LOS TIGRES DE MALASIA - Liberbooks
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Emilio Salgari<br />
El destrozo que le había causado el proyectil del cañón<br />
(una bala de libra y media compuesta mitad de plomo y<br />
mitad de cobre) era excesivo para que pudiera seguir navegando<br />
durante mucho rato.<br />
Efectivamente: los dayacos se hallaban a más de trescientos<br />
pasos de distancia de la isleta más próxima, cuando<br />
la embarcación, que hacía agua por todas partes con<br />
suma velocidad, empezó a hundirse, acabando por irse al<br />
fondo.<br />
Como los dayacos de aquellas costas son expertos nadadores,<br />
ya que pasan gran parte de su vida en el agua,<br />
al igual que los malayos y polinesios, no corrían el riesgo<br />
de ahogarse.<br />
—¡Poneos a salvo! —exclamó Yáñez—. ¡Pero si reanudáis<br />
el ataque, os abrasaremos las costillas con una buena metralla<br />
de clavos!<br />
La pequeña canoa, al verse libre de la persecución por<br />
tan acertado disparo, había reanudado su avance en dirección<br />
al Marianne, impulsada por el suave viento, que<br />
al ponerse el sol acrecía su fuerza. En consecuencia, no<br />
tardó en hallarse cerca del velero.<br />
El hombre que la conducía era un joven de unos treinta<br />
años, de piel amarilla, rasgos casi europeos, como si fuese<br />
hijo del cruce de las razas caucásica y malaya. Era más<br />
bien de pequeña estatura, pero parecía muy robusto; tenía<br />
el cuerpo envuelto en fajas de blanca tela, que le oprimían<br />
firmemente los brazos y las piernas, y en las ligaduras se<br />
distinguían sangrientas manchas.<br />
—¿Habrá sido herido? —se preguntó Yáñez—. Ese mestizo<br />
creo que está padeciendo mucho. ¡Venga! ¡Lanzad una<br />
escala y preparad algún estimulante!<br />
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