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El Jesús histórico y el Cristo de la fe.<br />

Con particular referencia al “Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI<br />

1. El Jesús histórico<br />

Desde los inicios y durante muchos siglos, los Evangelios se presentaron y<br />

fueron entendidos como un medio de comunicación y de anuncio de la<br />

revelación cristiana, de la Encarnación del Hijo y de su obra de salvación del<br />

mundo.<br />

La decisión moderna de su reducción al puro estudio histórico es la<br />

expresión de una comprensión diferente de Dios y de su relación con el mundo,<br />

y de una peculiar concepción de la razón del hombre como medida suficiente<br />

de todas las cosas. Las raíces inmediatas de este problema pueden encontrarse<br />

en la extensión ya desde el siglo XVII de la convicción deísta de que Dios no ha<br />

intervenido, ni podría siquiera intervenir nunca en la historia, en la que sólo<br />

actúa el hombre. El racionalismo dieciochesco transmitirá esta presunta certeza,<br />

junto con, en paralelo, la seguridad de la autosuficiencia de la razón humana,<br />

para explicar y guiar toda la vida y la historia; sería indigno de una razón<br />

adulta necesitar una ayuda externa, ni siquiera de Dios mismo que se revelase.<br />

Ello implicaba el rechazo o la reinterpretación, en varios modos, de todo lo que<br />

se presente como sobrenatural o suprarracional, de todo lo que supere las<br />

posibilidades y capacidades humanas.<br />

Esta opción por la mera razón 1 explica el planteamiento del problema de<br />

la historicidad de los Evangelios por Reimarus y Lessing a finales del siglo<br />

1 Cf. I. KANT, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, 1793


XVIII 2, que pondría al pensamiento cristiano ante un verdadero desafío. Una fe<br />

que no aceptara el uso riguroso del método histórico-crítico estaría<br />

abandonando el campo de la razón, sería contraria a la ilustración y al progreso<br />

de la humanidad y no podría subsistir en la historia. Pero, por otra parte,<br />

aceptar comprender los Evangelios a partir de los métodos racionales de<br />

estudio de las fuentes históricas ¿no conllevaba disolver las tradiciones<br />

dogmáticas, y el mismo cristianismo como “religión positiva”, en la luz de la<br />

razón? 3<br />

De esta manera los Evangelios quedaron situados en el centro de un gran<br />

combate ideológico, y precisamente por lo que son, el testimonio y el anuncio<br />

apostólico de Jesús de Nazaret como Señor y Salvador del mundo.<br />

Se proponía, de hecho, una comprensión de Jesús como pedagogo<br />

(Lessing) o como paradigma moral (Kant), que, por designio divino, habría<br />

ayudado al hombre a aprehender verdades fundamentales que, de por sí, la<br />

razón estaría destinada a alcanzar por sí misma. Por supuesto, como tal<br />

pedagogo, Jesús podría ser siempre amado y venerado, pero no sería ya<br />

imprescindible para un hombre cuya razón podía hacer propio cuánto él había<br />

venido a enseñar 4 .<br />

El debate sobre la Persona de Jesús tiene a los Evangelios como campo de<br />

batalla. En ellos se decide todo: si Jesús fue realmente una persona singular y<br />

única, que generó y genera la fe, que fue causa del testimonio y de la actividad<br />

apostólica de sus discípulos ; o si Jesús fue un hombre particular en el camino<br />

de la evolución de la razón y la religiosidad humana, y los autores<br />

neotestamentarios lo revistieron de afirmaciones hoy inaceptables, procedentes<br />

de mundos culturales pasados, de percepciones todavía míticas –se insistía en<br />

lo primitivo del mundo judío– o incluso directamente de falsificaciones<br />

interesadas.<br />

2 La obra de H. S. REIMARUS (1694-1768), se titulaba Apologie oder Schutzschrift für die vernünftige<br />

Verehrer Gottes; de ella publicó siete fragmentos G. E. LESSING (1774-1778) bajo el título Von dem<br />

