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TERESA DE LA PARRA

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26<br />

<strong>LA</strong> SEÑORITA GRANO <strong>DE</strong> POLVO<br />

Y la reina de Saba comenzó a recordar las aventuras magníficas que<br />

había corrido desde la noche aquella en que se había despedido de Salomón<br />

hasta el día más cercano en que escoltada por sus esclavos, su parasol, su trono,<br />

y sus pájaros se había instalado dentro de la sopera. Había material para llenar<br />

varios libros y aún no lo refería todo; iba balanceándose al azar de los recuerdos.<br />

Había recorrido África, Asia y las islas de los dos océanos. Un príncipe de la<br />

China, caballero en un delfín de jade, había venido a pedir su mano, pero ella<br />

lo había rechazado porque proyectaba entonces un viaje al Perú, acompañada<br />

de un joven galante, pintado en un abanico, el cual en el instante de embarcarse<br />

hacia Citeres, como la viera pasar, cambió de rumbo.<br />

En Arabia había vivido en una corte de magos. Estos, para distraerla,<br />

hacían volar ante sus ojos pájaros encantados, desencadenaban tempestades<br />

terribles en medio de las cuales se alzaban sobre las alas de sus vestiduras, hacían<br />

cantar estatuas que yacían enterradas bajo la arena, extraviaban caravanas<br />

enteras, encendían espejismos con jardines, palacios y fuentes de agua viva. Pero<br />

entre todas, la aventura más extraordinaria era aquella, la ocurrida con el César<br />

de oro. Es cierto que repetía: “Me ofendió por ser orgulloso”.<br />

Pero se veía su satisfacción, pues el César aquel era un personaje de<br />

mucha consideración. A veces en medio del relato el pobre monje se atrevía a<br />

hacer una tímida interrupción:<br />

—Creo que ya es tiempo de ir a tocar la hora. Permítame que salga.<br />

Pero al punto la reina de Saba, cariñosa, pasaba la mano por la hermosa<br />

barba del ermitaño y contestaba riendo:<br />

—¡Qué malo eres, mi bello Barnabé. Estar pensando en la campana<br />

cuando una reina de África te hace sus confidencias!, y además: es todavía de<br />

noche. Nadie va a darse cuenta de la falta.<br />

Y volvía a tomar el hilo de su historia asombrosa. Cuando la hubo<br />

terminado, se dirigió a su huésped y dijo con la más encantadora de sus<br />

expresiones:<br />

—Y ahora, mi bello Barnabé, a usted le toca, me parece que nada de mi<br />

vida le he ocultado. Es ahora su turno.<br />

Y habiendo hecho sentar a su lado, en su propio trono, al pobre monje<br />

deslumbrado, la reina echó hacia atrás la cabeza como quien se dispone a<br />

saborear algo exquisito.

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