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ferirse a sí mismo usando el regio "nosotros", fue sin embargo rápidamente<br />
abandonada. Las pequeñas cosas y el silencio habían sido<br />
reemplazados por la suntuosidad y la majestad. La elección de<br />
Wojtyla dio origen al instante a la especulación mundial sobre qué<br />
clase de papa sería. ¿Recogería el desafío postumo de Luciani y ejecutaría<br />
las diversas reformas? Un hecho fue obvio desde el principio<br />
mismo de este papado: el cardenal Bernardin Gantin expresó con<br />
toda exactitud el temor y confusiones de muchos de sus compañeros<br />
cardenales cuando observó: "Andamos a tientas en la oscuridad".<br />
La mayoría de los cardenales aún estaban conmocionados y<br />
aturdidos por la súbita muerte de Albino Luciani. Estos sujetos estaban<br />
mal preparados para elegir al sucesor del hombre al que menos<br />
de dos meses antes habían saludado como "el candidato de<br />
Dios". El cardenal Ratzinger dijo que la prematura muerte de Luciani<br />
creaba condiciones para "la posibilidad de hacer algo nuevo". El<br />
cardenal Baum, de Washington, declaró: "La muerte [de Luciani] es<br />
un mensaje del Señor absolutamente extraordinario [...] Fue una intervención<br />
del Señor para enseñarnos algo". Estas eran las racionalizaciones<br />
de hombres que se esforzaban por entender un desastre.<br />
Si acaso los cardenales habían elegido a un gran papa en ciernes, eso<br />
se debía casi por entero a la suerte, y muy poco a su juicio o conocimiento<br />
colectivo de Karol Wojtyla. De igual manera, como lo demuestran<br />
las actividades electorales anteriores al cónclave, la elección<br />
de Wojtyla no debió nada a la Providencia. Abundaban ironías por<br />
todos lados: Benelli fue rechazado en parte a causa de que era demasiado<br />
joven a sus 57 años; Wojtyla tenía 58. Quienes se enorgullecían<br />
de haber detenido el carro de Siri descubrirían que en muchos sentídos<br />
habían elegido una versión polaca de Siri. Quienes deseaban otro<br />
Albino Luciani terminarían por darse cuenta de que éste era irreemplazable.<br />
Los que votaron por Wojtyla para conseguir un papado colegiado<br />
se encontraron con que habían elegido a un autócrata.<br />
A las 6:45 p.m. del lunes 16 de octubre de 1978, las puertas que<br />
conducen al halcón del segundo piso sobre la plaza de San Pedro se<br />
abrieron de par en par, y por segunda ocasión en siete semanas el<br />
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cardenal Felici emergió para anunciar a la multitud que estaba abajo,<br />
y a la mucho mayor audiencia más allá de los confines de Italia:<br />
"Annuncio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!" La multitud<br />
rugió y aplaudió en señal de aprobación. "¡Tenemos papa!" Quién<br />
era él carecía de importancia en ese momento; lo que importaba era<br />
que el terrible vacío se había llenado. Cuando Felici dio a conocer el<br />
nombre "Cardenal Wojtyla" a la muchedumbre, hubo sorpresa:<br />
"¿Quién? ¿Es negro? ¿Es asiático?"<br />
El padre Andrew Greeley, autor y connotado sociólogo católico que<br />
se encontraba abajo entre la multitud, recordaría después la reacción<br />
de quienes lo rodeaban: "Cuando expliqué que no, que no era<br />
negro ni asiático, sino polaco, se quedaron atónitos. Aquélla era una<br />
multitud hosca y enojada. Nada de la alegría de la elección de Luciani.<br />
No hubo vítores. Hubo abucheos, aunque principalmente un<br />
silencio absoluto y mortal".<br />
Treinta minutos después, Wojtyla apareció en el balcón para llevar<br />
a cabo el ritual de la bendición papal. Funcionarios menores de la<br />
curia le dijeron que sólo bendijera a la multitud y volviera dentro.<br />
Wojtyla los ignoró. Viejo guerrero, el cardenal Wyzynski guardaba<br />
silencio al fondo, pero su presencia dio al más joven el apoyo moral<br />
que necesitaba para ese crucial primer encuentro con el público. El<br />
actor profundamente impregnado en el hombre enfrentó espléndidamente<br />
el reto. Sus palabras no fueron comentarios improvisados,<br />
sino los pensamientos que había garabateado mientras seguían contándose<br />
votos en la última votación. En un gesto ideado para ganarse<br />
a la gente, Wojtyla habló en italiano. "¡Alabado sea Jesucristo!"<br />
Muchos en la multitud respondieron automáticamente: "Ahora y<br />
siempre".<br />
La grave y poderosa voz de Wojtyla, amplificada por el micrófono,<br />
llegó a todos los rincones de la plaza.<br />
A todos nos aflige aún la muerte del amadísimo papa Juan Pablo I.<br />
Y ahora los muy reverendos cardenales han llamado a un nuevo<br />
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