Zwecke Jesu und seiner Jünger.<br />

3 A este respecto, puede verse la explícita argumentación de G. E. LESSING en Axiomata, X<br />

4 Cf., por ejemplo, G. E. LESSING, Die Erziehung des Menschengeschlechts, 1777<br />

2


Las primeras reacciones de la teología que se llamará “protestante liberal”<br />

quieren defender el respeto a la historia y a la razón –ilustrada, científica, tal<br />

como entonces aparecía; y, por otra parte, quieren afirmar la singularidad<br />

absoluta de Jesús, seguir proclamando la necesidad de su persona para el<br />

hombre contemporáneo, para vivir en la verdad en relación con Dios y con el<br />

mundo, con el prójimo.<br />

Para ello presentan a Jesús como el grado máximo de elevación de la<br />

conciencia humana en su relación con Dios 5, que impresiona o impacta a lo<br />

largo de los siglos la conciencia de los hombres, despertándolos a una vida<br />

según la verdad y la justicia. Jesús habría sido enviado por el Padre para<br />

establecer este Reino de Dios entre los hombres. Y éste sería el Jesús histórico, el<br />

real, cuya figura o personalidad sería recognoscible en los Evangelios a pesar de<br />

todas las consecuencias del trabajo redaccional de los discípulos. El estudio<br />

científico lo mostraría con claridad. De esta manera se salvarían la ciencia –la<br />

razón– y la fe, se salvarían los Evangelios y la comunidad cristiana.<br />

Los grandes investigadores histórico-críticos del siglo XIX pretendían, por<br />

tanto, salvaguardar el significado para el hombre de la persona de Jesús de<br />

Nazaret, del “Jesús histórico”. Para ellos, a diferencia del racionalismo o del<br />

idealismo, este Jesús no era sólo un pedagogo transitorio, una ocasión en que<br />

habían salido a la luz posibilidades latentes de la razón humana o un momento<br />

de la evolución histórico-espiritual. Era alguien concreto e imprescindible: el<br />

acontecimiento histórico de su presencia seguía siendo constitutivo para la<br />

conciencia humana, pues del eco o la impresión que Él provoca dependería que<br />

el hombre alcanzase la verdad plena que necesita para vivir en el mundo.<br />

En este sentido, su esfuerzo fue enormemente positivo, y coincidente con<br />

un interés fundamental de la fe cristiana: el hecho histórico de Cristo es<br />

constitutivo para el hombre, no es sólo ocasión o envoltorio prescindible de una<br />

verdad racional. Por este interés primero, la investigación histórica se justificaba<br />

plenamente y, entre muchos errores, aportó muchos frutos científicos reales,<br />

5 Cf. ya F. SCHLEIERMACHER, Der christliche Glaube, Berlin 2 1830/31, Bd, I §13: 91; §14: 102; Bd II,<br />

§93: 37<br />

3


que han permitido un crecimiento importantísimo del conocimiento histórico<br />

de los orígenes del cristianismo y de los Evangelios mismos.<br />

Los téologos liberales acertaban volcándose en el estudio de la historia. No<br />

acertaban, sin embargo, en la comprensión de fondo de la razón y de la fe, del<br />

cristianismo que proponían como consecuencia de sus investigaciones. Pues<br />

presentar a Jesús como el grado más elevado de la conciencia humana exigía,<br />

por un lado, la afirmación de una singularidad absoluta 6, que el estudio<br />

histórico no es capaz de percibir por sí mismo; y, por otro lado, no superaba en<br />

realidad el horizonte de las posibilidades de la razón humana. De hecho, esta<br />

teología no aceptaba la cristología conciliar tradicional, es decir, la afirmación<br />

de la naturaleza divina de Jesucristo, al que veían más bien como un hombre<br />

dotado de cualidades o atributos divinos 7 . En este contexto se comprende que<br />

surja la oposición entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe” 8 .<br />

La filosofía derivada del racionalismo y del idealismo verá estas aporías<br />

con claridad y criticará duramente estas posiciones: tal presunta conciencia de<br />

Cristo sería sólo la proyección de la propia conciencia piadosa humana 9. L.<br />

Feuerbach llevará el argumento hasta sus últimas consecuencias, observando<br />

que Dios mismo es también sólo proyección de la autoconciencia del hombre 10 .<br />

