Fortificaciones en Iberoamérica [PDF] - Fundación Iberdrola

sistemas que limitarían las posibilidades de expansión y obligarían también a controles del propio
espacio urbano interno.
Se planteaba también la necesidad de una teoría que respondiese a la lógica geométrica de la
balística, lo que debería, como se verá en la praxis de las fortificaciones, complementarse con las condicionantes
de la topografía del emplazamiento del recinto amurallado. Esto exigía una serie de conocimientos
que impondría una nueva disciplina profesional, pero a la vez la acumulación de experiencias
y planteamientos que habría de matizar la ingeniería militar a lo largo de los siguientes cuatro
siglos. La capacidad de ataque se incrementó con un manejo de distancias que multiplicaba su eficacia
sin la necesidad de proximidad que exigían los antiguos sistemas ofensivos. Durante el siglo XVII
la geometría euclidiana y el desarrollo de las matemáticas y la física aportarían también innovaciones
a los sistemas de fortificación y a su transmisión pedagógica.
Más tarde, a comienzos del XVIII, la artillería volverá a desempeñar un papel fundamental
cuando las experimentaciones de ingenieros franceses, como Belidor, demuestran que el alcance
de los disparos no era directamente proporcional a la cantidad de pólvora utilizada, mientras
otros técnicos, como Gribeauval, proponen nuevos diseños para las cureñas que agilizan la
movilidad y el transporte de los cañones, a la vez que modulan y racionalizan las dimensiones
de las piezas para facilitar su recambio. La unificación de los calibres de las bocas de fuego será
otro adelanto vital para la industria de la artillería, donde franceses, ingleses y suecos tomaron
decisivamente la delantera, obligando a España a replantear su política de armamentos y de
acción naval.
En aquella fuerza que adquiere la geometría, la ciudad es concebida como un diseño cerrado
que nace de la forma germinal del cuadrado, el pentágono, el hexágono o el octógono. La tradicional
experiencia del burgo medieval surgido en torno al castillo era que, si la expansión
generaba prolongaciones «extramuros», las mismas podrían siempre ser englobadas con la ampliación
amurallada del recinto. Pero el Renacimiento fomentará el utopismo de las «ciudades ideales»,
que responderían a formas perfectas y casi congeladas en el tiempo, rescatando las ideas
platónicas del tamaño óptimo de las ciudades o fomentando la visión idealizada de «la ciudad de
Dios» de San Agustín.
Esta circunstancia se avalaba en el nuevo sistema de pensamiento, que era capaz de concebir
la ciudad como un hecho a priori en la propia cabeza del fundador, frente a la tradición
medieval de la ciudad que se organiza a partir de un núcleo generador (castillo, monasterio, templo)
y luego se estructura a través del tiempo orgánicamente. Así, la calle que tenía trazas marcadas
por el libre agrupamiento de las viviendas, participaba de la nueva experiencia de definir
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Ramón de Arechaga y Calvo,
Vista del cerro y fortaleza
fabricada por los incas del Perú
en la ciudad del Cuzco, 1778
(Sevilla, AGI, MP, Perú y Chile,
220). La escala monumental
de las fortificaciones incaicas
y su traza «moderna», a pesar
de la carencia de artillería,
sorprendió a los españoles
que las documentaron