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MARU Y EL GUARDA LOCO
- ¡Me cago en la leche!, esto no estaba en el contrato –
Dijo asustado.
Cuando convenció a los
chuchos (sobre todo al
pequeñito negro), de que era el
guarda nuevo, dejó su coche
aparcado debajo de una uralita
y justo detrás de un Jeet de esos
descapotables de los que había
varios por allí. No se fijó de que
el joío Jeet tenía una bola de
enganche para remolque larga
como ella sola, con tan mala
suerte que la empotró en la
matrícula de su Tata, quedando
enganchado como un vagón de
tren. Ni palante ni patrás, menos mal que estaba solo y no lo vio nadie, porque la
presentación del nuevo guarda fue de lujo.
Conseguido el desenganche y ya clareando el día con todos los peones
dando vueltas por allí, se dispuso a la primera tarea que consistía en apagar las
luces exteriores del Cortijo, cuadras, patios, etc, etc... Las apagó casi todas,
porque alguna se le resistió al no encontrar el interruptor, pero hubo otra que
entre diez interruptores acertó a la primera.
- ¡Bingo! –
Dijo muy contento.
Hubo también dos faroles de entrada a la parte noble del cortijo, que no
encontró el interruptor hasta la semana por lo menos (y porque le preguntó a uno
con bigote que pasaba por allí, que luego supo que era también una especie de
guarda de la finca, que hacía de todo menos vigilar). También hubo otro foco en
el patio de labor que nunca encontró el interruptor, y que misteriosamente se
apagaba y se encendía solo, hasta que el encargado de la Finca (uno mas serio
que un plato de habas) le dijo que era solar y se apagaba y encendía con la luz
del día. Pero sin duda alguna y desde el primer día, la luz que más le atrajo sin
saber nada todavía, fue la de una especie de pasillo-patio, al cual había que bajar
tres escalones para acceder, y que salía del patio de caballerizas, donde estaba la
preciosa fuente con cabezas de caballos.
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