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—¿Usted sirve a la ciencia?<br />

—Sí, por supuesto. ¿Qué relación?...<br />

—Usted no es comisario ni empleado de la justicia.<br />

En este momento son las dos y cuarenta, y usted, en<br />

lugar de ocuparse de las tareas que le fueron asignadas,<br />

no sólo ha amenazado forzar la puerta del laboratorio<br />

sino que además me interroga como si me considerase<br />

sospechoso.<br />

La transpiración le corría por la cara. Yo estaba<br />

decidido, y dije, apretando los dientes:<br />

—¡Usted es sospechoso, doctor Sartorius! —y continué,<br />

furioso—: ¡Además, lo sabe perfectamente!<br />

—Kelvin, si no se retracta y me pide disculpas, enviaré<br />

una denuncia contra usted.<br />

—¿Por qué le pediría disculpas? ¿Porque se encierra<br />

y se atrinchera en este laboratorio, en vez de salir a<br />

saludarme, en vez de decirme la verdad sobre lo que<br />

pasa aquí? ¿Ha perdido por <strong>completo</strong> la cabeza? Y<br />

usted, sí, ¿quién es usted? ¿Un sabio o un mísero cobarde?<br />

¡Responda!<br />

No sé qué otras cosas le grité. Sartorius ni siquiera<br />

se inmutó. Unas gruesas gotas le resbalaban por las<br />

mejillas de poros dilatados. De pronto, comprendí:<br />

¡no me había oído! Las manos cruzadas a la espalda,<br />

sujetaba con todas sus fuerzas la puerta que se sacudía,<br />

como si alguien, del otro lado, ametrallara el<br />

panel.<br />

Con una voz extraña, aguda, Sartorius gimió:<br />

—¡Váyase! Se lo suplico... ¡Retírese, por amor de<br />

Dios! Baje, yo iré a reunirme con usted, haré cuanto<br />

quiera, pero ahora se lo suplico, ¡váyase!<br />

La voz revelaba tal agotamiento que tendí maquinalmente<br />

los brazos, para ayudarlo a retener aquella<br />

puerta. Sartorius lanzó un grito de horror, como si<br />

yo le hubiese apuntado con un cuchillo. Empecé a<br />

retroceder, mientras él gritaba con voz de falsete: —<br />

¡Váyase! ¡Váyase! Ya voy, ya voy, ya voy. ¡No! ¡No!<br />

Entreabrió la puerta y se precipitó en el cuarto.<br />

Me pareció que un objeto amarillo, un disco<br />

reluciente le había brillado un instante sobre el<br />

pecho.<br />

Un rumor sordo llegaba ahora del laboratorio; la<br />

cortina voló de costado; una gran sombra se proyectó<br />

sobre la pantalla de vidrio; luego la cortina volvió<br />

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