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Deuca Tuco 17

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La Hora del viento<br />

N oviembre<br />

siempre fue un mes duro en<br />

estas tierras: los restos ocres del otoño<br />

aun se dejan ver mientras, empujados por<br />

el frío viento que pide paso, son expulsados<br />

hacia la siguiente estación.<br />

Pero a Elena siempre le gustó<br />

custodiarse por ese frío, un<br />

incómodo compañero de viaje<br />

pero que le hacía apreciar más<br />

las reconfortantes treguas del<br />

camino.<br />

Esa tarde viajaba por las carreteras<br />

enmarañadas entorno al río Pirón.<br />

Mientras el aire tensaba su cara,<br />

disfrutaba del embriagador diapasón de su<br />

Vespa 160.<br />

A un lado de la carretera, una cruz de limpia<br />

piedra resaltaba sobre los pedruscos viejos y<br />

llenos de musgo de los muretes que guardaban<br />

predios; Elena pensaba que el caminante que<br />

observaba su periplo al otro lado era el impar<br />

testigo de su escapada.<br />

Elena sin rumbo.<br />

Elena libre.<br />

Pero en realidad el único acomodo<br />

de Elena no era llegar a ninguna parte; bien<br />

sabía que huía, pero su mente aprendió a<br />

ignorar sufrimientos pasados de tal modo<br />

que casi había borrado de su memoria aquel<br />

desafortunado accidente.<br />

Hacía rato que las curvas habían<br />

desaparecido y, como huracán que sigue<br />

a la calma, su quietud fue preludio de un<br />

intrigante lance: el mismo caminante, parado,<br />

vigilaba de nuevo su paso.<br />

Elena, apagando sus sentidos, se centró en lo<br />

que acaba de ver intentando convencerse de<br />

que no era posible.<br />

Aquel día, buscar perderse resultó<br />

no ser una buena idea pues realmente<br />

lo logró, no sabía dónde estaba, y en eso<br />

pensaba cuando, ya oscureciendo, el foco del<br />

escúter iluminó la mirada triste pero hostil del<br />

mismo hombre.<br />

Parecía imposible que una sensación<br />

de mayor frío del que tenía invadiera su<br />

cuerpo, pero así fue, y recorrió toda su<br />

anatomía hasta la punta del último de sus<br />

cabellos. Un sudor se apoderó de todo su ser<br />

cuando se dio cuenta que además reiteraba<br />

el mismo paraje, la misma cruz de piedra, otra<br />

vez, como el ratón que corre y corre en la<br />

rueda y no avanza.<br />

No podía mirar atrás pero su huida<br />

hacia delante volvió a confrontarla, por cuarta<br />

vez, con el delgado hombre de pelo canoso y<br />

bigote minúsculo cuya imagen, esta vez, hizo<br />

caer a Elena al pie de la misma cruz.<br />

La espectral silueta humana,<br />

acercándose, resultó ser<br />

tan real como la frase que<br />

le susurró con voz de otro<br />

mundo: “ha llegado tu<br />

hora”.<br />

Elena despertó. Ya era de<br />

noche. La 160 recostada<br />

sobre la cuneta. Se miró,<br />

no había sangre, únicamente dolor en el<br />

hombro derecho. Ni rastro de aquel hombre.<br />

Sólo el silbido del viento.<br />

Llegó a Segovia sin saber cuánto<br />

tiempo había pasado, sin saber por dónde<br />

había vuelto, turbada, sin capacidad de<br />

discurso y, como una autómata, paró en un<br />

bar. Sería la segunda vez que entraba en “El<br />

Casco Viejo”, que así se llamaba la tasca.<br />

Pidió una tila caliente mientras<br />

seguía sumida en su particular colapso, la<br />

tarde era ya muy oscura y una fuerza ajena<br />

a su conciencia logró hacerla emerger de su<br />

trastorno preguntando la hora. El joven de la<br />

barra apuntó con su dedo por encima de la<br />

cabeza de Elena.<br />

Ella dirigió su mirada hacia arriba y,<br />

mientras la primera ráfaga de viento invernal<br />

se colaba por la puerta entreabierta, en una<br />

fracción de segundo, comprendió aterrada<br />

que era su hora.<br />

La luz se fue con Elena, sus ojos no<br />

volvieron a abrirse.<br />

Fermín Sayales, periodista de<br />

“El Adelantado” publicó al día siguiente:<br />

Doña E.C.S., de 23 años de edad, falleció<br />

cuando se encontraba en el bar “El Casco<br />

Viejo” al caérsele encima una pieza del<br />

artista contemporáneo Aurelio Hipona, en<br />

concreto, un reloj hecho con un disco de<br />

freno. Los hechos tuvieron lugar en la tarde<br />

de ayer cuando, según los primeros indicios,<br />

el peso del reloj hizo que éste se descolgara<br />

asestando un golpe mortal a la joven. Al<br />

parecer, la pieza había sido donada por el<br />

famoso y tristemente desaparecido escultor al<br />

que se había homenajeado hace pocos días,<br />

por el primer aniversario de su fallecimiento,<br />

con la colocación de una cruz de piedra en el<br />

lugar donde fue atropellado por un vehículo<br />

que posteriormente se dio a la fuga.<br />

Fernando Mínguez.<br />

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