Las olimpiadas de Grecia

Las olimpiadas de Grecia
Los chicos y chicas que rodeaban la limusina quedaron inmóviles,
como si se hubieran congelado de repente. La NIEBLA verde se esparcía
lentamente y afectaba por igual a todos a los que rodeaba.
Víctor exclamó:
—¡Qué pasada!
Cristina, igual de sorprendida, pero mucho más reflexiva, dijo:
—Supongo que nosotros estamos protegidos gracias a los caramelos
de regaliz. Pero, cuando se pasen los efectos de esos polvos,
tendremos que dar muchas explicaciones. Además, cualquiera que
se tropiece con estas estatuas humanas se alarmará.
—No se preocupe, señorita Cristina —la tranquilizó Archi—. Los
polvos TIEMPARADOS se extenderán hasta abarcar todo el pueblo.
Cadaqués quedará aislado del mundo en pocos minutos. Cuando
ustedes vuelvan, llevarán una ración de polvos destiemparadores
para hacer que todo sea normal otra vez. Oh, disculpen. Sería conveniente
que nadie recordara este pequeño incidente. Permítanme
que utilice los polvos del OLVIDO.
El mayordomo sacó un pellizco de polvos de color naranja del otro
bolsillito, el izquierdo, y los sopló para esparcirlos por encima del
grupo de adolescentes que, un momento antes, no paraban de alborotar.
Se recolocó la gorra y subió a la limusina.
—El profesor Zapatóstenes les espera —dijo, y, a continuación,
arrancó.
—Archi —preguntó Víctor—, ¿te han sobrado polvos de esos?
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