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PRESENTACIÓN<br />
La obra de Teresa de la Parra leída hoy, a 126 años de su nacimiento, permite<br />
entender la Caracas acomodada de principios de siglo xx. No podrá decirse que<br />
la escritora de Ifigenia se haya interesado en bosquejar la compleja realidad de<br />
aquella Venezuela, en manos de uno de los dictadores más tristemente célebres<br />
de América Latina, ni siquiera que se haya escapado en alguna de sus reflexiones<br />
y disertaciones la preocupación por el devenir de un país modelado a palos y en<br />
cuyo cuerpo habían emergido ya las bases de un Estado rentista que propiciaba<br />
el abandono del campo y el asentamiento improvisado de miles de pobres en las<br />
ciudades, sobre todo petroleras.<br />
8<br />
<strong>LA</strong> SEÑORITA GRANO <strong>DE</strong> POLVO<br />
Sin embargo esta ausencia, tan cuestionada por algunos lectores, es, al parecer<br />
de muchos otros, muy bien compensada por su evidente recelo ante el rol<br />
asignado a la mujer de su entorno social: y vale esta especificación, pues se hace<br />
insoslayable el hecho de que no llega a trascender el malestar de la escritora<br />
hasta el punto de controvertir respecto al destino de las mujeres de las clases<br />
oprimidas. Teresa de la Parra circunscribe su escritura con estricto rigor a sus<br />
particulares experiencias y muy individuales añoranzas. Incluso cuando se<br />
aventura a discurrir sobre la “influencia de las mujeres en la formación del alma<br />
americana”, en una conferencia que ofreciera en Cuba y Colombia, lo hace desde<br />
una perspectiva bastante conservadora (aun para su tiempo). Es por momentos<br />
que hierven sus ideas revolucionarias, como tímidas burbujas.<br />
La vida de esta caraqueña ‒descendiente del mantuanaje criollo, que más de una<br />
vez trepa con gracia por las ramas de su frondoso árbol genealógico y alcanza<br />
antepasados que lucharon en la guerra de independencia‒ se desplegó en gran<br />
parte viajando con holgura por diversos países de Europa; tan es así que su<br />
nacimiento y su muerte fueron en París y Madrid, respectivamente. Por tanto,<br />
es justo destacar la honestidad de su prosa, que haya hecho de su privilegio una<br />
herramienta para decir, y decir bien, que haya dudado de la legitimidad de ciertas<br />
convenciones indiscutibles para una mujer, que se haya entregado a la escritura y<br />
quizá con mucha más pasión a la lectura.