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-De acuerdo, pero espere. Ahora recuerdo... -Barr rebuscó en su bolsa-. Quizá le sirva
esto. -Y puso sobre la mesa la pequeña esfera de metal. Devers la agarró.
-¿Qué es?
-La cápsula del mensaje que Riose recibió antes de que yo le golpeara. ¿No cree que tal
vez ya hayamos conseguido algo?
-Lo ignoro. ¡Depende de su contenido! -Devers se sentó y dio vueltas a la esfera
cuidadosamente. Cuando Barr salió de la ducha fría y se colocó, con agrado, bajo la
cálida corriente del secador de aire, encontró a Devers, silencioso y absorto, en el banco
de trabajo.
El siwenniano se dio rítmicas palmadas en el cuerpo y habló en voz alta para hacerse
oír:
-¿Qué hace?
Devers levantó la vista. Gotas de sudor perlaban su frente.
-Voy a abrir esta cápsula.
-¿Podrá abrirla sin la característica personal de Riose? -Había un acento de sorpresa en
la voz del siwenniano.
-Si no puedo hacerlo, me daré de baja de la Asociación y no pilotaré una nave por el
resto de mi vida. Ya tengo un triple análisis electrónico del interior, y poseo unos
pequeños utensilios de los cuales el Imperio no ha oído hablar jamás, fabricados
especialmente para cápsulas de mensajes. Verá, he sido ladrón anteriormente. Un
comerciante ha de ser un poco de todo...
Se inclinó sobre la pequeña esfera, y con un instrumento plano la tanteó delicadamente,
levantando chispas rojas a cada leve contacto. Dijo:
-Esta cápsula muestra un trabajo muy basto; los muchachos del Imperio no sirven para
cosas delicadas, se ve en seguida. ¿Ha visto alguna vez una cápsula de la Fundación?
Para empezar, su tamaño es la mitad del de ésta, y es impenetrable al análisis
electrónico.
De repente se quedó rígido; los músculos de sus hombros se contrajeron visiblemente
bajo la túnica. Su diminuta sonda presionó ligeramente...
Salió sin ruido, pero Devers se relajó y suspiró. En su mano estaba la brillante esfera con
el mensaje desenrollado como una lengua de pergamino.
-Es de Brodrig -dijo. Y luego, con desprecio-: El mensaje es permanente. En una cápsula
de la Fundación el mensaje se transformaría en gas al cabo de un minuto.
Pero Ducem Barr le hizo callar con un ademán. Leyó rápidamente el mensaje:
De: Ammel Brodrig, enviado extraordinario de Su Majestad Imperial, secretario privado
del Consejo y Par del Reino.
A: Bel Riose, gobernador militar de Siwenna, general de las Fuerzas Imperiales y Par del
Reino. Le saludo.
El planeta 1.120 ya no resiste. Los planes de ofensiva continúan según fueron
concebidos. El enemigo se debilita visiblemente y los objetivos finales serán alcanzados
con seguridad.
Barr levantó la cabeza y exclamó amargamente: -¡Idiota! ¡Maldito imbécil! ¿A eso llama
un mensaje?
-¿Cómo? -dijo Devers, vagamente decepcionado. -No dice nada -recalcó Barr-. Nuestro
pelotillero cortesano está jugando a general. Sin la presencia de Riose, es comandante
en jefe, y ha de desahogar sus pobres ánimos con pomposos informes sobre situaciones
militares que no entiende en absoluto. «Tal y tal planeta ya no resiste.» «La ofensiva
continúa.» «El enemigo se debilita.» ¡El pavo real sin cerebro!
-Bueno, bueno, espere un minuto. Lea despacio. -Tírelo. -El anciano se apartó,
exasperado-. La Galaxia sabe que no esperaba algo de importancia abrumadora, pero en
tiempos de guerra es razonable suponer que incluso la orden más rutinaria puede
dificultar los movimientos de tropas y causar complicaciones ulteriores si no se cumple.
Por eso me llevé la cápsula. Pero ¡esto! Hubiera sido mejor dejarla. Así habría hecho
perder a Riose un minuto de su tiempo, que ahora puede utilizar con fines más
constructivos.
Devers se había levantado.
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