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Recientemente fue presentado en la<br />
casa de cultura Fray Diego un libro<br />
–Los hijos de Ogaiz- ambientado en Estella<br />
y cuyos protagonistas son quienes<br />
nos precedieron en el lejano s. XIV. No<br />
es ni un tratado histórico ni geográfico,<br />
sino una novela, por lo que debemos<br />
pasar por alto los errores que en ella<br />
podamos encontrar. Lo importante es<br />
que en estos momentos de manipulación<br />
histórica y política, en que tan vapuleado<br />
se ve el nombre de la ciudad,<br />
la autora, la alavesa Toti Martínez de<br />
Lecea, se acordara de nosotros para<br />
hacer una loa de nuestra ciudad -<br />
poniendo todo su interés en ambientarla<br />
en la Stella física y social de hace<br />
setecientos años- y, sobre todo, para<br />
transmitirnos un mensaje: todos los naturales<br />
del pocico somos hijos de un<br />
legado histórico en el que convivieron,<br />
no sin dificultades y problemas -como<br />
pone de manifiesto la novela-, navarros,<br />
francos y judíos. Una Stella, la<br />
medieval, cuya importancia social, política<br />
y económica era superior a la de<br />
Pamplona y a la de cualquier otra población<br />
navarra, según nos recordó la<br />
autora. Lo que a la vista de la situación<br />
actual nos debe llevar a reflexionar sobre<br />
lo que hemos podido hacer mal<br />
para descender al punto en el que nos<br />
encontramos y, principalmente, sobre<br />
lo que debemos hacer para recuperar<br />
lo perdido y poder legar una Estella<br />
que vuelva a brillar con la fuerza de<br />
antaño.<br />
Desde que en el comienzo de las peregrinaciones<br />
jacobeas, allá en el s. XII,<br />
Aymeric Picaud, en su guía Codex Calixtinus<br />
sólo elogiara a Stella (“fértil en<br />
buen pan y excelente vino, así como<br />
en carne y pescado, y abastecida en todo<br />
tipo de bienes”) entre todas las poblaciones<br />
navarras, y se deshiciera en<br />
elogios hacia el Ega, al que consideró<br />
“de agua dulce, sana y extraordinaria”,<br />
mientras que todos los restantes ríos<br />
OPINIÓN<br />
Descendientes de Ogaiz<br />
navarros los encontró “mortíferos para<br />
los animales y personas” que beben<br />
sus aguas, son numerosos los libros<br />
ambientados parcialmente en la Stella<br />
medieval.<br />
Ni puedo ni tengo capacidad para<br />
hacer un barrido histórico, pero si que<br />
puedo hacer referencia de obras recientes<br />
que en las librerías están a disposición<br />
del lector curioso, a la vez<br />
que animo a quien tenga otras referencias,<br />
a que las ponga en conocimiento<br />
de los lectores.<br />
Empezaré por recordar a Pío Baroja,<br />
en cuya obra Zalacain el aventurero<br />
podemos patear las calles y visitar<br />
las posadas de la Estella de hace<br />
ciento treinta años. Pasaré<br />
a señalar al laureado<br />
escritor brasileño<br />
Paulo Coelho, en<br />
cuyo libro El Peregrino<br />
de Compostela<br />
(Diario de un<br />
mago), en medio del<br />
viaje iniciático tiene tiempo<br />
de descansar en nuestra<br />
ciudad y alabar su gastronomía.<br />
Está, también, Jesús Torbado, con<br />
El Peregrino, que recurrentemente<br />
alude a nuestra ciudad, o Matilde<br />
Asensi, con Iacobus, que, al igual que<br />
Toti, da a nuestra Elgacena el nombre<br />
de Olgacena, y señala, deudora de Picaud,<br />
que “Estella era una ciudad monumental<br />
y grandiosa, abastecida por<br />
todo tipo de bienes. Por su centro discurrían<br />
las aguas dulces, sanas y extraordinarias<br />
del río Ega, superado por<br />
tres puentes que unían sus riberas al<br />
principio, en el centro y al final de la<br />
población. Dentro de ella, las iglesias,<br />
los palacios y los conventos se sucedí-<br />
[ <strong>CALLE</strong> <strong>MAYOR</strong> 253 • 50 • ESTELLA 9/01/2003]<br />
an uno tras otro, rivalizando en belleza<br />
y suntuosidad. No se podía pedir más<br />
a una urbe del Camino, desde luego”.<br />
¡Ahí queda eso!<br />
También ambientado en el medievo,<br />
pero al margen de las corrientes de peregrinación<br />
compostelana, está el libro<br />
La catedral, de Cesar Mallorquí, premio<br />
Gran Angular 1999, que recoge el periplo<br />
de un escultor estellés por La Normandía<br />
francesa. Y ambientado en<br />
nuestros días tenemos Irene Klein, de<br />
nuestro convecino Javier Corres Bengoechea,<br />
que nos descubre su alma a la<br />
vez que desde los grifos del Lerma<br />
apaga nuestra sed, y desde sus cocinas<br />
acaricia nuestro paladar.<br />
Y para finalizar, recordar al recientemente<br />
galardonado con<br />
el premio Cervantes, José<br />
Jiménez Lozano, cuyas<br />
palabras “Yo he escrito<br />
siempre desde la honestidad<br />
y creo que tanto<br />
los periodistas como los<br />
escritores no deben hacer<br />
cosas extrañas como el<br />
que los adjetivos se coman a<br />
los nombres; o poner palabras raras”<br />
quisiera hacerlas mías. Lo traigo<br />
a colación porque a través de su pluma<br />
(Ávila) descubrí que el estellés Alvar<br />
García, en el lejano siglo XII, fue<br />
uno de los arquitectos que ayudó a<br />
levantar las murallas de la ciudad castellana.<br />
Obra que aún podemos apreciar.<br />
Para todos estos autores, y para<br />
los que desconociéndolos también se<br />
han acordado de nuestra Estella, va<br />
mi saludo.<br />
JAVIER HERMOSO DE MENDOZA