De hecho, aunque tales afirmaciones filosóficas fueran falsas, la crítica no<br />

era desacertada. La teología misma tomará conciencia de modo totalmente claro<br />

de que la imagen de Jesús que se proponía dependía y reflejaba inevitablemente<br />

la mentalidad del autor 11 ; de modo que en este “Jesús histórico” se hablaba sólo<br />

del hombre y no de la palabra de Dios 12 . De hecho, no se salvaguardaban<br />

6 Por ejemplo, en la forma de la “impecabilidad” propia de Jesús, que afirmaba<br />

SCHLEIERMACHER, por ej., en Der christliche Glaube, Bd. II §93-94<br />

7 Cf., por ej., G. THEISSEN-WINTER, Die Kriterienfrage in der Jesusforschung, Freiburg Schweiz -<br />

Göttingen 1997, 49-64<br />

8<br />

Contraposición que aparece por primera vez en una obra de D. STRAUSS de l865: Der Christus<br />

des Glaubens und der Jesus der Geschichte. Eine Kritik des Schleiermacherschen Lebens Jesu.<br />

9 Ya F. CH. BAUR hace esta observación, con referencia a Schleiermacher, en: Die christliche Gnosis<br />

oder die christliche Religionsphilosophie in ihrer geschichtlichen Entwicklung, Tübingen 1835, 638<br />

10 Cf. Das Wesen des Christentums, 1841<br />

11 Muestra esta necesidad con claridad M. KÄHLER en su famoso Der sogennante historische Jesus<br />

und der geschichtliche biblische Christus, Leipzig 1892. Ilustra esta dinámica definitivamente A.<br />

SCHWEITZER, Von Reimarus zu Wrede. Eine Darstellung der Leben-Jesu Forschung, Tübingen 1902<br />

12 Cf. la crisis de la “teología dialéctica” y, en particular, K. BARTH; puede verse, por ej., su Der<br />

Römerbrief, München 1919 [ 21924]; Der Christ in der Gesellschaft, Würzburg 1920, o el debate con<br />

4


ealmente los Evangelios; pues, aunque se pretendía alcanzar en ellos un núcleo<br />

histórico verdadero sobre Jesús, en buena parte no eran asimilados –así, por<br />

ejemplo, todo el camino pascual.<br />

2. El método historico-crítico y el canon escriturístico<br />

Al inicio de su reciente libro sobre Jesús de Nazaret, J. Ratzinger 13 constata<br />

cómo el problema de la valoración de los Evangelios, del testimonio apostólico<br />

sobre Jesús, no sólo seguía sin resolver en los años 50 del siglo pasado, sino que<br />

su influencia se dejaba sentir también en el pensamiento católico. La grieta entre<br />

el Jesús de la historia y el Cristo de la fe parecía hacerse cada vez más grande.<br />

El camino histórico-crítico, a través de R. Bultmann y de sus discípulos,<br />

había conducido sólo a una percepción pálida e imprecisa de la figura de Jesús,<br />

y a centrar la atención menos en el acontecimiento de su presencia histórica y<br />

más en el proceso de la fe y del anuncio de la primera comunidad cristiana, que<br />

constituiría lo esencial del testimonio neotestamentario y de los Evangelios<br />

mismos 14 .<br />

Parecía entonces que el proyecto liberal quedaba ya abandonado, porque<br />

el Jesús histórico no podría nunca fundamentar la fe. Aunque, por otra parte,<br />

tampoco resultaría posible la fe cristiana sin referencia a una intervención<br />

divina –extra nos– en Jesús 15 : ¿Cómo confiar en Él la propia vida, si no está clara<br />

su Persona y su misión histórica, si las afirmaciones sobre su divinidad y su<br />

obra de salvación del mundo son elaboraciones posteriores de los discípulos?<br />

¿Cómo puede resultar constitutivo del ser y de la salvación del hombre hoy?<br />

Permanece sin respuesta suficiente el problema fundamental planteado ya<br />

por Lessing o Kant, la puesta en cuestión la identidad histórica de Jesús y del<br />

cristianismo a partir de una concepción determinada del hombre y de su ser en<br />

A. v. HARNACK, publicado en 1923 en “Christliche Welt” y reeditado por J. MOLTMANN (Hg.)<br />

Anfänge der dialektischen Theologie, Teil I, München 1977, 323-347<br />

13 J. RATZINGER-BENEDIKt XVI, Jesus von Nazaret, Freiburg Basel Wien 2007<br />

14 Cf., por ej., R. BULTMANN, Theologie des Neuen Testaments, Tübingen 1948-1953/1984 9<br />

15 Cf. E. KÄSEMANN, Exegetische Versuche und Besinnungen, I, Göttingen 1970 6<br />

5


el mundo, que no admite la posibilidad de un acontecimiento que, por<br />

iniciativa divina, vaya más allá de las posibilidades de la sola razón 16.<br />

Más allá del proyecto científico del “Jesús histórico”, abocado a presentar<br />

siempre una figura sólo humana de Jesús, y más allá de las propuestas de<br />

Bultmann y de sus discípulos, la teología católica insistió siempre a este<br />

propósito en lo indispensable del hecho histórico para ser del cristianismo, para<br />

quien la Encarnación y de la Redención son constitutivas precisamente en<br />

cuanto acontecimientos históricos. De ahí se sigue una justificación radical del<br />

método histórico-crítico; pues sin ello la fe carecería de base razonable y real.<br />

