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Al Dr. Luis Zea Uribe<br />
Abril 3 de 1932<br />
Mi querido Zea:<br />
Recibí sus dos cartas en París, hacia el mes de diciembre: me gustaron<br />
tanto como de costumbre, más que de costumbre. Esperaba un rato de intimidad<br />
para escribirle largo y contarle muchas cosas, cuando acontecimientos que no<br />
esperaba y que han cambiado enteramente mi género de vida, me han dejado<br />
sin escribirle hasta hoy. Pero no lo he olvidado; al contrario, en mi nueva vida<br />
lo recuerdo mucho y lo quiero aún más que antes. Aquí hay lugar y tiempo para<br />
sentir que se quiere. En las grandes ciudades (aunque sea París), no se sabe de sí<br />
mismo.<br />
Estoy, como ve, en Leysin, en este Grand Hotel que tal vez usted conozca:<br />
es un sanatorio de tuberculosos. Estoy enferma, querido Zea. Tengo una lesión<br />
en el pulmón derecho. Parece ser que mi estado no es grave y que me curaré si<br />
me someto al régimen y no regreso a la plaine, como dicen aquí, hasta no estar<br />
curada y sobrecurada, tiempo de prueba.<br />
Yo estoy encantada de someterme a todo porque mi estado moral es<br />
excelente: un verdadero estado de gracia; nunca he sentido tan intensamente la<br />
dulzura de vivir. Y es que vivo dentro de la resignación; es lo que nos hace falta<br />
quizá cuando nos agitamos allá abajo en la plaine: renunciar a la voluntad y a los<br />
deseos. Sé de antemano que esta enfermedad es pérfida, sé cómo se engaña a los<br />
enfermos; sin embargo, desde el principio he estado de acuerdo con todo cuanto<br />
pueda venir: el dolor, la muerte, la salud. Mi vida es suave y feliz a pesar de que<br />
estoy presa, bloqueada entre la nieve, todo el día en cama, ante el balcón abierto<br />
de par en par.<br />
Cuando le escribí de Beaulieu y le mandé mi retrato, ya estaba enferma,<br />
pero ni yo ni nadie lo sospechaba. Como sé que me quiere y que además por su<br />
profesión de médico le interesará mi caso, voy a contárselo.<br />
Desde el año pasado, a los seis o siete meses de llegar de Colombia,<br />
comencé a adelgazarme sin razón aparente, sentía un infinito cansancio moral,<br />
un gran desgano de vivir, pero nada que me afectara físicamente. Me hice ver<br />
por un buen profesor especialista del hígado y del estómago, quien creyó en una<br />
<strong>TERESA</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>PARRA</strong><br />
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