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toria! ¡Estación Solaris, aquí la cápsula del Prometeo!<br />
¡Conteste, Solaris, escucho!<br />
¡Acababa de perder un precioso instante, la aparición<br />
del planeta! Solaris se extendía ante mis ojos, inmenso<br />
ya, chato; no obstante, me pareció que yo estaba<br />
lejos todavía, a juzgar por el aspecto de la superficie.<br />
O mejor dicho, que yo estaba todavía a gran<br />
altura, puesto que había dejado atrás esa frontera imperceptible<br />
donde la distancia que nos separa de un<br />
cuerpo celeste empieza a medirse en términos de altitud.<br />
Me sentía caer. Sí, ahora sentía la caída hasta con<br />
los ojos cerrados. Los abrí en seguida, pues no quería<br />
perderme nada.<br />
Esperé un minuto en silencio; luego reanudé los llamados.<br />
Ninguna respuesta. En los auriculares,<br />
sobre un rumor de fondo bajo y profundo, que<br />
imaginé era la voz misma del planeta, las<br />
crepitaciones venían en salvas. Un velo cubrió el cielo<br />
anaranjado, y el ojo de buey se oscureció;<br />
instintivamente, me acurruqué todo lo que pude en la<br />
funda neumática; casi en seguida comprendí que<br />
atravesaba una capa de nubes. Como aspirada hacia<br />
las alturas, la masa de nubes partió en vuelo. Yo<br />
planeaba, ya a la luz, ya a la sombra; la cápsula<br />
giraba alrededor de un eje vertical. Gigantesca, la<br />
esfera solar se mostró al fin delante del vidrio,<br />
emergiendo por la izquierda, y desapareciendo por la<br />
derecha.<br />
Una voz lejana me llegó a través del rumor y las<br />
crepitaciones:<br />
—¡Atención, Estación Solaris! Aquí Estación Solaris.<br />
Todo en orden. Está usted bajo el control de la Estación<br />
Solaris. La cápsula se posará en tiempo cero.<br />
Repito, la cápsula se posará en tiempo cero.<br />
Repito, la cápsula se posará en tiempo cero.<br />
¡Prepárese! Atención, empiezo. Doscientos cincuenta,<br />
doscientos cuarenta y nueve, doscientos cuarenta y<br />
ocho...<br />
Maullidos secos entrecortaban las palabras: un dispositivo<br />
automático articulaba frases de bienvenida. Y<br />
eso era en todo caso sorprendente. Por lo general, los<br />
hombres de una estación del espacio se apresuran<br />
a dar la bienvenida al recién llegado, sobre todo<br />
cuando éste viene directamente de la Tierra. No tuve<br />
oportunidad de sorprenderme mucho tiempo, pues<br />
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