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linchamiento moral de costumbre. La curia fue implacable en su tarea<br />

de asegurar lo más posible que todos los rivales de su candidato,<br />

el reaccionario arzobispo de Genova, el cardenal Siri, quedaran<br />

en el olvido. Pero mientras arrasaba con la oposición, también organizaba<br />

estrategias de defensa por si su candidato no era elegido.<br />

Antes de partir en el vuelo de las 7:30 a.m. a Roma desde Varsovia<br />

el 3 de octubre, Karol Wojtyla, el arzobispo de Cracovia, Polonia,<br />

interrumpió su programa de actividades para practicarse un<br />

examen de terapia electroconvulsiva del corazón y llevar consigo los<br />

resultados. Esto habría podido parecer extremada prudencia en un<br />

cardenal que había atraído apenas un puñado de votos en el cónclave<br />

de agosto. Pero Wojtyla sabía que el Vaticano estaba propalando<br />

mentiras sobre el historial médico del difunto papa. Habría sido aún<br />

más fácil esparcir rumores sobre la salud de un candidato, y en especial<br />

de uno como él, cuyo historial médico revelaba un patrón de<br />

enfermedades. Ciertamente, algunos colegas de Wojtyla vieron sus<br />

acciones como señales de que sabía que no regresaría a Cracovia.<br />

Los cinco días previos Wojtyla había pasado gran parte de su<br />

tiempo con su invaluable amigo y aliado, el obispo Deskur, en<br />

Roma. Esta amistad databa de los años en que habían vivido juntos<br />

en un seminario secreto en Polonia, durante la guerra. Desde entonces,<br />

Deskur había guiado a Wojtyla por el laberinto de la política vaticana.<br />

Su ayuda nunca había sido más necesaria. Karol Wojtyla<br />

escuchaba con toda atención mientras Deskur enumeraba las fortalezas<br />

de un candidato rival, las debilidades de otro. Luego, Wojtyla<br />

comía con otros compatriotas, como el obispo Rubin. Esas reuniones<br />

despejaron en él toda duda de que esta vez era un candidato genuino.<br />

Quienes impulsaban su candidatura comprendieron que si<br />

los italianos no podían unirse alrededor de uno de sus contendientes,<br />

los cardenales a los que habían cabildeado se enterarían de una<br />

asombrosa alternativa. Karol Wojtyla estaba obligado a explotar entonces<br />

las habilidades actorales cultivadas en su juventud. La imagen<br />

misma, por fuera, de la calma indiferente, el ser interno estaba ansioso<br />

por la perspectiva que cobraba creciente claridad ante él.<br />

¡Cuánto de su vida anterior había sido un preámbulo para ese mo-<br />

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mentó! Creía profundamente en la divina Providencia, y una y otra<br />

vez ofrecía la intervención divina como explicación de su buena<br />

suerte. La Providencia, bajo la forma de un buen contacto, un patrono<br />

o un protector, visitó a Wojtyla con notable frecuencia.<br />

En mayo de 1938, el arzobispo de Cracovia, Adam Sapieha, llegó<br />

a Wadowice para administrar el sacramento de la confirmación a<br />

quienes estaban a punto de graduarse. El estudiante al que se asignó<br />

la tarea de dar la bienvenida a Sapieha en nombre del colegio fue<br />

Karol Wojtyla, quien habló en latín. Cuando el joven terminó, había<br />

una expresión pensativa en el rostro del arzobispo. "¿Él va a entrar<br />

al seminario?", le preguntó al maestro de religión, el padre Edward<br />

Zacher.<br />

El propio Karol respondió: "Voy a estudiar lengua y literatura<br />

polacas".<br />

El arzobispo se decepcionó: " ¡Qué lástima!".<br />

Sapieha estaba destinado a ser uno de los primeros protectores<br />

de Wojtyla. Antes había habido otros, especialmente el padre de<br />

Karol. Cuando Karol sénior murió, en febrero de 1941, la Providencia<br />

ya se había asegurado de que, aunque muchos miembros del<br />

grupo de amigos de ese veinteañero perecerían antes de terminada<br />

la Segunda Guerra Mundial, él sobreviviera; su maestra de francés,<br />

Jadwiga Lewaj, había sostenido una sigilosa conversación con su<br />

buen amigo Henryk Kulakowski, presidente de la sección polaca de<br />

Solvay, compañía química con una importante planta en Borek Falecki,<br />

suburbio de Cracovia. En esos días, todos los varones polacos<br />

fuertes y sanos eran candidatos a trabajos forzados en Alemania, o<br />

a laborar en fortificaciones fronterizas en el Frente Oriental. Cualquiera<br />

de ambas rutas conducía a una vida brutal, y usualmente<br />

breve. Trabajar en Solvay ofrecía una amplia gama de beneficios.<br />

Esa compañía era en cierto modo una ciudad autónoma, con casas,<br />

un quirófano con médico residente, una cantina para el personal<br />

administrativo, una tienda y un gimnasio. Aparte de recibir un salario<br />

y cupones que podían canjearse por vodka en el mercado negro,<br />

Karol Wojtyla llevaba consigo en todo momento la garantía de<br />

que no la pasaría mal en la guerra: un Ausweis, o tarjeta de identi-<br />

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