De esta manera, se puede valorar además todo el progreso alcanzado gracias a<br />

los esfuerzos científicos de los dos últimos siglos, tanto por lo que respecta al<br />

conocimiento de los datos históricos, como a la mejor comprensión de la<br />

relación entre historia y teología 17 .<br />

A ello ha de añadirse, a continuación, la conciencia clara de que el método<br />

histórico-crítico no puede superar los límites propios de un análisis científico<br />

racional: estudia una realidad que es siempre del pasado, la ve como una<br />

expresión de lo humano inevitablemente inserta en la gran red los hechos<br />

históricos, y la analiza intentando comprender con exactitud su sentido preciso<br />

en su contexto concreto y en relación con la experiencia humana<br />

contemporánea. Por otra parte, el resultado goza sólo de la autoridad de un<br />

trabajo científico humano, por lo que permanece siempre hipotético y<br />

superable 18 . Por consiguiente, si sólo fuesen posibles afirmaciones sobre la<br />

Escritura hechas con el mero método histórico-crítico, el testimonio apostólico<br />

habría de ser leído en el horizonte de una historia sólo humana, y no podría<br />

aceptarse su presentación creyente de Jesús de Nazaret 19.<br />

Ciertamente, la lectura e interpretación de la Escritura en el ámbito de la<br />

sola razón –aun usando del mejor modo sus métodos históricos de análisis– no<br />

se bastará nunca para producir la fe en Jesús como Hijo de Dios; pero no le<br />

16 A. SCHWEITZER había descrito el significado del camino desde Reimarus a Drede como el<br />

devenir del dogma moderno del racionalismo (Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, 45)<br />

17 Jesus von Nazaret, 14<br />

18 Jesus von Nazaret, 15-16<br />

19 Observaciones ya hechas en buena medida a finales del siglo XIX por M. KÄHLER, op. cit.<br />

6


cierra tampoco el paso. Los datos históricos aportados por la investigación<br />

sobre Jesús abren hoy perspectivas en las que parece posible comprender<br />

razonablemente la historia de Jesús en una continuidad de fondo con el<br />

testimonio apostólico. El cambio con respecto a la hipótesis de partida de la<br />

investigación histórica sobre Jesús es tan grande, que se ha podido hablar de un<br />

“giro copernicano” para la ciencia teológica 20 .<br />

Por otra parte, ya en la realización de su propia tarea la razón histórica<br />

reenvía más allá de sí misma. Pues si el estudio crítico de los textos conlleva<br />

siempre, de por sí, una apertura a lo humano y a una tradición, la razón<br />

histórica se encuentra en las fuentes neotestamentarias con una realización<br />

verdaderamente singular de esta dinámica, que la reenvía a cuestiones<br />

fundamentales sobre el hombre y sobre Dios. Pues los escritos bíblicos se<br />

presentan como una unidad que refleja el inmenso proceso vivo de un pueblo –<br />

de Dios– y que es iluminada desde la clave de comprensión de Jesucristo. De<br />

modo que, siguiendo el movimiento de los textos mismos, la razón se encuentra<br />

con una invitación a admitir posibilidades que van más allá de sus límites.<br />

El método histórico-crítico se continuaría así orgánicamente,<br />

comprendiendo a Jesucristo en el contexto de su tiempo y en el de su tradición,<br />

y reconociendo que es presentado como quien permite entrar en la inteligencia<br />

de la Escritura. Se trata de una opción interpretativa, realizada ya en los inicios<br />

de la Iglesia, en la constitución del canon. Es una decisión creyente: el Cristo de<br />

la fe apostólica es el Jesús de la historia; pero que pretende dar razón de todo el<br />

movimiento de la razón histórica 21 .<br />

No se trata de una imposición artificial a los textos. Habrá de comprobarse<br />

si la figura de Jesús así estudiada es más lógica y más comprensible, también<br />

desde el punto de vista histórico, que las reconstrucciones que siguen siendo<br />

ofrecidas repetidamente. En efecto, la calidad de todo trabajo histórico se<br />

