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porta cuan flagrante sea la falta cometida. El<br />
réferi me echó afuera. Hirviendo de frustración<br />
patiné hacia el box de las penalidades. Mientras<br />
entraba, escuchando el ruido de la base de mis<br />
patines sobre la madera del piso, oí el ladrido<br />
de los altavoces:<br />
—Penalidad. Barret, de Harvard. Dos minu-<br />
tos. ¡Ya!<br />
La muchedumbre abucheó, varios de los de<br />
Harvard impugnaron la visión y la integridad<br />
de los referís. Yo traté de contener el aliento,<br />
sin mirar arriba y sin mirar hacia el hielo, don-<br />
de los de Dartmouth nos estaban dando con<br />
todo, además de superarnos en número.<br />
—¿Por qué estás sentado aquí, cuando todos<br />
tus compañeros están jugando?<br />
Era la voz de Jenny. La ignoré, alentando a<br />
los jugadores de mi equipo.<br />
—¡Vamos, arriba, Harvard! ¡Agarren esa pe-<br />
lota!<br />
—¿Qué hiciste de malo?<br />
Me di vuelta para contestarle. Era mi invi-<br />
tada, al fin y al cabo.<br />
—Jugué muy fuerte.<br />
Y volví a mirar a mis compañeros, que trata-<br />
ban de impedir los esfuerzos de Al Redding pa-<br />
ra marcar un gol.<br />
—¿Es una desgracia tan grande?