en la noche - SINEDIT

Pequeños trozos de porcelanas, adoquines y otros restos
polvorientos, les anticiparon el ulterior hallazgo. Repentinamente,
el hombre que marchaba en cabeza se detuvo bruscamente, como
si hubiera visto una aparición:
—¡Mira! —exclamó súbitamente, alzando la llama.
Completamente atónitos y exultantes, quedaron inmóviles,
acariciando en silencio la idea de encontrar algún tesoro o alguna
tumba que poder saquear.
A no mucha distancia, frente a ellos, se abría los restos de una
larga y maltrecha calle. Parte del armazón de las casas, situadas en
el flanco derecho, se fusionaba con la roca viva, pareciendo ser
engullidas por ésta, mientras otras pocas daban la impresión de ser
regurgitadas por la masa grisácea, originando un aterrador retablo.
—¿Será la antigua ciudad? –preguntó, ensimismado, uno de
los expedicionarios.
—Todo parece indicar que hubo algún cataclismo —repuso el
otro, recogiendo del suelo fragmentos de loza, a los que quitó la
intensa capa de polvo—. Diría, que por estilo y colores de estos
grabados, bien podría ser restos de la ciudad perdida.
Continuaron avanzando lentamente entre las sombras y el
secular vacío, impregnado con esa quietud, propia de lo que
duerme en brazos de la eternidad. Poco tiempo después, se
adentraron en la calzada, recorriéndola muy lentamente,
embargados por la emoción, observando con sus precarias luces el
aspecto de algunas de las fachadas y dinteles mejor conservados.
Sus corazones palpitaban con fuerza ante la magnitud del
descubrimiento, que alcanzó su punto culminante en el final de la
vía. Allí, ante ellos, se alzaban silenciosas las ruinas de lo que
parecía ser un antiguo templo, cuyas piedras daban el efecto de
constreñirse y retorcerse amenazadoramente sobre las figuras que
importunaban su descanso. Venciendo temores ante el lamentable
estado de la edificación, cruzaron cautelosamente el siniestro
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