20 Cf. W. THÜSING, Die neutestamentlichen Theologien und Jesus Christus, Bd. I, Münster 1996 2 , 30.<br />

Pueden verse, por ej., las obras de síntesis ofrecidas por J. GNILKA, Jesus von Nazaret. Botschaft<br />

und Geschichte, Freiburg Basel Wien 1990; R. SCHNACKENBURG, Die Person Jesu Christi im Spiegel<br />

der vier Evangelien, Freiburg Basel Wien 1993; P. STUHLMACHER, Biblische Theologie des Neuen<br />

Testaments, I: Grundlegung. Von Jesus zu Paulus, Göttingen 1992, 40-161.<br />

21 Este paso será caracterizado por J. RATZINGER como la opción por una “exégesis canónica”, es<br />

decir, por una la lectura de los textos singulares en el horizonte de toda la Escritura; cf. Jesus von<br />

Nazaret, 18-20<br />

7


prueba en su capacidad de responder a las exigencias de las fuentes. Y esto<br />

representa un reto singular en el caso de Jesús de Nazaret, las diferentes<br />

dimensiones de cuya misión (sapiencial y escatológica, por ejemplo) no son<br />

fácilmente reconducibles a unidad desde la mera razón histórica 22 ; por lo que<br />

los intentos de reconstrucción tienden siempre a privilegiar algún aspecto,<br />

dejando en el olvido otros datos esenciales presentes en las fuentes. El Jesús de<br />

los Evangelios habrá de mostrarse como la figura más coherente y más<br />

inteligible históricamente 23. Así manifestará así su credibilidad el método de<br />

estudio escogido 24.<br />

Por otra parte, no es criticable tampoco el hecho de haber adoptado<br />

conscientemente una opción hermenéutica, homogénea además con el<br />

testimonio explícito de los textos. Pues siempre se da una opción interpretativa,<br />

no sólo marcada por la mentalidad subjetiva del estudioso, sino más<br />

radicalmente por su comprensión de la razón, del hombre y de la vida en el<br />

mundo.<br />

Tal es el caso de ciertas presentaciones de la llamada Third Quest 25 o, en<br />

general, de todas aquellas que buscan presentar de nuevo a un cierto “Jesús<br />

histórico” integrándolo de algún modo en el curso de la historia del mundo,<br />

como un momento cuya singularidad, al final, es comparable con la de otros, es<br />

relativa 26 . De este modo se niega la radical novedad y relevancia de la figura de<br />

Jesús afirmada por los escritos neotestamentarios, y con ello también el valor<br />

singular de las fuentes evangélicas, que son consideradas un <strong>documento</strong><br />

histórico situado en el conjunto de la literatura de la época –incluyendo la<br />

apócrifa– y situadas fuera de la unidad de la Escritura.<br />

22 E. KÄSEMANN, por ejemplo, concluía su famosa conferencia Das Problem des historischen Jesus<br />

observando que la perspectiva histórica, psicológica o de historia de las religiones no consigue<br />

explicar últimamente a Jesús; que su figura plantea un enigma que el historiador puede<br />

constatar, pero no resolver (Exegetische Versuche und Besinnungen, Bd. I, Göttingen 1970, 213-<br />

214). Últimamente, en sentido semejante, cf. G. THEISSEN-A. MERZ, Der historische Jesus,<br />

Göttingen 1996, 31<br />

23 Cf. Jesus von Nazaret, 20-21<br />

24 Cf. Jesus von Nazaret, 22<br />

25 Puede recordarse,por ejemplo, el curioso comentario de THEISSEN-MERZ sobre CROSSAN, que<br />

presentaría una imagen de Jesús con más colorido californiano que galileo (op. cit., 29)<br />

26 Cf., por ej., G. THEISSEN-WINTER, op. cit., 252<br />

8


3. Historicidad y singularidad de Jesús de Nazaret<br />

El libro de Benedicto XVI quiere ser un ejemplo práctico de lo acertado de<br />

este método canónico, y pretende ofrecer una comprensión de la figura de Jesús<br />

de Nazaret respetuosa de todos los requisitos de la razón histórica, del conjunto<br />

de los datos, situándolo en el contexto –próximo y lejano– de la vida del<br />

Pueblo 27, dando todo su peso a la intención de los autores de los textos y<br />

mostrando su significado indispensable también para el hombre de hoy.<br />

El contexto de las Escrituras, el de la vida del pueblo de Dios, definida por<br />

la Ley la liturgia del Templo, ilumina capítulo a capítulo las palabras de Jesús,<br />

que se presentan siempre como un momento de cumplimiento, asociado a la<br />

novedad de su Persona, a la llamada a creer en Él y entrar en su seguimiento.<br />

