05.10.2015 Views

TERESA DE LA PARRA

7GIWxbA1C

7GIWxbA1C

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

54<br />

<strong>LA</strong> SEÑORITA GRANO <strong>DE</strong> POLVO<br />

Quiero darle las gracias por el milagro de desdoblamiento, quiero dárselas por<br />

el juicio escrito, pero quiero dárselas sobre todo por estas 4 páginas que recibí<br />

anteayer, apretadas notas, hechas con lápiz al calor de la lectura. ¡Cuántas son y<br />

qué llenas están de vida!<br />

Los elogios son sobrios, solo dicen indicando página y párrafo “Bien”<br />

“Muy bien” y algunas veces “¡Muy bien!” sin dar razones, lo cual es una forma<br />

de generosidad, porque mi imaginación puede elegir lo que más le agrade, y en<br />

ratos de fecundo optimismo, forjarlas y elegirlas todas.<br />

Las objeciones son mucho menos lacónicas. Como algunas de ellas<br />

terminan en un punto de interrogación, me persiguen sin cesar con su voz de<br />

pregunta. Yo quisiera acallarlas, pero ellas no se avienen al silencio. Necesito<br />

pues contestar algunas de las que tengan a mi entender contestación o sea<br />

defensa, porque hay otras, lo confieso, que al igual de la Esfinge, se quedarán<br />

interrogando eternamente.<br />

Copio pues las escogidas, bajo el párrafo aludido, y con el número<br />

correspondiente de la página tal cual Ud. lo ha hecho, voy contestando:<br />

Pág. 52 y 53. “... tiene para todas las criaturas la dulce piedad fraternal de<br />

San Francisco de Asís...”. Yo no creo que la piedad de Gregoria fuese precisamente<br />

franciscana, ¿o es que se refiere Ud., entonces a ese San Francisco elegantizado<br />

por una leyenda turbia?<br />

—Me es difícil saber cuál es mi San Francisco, Don Miguel ¡he visto<br />

pasar tantos! Al primero lo recuerdo entre las nieblas sonrosadas y confusas<br />

de mi primera infancia, cuando aún no sabía leer. Lo conocí en una oleografía<br />

presidiendo la hospitalidad de cierta casa amiga, sobre el portón cerrado del<br />

zaguán o vestíbulo, tal cual acostumbraba hacerse allá en Caracas. Era como el<br />

portero complaciente y mudo de aquella casa. Yo solía contemplarlo a mi sabor<br />

mientras venían a abrir. Lo representaba la oleografía, abrazando al Crucificado,<br />

con las estigmas que despedían cinco rayos y el globo del mundo bajo sus pies.<br />

Este primer San Francisco portero, si bien me entretuvo a ratos, no encendió<br />

jamás mi cariño ni mi admiración. Tal vez porque mis ojos recién abiertos a<br />

la vida juzgaban a las personas según las apariencias, y aquel pobre capuchino<br />

de sandalias y cerquillo, tan semejante a cualquier contemporáneo, tan inferior<br />

al dulce Crucificado, no podía evocar el prestigio del pasado ni el esplendor<br />

augusto del cielo. Desde entonces, han seguido desfilando ante mi vista diversos<br />

San Franciscos, en cuadros, esculturas, sermones y versos decadentes, hasta

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!