Deuca Tuco 17

¡anÁliSis!: ¿Es un error hacer reír?
Hay una viñeta en uno de los inolvidables tebeos de 13 Rue del Percebe, de Francisco Ibáñez, en la
que un sastre le está probando un traje a un cliente, mientras le hace los últimos arreglos. El cliente,
visiblemente enfadado, dice algo así como “sí, ya sé que en mi primera visita le conté un par de chistes,
pero… no justifica esto”. El traje es el de un payaso. Tan inocente chiste encierra una verdad y una
crueldad que nos proponemos denunciar.
P or
qué la gente (en general) no se toma
en serio el humor? ¿Por tan trivial e
irrelevante lo toman? No es extraño de
ese modo que una obra tan divertida –además
de otras cosas- como
El Quijote, que todo
el mundo cree haber
leído, haya pasado a
ser considerada como
poco más que un
magnífico volumen
que rellena un hueco
en la estantería, un
empaste, que nos
libra de incluir otra
figurita de Lladró.
Es evidente que el
humor es una de las
manifestaciones de
la inteligencia, una
de las más sutiles,
¿la más elevada? ¿la
menos valorada?;
Cualquier texto,
un sesudo tratado
científico, la primorosa
hoja parroquial, el
último best seller o el folletín
novelesco decimonónico, se
valoran más, se consideran
más serias, si entre sus líneas
no se destila el elixir de la
risa. Las manifestaciones que
incluyen humor se tienen por
hechas con un tono menor.
¿Por qué negar
entonces que vamos derechos a ver el chiste
gráfico en el periódico? ¿por qué consideramos
“graciosos” pero “menores” a grupos como
Los Nikis, Siniestro Total o Petersellers?
Seguramente sea debido a la gran
tradición de graciosos que hemos sufrido.
¿Cuesta diferenciar al gracioso del humorista?
No creemos que sea tan difícil. Buster Keaton
tenía una cláusula en el contrato con su
productora que expresamente le prohibía reír
o sonreír.
Francisco de Quevedo escribió
Ramón duda poder
seguir escribiendo en
un país dividido, triste,
pobre, miserable y
cabrón como España
textos tremendamente irónicos y divertidos,
en prosa o verso, visiblemente hechos desde
el desencanto —vivió y trabajó en la corte
durante años— y a veces el resentimiento.
En su obra Sueños y
Discursos, sus puyas
contra gremios
enteros: sastres,
juristas, venteros,
f u n c i o n a r i o s ,
putas, militares e
incluso clérigos son
constantes y en
ocasiones crueles. Sus
comentarios sacan
una sonrisa, pero
también provocan
una reflexión ¿ya
entonces éramos así?
¿No ha cambiado
apenas nada? Más de
una vez esa mordaz
sinceridad le creó
problemas, perdió el
favor del poderoso
y no acabó sus días
cómodamente, del
mismo modo que Cervantes,
aunque por distintos
motivos.
Muchos años después
se producirá una tremenda
eclosión de voces frescas,
plumas brillantes, haciendo
un humor nuevo, distinto,
cuyo precedente claro es
Ramón Gómez de la Serna. Ramón, precoz en
todo, se alimenta de cualquier cosa, asimila
todo, escucha lo que le dicen las cosas y lo
describe de un modo absolutamente genial.
Nacido en 1888, asiste al inicio del Siglo XX
y al nacimiento de las vanguardias. Tiene a su
vez fuente de inspiración —entre otros— en
Silverio Lanza, pseudónimo del inclasificable
Juan Bautista Amorós, el raro de Getafe, cuya
obra no deja indiferente a nadie, y a quien
alguna de sus creaciones (Ni en la vida ni
en la Muerte) le provocan serios problemas,
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