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MARU Y EL GUARDA LOCO<br />
- ¿Y qué hacías allí en tu tierra? –<br />
- Mi padre tiene caballos y yo le ayudaba –<br />
Contestó ella.<br />
- Tu podrías trabajar de modelo o en la tele –<br />
Dijo Francisco no se sabe muy bien porqué.<br />
- Ya hice algún programa en mi tierra de cosas de caballos, pero lo mío es el<br />
polo, no podría vivir sin jugar al polo –<br />
- ¿Qué edad tienes? –<br />
Le preguntó<br />
- veinticinco –<br />
Dijo ella dudando un poco, tal vez porque no los había cumplido aún, o<br />
porque le faltaba poco para los veintiséis.<br />
- Es una pena tener que estar fuera de su país y separado de la familia –<br />
Dijo Francisco.<br />
- Ya, pero yo tengo algunos primos aquí, vamos que no estoy sola –<br />
Contestó ella mientras doblaba calcetines.<br />
- Ya, pero la tierra de uno es la tierra de uno ¿sabes? –<br />
- A ver si te echas un novio con dinero de estos que vienen aquí a jugar al<br />
polo, que son todos ricos –<br />
- Yo no quiero eso, ya me han propuesto matrimonio tres, y con bastante<br />
dinero, pero yo cuando me case será por amor –<br />
Contestó ella con un tono triste y con la mirada baja mientras doblaba otro<br />
calcetín.<br />
- Eso es la edad hija, cuando tengas mis años no pensarás así, el dinero lo es<br />
todo y lo compra todo, hasta el amor. Lo malo es ser pobre toda la vida,<br />
porque ahora estás bien, trabajas donde te gusta y tienes pretendientes de<br />
sobra con y sin dinero, pero cuando tengas cuarenta te arrepentirás de no<br />
haber cazado a un cacique de estos –<br />
Le contó Francisco también en tono triste como si le hubiese pasado a él.<br />
- ¿Tus padres son muy mayores? –<br />
Preguntó Francisco.<br />
- Mi padre tiene cuarenta y ocho –<br />
Dijo ella, a lo que Francisco añadió:<br />
- Yo tengo cuarenta y cinco, y tengo ya dos nietos, me casé muy joven.<br />
- Cuarenta y cinco tiene mi madre –<br />
Dijo ella también con tono triste como pensando en ella.<br />
- Pues no seas tonta hija, busca uno con dinero y vete a tu tierra, no te cases<br />
con un pobre para tener que mantenerlo encima –<br />
Le decía Francisco.<br />
Había terminado ella de doblar trapos, y empezó a meterlos en una<br />
canasta. Francisco le señaló uno que tenía detrás de su pié izquierdo, y se fijó<br />
que llevaba unos botines de jugar a fútbol bastante desgastados. Fue cuando<br />
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