También en esta perspectiva, sin embargo, sale a la luz de nuevo el<br />

aspecto más singular del testimonio evangélico, no integrable sencillamente en<br />

el horizonte de la experiencia humana: el significado definitivo que pretende<br />

tener la persona concreta de Jesús de Nazaret, como piedra angular de la que<br />

depende la construcción de la vida del hombre. En realidad, tal fue desde el<br />

inicio el enigma propio de Jesús, lo que generó incomprensión y hasta<br />

escándalo, siendo motivo incluso de su condena. Y es igualmente el núcleo del<br />

problema crítico moderno; es decir, del diálogo de la razón moderna con el<br />

testimonio apostólico.<br />

Esta posición de Jesús es fundamentada por los Evangelios en una<br />

afirmación esencial, que constituye tradicionalmente el principio mismo de<br />

comprensión de su Persona 28: la unidad con el Padre, vivida como nunca lo<br />

había sido en la historia, llevando a plenitud la promesa hecha a Moisés, el<br />

deseo de los profetas de llegar a ver a Dios cara a cara 29 .<br />

27 Lo que es valorado expresamente de modo positivo por la ciencia exegética; cf. Th. SÖDING,<br />

Zur Enführung: Die Neutestamentler im Gespräch mit dem Papst über Jesus, en: ID. (Hg.), “Das Jesus-<br />

Buch des Papstes”, Freiburg Basel Wien 2007, 11-19<br />

28 Este el “el punto sobre el que construir el libro”, afirma RATZINGER desde el inicio (p. 12),<br />

citando a R. SCHNACKENBURG, Die Person Jesu Christi im Spiegel der vier Evangelien, Freiburg Basel<br />

Wien 1993<br />

29 Desde esta perspectiva ofrece el libro de RATZINGER su “primera mirada al misterio de Jesús”<br />

(pp. 26-33)<br />

9


Pero en esta misma afirmación de la plena unidad con el Padre, que Él<br />

manifestaba de muchas maneras, estaba la raíz del problema. Para asegurar la<br />

comprensión no bastó que Jesús testimoniase esta unidad siempre en las formas<br />

de la obediencia filial, ni la evidencia de que en Él la Ley y los Profetas<br />

alcanzaban una plenitud nueva, de que nadie había hablado como Él o hecho<br />

las cosas que hacía Él.<br />

De hecho, observa Benedicto XVI, de acuerdo con la tradición teológica, la<br />

naturaleza de la misión de Jesús, en la que se desvelaría plenamente su misterio<br />

ante los hombres, no podía ser comprendida adecuadamente. Su núcleo<br />

mismo, que sería la entrega plena de sí, la “proexistencia” y la kenosis, había<br />

sido anunciado también por los profetas 30 ; pero que el camino del Mesías hacia<br />

su gloria pasase por el abajamiento de la entrega, del sufrimiento y de la muerte<br />

por los muchos, no podía ser bien comprendido antes de la realización por<br />

Jesús.<br />

Este misterio de abajamiento y entrega en el amor –el misterio de la cruz–<br />

era el corazón de la misión de Jesús ya desde el bautismo y las tentaciones, y<br />

determinaba todo su modo de hablar, su forma de presentarse como el “hijo del<br />

hombre”, “el hijo”, o de decir “yo soy”, según la tradición de las Escrituras. Sin<br />

el desvelarse de este corazón de su misión, de este amor de Dios por su Pueblo,<br />

desmedido y asombroso 31 , no podía ser bien entendida la identidad y la<br />

pretensión de Jesús.<br />

4. Historia y kerygma<br />

Los discípulos de Bultmann habían centrado su investigación en mostrar<br />

aquellos rasgos singulares, propios sólo de Jesús, conservados en las fuentes 32.<br />

