dossier - Quodlibet
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perdón, el halcón herido (protector de la Emperatriz, mensajero del mismo<br />
Emperador y símbolo del primer hijo imperial) comienza su metamorfosis<br />
como ser moral para �nalizar amando auténticamente a su mujer ante la<br />
opción altruista y sacri�cada de ésta. Quizá el amor que Hofmannsthal sentía<br />
por el Emperador Francisco José matizó algunos de los sentimientos de estos<br />
personajes. El mismo Hermann Bahr señaló esta posibilidad.<br />
Otro personaje fundamental es Keikobad, pese a que –como nos sucede con<br />
Dios en tantas ocasiones – parece lejano e inalcanzable. Hasta el �nal de<br />
la ópera permanece oculto (“dios escondido”) y sus designios, al comienzo<br />
indescifrables, tienden al bien y al amor. Recuerda en muchas circunstancias al<br />
Wotan de la Tetralogía wagneriana porque establece con sus criaturas vínculos<br />
ambivalentes. Se ha unido a una mujer, ha tenido hijos con ella, concede a la<br />
Emperatriz la posibilidad de transformarse en animal para huir del asedio de<br />
la Nodriza es, pues, un “dios humanizado”, quizá con las mismas fragilidades<br />
y contradicciones del inolvidable habitante de Walhalla. La Nodriza lo ve<br />
como un dios vengativo, del “ojo por ojo y diente por diente” del Antiguo<br />
Testamento, que no conoce el perdón y que juzga implacablemente según la<br />
Ley. Quizá la Nodriza instrumenta este sentir para justi�car su sometimiento<br />
y, desde él, su presunta salvación. Lo cierto es que la Emperatriz, su hija,<br />
lo ama �lialmente y su sacri�cio redentor es premiado por el Padre con el<br />
perdón y la adquisición de la sombra. Cuando ella grita a su padre: “¡He aquí<br />
tu hija!”, Hofmannsthal transforma de�nitivamente a este personaje en una<br />
�gura ritualmente cristiana. Cuando ella se niega a hacer daño en nombre<br />
del amor, la pureza y la piedad, su Padre quedará conmovido ante este código<br />
ético que supera todas las tentaciones en nombre de una moral que necesitan<br />
los seres humanos para sobrevivir a sus propias carencias.<br />
Hugo Von Hofmannsthal