en la noche - SINEDIT

—Fui encarcelado por mis enemigos —continuó—. Traidores
desleales. Historia larga y triste es la mía. Pero los dioses, en su
infinita misericordia y complacencia, se han apiadado de mí,
pudiendo sobrevivir gracias a su beneplácito. Ellos han provisto mi
escaso sustento, como podréis observar.
Alrededor del penoso individuo se esparcía una serie de
huesecillos y pieles resecas, a modo de ofrenda macabra ante la
desapacible forma.
—Estos pequeños roedores —les indicó con un ligero
movimiento de la cabeza— han procurado mi existencia. Sin estas
pequeñas criaturas, mi soledad y mi estómago no se hubieran visto
tan favorecidos.
Quedó en silencio, fatigado por el habla. La cabeza pendía
ahora sobre el pecho, como sin vida. Los largos y cenizos cabellos
caían entre sus piernas y sobre los raídos ropajes, formando un
pálido conjunto enmarañado.
—Ahora os ruego me liberéis para dar cumplimiento al deseo
de los poderes que nos rigen —pidió.
Los hombres se miraron intercambiando sus dudas y él
percibió de inmediato el temor en sus corazones, al tiempo que leía
todos sus pensamientos, la avaricia que los impulsaba.
—Provengo de un gran linaje —les explicó—, y mi familia
sabrá recompensar generosamente vuestro gesto —les indicó.
—Quizás deberíamos ayudar a este desgraciado.
—¡Espera!
—¿Qué temes?
—No estoy seguro, pero hay algo extraño en todo esto. ¿Has
visto su rostro?
—¿Qué aspecto crees que tendríamos si estuviéramos en el
pellejo de este harapiento?
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