Óscar Bribián • Alejandro Carneiro • Alberto García-Teresa ...

Alejandro Carneiro
255
Una valla en la eternidad
el cambio y el movimiento que defendía son creadores de las diferencias, y
cuanto mayores son éstas, más se incrementa la realidad que pretende destruir
con todo su empeño. Era un imbécil que estaba incrementando la obra
de Dios gracias a eso que los mortales llaman diversidad. Se había vuelto un
motor de la creación de su peor enemigo.
Desde luego, tal descubrimiento fue causa de profunda depresión para
el diablo. Pero se recuperó pronto gracias a su optimismo innato, fuente de
la que brotó un nuevo camino de victoria. Borrón y cuenta nueva. Ahora
su objetivo y el de sus allegados sería atentar contra la diversidad, frenar los
movimientos y obstaculizar los cambios. En definitiva, suprimir toda actividad
y dejar hacer a las criaturas de Dios, principalmente al tarambana del
ser humano, que es el mejor aliado en simplificar la diversidad natural hasta
convertirla en un puñado de conceptos. En la infancia hallan el todo en la
nada, pero de mayores se empeñan en hallar la nada en el todo; en eliminar
diferencias buscando encerrar la variedad del universo en una fórmula, en
una palabra solitaria que reduzca y haga palidecer las cosas hasta, por último,
convertir todo en restos y desperdicios, en la nada última, la nada auténtica, y
reducir la creación a un garabato inútil.
Y le iba muy bien actuando esta manera desde hacía un par de siglos, o
sea, no actuando y dejando que se desarrollase el talento natural de los hombres
para trastocar el universo y convertirlo en una trivialidad con rasgos de
chapuza. Así el ocio y la generalidad se habían incrementado en un mundo
cada vez más perezoso gracias a la filosofía humana. Y ya fuese en asuntos
concretos o en materias generales, su nueva táctica funcionaba y la creación
de su enemigo parecía cada vez más absurda e inconsistente, por lo que el
demonio se sentía muy feliz. El hombre hacía su trabajo mucho mejor que él
mismo. El hombre es un encanto.
A Trasanco le tembló la punta de la capucha.
—¿Me está diciendo, mi señor, si entiendo bien, que nos quedemos tal
cual, aquí parados en el camino, y dejemos hacer a los mortales?
—Exacto, almitas en pena, dejad que ellos arreglen este problema. Lo
harán de una forma diabólicamente catastrófica. Mirad, ahí viene un par.
Apuesto un barril de lava hirviente a que provocan el caos. Sólo mirad.