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love story erich segal - Crisol

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prudente sería no jugar por una semana. Le di<br />

las gracias. Se fue, con Felt tratando de darle<br />

caza para seguir hablando con él sobre mi nutri-<br />

ción. Me alegró quedarme solo.<br />

Me duché despacito, cuidando de no mojar-<br />

me la cara lastimada. La novocaína me estaba<br />

haciendo un poco de efecto, pero de algún modo<br />

el dolor me hacía sentir feliz. Es decir, me com-<br />

pensaba. ¿No me había tirado a chanta de puro<br />

pajero? Habíamos hecho sonar nuestro título,<br />

habíamos roto nuestra propia aureola (ningún<br />

sénior había sido nunca derrotado) y la de Da-<br />

vey Johnston también. Quizá la culpa no había<br />

sido totalmente mía, pero en ese momento sen-<br />

tía como si lo fuera.<br />

No había nadie en los vestuarios. Todos mis<br />

compañeros debían estar ya en el motel. Supuse<br />

que ninguno de los muchachos querría verme o<br />

hablarme. Con ese terrible gusto amargo en la<br />

boca —me sentía tan mal que hasta podía sabo-<br />

rearlo—, empaqué mis cosas y salí. No había<br />

muchos hinchas de Harvard afuera, en la sole-<br />

dad invernal de ese remoto lugar del estado<br />

de Nueva York.<br />

—¿Cómo va tu mejilla, Barrett?<br />

—Bien, gracias, señor Jencks.<br />

—Probablemente necesites un bife, —dijo otra<br />

voz familiar. Así dictaminó Oliver Barret III.

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