En efecto, los textos testimonian con claridad la pretensión inusitada de Jesús<br />

durante su vida, la dificultad para comprenderla adecuadamente, el escándalo<br />

de muchos y la comprensión alcanzada por los discípulos tras la muerte y<br />

30 Por ejemplo, de modo muy explícito en los tres “cantos del siervo” en Isaías, frecuentemente<br />

citados en esta obra.<br />

31 Cf. la encíclica de BENEDICTO XVI, Deus caritas est (2005)<br />

32<br />

En este sentido, siguen teniendo gran actualidad la obra de la escuela postbultmaniana, de la<br />

llamada New Quest<br />

10


esurrección del Señor. Esta percepción realista de la absoluta unicidad de<br />

Jesús, de sus formas de manifestación durante su vida, permite afirmar la<br />

originalidad del acontecimiento histórico, de la persona y de la misión terrena<br />

de Jesús.<br />

Ello hace razonable presentar los Evangelios como originados realmente<br />

por la presencia en la historia de lo extraordinario, de Jesús de Nazaret, y<br />

comprender su naturaleza propia como un ejercicio de memoria, de “recuerdo”,<br />

que realizan los individuos, pero desde dentro de la comunidad de los<br />

discípulos de Jesús, y guiados por el Espíritu Santo 33. El acontecimiento que<br />

despertó este proceso de “recuerdo”, que permitió entrar en el interior lo<br />

sucedido, en los nexos de las palabras y hechos del Señor, fue, sin duda, la<br />

resurrección 34 .<br />

Lo extraordinario aconteció, pues, en los inicios, en su Persona, y se<br />

desplegó en la fe y la vida de su comunidad, que no habría llegado a formarse<br />

ni a subsistir sin Él, y que vivirá todo un proceso de reconocimiento, de<br />

“recuerdo”, de volver a pensar lo sucedido, para transmitirlo adecuadamente.<br />

Se explica así la naturaleza singular de los Evangelios, el haber sido<br />

escritos con los ojos de la fe, tras la resurrección, y con la finalidad de anunciar<br />

a Jesucristo. Y se comprende igualmente cómo su ser “kerygmáticos” no se<br />

opone en absoluto a la fiabilidad de su testimonio, sino que hace presente un<br />

proceso razonable de transmisión histórica, aquí con las características<br />

derivadas de la singularidad absoluta de la persona de Jesucristo, que se quiere<br />

dar a conocer a los hombres.<br />

En continuidad con lo mejor de la enseñanza de la escuela<br />

postbultmaniana, que había sabido mostrar también la continuidad entre<br />

kerygma e historia 35 , la afirmación de la incomparable singularidad de Jesús<br />

hace posible el reconocimiento de la fiabilidad histórica de los Evangelios: no<br />

sólo se manifiestan como el medio adecuado para el conocimiento de Jesús de<br />

Nazaret, sino que su misma naturaleza kerigmática implica un testimonio sea<br />

33 Cf. Jesus von Nazaret, 272-277<br />

34 Cf. Jesus von Nazaret, 275<br />

35 Baste la referencia a la programática conferencia de E. KÄSEMANN, Das Problem des historischen<br />

Jesu, citada supra.<br />

11


de la singularidad de su Persona que del método adecuado para su<br />

conocimiento. Pues los Evangelios sólo surgen –y sólo pueden surgir– de una<br />

profunda y nueva comunidad con Él, que hace posible el testimonio apostólico<br />

en la historia.<br />

Ya el episodio de la confesión de Pedro muestra que había un<br />

conocimiento externo, no necesariamente falso, de Jesús, y uno más profundo,<br />

vinculado con el estar en camino y en comunidad con Él 36. Las opiniones<br />

externas interpretaban a Jesús desde las posibilidades que ofrecía la propia<br />

tradición; pero no podían entenderlo desde Él mismo, en su singularidad<br />

irreducible a ninguna categoría 37.<br />

En efecto, todo proceso de conocimiento implica siempre una forma de<br />

asimilación, un estar en cierta unidad con lo conocido. Que Jesús conozca<br />

realmente a Dios, presupone su comunidad, su unidad ontológica con el Padre;<br />

y, al revés, el ser Hijo, que Jesús afirma, junto con la comunidad en el ser<br />

significa pleno conocimiento del Padre 38. De modo semejante, el conocimiento<br />

de Cristo por sus discípulos presupone comunidad en el ser con Él, presupone<br />

unidad, comunión con Él hasta el punto en que se hace posible comprender el<br />

núcleo de su misión y de su vida. Esto es lo prometido y anunciado en el NT<br />

