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MARU Y EL GUARDA LOCO
- Sí, sí, está abierta. Abre el cerrojo y pasa. Bien hasta ahora. –
Dijo ella a su interlocutor.
Los celos de Francisco alcanzaron el nivel rojo.
Pasaba el tiempo y no aparecía el vaina del amigo.
- Tarda mucho, ¿no? –
Preguntó Francisco por romper el silencio.
- Sí vendrá despacio –
Dijo ella sin dejar de tocarse el pelo.
- ¿Qué viene andando? –
Preguntó Francisco en broma, y ella sonriendo dijo:
- No, viene en coche, ¡hombre! –
Seguía sin aparecer, ella le volvió a llamar y a continuación cogió la
bicicleta roja que siempre estaba caída en el suelo, y pedaleó como una niña en
dirección al paseo alquitranado.
- ¿Voy yo a buscarle? –
Le gritó Francisco.
- No, no, ya voy yo, no te preocupes. –
Le contestó Maru mirando para atrás y pedaleando con fuerza.
Tenía un tipo precioso subida en la bicicleta de montaña, porque se veía
mucha moza y poca bicicleta, y pedaleando desapareció de la vista de Francisco
y de los cinco gorriones que también miraban para donde ella se dirigía.
Sólo se escuchaba el sonido de la fuente, que por sus seis caños vertía
agua limpia y fresca.
No tardó en aparecer un utilitario nuevo, que supuso Francisco que era el
vaina, le dijo buenas tardes y se dirigió al patio de labor donde aparcó. Al
momento llegaba ella pedaleando y cansada con su tipo encorvado, y al llegar a
su altura le dijo:
- Es que se había parado a hablar por teléfono –
Y continuó hasta donde estaba su vaina.
- Valiente tonto hay que ser para no tener prisa en llegar a ver a Maru, y
luego viene delante sin esperarla –
Dijo Francisco por lo bajini, encendido de envidia y celos.
Se dirigió a cerrar el cancelón del patio de labor, y al pasar junto a Maru
le dijo:
- Yo me voy ya, aquí te dejo hija –
- Muy bien, hasta mañana Francisco –
Contestó ella.
- Si te pasa algo llama al 112, que sirve para todas las emergencias, policía,
ambulancia y todo eso hija –
Le dijo Francisco.
- ¿112? –
Preguntó ella.
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