You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
—¡Padre! —volvió a insistir.<br />
—Sí, Letondón, hijo mío. Ya te sigo. —Lo miró, como sólo<br />
los ojos de un padre puede hacer: con cal<strong>la</strong>do s<strong>en</strong>tir. Observó cada<br />
uno de los rasgos de sus facciones como si los estuviera<br />
contemp<strong>la</strong>ndo por última vez.<br />
—¿Te pasa algo, padre? —le preguntó el jov<strong>en</strong> inquieto.<br />
—Nada temas, hijo. No más de lo preciso. —contestó—.<br />
Vayamos <strong>en</strong> busca de nuestro destino. No hagamos esperar más a<br />
La Asamblea.<br />
—Nada debes temer padre. ¿Acaso crees que esta vez no<br />
saldremos victoriosos del aprieto? —Letondón no esperaba que su<br />
padre adoptara una de esas posturas faltas de vigor que tan poco<br />
bi<strong>en</strong>estar disp<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> <strong>la</strong> moral de los combati<strong>en</strong>tes.<br />
—Hace falta algo más que valor, Letondón, para librar una<br />
batal<strong>la</strong> y hacerse con <strong>la</strong> victoria. La m<strong>en</strong>te exaltada y <strong>la</strong>s tripas<br />
vacías no son una bu<strong>en</strong>a combinación.<br />
—Olvidas, padre, nuestra historia.<br />
—No <strong>la</strong> olvido. Y sé que su faz es voluble y cambiante, como<br />
los deseos de una mujer caprichosa. En el<strong>la</strong> yac<strong>en</strong> <strong>la</strong>s gestas de los<br />
imperios y <strong>la</strong>s de los hombres que los construyeron, y <strong>en</strong> su útero<br />
<strong>la</strong>s que los sustituirán. —Se expresaba con un tono de voz, mecido<br />
<strong>en</strong> lo más profundo de su ser. Letondón, pocas veces había<br />
escuchado a su padre conducirse de aquél<strong>la</strong> manera.<br />
—Lo si<strong>en</strong>to, padre mío, pero no <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do tus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos<br />
—confesó.<br />
—La ba<strong>la</strong>nza de <strong>la</strong> vida equilibra todo lo que <strong>en</strong> el<strong>la</strong> es<br />
cont<strong>en</strong>ido. Nadie resulta siempre victorioso, ni nadie v<strong>en</strong>cido<br />
constantem<strong>en</strong>te. Ambos hechos son moneda de cambio —le<br />
explicó con más c<strong>la</strong>ridad, presa de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos <strong>en</strong>contrados, ya<br />
que una parte de su ser prefería seguir vi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> inoc<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> su<br />
jov<strong>en</strong> rostro; sobre todo <strong>en</strong> los aciagos acontecimi<strong>en</strong>tos que les<br />
33