los cuales el Imperio no ha oído hablar jamás, fabricados

especialmente para cápsulas de mensajes. Verá, he sido ladrón anteriormente. Un

comerciante ha de ser un poco de todo...

Se inclinó sobre la pequeña esfera, y con un instrumento plano la tanteó delicadamente,

levantando chispas rojas a cada leve contacto. Dijo:

-Esta cápsula muestra un trabajo muy basto; los muchachos del Imperio no sirven para

cosas delicadas, se ve en seguida. ¿Ha visto alguna vez una cápsula de la Fundación?

Para empezar, su tamaño es la mitad del de ésta, y es impenetrable al análisis

electrónico.

De repente se quedó rígido; los músculos de sus hombros se contrajeron visiblemente

bajo la túnica. Su diminuta sonda presionó ligeramente...

Salió sin ruido, pero Devers se relajó y suspiró. En su mano estaba la brillante esfera con

el mensaje desenrollado como una lengua de pergamino.

-Es de Brodrig -dijo. Y luego, con desprecio-: El mensaje es permanente. En una cápsula

de la Fundación el mensaje se transformaría en gas al cabo de un minuto.

Pero Ducem Barr le hizo callar con un ademán. Leyó rápidamente el mensaje:

De: Ammel Brodrig, enviado extraordinario de Su Majestad Imperial, secretario privado

del Consejo y Par del Reino.

A: Bel Riose, gobernador militar de Siwenna, general de las Fuerzas Imperiales y Par del

Reino. Le saludo.

El planeta 1.120 ya no resiste. Los planes de ofensiva continúan según fueron

concebidos. El enemigo se debilita visiblemente y los objetivos finales serán alcanzados

con seguridad.

Barr levantó la cabeza y exclamó amargamente: -¡Idiota! ¡Maldito imbécil! ¿A eso llama

un mensaje?

-¿Cómo? -dijo Devers, vagamente decepcionado. -No dice nada -recalcó Barr-. Nuestro

pelotillero cortesano está jugando a general. Sin la presencia de Riose, es comandante

en jefe, y ha de desahogar sus pobres ánimos con pomposos informes sobre situaciones

militares que no entiende en absoluto. «Tal y tal planeta ya no resiste.» «La ofensiva

continúa.» «El enemigo se debilita.» ¡El pavo real sin cerebro!

-Bueno, bueno, espere un minuto. Lea despacio. -Tírelo. -El anciano se apartó,

exasperado-. La Galaxia sabe que no esperaba algo de importancia abrumadora, pero en

tiempos de guerra es razonable suponer que incluso la orden más rutinaria puede

dificultar los movimientos de tropas y causar complicaciones ulteriores si no se cumple.

Por eso me llevé la cápsula. Pero ¡esto! Hubiera sido mejor dejarla. Así habría hecho

perder a Riose un minuto de su tiempo, que ahora puede utilizar con fines más

constructivos.

Devers se había levantado.

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