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te se delineaban en discretas reuniones. La muerte de Juan Pablo<br />

dejó a la Iglesia en un estado de paroxismo. La mayoría de los hombres<br />

procedentes de América Latina querían más de lo mismo, otro<br />

Luciani; querían control natal, una Iglesia de los pobres y una amplia<br />

reforma del Banco del Vaticano. Algunos de los europeos querían<br />

todo eso más una aceleración de las reformas que el concilio Vaticano<br />

II había prometido. Otros, como los cardenales alemanes y<br />

polacos, consideraban que esas reformas conciliares se aplicaban ya<br />

a un paso auténticamente turbulento, y querían reducir la velocidad<br />

del proceso entero. El cardenal Benelli, quien había trabajado asiduamente<br />

para asegurar la elección de Albino Luciani, trabajaba<br />

ahora con igual ahínco para que se le eligiera a él. Otros príncipes<br />

de la Iglesia tenían muy diversas agendas: concertada a toda prisa,<br />

en una reunión en el Seminario Francés se expuso la necesidad de<br />

encontrar un candidato para impedir la elección del conservador<br />

cardenal Siri. Entre tanto, en una cena en el convento de las felicianas<br />

en la Via Casaletto, otros planeaban la promoción de la candidatura<br />

del cardenal Wojtyla.<br />

La conexión polaca demostró ser un poderoso gambito cuando<br />

el cardenal Franz Kónig, de Viena, y el cardenal John Krol, de Filadelfia,<br />

empezaron a utilizar los teléfonos. Krol era un formidable<br />

operador con incomparable experiencia política. Sus poderosos<br />

amigos incluían a tres ex presidentes estadounidenses —Johnson,<br />

Nixon y Ford— y al futuro presidente, Ronald Reagan. Su objetivo<br />

fue ablandar a los demás cardenales estadounidenses. El primero en<br />

recibir ese tratamiento fue el cardenal Cody, de Chicago, y en este<br />

caso Krol empujaba una puerta ya abierta, pues Cody se había alojado<br />

con Wojtyla en Cracovia y un papa polaco sería aclamado por<br />

el gran número de inmigrantes polacos en Chicago. Sobre todo, la<br />

victoria de Wojtyla bien podía salvar la posición de Cody; el difunto<br />

papa había decidido destituirlo, pues Cody estaba sumido hasta<br />

la coronilla en la corrupción. Kónig, mientras tanto, avanzaba en<br />

una dirección muy diferente: Stefan Wyszynski. Sondeó cautelosamente<br />

a éste sobre la posibilidad de un candidato papal polaco. El<br />

primado desestimó la idea. "Sería una gran victoria para los comu-<br />

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nistas que se me trasladara permanentemente a Roma." Konig señaló<br />

en forma cortés que de hecho había dos cardenales polacos.<br />

Wyszynski se quedó perplejo. Al fin se recuperó lo suficiente para<br />

desechar por completo la idea. "Wojtyla es desconocido. La idea es<br />

impensable. Los italianos querrán otro papa italiano, y así debe ser.<br />

Wojtyla es demasiado joven para ser siquiera una consideración."<br />

Kntre tanto, Wojtyla descubría que tenía mucho en común con varios<br />

cardenales con quienes no se había reunido antes, como el cardenal<br />

Joseph Ratzínger, de Alemania.<br />

Los italianos apenas si esperaron al cónclave: hacían trizas reputaciones<br />

y destrozaban solvencias morales, al amparo del solideo púrpura.<br />

Deseaban en efecto otro papa italiano, pero algunos querían a<br />

Siri, otros a Benelli; otros más estaban comprometidos con Poletti,<br />

Ursi o Colombo. En la semana anterior al cónclave, la curia romana<br />

montó una gran ofensiva a favor de su "hijo predilecto", Giuseppe<br />

Siri. Quienes buscaban un carro al cual saltar empezaron a moverse<br />

en dirección a Siri. En cierto momento pareció que se necesitaría un<br />

milagro para detener a Siri; y ese milagro ocurrió puntualmente. Siri<br />

había concedido una entrevista a un reportero de su confianza de la<br />

Gazzetta del Popólo. Una condición de la entrevista fue que no se<br />

publicara sino hasta que los cardenales estuvieran en el cónclave y<br />

fuera imposible hacer contacto con ellos. El reportero de la Gazzetta,<br />

de acuerdo con un rumor de la ciudad del Vaticano, contactó a<br />

su buen amigo el cardenal Benelli y le describió los temas sobresalientes<br />

de la entrevista. A instancias o no de Benelli, el reportero incumplió<br />

el compromiso y, justo un día antes de que se les encerrara<br />

en la Capilla Sixtina, los cardenales conocieron los principales asuntos<br />

de la entrevista. Siri había desdeñado al papado de Luciani y ridiculizado<br />

al difunto papa al sostener que había presentado como su<br />

primer discurso un texto escrito para él por la curia. Luego había<br />

sido igualmente crítico del cardenal Villot, secretario de Estado y camerlingo<br />

—jefe suplente de la iglesia—. También había desestimado<br />

el concepto de colegialidad. La entrevista le costó varios votos, pero<br />

hubo asimismo partidarios de Siri que, convencidos de que todo el<br />

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