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Libro del cementerio, El - Roca Junior

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el libro <strong>del</strong> <strong>cementerio</strong><br />

pertar de un momento a otro y lo más probable es que<br />

esté muerto de hambre... Y lo que a mí me gustaría saber<br />

es dónde voy a encontrar comida para alimentarlo en<br />

este dichoso <strong>cementerio</strong>.<br />

—Y ése es en definitiva el quid de la cuestión —terció<br />

entonces Cayo Pompeyo—. ¿Qué piensa usted darle<br />

de comer? ¿Cómo va a cuidar de él?<br />

Los ojos de la señora Owens eran puro fuego cuando<br />

respondió:<br />

—Soy perfectamente capaz de cuidar a este bebé. Y lo<br />

haré tan bien como su propia madre. <strong>El</strong>la misma me lo dejó<br />

a mi cargo. Fíjese: lo tengo en brazos, ¿verdad? Lo estoy tocando.<br />

—Vamos, Betsy, sé razonable —dijo Mamá Slaughter,<br />

una anciana muy menuda que aún lucía el enorme gorro<br />

y la capa con los que fue enterrada—. ¿Dónde va a vivir?<br />

—Aquí mismo —contestó la señora Owens—. Podríamos<br />

concederle la ciudadanía honorífica <strong>del</strong> <strong>cementerio</strong>.<br />

Los labios de Mamá Slaughter formaron una diminuta<br />

«o».<br />

—Pero… —replicó la anciana—. Pero yo nunca...<br />

—¿Y por qué no?, vamos a ver. No sería la primera<br />

vez que le otorgamos esa distinción a un forastero.<br />

—Eso es cierto —dijo Cayo Pompeyo—. Pero el forastero<br />

en cuestión no estaba vivo.<br />

Y llegados a este punto, el extraño no tuvo más remedio<br />

que darse por aludido, y comprendió que había<br />

llegado el momento de intervenir en el debate, de modo<br />

que, no sin cierta reticencia por su parte, salió de entre las<br />

sombras y tomó la palabra.<br />

—No, no estoy vivo —admitió—. Pero comparto el<br />

punto de vista de la señora Owens.<br />

—¿Opina usted lo mismo, Silas? —le preguntó Josiah<br />

Worthington.<br />

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