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FATA tuRCHINa EN RODA, AQUEL VERANO<br />
E n<br />
Roda de Eresma, el zaguán de la casa de<br />
Doña Antonia tiene zócalos de cerámica<br />
de Talavera, farol granadino de colores,<br />
altos techos y un cuadro grande, en relieve,<br />
de la Virgen de los Faroles.<br />
El suelo de cerámica roja está<br />
tachonado de olambrillas azules con símbolos<br />
heráldicos que revelan ciertas ascendencias<br />
de la Señora, no del todo confirmadas pero<br />
vívidamente presentes en sus viajes astrales.<br />
El cortinón de terciopelo rojo<br />
que cierra el paso al corredor tiene huellas<br />
antiguas de cientos de manos acariciadoras y<br />
sus flecos hace tiempo que dejaron de estar<br />
completos.<br />
En la inmensa sala, silloncitos<br />
antiguos tapizados en telas con ampulosos<br />
motivos vegetales, flecos dorados, patas<br />
teñidas de purpurina envejecida.<br />
La gramola funciona continuamente.<br />
A veces, la canción terminada, deja oír<br />
durante mucho tiempo el chisporroteo<br />
suave de la aguja sobre el surco<br />
vacío.<br />
No hay piano. Solo un organillo<br />
pequeño, como de juguete, que<br />
la Señora compró en su juventud<br />
al Capitán de Portobello, Londres,<br />
personaje pintoresco, vendedor de<br />
cualquier cosa, aspecto de viejo<br />
marino encallado en la ciudad, con<br />
un enorme papagayo en su hombro<br />
que te dejaba para la fotografía del<br />
recuerdo insólito y mientras atraía a<br />
la gente con la música de organillo<br />
español que repetía, fuera de contexto,<br />
un chotis castizo y desconocido.<br />
Un velador de tres patas y tapa<br />
de mármol. Una lámpara de pie con<br />
pantalla de gasa plisada roja y verde,<br />
sobre fuste torneado. Tapices morunos<br />
con escenas de caza.<br />
Una chimenea francesa revestida<br />
de mármol blanco y enmarcando<br />
el fuego en un rectángulo de latón<br />
moldurado, acoge troncos encendidos<br />
y brasas acumuladas.<br />
Al fondo, la escalera hacia ninguna<br />
parte. Una majestuosa escalera de<br />
madera que conduce, simplemente, al<br />
techo de la propia sala, sin planta a la<br />
que subir.<br />
Cuando Bruno entra en la Sala,<br />
Doña Antonia, sin mediar palabra, le<br />
pone una copita de Anís Castellana<br />
en minúscula copita sobre bandeja de<br />
plata, inicia un nuevo bolero en la gramola<br />
antigua y desaparece dejando en el aire de<br />
aromas a polilla y clausura.<br />
Al rato, en los peldaños de la<br />
escalera inútil se encienden luces de colores,<br />
una bruma de máquina surge desde abajo y<br />
se desvanece pausadamente. Fata Turchina<br />
hace su espectacular aparición, descendiendo<br />
con rebuscada solemnidad, compensando,<br />
graciosamente, una leve cojera de cuando<br />
el polio y cubriendo sus brazos con un chal<br />
vaporoso, disimulador de la mórbida flacidez.<br />
El bolero sigue a su aire sin<br />
implicarse, sin describir o subrayar.<br />
…la otra tarde vi llover, vi gente correr…y no<br />
estabas tú…<br />
Llegada al suelo de los mortales,<br />
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