como el don del Espíritu, en el que los suyos llegan a conocer el nous del<br />

Señor 39 , a comprender sus palabras y su don de la propia persona, el don de su<br />

cuerpo y de su sangre en la Última Cena 40.<br />

En todo caso, la unidad del conocimiento sólo es posible gracias a la<br />

unidad en el ser. Por ello, los Evangelios, que testimonian el verdadero<br />

conocimiento de Jesús como Señor y Cristo, sólo podrían surgir y ser<br />

entendidos en la unidad de los discípulos con Él, en la comunidad viva de los<br />

suyos, es decir en su Iglesia. De modo que los Evangelios son testimonio a la<br />

vez de la radical singularidad de Jesús de Nazaret y del radical del “ser-en-<br />

Cristo” de los testigos.<br />

36 Cf. Jesus von Nazaret, 338<br />

37 Cf. Jesus von Nazaret, 339<br />

38 Cf. Jesus von Nazaret, 391<br />

39 Cf. 1Co 2,16<br />

40 Cf. Jn 6, 61-63<br />

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5. Conclusiones<br />

Sin los Evangelios, sin poder acoger con confianza razonable su testimonio<br />

fundamental, que presenta sistemáticamente a Jesús como Cristo y como Señor,<br />

no es posible el camino cristiano.<br />

Pero la investigación histórico-crítica no ha confirmado la ruptura inicial<br />

entre razón y fe, historia y dogma, Jesús histórico y Cristo de la fe; sino, al<br />

contrario, ha fundamentado la razonabilidad de la confianza en el testimonio<br />

apostólico. Los Evangelios no sólo merecen confianza como fuentes históricas,<br />

sino que invitan a todo fiel a recibirlos como expresión del ser y vivir en la<br />

comunión con Cristo, en su Iglesia. En otros términos, los Evangelios respetan<br />

las exigencias de la cientificidad histórica tanto en su transmisión de los datos<br />

como en el rigor de sus planteamientos hermenéuticos 41.<br />

Si acaso, puede percibirse hoy con mayor claridad cómo los Evangelios<br />

implican una interpelación radical al hombre, a su comprensión de la razón y<br />

de la historia, que estaban en juego, de hecho, en los orígenes del debate<br />

moderno sobre el Jesús histórico y siguen estando en el fondo de la reflexión<br />

contemporánea a este respecto.<br />

El método histórico-crítico es invitado por la realidad misma de los textos<br />

a abrirse a posibilidades interpretativas nuevas; ninguna dimensión de sus<br />

exigencias científicas lo conduce a cerrarse sobre sí mismo. La pretensión de<br />

seguir ofreciendo hoy un “Jesús histórico” significa, por tanto, el abandono<br />

consciente del horizonte de la fe –de la teología– y la propuesta de una<br />

interpretación de su figura como sólo humana.<br />

Un uso riguroso de la razón habrá de afrontar la propuesta evangélica en<br />

toda su pretensión de significado, referida a la cuestión del propio ser en el<br />

mundo, de la razón y de la historia, de Dios y del hombre. A ello invita el hecho<br />

y el testimonio de los Evangelios, que plantean la necesidad de una razón<br />

abierta, “fronteriza” 42 , capaz de abordar con rigor estos problemas<br />

41 Cf., por ej., A. CARRASCO ROUCO, La puesta en cuestión histórico-crítica del testimonio apostólico<br />

sobre Jesucristo, RET 61 (2001) 207-231; Historia y Revelación: acceso crítico a la figura de Jesucristo,<br />

en: “Dios para pensar” (ed. por Alfonso Pérez de Laborda), Madrid 2002, 117-134.<br />

42 E. TRÍAS, El evangelio según Benedicto XVI, El Mundo 15.10.2007<br />

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fundamentales, en un horizonte que no los dé por resueltos ni haga abstracción<br />

de su sentido real en la realización de la propia vida.<br />

La condición de posibilidad de esta singular invitación evangélica es,<br />

como se ha observado, una comunidad en el ser con lo que se conoce y anuncia,<br />

y, por tanto, la realidad viva de la comunión eclesial en el presente. La Iglesia –<br />

con su tradición dogmática– no se contrapone, pues, al conocimiento verdadero<br />

de Jesús de Nazaret, sino que, al contrario, lo transmite, salvaguarda su<br />

credibilidad y lo hace realmente posible a lo largo de los siglos.<br />

+ Alfonso Carrasco Rouco<br />

Obispo de Lugo<br />

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