Las olimpiadas de Grecia
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El mayordomo <strong>de</strong>l profesor Zapatóstenes, mientras mantenía la<br />
puerta abierta, dijo:<br />
—Me alegra reencontrarme con uste<strong>de</strong>s, señorita y señoritos. ¿Se<br />
han comido los caramelos?<br />
—¡Por supuesto! Están buenísimos, Archi —contestó Celoni—. Yo<br />
me sentaré a tu lado. Si no voy <strong>de</strong>lante, me MAREO.<br />
A Víctor le pareció genial que Ibis se hubiera sentado en el techo<br />
<strong>de</strong> la limusina, así que se subió por la parte posterior y fue a reunirse<br />
con la pequeña, que lo esperaba palmeando y riendo. El chico<br />
se sentó junto a la niña y dijo:<br />
—Archi, cuando quieras, ya po<strong>de</strong>mos irnos.<br />
—Si no le importa, señorito Víctor, estaría mucho más tranquilo si<br />
usted y la señorita Ibis hicieran el trayecto sentados en el interior<br />
<strong>de</strong>l vehículo, como los <strong>de</strong>más, y no sobre el techo.<br />
Un poco <strong>de</strong>cepcionados, Víctor e Ibis se sentaron junto a Cristina.<br />
Cali cayó <strong>de</strong> cabeza <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vehículo. Entonces, el mayordomo<br />
cerró la puerta y, tras meter dos <strong>de</strong>dos en un BOLSILLITO <strong>de</strong> la<br />
parte <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l chaleco, sacó unos polvos <strong>de</strong> color ver<strong>de</strong> que<br />
arrojó al aire y que se dispersaron lentamente, como una niebla.<br />
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